Alberto Hernández entrevista a Diego Bautista Urbaneja
—¿Crees que la literatura venezolana y la historia del país podrían ser parte del reacomodo de nuestra cultura futura? Toda vez que la dispersión intelectual es tan visible que habrá que pensarlo muy bien.
—Creo que una de las peores consecuencias de lo que hemos vivido estos últimos años ha sido la simplificación y la dogmatización de nuestro nivel intelectual. Todo es blanco y negro y la facilidad con que descalificamos en los peores términos lo que no coincide con nuestra manera de pensar es terrible. Vendidos, traidores, colaboracionistas, vendepatria, lacayo. Lograr que como colectividad volvamos a admitir la complejidad, la diversidad y todo lo que va aparejado con ello, como son la tolerancia y la posibilidad de la reconciliación en el plano popular, es uno de los mayores desafíos que tenemos.
En los nombres que mencionas como tus referencias literarias universales y venezolanas hay ricos tesoros a los cuales recurrir para caminar por esa ruta. Y, como dices, hay muchos nombres más que añadir. Ojalá podamos volver a leer, aunque sea las nuestras. Porque en este país se ha pensado mucho y muchas veces se ha pensado muy bien. Y en cuanto a nuestra historia, no se diga. Está plagada de casos de entendimientos, de reencuentros, de compromisos. Los venezolanos que queremos otro país somos una inmensa mayoría y sobre esa base es posible reconstruir la cultura democrática de esta sociedad. Te digo todo esto porque ese reacomodo por el que me preguntas tendrá mucho que ver con la capacidad de pensar juntos de nuevo, de modo que de ese pensamiento colectivo salgan, como grandes expresiones individuales, esos productos especiales que fueron Picón-Salas, Gallegos, Andrés Eloy, Montejo, Cadenas… y todos lo que tú mencionas y unos cuantos más. Y hay más de un Montaigne criollo por ahí.
—¿Influye la narrativa y la poesía en tu trabajo como escritor, cuando narras desde un afuera que podría decirse no apegado a la ficción, si es el caso?
—Recuerda que no soy ni narrador ni poeta. Escribo análisis político, historia política, historia de las ideas políticas, en un estilo más bien ensayístico. Siendo eso así, la narrativa y la poesía que leo me dan atmósfera, clima para escribir mis propias cosas, sin que pueda hablar de una influencia directa. La literatura venezolana en especial me proporciona clima afectivo, amoroso casi diría, hacia el objeto político o histórico de mis escritos. También me ayudan a desarrollar un aspecto que me parece muy importante a la hora de escribir sobre historia o política : un aspecto juguetón, que no se toma demasiado en serio, que aventura hipótesis que sabe que son discutíbilísimas, como carnada para que se les caiga encima y así avancemos entre todos. Leer ficción ayuda a desarrollar esa actitud, que en mi caso personal está, quiero que esté, muy presente. Como imaginarás un autor que nos es común, Montaigne, es un maestro en todo ello, y a Camus, que te gusta tanto como a mí, le debo una frase de cabecera: “si existiera un partido compuesto por quienes no están seguros de tener razón, yo militaría en él”.
—¿Qué autor extranjero o venezolano podría ser factor de reencuentro en un próximo país?
—Muchos, de nuestro pasado literario y de nuestra actualidad literaria. Tú mencionas, ya lo he dicho, a varios de ellos. El problema no es que no haya, sino que lleguemos a conocerlos. Los más recientes reflejan muchas veces de una manera muy directa y vívida el desencuentro nacional que hemos experimentado estos años. En tal sentido nos invitan, quizás sin saberlo o sin quererlo, a una superación y nos recuerdan una reciente lección: que esto que aquí narro no vuelva a pasar. Como te digo, no creo sea su intención, pues los creadores literarios no tienen habitualmente una intención pedagógica tal cual. Pero ya que me preguntas por factores de reencuentro, creo que puede proponerse que esa sea una manera de leer a nuestros magníficos escritores de ahora. Tú, que estás entre quienes muy bien escribe en estos doloridos tiempos, podrás decirme si esta sugerencia te parece válida.
Como ves, me cuesta adelantar un nombre en particular, pero si me pusieras un revólver en el pecho y me conminaras: ¡di uno! Respondería: que sean dos por favor, y serían Andrés Eloy y Cadenas.
Diego Bautista Urbaneja entrevista a Alberto Hernández
—¿Cuáles son tus referencias literarias de la literatura universal y de la literatura venezolana?
—En este largo trayecto han sido muchas las lecturas. Se entrecruzan. Aparecen títulos, nombres de autores, ecos, símbolos, un poema que vibra en la memoria. Una novela insigne. Un cuento revelador. Un ensayo y Montaigne. Cervantes sobre Rocinante y Sancho con la mano de visera para inventar a Dulcinea. Mi pariente Miguel Hernández perseguido por una bandada de pájaros negros. Y finalmente lavado su cuerpo por su poesía, musical, rítmica y sencilla. Y Antonio Machado con la mirada puesta en un libro y en la fachada de una vieja casa. La batalla de Troya, sus héroes que ahora son de película. El mito, los viajes de Ulises y el tejido de la mujer que siempre lo espera.
Siempre bebo en Juan Carlos Onetti, en Borges, en Antonio Colinas, en algunos franceses. Leo con alegría al viejo Parra de Chile desde mis tiempos de la universidad. Me atrapa su humor, su relampagueante burla hacia todo.
He sido lector de narrativa y poesía. Y de allí vengo, de las lecturas, para poder entrar en lo que escribo. Mis crónicas, poemas, relatos, ensayos forman parte de ese cúmulo de emociones que son los libros. Son tantas las referencias que podría mencionar también a Camus, a Sábato y me faltarían nombres.
Venezuela en letras me ha aportado milagros y afectos verbales: Gerbasi, Montejo, Tortolero, Cadenas, el viejo Andrés Bello, Pocaterra, Enrique Bernardo Núñez, Salvador Garmendia, Adriano González León. Aquella La mano junto al muro que nos sigue apurando la imaginación. Y siguen hasta los más jóvenes, porque uno aprende de ellos, de esos tantos que hoy configuran nuestro retrato de denuncias, desperdigados por el mundo y los que aún están aquí trazando rutas.
—¿Cómo han influido en tu obra y en tu manera de ver el país?
—Hay un cómo y un cuánto. El modo está en estilos, acentos, ritmos, sabores y olores. Emociones. Un compendio de imágenes sensoriales atrapadas por un espíritu transgresor, impulsivo a veces, sonoro, amable también, demencial muchas veces. La literatura venezolana, como muchas otras, no ha recibido afuera el tratamiento que merece, por eso desde aquí la celebro a diario. Intento encantarme todos los días con nuestra narrativa, nuestra poesía, nuestra ensayística, nuestros artistas plásticos, nuestros músicos. Todo eso me conduce a la poesía, al cuento corto, a la novela tan novísima para mí como creador.
Mucho ha influido la letra nacional de buena factura en mi vida verbal. No podría ser yo sin Montejo, sin Cadenas, sin Barroeta, sin Garmendia, sin Gerbasi, sin Adriano, sin Núñez, sin Meneses… todos ellos son también el cómo y el qué y se hacen quienes.
—¿Cómo crees que la realidad que hemos vivido en los últimos lustros se ha reflejado en la literatura venezolana y en tu obra en particular, y cómo crees que debería reflejarse, si quieres pasar a un plano normativo?
—La realidad, tan odiosa siempre, ha marcado nuestros pasos. La actual venezolana nos ha herido profundamente. Somos esa tragedia, el hambre que concita la ira y el odio, la envidia y la nostalgia. Somos un montón de momentos convulsivos.
Nuestras letras de hoy llevan esos signos. Y en mi trabajo he mostrado parte del lomo del monstruo. En el libro de cuentos Relatos fascistas, en los poemas de 70 poemas burgueses, en mi novela La única hora, en mis comentarios sobre libros, en mis crónicas y reportajes. En El nervio poético. Allí está el país, el país golpeado, vapuleado, denigrado, molesto, agónico, humillado y ofendido.
Llegará la hora de sacudirnos las moscas del totalitarismo. Cuando eso ocurra, será mucho el horizonte que veremos. La poesía, la narrativa, el ensayo… toda la escritura verá hacia atrás para seguir adelante. Normalizar la vida, sacarla de este agujero para reconstruir el país a través de nuestras voces.