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Desarrollo en clave de sol

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Recuerdo cuánto me impresionó saber que, para ese entonces, Venezuela tenía más estudiantes inscritos en música que en deportes, un poderoso indicador del impacto social y económico del proyecto musical”

Por ANA MERCEDES BOTERO

Estábamos cerca del 30 aniversario de la CAF. En poco menos de un año, la institución cumpliría tres décadas de una trayectoria altamente exitosa en el mundo del desarrollo. Presidida en aquel entonces por Enrique García, la CAF era un gran referente en el mundo de los multilaterales. Su visión estratégica, el ingreso a los mercados de capital —y la obtención del grado de inversión—, la innovación en infraestructura física y social, la captura de talento, la rápida capitalización, la estrecha relación con los países accionistas y la independencia que mantuvo —al margen de influencias o intereses políticos— fueron políticas clave de su mandato que posicionaron a la institución en el escenario internacional.

Una mañana como muchas otras, en mis conversaciones diarias con el presidente García, me encomendó liderar un grupo de trabajo para llevar adelante las celebraciones de ese trigésimo aniversario. Hacía ya un par de años que me desempeñaba como directora de la Secretaría y Relaciones Externas de la CAF, un cargo que tenía dos variantes: de un lado, actuando como oficial de enlace con los gobiernos accionistas del banco y los órganos colegiados de la institución, en especial con su Directorio; y de otro, responsable por los asuntos externos y comunicaciones corporativas, en especial la organización de seminarios internacionales y foros de discusión sobre desafíos regionales de interés global.

De Caracas, guardo los mejores recuerdos. Además de subir al cerro todas las mañanas, disfrutaba muchísimo de los conciertos del Sistema de Orquestas en el Teresa Carreño. Me convertí en una gran admiradora de El Sistema y de su modelo revolucionario para transformar la vida de jóvenes, provenientes en su mayoría de familias de bajos ingresos. Recuerdo cuánto me impresionó saber que, para ese entonces, Venezuela tenía más estudiantes inscritos en música que en deportes, un poderoso indicador del impacto social y económico del proyecto musical.

Con Abreu forjamos una gran amistad. Palabras más palabras menos, recuerdo como si fuera ayer que a menudo decía: “Una orquesta actúa como el microcosmos de una sociedad y se convierte en un vehículo ideal para fortalecer valores de solidaridad, respeto, disciplina y liderazgo. Es una de las formas más efectivas de construcción de ciudadanía”.

Nuestras conversaciones eran profundas y también divertidas. Aprendí a valorar el arte como motor de cambio y desarrollo, la cultura como herramienta de crecimiento personal y colectivo y la música como vehículo transformador y de enriquecimiento espiritual.

No lo pensé dos veces. Nos fuimos a cenar a mi restaurante favorito en Caracas, Da Guido, un clásico de la comida italiana con una tradición de más de 50 años y con los camareros más amables de la ciudad. De ese encuentro, surgió la propuesta de utilizar el aniversario de la CAF como una plataforma regional en la que el modelo de El Sistema fuera el vehículo comunicacional para transmitir un mensaje persuasivamente político de esperanza y de alegría, pero sobre todo, de educación y desarrollo social. En ese momento no me imaginé en la gigantesca tarea, gerencial y logística, que estaba a punto de echarme sobre mis hombros. Tampoco pude imaginarme cuán transformadora —tanto profesional como personalmente— sería esta experiencia. El Sistema había transformado las vidas de más de 300.000 jóvenes inscritos desde 1975. En un sentido similar, me convertí en el estudiante número 300,001 de   El Sistema.

A Enrique García le encantó la idea, lo cual por supuesto no me sorprendió dado su liderazgo y su capacidad para identificar oportunidades novedosas de desarrollo y abrir nuevos campos de acción para la CAF.

¡Manos a la obra!

Acordamos construir una orquesta con jóvenes músicos de los cinco países andinos de América del Sur —Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela, países fundadores del Banco— que ofrecerían un concierto de alta calidad como el evento central del aniversario al año siguiente. Nuestros invitados más importantes incluirían figuras políticas, ministros de finanzas, jefes de bancos centrales, instituciones financieras privadas e internacionales y las familias de los músicos.

El concierto se convertiría en una especie de manifiesto social, visibilizando al modelo como una poderosa herramienta de construcción de capital social y de lucha contra la exclusión, la pobreza y la violencia.

La orquesta estaría compuesta por 35 niños y niñas, de cada uno de los cinco países andinos, provenientes principalmente de sectores de bajos ingresos. Los desafíos eran inmensos:

Primero, un conjunto musical de 160 músicos de distintos países era un esfuerzo titánico, por no decir excepcional en el mundo de la música clásica. Para ilustrar la magnitud de este desafío, basta con recordar que las orquestas del siglo XVIII comprendían alrededor de 40 músicos, las del siglo XIX alrededor de 60, y las orquestas del siglo XX y XXI generalmente entre 95 y 110.

Segundo, el entrenamiento durante 11 meses involucraba un país a la vez; no había ensayos colectivos del grupo y en esa época no teníamos las facilidades tecnológicas del mundo actual. Los violines de Perú no conocían a los de Colombia, Bolivia o Ecuador, lo mismo ocurría con las violas o los violonchelos; en última instancia, para el año siguiente, todos debían coordinar y afinar entre sí de forma armónica: el arpa, las cuerdas, los vientos, los instrumentos de metal, la percusión.

Tercero y en consonancia con nuestro manifiesto social, queríamos demostrar que la calidad musical y la excelencia técnica son independientes del estatus social y económico. En otras palabras, el objetivo era que nuestra Orquesta Juvenil Andina alcanzara un nivel de rendimiento equiparable al de una orquesta como la Filarmónica de Berlín o cualquier otra. De esta manera, demostrábamos que la educación musical, siguiendo el modelo de Abreu, era un activo estratégico para el progreso y el desarrollo de la región que debería inspirar a los tomadores de decisión de nuestros países.

Con el visto bueno del presidente García, además del dinero y personal adicional, comenzamos a identificar con Abreu y su equipo, a los posibles miembros de la orquesta, con el apoyo tanto de la red musical en Venezuela como de músicos locales en cada país.

Fue un proceso increíble. Los candidatos debían demostrar no solo su talento musical sino también su creatividad, su mentalidad abierta y su conexión emocional tanto con la música como con el público para convertirse en ejemplo de valores profesionales, éticos y estéticos. Entrenaríamos durante 11 meses a través de lo que concebimos como un Conservatorio Andino Itinerante – CAI, una innovación social de gran impacto. A la complejidad y la variedad del programa musical del concierto aniversario, se sumaron la Schola Cantorum, una agrupación coral de talla internacional, liderada por María Guinand y Alberto Grau, quienes se convirtieron en socios incondicionales con la incorporación del tema coral. Nace así, de la mano del CAI, las Voces Unidas a Coro, el VAC, a los que posteriormente se unirían talleres de lutería para fabricar y reparar instrumentos musicales.

El conservatorio realizaba viajes periódicos a los cinco países, con maestros venezolanos para enseñar a nuestros estudiantes durante siete a diez días sobre interpretación y composición musical. Esta dinámica se fortalecía con 10 semanas adicionales. En cada país, la red musical ofrecía profesores y directores de música que apoyaban el proceso como una extensión de nuestros instructores. Además, los estudiantes más talentosos de cada grupo nacional contribuían con la enseñanza a sus pares, proporcionando una dimensión educativa adicional que fortalecía el compromiso y la motivación profesional. En períodos de pocas semanas, los maestros venezolanos regresarían para monitorear y continuar el entrenamiento práctico y la disciplina ciudadana. ¡Un estilo de vida! En varias ocasiones acompañé los talleres de instrucción musical, tanto para aprender como para documentar el proceso. El Maestro Abreu y su equipo de profesores, además de su talento musical y su capacidad de enseñanza, trabajaban como si fuesen padres educando a sus hijos; más allá de la técnica musical, inculcaban una serie de intangibles y de valores para forjar jóvenes referentes de una ciudadanía responsable e inclusiva. De semana en semana, durante 11 meses, los chicos fortalecieron sus habilidades sociales, esas de las que Abreu tanto hablaba para crecer holísticamente y convertirnos en mejores seres humanos. La formación, destacaba la importancia de la empatía, la comunicación, el liderazgo, la creatividad, el trabajo en equipo, la disciplina, así como el acceso a la belleza y a la sensibilidad.

Seguimos ensayando y ensayando. El grupo completo de 160 jóvenes se reunió por primera vez en Caracas, 10 días antes del gran concierto.

Fue una verdadera hazaña musical y social. ¡Una experiencia extraordinaria! Inspiración, pasión, trabajo y más trabajo. El concierto en el Teresa Carreño, una presentación de dos horas y media, fue un gran éxito. El teatro, con una capacidad de 2.300 personas, estaba repleto, aforo por el cual dejé de preocuparme cuando Abreu me dijo que sentarse en el suelo, si fuese necesario, sería otro indicador de éxito de la noche.

A petición de los cuatro países restantes, replicamos el concierto en Bogotá, Quito, Lima y La Paz, trasladando a los jóvenes músicos e instrumentos por toda la región. Se realizaron presentaciones en cada una de las capitales con la presencia de cada uno de los presidentes de cada país. El colectivo de la orquesta y los talleres itinerantes, instrumental y coral, el presidente ejecutivo, mi equipo y yo viajábamos comprometidos y entusiasmados por los cinco países andinos fundadores de CAF.

Cada uno de estos desplazamientos suponía un esfuerzo logístico enorme, ya que se trataba de asegurar la integridad física y espiritual de ese numeroso contingente humano, el traslado en buen estado de los instrumentos musicales, la organización de los ensayos, entre otras obligaciones.

Después del recorrido regional y de la realización de conciertos que movilizaron de forma entusiasta a los presidentes, la élite política y a los medios de comunicación de cada país, la pregunta del millón no se hizo esperar. ¿Y ahora qué? ¿Qué hacemos con todo esto? De allí nació el Programa de Acción Social por la Música de CAF. El Maestro Claudio Abaddo se convirtió —en palabras suyas— en el conductor espiritual de la orquesta. Los estudiantes lo llamaban cariñosamente el Maestro Amado. Gustavo Dudamel, como parte del equipo, ya se perfilaba y sobresalía como el gran director de orquesta que conocemos actualmente.

Se creó un nuevo campo de acción en la CAF. La relación de Abreu y de El Sistema con la institución abrió paso a una temática nueva y diferente, la de contribuir con nuestra misión de desarrollo e integración, a través del arte y la cultura. Además de institucionalizar el Programa de Acción Social por la Música en sus tres variantes. Poco tiempo después, se creó una oficina de desarrollo cultural y comunitario, que tuve el privilegio de liderar. Un proyecto que, fortalecido desde nuestro aprendizaje con Abreu, trazaría una ruta de desarrollo social en la que, conjuntamente con mi equipo, potenciaríamos en el territorio, un conjunto de herramientas de alto impacto, incluyendo la música y el deporte, para promover capacidades locales de empoderamiento y agencia en comunidades vulnerables.

En CAF todos aprendimos de El Sistema y del Maestro Abreu. La CAF en su totalidad se vistió de orquesta. Nos convertimos en el rostro humano del desarrollo. No solo conté con un equipo extraordinario que logró coordinar y afinar armónica y colectivamente las tareas requeridas, sino que también todos los funcionarios de CAF —si bien directamente no pusieron en marcha el proyecto— participaron elocuentemente con su aplauso, su entusiasmo, su admiración por los jóvenes músicos y su receptividad con la incorporación de temas culturales y comunitarios, en ese momento considerados altamente innovadores, en el portafolio de la institución y del desarrollo. Todos en equipo y bajo la batuta del presidente ejecutivo, a quien siempre le estaré agradecida por la confianza que depositó en mí y por convertirme en su cómplice para exportar a través del modelo de El Sistema una dimensión adicional a la agenda de desarrollo de la institución.

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