Por MOISÉS CÁRDENAS
En el año 2004, Alfadil Ediciones publicó el libro Perversos del escritor venezolano Alberto Jiménez Ure (1952). Autor de más de 40 libros, que destacan en los géneros de poesía, novela y cuento. También ha publicado reflexiones y pensamientos.
Alberto Jiménez Ure es un poeta filosofal, un terrícola con una mente expandida hacia la galaxia literaria. El lugar de nacimiento influye en el desarrollo y la personalidad del ser, y como Ure nació en Tía Juana, un campo petrolero, tal vez el hidrocarburo yace en la piel del escritor; de ahí su fuerza oceánica y voraz.
La obra literaria de Alberto Jiménez Ure es, obsesivamente, metafísica. Quizás sea una locura mía al considerar que el lugar de nacimiento del escritor tiene algo que ver con su escritura y forma de expresar los textos. El petróleo extraído de las rocas y del fondo de la tierra salpica las palabras en Ure, llevando consigo el líquido inflamable en cada una de sus obras.
En el universo literario se presentan escritores para todos los gustos y, en otros casos, disgustos. He notado que en la literatura venezolana las obras de Ure causan disgustos o repugnancia en algunos sectores académicos, pero en otros intelectuales admiración, y en los lectores donde importa la presencia de su obra, sus escritos gustan hasta el punto de querer leer más, llevándolos a una obsesión y vicio.
Tal es el caso del libro de cuentos Perversos, donde se narran escenas crudas, delirantes y monstruosas de nuestra especie. En Mutilado se encuentra la lucha animal de dos personajes, Bia, una mujer hermosa, inteligente y encantador que asume «los típicos comportamientos de las casadas». El otro personaje, Ocunue, su esposo, un intelectual, atractivo para muchas mujeres. Acá es donde entra el conflicto. Sucede que Bia elige la violencia para hacerle la vida imposible a su marido. En unos de los párrafos del relato, se lee:
«-Eres un degenerado –solía gritarle-. Un tipejo egocéntrico, bruto, ordinario, camionero, promiscuo, sádico, estafador […]» (2004: 14). Eran las obscenidades que expedían la boca de la encantadora Bia.
Pero lo animalesco, se presenta aquí:
«[…] De su boca brotaba espuma, sus ojos (que normalmente eran verdes) se volvían llamas y sus labios adquirían una mueca horrenda. Es decir: su belleza se transformaba en monstruosidad» (2004: 14-15).
El ambiente que prosigue en el relato se describe malvado. Bia y Ocunue se lanzan a las crueles mordidas de la realidad.
«[…] lo lesionaba con diferentes instrumentos, le arrancaba los cabellos, lo rasguñaba y hasta quiso dejarlo ciego (le arrojó el contenido de un frasco de alcohol puro en los ojos, provocándole una grave irritación corneana) […]» (Jimenéz Ure 2004: 15).
El autor del cuento Mutilado lleva a la locura de los personajes. Por un lado, la bella Bia es un ser escalofriante, mientras Ocunue más que sumiso es la víctima. Encontramos lo que hoy se conoce como violencia de género. En la narración no es la ficción, es la realidad en las páginas del cuento.
«[…] De pronto, afiló el cuchillo que usaba para deshuesar pollos: y, luego de ponerlo erecto, cortó su falo. Automáticamente, del tronco brotaron chorros de un líquido color ocre (cuya consistencia recordaba al barro) […]» (Jiménez Ure 2004: 15).
El cuento, con un aurea fantástica, describe, de forma escalofriante, una escena de terror. En el universo literario de Jiménez Ure, lo horroroso está presente. En Venezuela es raro encontrar a escritores que relaten textos macabros o tenebrosos, donde se presente las acciones humanas. En un país perverso como el nuestro, el tema del terror humano está presente día a día. Jiménez Ure no siente pudor en relevar su escritura. ¿Por qué ocultar la realidad?
El autor prefiere hablar del mundo, de manera implícita, lo muestra cuando lo expresó el 13 de abril del año 1981:
«[…] Soy enemigo de la ficción: aquella que presenta al mundo tal cual nuestros ojos lo ven. El folklorismo en la literatura es como la impaciencia en un budista: profana. Cuido mis textos de ese mal porque confisca a los autores a frívolas recompensas materiales, y no trasciende. Triunfa más quien durante su vida sostuvo su locura que quien, por cobardía, asume el papel de imbécil con miméticos pensamientos.» (Jiménez Ure 2018: 169).
El texto Mutilado no es un cuento, es una realidad. La violencia de Bia es la personificación de la violencia de género, ella semeja aquellas personas que usan la violencia verbal para llevar a la víctima a la locura. El falo de Ocunue es castigado, amputado por él mismo, bajo los influjos mentales de Bia. En la realidad hay mujeres perversas que cortan el miembro de su pareja, compañero o amante. En otros casos, castran el miembro, sin dar complacencia sexual y dejando al hombre con las ganas del coito. La literatura más allá de plasmar la escritura, también devela acontecimientos reales, la cuestión está en la forma de escribirlos.
Se puede apreciar, en medios gráficos y digitales, fotografías macabras de asesinatos, accidentes, tragedias humanas, y estas cosas son publicadas; leídas. En cambio, escribir sobre estos menesteres en un relato hace horrorizar los ojos. ¿Será que el texto ingresa en la mente? En el cuento, Bia prosigue con su violencia verbal:
«Hijo de puta –lo espetaba-. No tienes palo e igual me traicionas con tu lengua… He visto sangre en tus labios. Ni siquiera esperas que tu secretaria deje de menstruar para lamerla como lo que eres: un perro escabioso…» (Jiménez Ure 2004: 16).
El lenguaje soez de Bia es el vómito de su ira y maldad. La agresión física va más allá de ser dominante, es la materialización de la perversa. ¿Sucede en la realidad? Tanto hombres como mujeres se enfrentan a batallas mortíferas de ataques verbales y físicos. Jiménez Ure presenta en su cuento estas situaciones, donde Ocunue materializa los desequilibrios de Bia. Porque llega él hasta el punto de quitarse la lengua.
Ocunue pierde el habla, y le da paso a la bestia de Bia. Hoy en día nuestra sociedad es horrenda. La libertad de hablar y expresar es mutilada. El individuo es llevado hasta el punto del suicidio moral. El órgano más importante de nuestra especie es eliminado. En los regímenes, la lengua de la población no tiene autoridad, solo la lengua de los poderosos, de los tiranos. Aunque el pueblo sumiso busque miles de formas de encontrar su órgano, la lengua es quemada por el fuego de la maldad.
En el cuento, cuando la lengua de Ocunue cae al suelo, surge el espanto:
«Un voluntario fue y pudo ver cómo el perro de Bia, un pequinés de hocico extra, se disputaba entre cucarachas y hormigas el pedazo de carne» (Jiménez Ure 2004: 17).
En el cuento, la carne es el trofeo donde los animales se pelean por tenerla. Es que desde el inicio del cuento, la carne está presente:
«Durante más de un lustro, Bia eligió la violencia para dirimir sus desacuerdos con Ocunue: los puños, las uñas y objetos domésticos […]» (Jiménez Ure 2004: 14).
Violencia y más violencia desatada en las paredes del departamento del matrimonio. La casa como epicentro del terror, metáfora de una nación autoritaria donde la carne puede ser profana o santa, presentándose con el disfraz de la mujer de Ocunue.
«Por su parte, Bia visitaba, todas las noches, una iglesia evangélica. Se confesaba arrepentida y penitente» (Jiménez Ure 2004: 17).
*Jiménez Ure, Alberto: Perversos. «Ediciones Alfadil», Caracas, Venezuela, 2004.
**Jiménez Ure, Alberto: Suicidios. Versión digitalizada. Consultado el 06-02-2020. Disponible en https://www.academia.edu/35668947/SUICIDIOS_POR_A._J._URE_DIGITALIZADO_2018.pdf