Papel Literario

Desde esta ribera del Cam vibrador, para Luis Castro Leiva

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Por LEO ZAIBERT*

No tuve a Luis como maestro; no formalmente, al menos. Pero para un venezolano de mi generación era difícil no admirarlo profundamente, y no aprender de él, así fuese desde la distancia. Recuerdo claramente las ansias con las que esperaba sus semanales artículos en el Diario de Caracas. No estoy seguro, pero creo recordar que las columnas de Luis aparecían el mismo día que aquel buen periódico ofrecía también un suplemento con mujeres ataviadas en lo que ha devenido en la criollísima contraparte del liqui liqui: el hilo dental. Aquella yuxtaposición de nalgas e ideas capturaba bien el entorno de lo que uno medio inconscientemente intuía era nuestra democracia postrera, encaminada, junto con el país entero, hacia un terrible retroceso político. Rodeado de aquella decadencia política que me resultaba asfixiante, los textos de Luis me mostraban que la excelencia era posible: hablaban elocuentemente de la majestad del oficio de pensar, de la sobriedad del trabajo intelectual, de la dignidad de la vida de la mente.

Acaso contribuyeron esas columnas de Luis a que decidiese abandonar mi incipiente carrera como abogado litigante en favor de una carrera académica. No lo sé. Lo que sí sé es que el destino me llevó a estudiar filosofía en la Universidad Simón Bolívar, aunque apenas unos meses después me trasladase a los Estados Unidos, donde concluiría mis estudios. Después de doctorarme regresé a la Universidad Simón Bolívar, y durante un esplendoroso año fui colega de Luis. A pesar de su inconfundible bonhomía, compartir quehaceres académicos con un intelecto tan rutilante como el de Luis era intimidante. Relataré apenas una anécdota.

Fui nombrado presidente del jurado para una tesis doctoral que había sido tutoreada por Luis. La tesis versaba sobre un tema relativamente lejano a mi área de experticia; además, yo era un absoluto novato en semejantes lides, y compartía el podio en aquella ocasión con colegas mucho más experimentados que yo. (Creo recordar que, además de Luis, los otros miembros del jurado eran Ezra Heymann y Dinu Garber.) Siempre he sospechado que probablemente estaba yo más nervioso que el examinado; el hecho es que me preparé extensivamente para dicha defensa. Cuando me tocó hacer mis preguntas, pensé que no desentonaron, que fueron tan pertinentes y sensatas como las preguntas de mis colegas,  para mi gran alivio. Pero eventualmente le tocó a Luis hacer sus preguntas y su intervención fue sobrecogedora. Sin arrogancia alguna, y de hecho generoso para con todos los presentes,  Luis conectaba con inmensa profundidad y sabiduría algunos de los puntos desarrollados en la tesis con la realidad venezolana. La tesis era sobre Thomas Hobbes, así es que las conexiones que Luis establecía eran en lo absoluto obvias, y sin embargo fluían con una organicidad y una urgencia descollantes. La intervención de Luis no fue un mero ejercicio académico,  fue un ejercicio vital. No era activismo lo de Luis era verdadero trabajo intelectual, y verdadero interés por establecer conexiones entre las ideas de grandes pensadores de donde sea que fuesen originarios y las realidades que lo circundaban.

Aquel momento me enseñó mucho acerca de la seriedad y la madurez de lo que significa ser un pensador. Esa brumosa mañana en Sartenejas me cambió para siempre: nunca más me aproximé a un proyecto intelectual de la manera como lo había hecho antes de aquel encuentro. A pesar de que pocos meses después coincidí con Luis en Chicago, donde nos reunimos un par de veces, no llegué a comentarle acerca de cuánto me habían marcado tanto su intelecto en general como aquel episodio en particular. Quizás temía que mi confesión fuese percibida como adulancia. El caso es que su prematura muerte nos arrebató tanto a mí como a Venezuela, y como al mundo en general una voz brillante e ineludible. La muerte de Luis fue una pérdida descomunal para Venezuela.

El destino me ha traído ahora a Cambridge, esta mágica ciudad a la que Luis quiso tanto, y cuya legendaria universidad el alma mater de Luis es ahora mi empleadora. Dada mi propia biografía, mi apreciación de Cambridge se entremezcla con mi recuerdo de Luis y mi admiración por él. Pero aun cuando mi particular biografía pueda hacer de mí un caso especial, no soy sólo yo quien tiene a Luis en mente. Me he topado con colegas en Cambridge que conocieron a Luis y me ha conmovido cómo, al surgir espontáneamente su nombre en alguna conversación, brota la inmensa y efusiva admiración que sienten por Luis, aún después de tantos años. Luis poseía sensibilidades particularmente venezolanas (las cuales quizás se volvieron más notorias con el transcurrir de su carrera), pero la extraordinaria calidad de su intelecto no conoció fronteras, por ello fue tan apreciado por propios y extraños.

Al poco tiempo de llegar a Cambridge, y adentrándome en las entrañas de la biblioteca central, conseguí la tesis doctoral de Luis (de 1975): “La noción de hecho: estudios sobre la historia del jurado inglés como una institución abocada al descubrimiento de los hechos”. Si contemplamos la terrible crisis de la verdad en la que estamos sumidos una crisis que ha llevado a que el mero concepto de “hecho” sea visto con ingenuo e incoherente (y peligroso) escepticismo el título de la tesis de Luis es de una vigencia impactante. Pero el subtítulo de la tesis también es sorprendente, que Luis haya escogido como marco de su estudio una institución tan foránea como los jurados ingleses medievales es francamente osado. La destreza con la que Luis se empapó de fuentes inusuales y la exquisita manera en la que desplegó puntos de vista fecundos y de carácter universal, son realmente admirables. Es, como muchas de sus otras obras e intervenciones, un trabajo estremecedor: precoz pero sofisticado; ambicioso pero asequible. Es una tesis pura, seria, honesta, cabal. Vale la pena concluir mencionando también lo que la tesis no es: la tesis no es ni farandulera, ni un instrumento para congraciarse con otros, ni una ocasión para presumir erudición, ni un ejercicio fatuo. Dado lo tristemente comunes que estos vicios son en nuestro quehacer intelectual, su absoluta ausencia en la tesis de Luis y en su trabajo todo es aún más significativa y valiosa. Continuará Luis enseñándonos, de eso no cabe duda.


*Leo Zaibert se desempeña como jefe (inaugural) de la cátedra de teoría penal y ética en la Universidad de Cambridge. Anteriormente fue jefe de la cátedra de filosofía, derecho, y humanidades en Union College (Nueva York). Conferencista y autor prolífico, ha sido becario de la Alexander von Humboldt Stiftung y del National Endowment for the Humanities, y profesor invitado en la Universidad de Ginebra, la Universidad de Oxford y la Universidad de Toronto, entre otras.