JACQUELINE GOLDBERG ENTREVISTA A RICARDO RAMÍREZ
Ganaste el Premio Transgenérico con un diario (Constancia de la lluvia). ¿Sigues llevando un diario? ¿Sigue siendo un género imprescindible para ti?
Sí, no he dejado de llevar el diario desde 2013. Tengo una parte ya preparada como libro, que comprende de 2015 a 2018 y que se llama El pobre porvenir. He obtenido respuestas gratas de editores en cuanto al libro y su contenido pero nada se ha podido concretar por la situación económica. Lo he continuado. Luego veré si lo dejo hasta 2018 o se suma lo del 2019. El diario es mi respiración; es mi escritura constante, de donde parte.
Viendo desde el espejo retrovisor, ¿qué significó ganar el premio de la FCU en tu camino literario?
Siempre quise ganar ese premio. Había concursado un par de veces antes y quise insistir. Fue importante para mí pues me encontraba muy enfermo ese año y requería el dinero para asuntos médicos. También me honró ser premiado por el jurado de ese año: Gustavo Valle, Alejandro Oliveros y Rodrigo Blanco Calderón. Me gusta formar parte del catálogo de la FCU. Y he recibido testimonios de lectores muy variados que me han estimulado a seguir escribiendo y, ante todo, a agradecer que fuera publicado.
El país del 2013 era otro en muchos sentidos. Somos otros. ¿Notas alguna diferencia entre el diario de aquel 2013 y el de este 2019, más allá de las circunstancias contextuales: en cuanto a tus preocupaciones estéticas y tu manera formal de abordar la realidad?
Sí. Desde 2017 ha sido un diario muy tomado por la situación política y por la duda constante. ¿He debido irme del país? ¿Debo irme? ¿Habrá pasado la oportunidad? ¿Hago bien en quedarme? También me ha permitido leerme en un contexto tan dramático como el que vivimos, mis lecturas, mi día a día. He leído menos desde entonces y comentado menos sobre mis lecturas. Tengo menos tiempo para leer y escribir, secuestrado por los múltiples trabajos, etc. Por otro lado, llegó mi hijo, Tomás, y también llegó al diario, dándole un cambio de tono a lo que escribo.
Al cambiar la realidad, el diario también cambió.
Una fecha como la de hoy en la que te entrevisto, el 28 de agosto de 2013, escribías: “Seguimos en una larga etapa final”. ¿Seguimos? ¿Cómo decir algo distinto en un diario seis años después?
Sí, seguimos: esa etapa final es el fin del chavismo, que es el fin de una época que tiene más de 40 años, que es el rentismo. No sé si desaparecerá el populismo, no lo creo todavía. En ese desmoronamiento de un tiempo, caen muchas cosas amadas también. Ha sido una caída muy larga, muy larga.
Creo que el resonar del golpe cuando dejemos de caer definirá lo que quede de nuestros días por venir. Los del país y los nuestros. Los de nuestras vidas.
RICARDO RAMÍREZ ENTREVISTA A JACQUELINE GOLDBERG
Has sido siempre una escritora a la que cuesta definir desde categorías o géneros. Eres una pluma múltiple y diversa, pero, ¿sientes que hay un tono, un acorde oscuro, que te acompaña siempre?¿No trasciende eso el género que abordes?¿Es la marca Jacqueline Goldberg?
No quisiera reconocer que soy una marca oscura, pero ciertamente hay una pesadumbre en muchos de los temas que me interesan y me interesan justamente porque son lo irresoluto, lo velado, lo que vivo desde la escritura y que no pasa a la cotidianidad, a mis relaciones personales.
Las horas claras es un libro singular, lleno de prosa poética y de poesía en prosa. Es un libro difícil para los críticos. Además, tiene varias miradas y trata sobre una historia real, novelada. ¿Consideras que es tu mejor obra?
No seré yo quién pueda decir si Las horas claras es mi peor mejor libro o mi mejor peor libro. Y supongo que es muy pronto para esto si me apego a las estadísticas de longevidad de mi familia. Siendo optimista, con 52 años, puedo incluso estar apenas en la mitad de mi vida.
Dicen que después de los cuarenta es que llega la edad de la novela, de la escritura de la novela. ¿Tendremos ahora a una Jacqueline Goldberg abiertamente novelista? Puede verse esto en autores criollos, como Federico Vegas, o extranjeros, como Álvaro Mutis.
No puedo decir que Las horas claras es una novela, a secas. Yo misma no sé lo que es. Ya tengo otro libro similar y prefiero que se clasifique simplemente como ficción, aunque su lenguaje y estructuras provengan de la poesía. Es absurdo insistir en clasificaciones genéricas.
Dicen que la novela es un género de madurez, ciertamente, y quizá por eso solo ahora tengo algo más de paciencia para textos de largo aliento (sean de ficción, poesía o periodismo), una cierta capacidad de permanecer en el encierro y las obsesiones de un mismo texto.
Eres una judía diferente, particular: ni ortodoxa, ni practicante. Eres, parece a veces, más maracucha que judía, a pesar de tus fuertes vínculos laborales con la comunidad judía en Venezuela. ¿Qué hay de judío en tu escritura, más allá de Luba o libros iniciales?¿No hay un entrecruzamiento de tradiciones en lo que escribes?
Soy más judía de lo que quisiera, más maracucha de lo que puedo, más de ningún lugar de lo saludable. Nada de eso me preocupa. Todos los temas pasan por el tamiz de quien soy y no puedo negar: de mi herencia judía, mis bisabuelos asesinados por los nazis, mis abuelos emigrantes y pobres y renacidos en Venezuela, de la familia que he formado más allá de las pertenencias religiosas. Quizás ser judía es vivir entre todas esas aguas a la vez, en el extrañamiento, en la trampa que hay en todo ello.
Una pregunta que debe hacerse a todo poeta venezolano, tan negado a reconocerse en sus mayores: ¿Qué autores venezolanos son cruciales para ti y que reconozcas como influencia en tu escritura poética?¿O solo bebes y te reconoces en autores de otras épocas y lugares?
Ahora mismo están sobre mi escritorio libros de Juan Sánchez Peláez, Antonia Palacios y Yolanda Pantin. Ayer revisaba a José Barroeta. He leído a profundidad a Hesnor Rivera y volví a hacerlo mientras conducía el proceso editorial de su último libro en Fundación La Poeteca. He bebido de muchas fuentes sin distinción de orígenes y sin preocuparme porque se vea o no esa marca en mi trabajo. La poesía venezolana es fundamental para mí. Todo escritor tiene la inmensa responsabilidad de perpetuar la tradición de la que proviene y ello solo es posible leyendo a los mayores. Creo en eso.