Il Cretto de Alberto Burri, Gibellina, Sicilia
Es irónico pensar que lo que rodea Il Cretto, La Grieta, la obra del maestro italiano Alberto Burri en Cibellina, sea el silencio. Contribuye a precisar la paradoja el hecho de que la base, Kre, de verbos latinos como crepare o crepitare siempre forma palabras que expresan ruidos secos o crujidos. Una de las razones por las que decimos que en Il Cretto encontramos la bendición de lo ambiguo es que en él hallamos un silencio que debería ser estruendo; en verdad lo es.
Los que venimos de lugares sísmicos, de sitios que padecen estragos por temblores u otras dolencias, sabemos que no estar en el centro telúrico y no sentir en piel propia las fisuras que se tragan las cosas es una amenaza de desapego, la sensación de no ser capaces de compartir la aflicción del hermano. El encuentro con la grieta asusta pero a la vez forma e informa a pesar de la informidad de lo perdido. En algunos casos puede incluso deslumbrar a los ojos dispuestos aún a la belleza.
Salvo el hueco, el laberinto y el cemento aquí en este antiguo pueblo de la Sicilia oriental casi todo ha desparecido y lo que queda le hace la corte al miedo. Nuestro pequeño auto se adhiere a las curvas de la carretera, llevamos cinturones que nos donan la ilusión de estar seguros. El vértigo es un síntoma. La mudez espontánea aumenta el discurso del viento.
Hemos venido sin saber a qué vinimos, siguiendo a la belleza como a una golosina. Hay pájaros en la tierra donde los muertos vociferan, cruces y flores marchitas. La digestión de las montañas sigue su curso, sentimos el latir de las ruinas, brazos señalando antiguos paisajes drásticamente extraídos de su orma.
Entre lo bello y lo bestial nos estamos moviendo, como hormigas perdidas en un espacio que parece inocente, sujetados a nuestro delirio de permanecer.
Volviendo sobre lo andado vemos cómo se diluye el nudo en la garganta, ahora nos queda esperar que nuestras bocas exhalen algo de la vida presentida en los escombros.
Solo el arte podía colocarnos en esta cuerda en la que fluctuamos como equilibristas, por él podemos decir que hemos pasado también nosotros por el infierno.
Carmen Leonor Ferro
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James Baldwin escribió en alguno de sus ensayos (creo) que “nada como el sufrimiento ayuda a descifrarnos” (no he sufrido especialmente, ¿es esa la razón por la cual no he podido todavía descifrarme del todo?, ¿lo podré alguna vez?… a estas alturas no me es fácil creer que sí).
Samuel Johnson afirmó, dicen, y quién sabe dónde, que la literatura no puede sino enfrentarnos a las cosas desagradables. ¿Y solo para librarnos de las cosas desagradables seremos capaces de prescindir de ella y perder así la ocasión de arrojar claridad sobre lo que somos?
He llegado a ser mi propio fugitivo, es un verso, creo que hermoso, de Robert Lowell. Y aquí lo hago mío. Quizás me define bien pues ya he perdido la cuenta de las veces en que fui fugitivo de mí mismo. A lo mejor nunca nadie deja de ser eso.
Joaquín Marta Sosa
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Mi primera sombra
Se quedó en Caracas. La descubrieron proyectada desde la nada en una pared del apartamento donde crecí. Los nuevos ocupantes la reconocieron porque olvidé una fotografía de mi infancia en el fondo de una cómoda que les cedí al negociarse la venta.
Me llamaron; me contaron el caso. Yo sabía que nunca más podría regresar. Y ¿qué excusa iba a ofrecerle a mi segunda sombra, con la que otros soles, si bien tenues y quebradizos, me habían compensado?
Entendieron los nuevos ocupantes, mayores, huérfanos de hijos; a cierta altura, congraciados con aquella presencia oscura en su corredor.
La han casi adoptado. De vez en cuando me envían retratos del huésped.
Por las imágenes, compruebo que aún se me parece; sobre todo, de perfil.
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Miguel Gomes
Glosario del destierro
B
Bandera. El ropaje de una nacionalidad. Un recordatorio y una frontera insinuada. Mitad talismán, mitad paño de lágrimas. ¿Qué es una bandera cuando se emigra? Si el exiliado deplora las patrias, como escribió Cadenas, ¿qué cosa tomaría como bandera? La huida no tiene un símbolo. Tampoco la casa caída. Sería, quizá, una tela borrosa, con textura de vendaje o de mortaja. Un lienzo en blanco para escribir conjuros, memorias, fetiches.
Biografía. La pérdida del país, esa gran muerte que todos, separados en centenares de ciudades, sobrellevamos, es lo que se está contando hoy en la diáspora. Una especie de biografía colectiva. Un relato que se reescribe en cada lugar del mundo donde hay un venezolano. Ya que no habrá –por fortuna– una institución única que narre la historia de esos cinco millones de personas en más de 98 países, la única forma de contar la diáspora venezolana será a través de las memorias individuales y los testimonios: correos, diarios, cuadernos de viaje, agendas. La suma de las memorias íntimas es la contra de la gran desmemoria nacional. Lo imagino como un Oyneg Shabes de la diáspora: un archivo de los emigrados, una sola historia contada a pulso, letra viva en el fragor de la huida.
Bitácora. El turista tiene mapas, reservaciones, pasajes redondos: itinerarios de una estadía planificada. El migrante, en cambio, solo conoce un destino: la salida. Su desorientación es inevitable, severa. En ese mar inexacto al cual se lanza, ¿cuál es la bitácora por fijar? ¿Cómo la inventa? ¿Qué dejaron escrito los que estuvieron antes? El panorama está ahí, evidente: el viaje es en soledad y virtuoso desamparo.
Búsqueda. No puede decretarse la muerte de la curiosidad. No en el migrante. La procura de un presente distinto, la convicción de que hay otra vida allá afuera, despoja a su indagación de cualquier rasgo de frivolidad. Hay algo que necesita ser hallado en esa travesía. Hay en él una pulsión constante por encontrar sentidos. El migrante es un perseguidor por excelencia. Vive entre borradores. Su urgencia es rehacerse. Y buscar.
Zakarías Zafra
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¿Por qué no se detiene?
El odio se ha salido de madre (y padre).
Entre los hijos de los indígenas y los de los conquistadores (somos los mismos).
El de los hijos de los asesinados (los que ahora asesinan hijos).
El odio antes binario se fragmenta, multiplica, traspasa fronteras. Opositores y disidentes. Originarios y herederos. Exiliados e insiliados. Locales y compatriotas de los migrantes…
¿Quién empezó el odio?
(vamos a continuarlo).
Nosotros nunca fuimos racistas ni xenófobos (ni siquiera con esos sucios metecos).
Ellos se creen mejores que nosotros (cuando nosotros somos mejores que ellos).
Todos son unos ladrones (usted no, doctor, sígame atendiendo).
Todos son unos resentidos (usted no, vecino, gracias por ayudar).
URGENTE
RT a este video
(aunque sea de otra época, de otro país)
“Me arrestan solo porque soy extranjero”
(yo estaba tranquilo ignorando la ley).
Miren como atacan a los nuestros allá
(ataquemos a los suyos aquí).
Hasta lo que nos une es objeto de amargas disputas.
¿De quién es el joropo? ¿Quién inventó la arepa? ¿Quién
le debe más
a quién?
Ustedes
se alimentan de nuestro petróleo (incluso ahora, cuando no lo producimos).
se alimentan de nuestros impuestos (incluso si los pagan también).
se alimentan de nuestras ayudas (la que les damos)
se alimentan de nuestras ayudas (las que son para mí).
Nosotros
les matamos el hambre (yo les cociné de gratis, con mis propias manos).
les dimos la independencia (yo también, viví en el siglo XIX)
porque ustedes no podían solos
(¡Ayuda! No podemos solos).
¿Cómo no odiar al que nos hizo esto?
(¿Quién nos hizo esto?)
¿Cómo perdonar lo que no se detiene?
(¿Por qué no
se detiene?)
Leonardo Laverde B.