Papel Literario

Diálogo silencioso con Rafael Cadenas

por Avatar Papel Literario

Por MARÍA RAMÍREZ DELGADO

No recuerdo qué edad tenía, y la verdad me niego a sacar cuentas, pero resuena en mí, como si hubiera ocurrido hace muy poco, la primera vez que escuché unos versos de Rafael Cadenas. Fue en una clase de dramaturgia que dictaba Eduardo Gil en el Celarg. Esa noche, al llegar al salón nos entregó unas copias y luego leyó para nosotros:

“YO PERTENECÍA a un pueblo de grandes comedores de serpientes, sensuales, vehementes, silenciosos y aptos para enloquecer de amor.

Pero mi raza era de distinto linaje”.

Creo que la lectura tenía un propósito que, por supuesto, funcionó (al menos en mí) con una precisión asombrosa: dejar en nosotros esas palabras. Desde ese entonces, vuelvo a ellas antes de escribir, como un salmo con el que me encomiendo a dioses desconocidos, dueños del lenguaje.

Sumergirse en el hecho poético

Al leer a Rafael Cadenas he creído descubrir que hay ciertos poemas (como el que he mencionado) que son en sí mismos hechos poéticos, nos acompañan, pero además, son activadores del acto creador. Me refiero a ese contagio va del mundo íntimo del poeta al mundo íntimo del lector y que se construye desde y para la palabra. Pero ese contagio creador no consiste en escribir más versos, o en dejarnos influenciar por el poeta, ni de ver el mundo a través de sus escritos, se trata de algo más, del momento de la lectura y de lo que ocurre cuando las palabras toman forma en la mente del lector, más allá del acto de comprensión de la palabra, es el surgimiento de algo nuevo que se percibe en un instante.

El poema pertenece al mundo líquido, hay que lanzarse en el acto de la lectura, pero no podemos olvidar que, al sumergirnos, debemos llevar aire dentro de nosotros. El lector de poesía cuenta con dos tipos de aliento. El primero es cierta actitud, una disposición para aceptar una nueva forma de ver el mundo y de encontrarse en ese mundo consigo mismo, de comprender y aceptar la propia subjetividad, y también la ajena porque ¿acaso de eso no se trata existir? como nos dice el propio Cadenas en Gestiones:

“Lo que miras a tu alrededor

no son flores, pájaros, nubes,

sino

existencia”

La otra bocanada vital es el lenguaje, el que hablamos todos, pero también el lenguaje secreto del lector. Con esa aspiración puede ver el mundo submarino del poema e intentar habitarlo, dejar que se transforme para sí. Ese lenguaje que escurre y forja un vínculo entre ese animal líquido (el poema)  y su perseguidor (el lector); que otras veces es como un golpe, una herida inesperada, nos deja sangrando y lastimados, y finalmente puede serlo todo: el aire y su desesperante ausencia, la profundidad y la presión, el agua, animal y nadador.

Por supuesto la poesía no es resistencia al pensamiento sino una forma distinta de acercase a él, es un ofrecimiento que hace surgir una conciencia de sí enriquecida. La mayoría de las veces el lector no se percata de lo que le ha pasado, del vínculo que se ha creado entre las palabras del escritor y su ser.

Pienso, por ejemplo, en un señalamiento de Merleau-Ponty: “En la comprensión del otro, el problema es siempre indeterminado”. Como “el problema” un gran poema es también algo indeterminado, lo es porque la poesía acontece en el lector, acontece desde el lenguaje y para dar algo de sentido a esa existencia.

El camino del vínculo

A partir del contacto inicial con el hecho poético, comienza la búsqueda desde la palabra dada hasta el propio espacio de creación, en principio son hilos sueltos, voladores, peculiaridades, así que hay que buscar la forma de conectar esos hilos, de torcerlos para hacer una tela.

El primer vínculo es el de la tribu, la poesía nunca anda sola, lleva en sí las palabras de otros. Leer a Cadenas me llevó al descubrimiento de Susan Sontag, a una lectura más atenta de R. M Rilke y J. Keats; y a conocer W. Whitman, C. Milosz, P. Valery, Bahoo.

Además, en esa aldea de palabras me encontré con otros autores que ya conocía, y así pude hacer el recorrido de la noche oscura del alma de San Juan de la Cruz en compañía y, como todo lo que se comparte, no solo se hizo más honda y duradera, también tomó cuerpo y se hizo palpable una lógica ascética del poema y su presente. Porque si había traído mi bocanada de aire desde el exterior, esa de la que les hablé más arriba, tenía que aprender a soltarla, a exhalar para poder hundirme. En alguna parte Cadenas habla de ese despojamiento como un don, un regalo que solo puede existir a la par del desarrollo del propio individuo, de su autodescubrimiento.

Esa lógica ascética nos invita a comprender la naturaleza de este logosistema y es, tal vez, lo más difícil de leer en la mayoría de los poemas: el silencio. El silencio en un poema no es lo que no se dice, ni una interpretación, tampoco es el vacío del lenguaje, ¿es acaso el despojamiento del ruido? En la música el silencio se entiende como una pausa, pero ¿es este su sentido en el poema?

Silente (tranquilo) para escucharse a sí mismo. Para encontrarse en el espacio interior del mundo, donde la poesía y sólo la poesía resuena. Es por eso que en Realidad y literatura Cadenas nos recuerda que el silencio es el “cese del proceso mental, no al callar corriente sino al callar más profundo que existe”. Callamos para poder escucharnos.

El yo herido

Pero tal vez mi vínculo más fuerte con Cadenas es el fruto de ese silencio que nos permite observarnos a nosotros mismos, para darnos cuenta del valor de nuestras heridas, además de su valor nacional y colectivo.

Me refiero al yo herido. Nadie es inmune al dolor, este es parte de nuestra condición, ¿cómo lo entendemos? ¿Cómo podemos existir en el dolor?

Comencemos por el dolor físico, material, que nos rasga, presente y sufriente:

Me fustigo.

Me abro la carne.

Me exhibo sobre un escenario.

Esa lesión de momento parece incurable, pero es también una forma de sentir la vida. Porque solo lo vivo puede ser lastimado, lo vivo sangra, cambia y en ese cambio está su recuperación.

Luego tenemos el dolor interior, privado, atemporal, que encontramos en poemas como “Derrota” y “Fracaso” o en “El argumento”:

“Sé

que si no llego a ser nadie

habré perdido mi vida”.

Lo que he descubierto no es el llanto triste o lastimero, ni siquiera el de la frustración, al contrario, esta expresión es el principio de la creación de la que hablé antes. Si el dolor físico reclama lo vivo es el dolor íntimo el que lo arranca, el que exige la reparación, es el punto de partida de la vida.

Ese develamiento de uno mismo vencido está unido a la consternación, sobre todo porque que cada caída es un vínculo con los demás, como señaló Alejandro Maderero en ocasión del Premio Nacional de Literatura otorgado al poeta en 1985:

“Antes de Cadenas nadie se había propuesto elogiar el fracaso, lo negativo que hay en nosotros, esto hace que este poema sea de vital importancia en la lírica venezolana”.

No obstante, no creo que sea “lo negativo que hay en nosotros”, al contrario, fracasar es un hecho de gran honestidad, muestra un intento sincero, sin arribismos, ni ventajas de lograr algo, enseña que no siempre se gana, ni que somos los mejores y que a veces no se reconoce lo que hacemos, pero que igual hay que hacerlo.

Creo necesario enfrentar ese yo herido, no ocultándolo, sino mostrándolo para decir: he fracasado, pero aun así he sobrevivido, puedo volver a intentarlo.

Ese yo herido y fracasado está en todos, nos une, y por eso cuando sana o cuando triunfa, también lo hacemos todos. Así es el triunfo de Rafael Cadenas.

Esperemos que esta llaga persistente con la que vivimos se cure y no se gangrene, mientras tanto:

He resuelto mis vínculos.

Ya soy uno.


Un poema de Rafael Cadenas*

Hace algún tiempo solía dividirme en innumerables personas. Fui sucesivamente, y sin que una cosa estorbara a la otra, santo, viajero, equilibrista.

Para complacer a los otros y a mí, he conservado una imagen doble. He estado aquí y en otros lugares. He criado espectros enfermizos.

Cada vez que tenía un momento de reposo, me asaltaban las imágenes de mis transformaciones, llevándome al aislamiento. La multiplicidad se lanzaba contra mí. Yo la conjuraba.

Era el desfile de los habitantes desunidos, las sombras de ninguna región.

Ocurría al final que las cosas no eran lo que yo había creído.

Sobre todo, me ha faltado entre los fantasmas aquel que camina sin yo verlo.

Tal vez el secreto de lo apacible esté allí, entre líneas, como un resplandor innominado, y mi soberbia injustificada ceda el paso a una gran paz, una alegría sobria, una rectitud inmediata.

Hasta entonces.

*De Falsas maniobras. 1966