Por CATHERINE MEDINA MARYS
Los teóricos y profesionales que han hecho de la sociología una ciencia han establecido que “la familia es la célula de la sociedad”. Cuando un hombre es virtuoso, se especula que sus padres también lo fueron o lo han sido. Cuando es un victimario, se intenta estudiar su entorno familiar para entender cómo se torció en el camino el retoño prometedor. Quizás por ello los dramaturgos se empeñan en analizar las bondades y sadismos de la civilización a partir de estas, sus partículas.
Hay tantos ejemplos que contarlos sería todo un trabajo de investigación. En La casa de Bernarda Alba, la familia es sinónimo de luto, opresión y encierro. Para Isaac Chocrón, la “familia escogida” o el vínculo afectivo es tan importante como el sanguíneo. En la dramaturgia de Victoria Hladilo, el vínculo entre hijos, padres, madres y hasta esposos puede contraerse o alejarse, mas nunca romperse. Y esta idea se mantiene latente durante cada escena de La casa de las palomas, tercera obra en presentarse en el marco del Festival de Jóvenes Directores de Trasnocho Cultural.
La elección de Patricia Castillo, directora del montaje, es ya un acierto que refresca la cartelera del certamen con un texto lleno de humor agudo, ternura y actuaciones memorables, a cargo de Rossana Hernández, Francis Rueda, Patricia Ramírez, José Francisco Silva, Carlos Manuel González y Erick Palacios.
El tema principal de la obra es la fiesta de cumpleaños de Dante, el niño de la casa, que ha invitado a sus amiguitos tan hambrientos como inquietos a una fiesta de cumpleaños. La cocina se llena de cotillones, dulces, bandejas de pasapalos y las órdenes a voz de cuello de la madre de Dante (Hernández), que no solo lidia sola con la organización de la fiesta, sino también con el cuidado de un padre con demencia senil (Silva), una madre en apariencia despreocupada (Rueda), un marido tosco (González) y sentimientos de amor y deseo que afloran por el joven animador de la fiesta (Palacios). Todo ocurre en la cocina, descrita comúnmente en la cultura urbana como “el corazón” del hogar.
La casa de las palomas juega en su título con los desvaríos del padre, que ha llegado a pensar que estas saben leer la escritura humana, y que hasta puede comunicarse con ellas. Pero también es una metáfora de la familia protagonista, compuesta por individuos que no dejan de cacarear sobre sus propias tragedias personales y que hacen gala de un egoísmo tremendo. Pero estas palomas saben que mantenerse unidas es la única manera de sobrevivir a la enfermedad, al desamor, al olvido. Es una obra que demuestra que no hay un conflicto lo suficientemente grave o fuerte como para deshacer a una familia y que el amor, por muy trillado que suene, sigue siendo el pegamento más eficaz para enmendar lo que se ha roto.
Pero esta obra también arroja luz sobre un término que ha cobrado relevancia con el auge del feminismo y los movimientos derivados del #MeToo estadounidense, y esa es la carga mental.
La carga mental está presente durante toda la obra, y es más evidente en los personajes femeninos. La criada de la casa (interpretada por Patricia Ramírez) debe servir refrescos, vigilar la torta en el horno y sacar las minipizzas a tiempo mientras enfrenta el acoso sexual de un miembro de la familia. La madre de Dante, corriendo sobre tacones, permanece en la cocina mientras coordina la animación de la fiesta, hace la comida, vigila a su padre y a los invitados. Y su madre, la abuela del niño, se encarga del negocio familiar mientras cuida a su esposo y confronta tanto a su hija como a su pareja por un dudoso negocio que ha puesto en peligro la estabilidad económica de todos.
Si bien Dante, el niño del cumpleaños, es un protagonista que nunca aparece en escena, el peso de la obra, del conflicto y de esta casa ficticia recae en las mujeres de la familia. Ocurre en las sociedades retratadas por los dramaturgos, precisamente por la frecuencia y normalización de este fenómeno en los hogares de todo el mundo, de todas las clases sociales.
De pequeños, éramos testigos de los resultados finales de una serie de decisiones, esfuerzos y sacrificios hechos por nuestras madres, tías y abuelas para lograr el más perfecto cumpleaños. No teníamos la edad (ni la madurez) para entender que detrás de la torta, las chupeteras, el quesillo, las gelatinas de colores, las piñatas imponentes y nuestros padres, abuelos y tíos despreocupados se escondían las mujeres de nuestra casa a estirar el dinero de maneras imposibles, mientras se desahogaban y cuidaban que todo saliera perfecto, al mismo tiempo que descuidaban sus propias necesidades, egoísmos y anhelos.
La casa de las palomas no es solo un recordatorio de lo difícil que puede ser lidiar con los distintos caracteres familiares manteniendo la calma y la compostura. Es también una oda al esfuerzo materno, presente en cada cumpleaños, en cada beso, en cada mimo y pedazo de torta.
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