Papel Literario

Descubrir a Germán Carrera Damas

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Por JESÚS PIÑERO

En las gradas del Nuevo Circo de Caracas están sentados Antonio Carrera y su hijo, Germán Carrera. Es la noche del 17 de octubre de 1945 y el lugar está repleto de gente. Todos escuchan con atención a Andrés Eloy Blanco, Rómulo Gallegos y Rómulo Betancourt. Con gallardía, pronuncian elocuentes discursos en este mitin convocado por el partido Acción Democrática. El público grita y aplaude. Padre e hijo desconocen lo que está a punto de suceder. Ellos, como el resto de los venezolanos de entonces, están a horas de vivir un suceso que cambiaría el destino del país para siempre: el inicio de una revolución que, a pesar de los obstáculos en el camino, nos convertiría a todos los mayores de 18 años, sin distinción de sexo o instrucción académica, en ciudadanos de la República.

Esta noche en el Nuevo Circo, la palabra democracia sigue siendo desconocida para el joven Germán Carrera, quien en mayo cumplió 15 años. Aunque ya tiene sentido político y le interesa la historia, sólo puede imaginar de qué va aquello a lo que también llaman “el gobierno del pueblo”. Él, como la mayoría de los jóvenes de su tiempo, no está familiarizado con el término y cuando piensa en él, por alguna razón lo asocia con la idea de libertad.

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La primera vez que supe de Germán Carrera Damas fue en marzo de 2012. Empezaba el primer semestre en la Escuela de Historia de la Universidad Central de Venezuela (UCV). Cursaba la primera de las cuatro Técnicas de Investigación Documental —las asignaturas fundadas por él después de la renovación universitaria—, en la que nos habían mandado a leer un texto suyo llamado “Achicar la sentina de la historiografía venezolana”. Fue con ese escrito que en noviembre de 2005 inauguró la Cátedra “José Oviedo y Baños”, de la Facultad de Humanidades y Educación por el sexagenario de su fundación.

Allí presentó una lista de los vicios de una historiografía que se negaba a morir. Hablaba de la vieja historiografía decimonónica, la historia patria, y de la pretensión política por usar la conciencia histórica como legitimación del presente. En ese momento, ya Hugo Chávez había anunciado el camino al socialismo y faltaban dos años para la creación del Centro Nacional de Historia, el organismo que se asumiría como rector de la memoria histórica nacional. Carrera Damas se adelantaba nuevamente a su tiempo y, casi como un profeta, predecía el uso político de la historia, a través del lenguaje revolucionario y del marxismo fosilizado.

A partir de esa lectura, Carrera Damas se convirtió en un autor fundamental en mi formación como historiador. Su presencia en la Escuela de Historia era —y creo que sigue siendo— de primer orden. En cada curso, en cada semestre, en cada conferencia o seminario, su nombre saltaba a relucir. Por eso me acerqué a sus libros. Los leía acompañado de una taza de café para mantenerme despierto mientras intentaba entenderlos. Comprender a Carrera Damas es una exigencia para los estudiantes de Historia. Aunque su pluma no es la más amena y sus enfoques polémicos parecieran carecer de medias tintas, utiliza metáforas y analogías esclarecedoras: “Simón Bolívar fue el primer colombiano de la historia” o “Colombia nació en Venezuela”.

Avanzado en la carrera, llegó un momento en el que me emboté de él. Tanta devoción me incomodaba. Y hubo profesores que me cuestionaron, sobre todo porque me negaba a ser parte de un oficio dedicado al claustro, al carrerismo que inundaba el pasillo. Me oponía a una lectura erudita de la historiografía. Consideraba que el oficio del historiador debía adaptarse a los nuevos medios. Yo, que entonces también estudiaba periodismo —y posiblemente mis argumentos hallaban su lógica allí—, prefería más una historia que se difundiera, más cercana a la ciudadanía y menos enclaustrada en la academia.

Y en el último semestre de la carrera, que coincidió con el quincuagésimo octavo aniversario de la Escuela de Historia, me dieron la oportunidad de ofrecer unas palabras como miembro de la nueva generación de historiadores. Compartí tribuna con el entonces director de la institución, Agustín Arzola, con María Elena González Deluca y, por supuesto, con Germán Carrera Damas, quien habló durante casi dos horas acerca de la responsabilidad social del historiador. Fue allí cuando comprendí a don Germán. Ese día entendí su visión historiográfica, alejada de las interpretaciones de terceros.

Al final de aquella conferencia, conversamos un rato:

—Profesor, cuando descubrí sus libros me costó leerlos, son unos ladrillos —le dije.

Y él, después de pensar por unos segundos, me respondió:

—Pero es que yo no escribo para enseñar; yo escribo para entender.

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Siete décadas y media después de la noche octubrista de 1945, víspera de la «Revolución de Octubre», Germán Carrera Damas tiene 90 años y ya no imagina la democracia como cuando tenía 15, y asistía a los mítines de Acción Democrática con su padre. Ahora recuerda a la democracia, y no sólo como un testigo que la vivió desde aquel momento, sino como un historiador que la refiere en todo lo que escribe, con el fin de que las nuevas generaciones podamos imaginarla con más referencias que las que tuvo él durante su juventud.

Ha pasado mucho tiempo, esos años le enseñaron que estudiar historia es aprender libertad.