Papel Literario

De los maravillosos años 80 a las posibilidades del siglo XXI

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Por ESMERALDA HINCAPIÉ (1)

Introducción

El legado de Maritza Montero a las ciencias sociales fundamenta hoy investigaciones del siglo XXI dedicadas a entender las implicaciones sociales del declive de las certidumbres anunciado por las ciencias sociales y por las ciencias de la complejidad. La profesora fue visionaria cuando indicó que los actores sociales expulsados son personas “desvanecientes” en cada crisis, que ellas son las que podrían captar los efectos subjetivos y sociales de la crisis que producen los cambios de paradigma, y, tal vez, las que tendrían las claves para captar las nuevas formas de estar en un mundo no previsto, las que abrirían nuevas posibilidades de transformación. Esta capacidad para adelantarse a su siglo está en las líneas teóricas y metodológicas que marcó en el continente, y que pensadores colombianos adoptaron para entender los cambios sociales del país. En este texto se presentan algunas de ellas, las que en la experiencia de la autora son más relevantes

El poder liberador de la crítica

La crítica que impulsa es aquella que devela los límites e intereses de las formas de conocimiento atrapadas en una racionalidad moderna que ve realidades objetivas a estudiar para prever, controlar y adaptar; devela el uso de ese discurso científico para legitimar el mantenimiento de relaciones de inequidad y sometimiento, debido a esas formas establecidas de comprender el mundo. Se liga a una psicología social construccionista que pone el énfasis del cambio en los discursos, y aporta desde Latinoamérica el énfasis del cambio en la praxis (Montero, 2010a), en el poder liberador de la crítica (Montero, 2004b) cuando subvierte el modo de ver las cosas, cuando desencaja los mecanismos de poder que sostienen visiones y posiciones establecidas como las únicas que permiten comprender el mundo para mantener jerarquías y relaciones basadas en la desigualdad y la sumisión. Esta postura la comparte con otros teóricos críticos, en particular, ella dedica varios textos a mostrar lo que la une a la sociología crítica de Orlando Fals Borda, a la educación popular de Paulo Freire y a la psicología política de Ignacio Martín-Baró (2).

La crítica en América Latina adopta una postura ética y política específica en la que los actores sociales actúan y toman posición frente a esas formas de conocimiento dominante. Siguiendo a Montero (2002), la crítica es práctica reflexionada y transformadora, que genera teoría en un movimiento analéctico, en el sentido que Dussel (1992) da a este concepto, es decir, que incluye el saber y la acción social de los que no conocemos, lo inesperado y lo distinto de la otredad, colocado en situación y con enfoque dialógico. (Hincapié, 2019, p. 31)

El compromiso en la participación comunitaria, la praxis y su vínculo con la IAP

Tal vez la participación es el concepto más difundido en las cátedras universitarias de Colombia, uno de los menos estudiados a profundidad y sometidos al abuso, tergiversando la insistencia de ella en responsabilizar a los miembros de la comunidad por las interacciones y producciones que activa su participación (Montero, 2010a). No olvido su maravillosa capacidad para hacer ver la palabra plena oculta en los lugares comunes que se repetían en los talleres con población desplazada en Colombia, para ver el oro entre tanta rena. Con ella, los relatos de destierro desgarrador se convertían en el potencial de estas comunidades para asistir a la vida en la incertidumbre que nos trae el nuevo siglo, ellas “inventan tácticas de sobrevivencia que les hacen sentir que nadie es totalmente inerme, que nunca se sabe lo que un sujeto puede hacer cuando se ve enfrentado a condiciones extremas” (Hincapié, 2019, p. 112). Años después, al revisar el texto final de mi tesis, me escribe: “Has colocado aquí la verdad del mal y la increíble paciencia de lo imposible” (Montero, comunicación personal, mayo, 2016. Citada por Hincapié, 2019).

La capacidad de resistencia de las minorías ha estado muchas veces subestimada […] Esto puede producir un debilitamiento de la imagen de esos grupos que, observados con atención, pueden mostrar una sorprendente variedad de recursos que les permiten mantener vivas sus creencias, sus costumbres y su identidad, desarrollándolas y conservándolas incluso en medio de decisiones adversas. (Montero, 2006a, p. 127)

La participación como categoría central de la psicología comunitaria completa su potencial en investigación con el ingenio que ella tiene para captar el conocimiento que los actores construyen en la reflexión sobre sus prácticas (praxis), y con el encuentro de la teoría de Fals Borda en Colombia, quien complementa el método IA (Investigación-Acción) con la IAP (Investigación-Acción-Participación).

De la categoría marginalidad a la categoría expulsión

En los años 80 usó de manera magistral la categoría marginalidad en sus investigaciones. Décadas después empieza a señalar la complejidad de las relaciones en las comunidades y el límite de una categoría que lo cubría todo. Le propuse estudiar y discutir lo que decían al respecto otras ciencias sociales y las ciencias de la complejidad, encontré la categoría expulsión de Saskia Sassen (2015) para señalar las diferencias de los mecanismos aplicados en el siglo XXI a esas minorías con las que trabaja la psicología comunitaria y definidas en el siglo XX por la profesora como aquellas a las que el orden establecido les quita el poder de decidir dónde y cómo vivir, a la vez que les impide las condiciones para adquirirlo (Montero 2006a). Esta fue la guía para investigar comunidades expuestas a un estado de agonía permanente, a una vida errante en medio de la incertidumbre, enfrentando actores armados, destierros, desastres, fuerza pública, etc. Ahí estaba la nueva forma del contrapoder que propuso en la ética de la relación, ahora emerge en coordenadas del siglo XXI, es un tipo de organización no planeada, por tanto, no identificable con presupuestos de orden, control y certeza modernos, configurada por conexiones intensas e instantáneas en momentos de crisis. Identificar estas nuevas lógicas comunitarias, conectivas, dispersas y granulares es un reto para los investigadores del siglo XXI, es un contrapoder que se opone al poder de un sistema neoliberal que expulsa con la brutalidad de no necesitar lo humano para producir plusvalía y lo borra sin dejar rastro en un mundo financiero de complejidad creciente (Hincapié, 2019)

La ética de la otredad y la epistemología de la relación

Con esta propuesta invita a revisar, politizar o desideologizar los presupuestos impuestos de la ciencia, de esa epistemología moderna que ha impedido dimensionar lo comunitario porque su unidad ontológica es el yo. Poner en diálogo referentes distintos que incluyen al otro, al extraño que Europa dejó por fuera, en un proceso analéctico (Montero, 2002, 2010b). Este cambio supone entender que: a) la unidad ontológica no está en el Yo sino en la relación, porque el actor social se ubica en y por la relación, en este sentido las relaciones son las que nos oprimen o liberan, por tanto, la libertad está en aceptar las diferencias (Montero, 2010a, 2010b); b) la producción de conocimiento se da en relación, como también lo enseñó Paulo Freire; c) la ética del otro como digno otro, la celebración de la diversidad; d) la política de lucha por los derechos de los excluidos. Para esto, la profesora retoma de Dussel (1992, 1998) la crítica a la totalidad hegeliana y su propuesta de totalidad analéctica:

Del individuo y su identidad estable a la subjetividad y su “ir siendo con el otro”

Desde el principio de su producción, hace la crítica a una psicología que insiste en vigilar el cumplimiento de un comportamiento socialmente esperado, ligado a los valores de orden, control y equilibrio, en un proceso evolutivo de adquisición de rasgos, determinados por leyes naturales, hacia la adquisición de una identidad adulta para estabilizar posiciones de sujeto. Adhiere a la psicología social construccionista que ve en el carácter discursivo de estos procesos sistemas hegemónicos de significación que inducen ideales, puntos de identificación, aspiraciones dominantes, etc. Complementa esto con los presupuestos de Paulo Freire, Fals Borda y Martín-Baró, para poner el énfasis de la transformación en el encuentro dialógico con el otro, en la praxis desestabilizadora y creadora, en ese ir y venir del conocimiento, de los discursos que lo vehiculizan y las subjetividades que se forjan.

El valor de este giro es evidente en un siglo de certidumbres, en el que la inevitable inestabilidad desvanece la identidad y disloca las posiciones de sujeto. Esta nueva perspectiva cambia la certeza por la posibilidad, pone el acento en el cambio, en la transitoriedad, en el sujeto situado, en la forma de estar con los otros en sus circunstancias (Montero, 2002, 2010b)

[…] las condiciones de dislocación espacio temporal del sujeto expulsado dan la oportunidad de entender que estar es hacer e ir siendo con el otro […] La vida cotidiana va formando una ética de la relación en la que el Uno es un Nosotros (Montero, 2010a), un sentimiento de comunidad (Montero, 2004a, 2006a) emergente en situaciones de riesgo entre personas muy diversas” (Hincapié, 2019, p. 23 y 37).

La fuerza del sentimiento de comunidad

La fuerza de la gente es estimulada por psicólogos comunitarios en campo y difundida en libros y artículos de autores colombianos, con ello buscan alternativas de atención a poblaciones en medio de un conflicto armado cada vez más perversamente degradado, complejizado con los planes ocultos que dan lugar a genocidios de Estado, a vínculos entre narcotráfico, paramilitarismo y corrupción política. Entre 2012 y 2016, una investigación que se propuso entender esta fuerza en el desplazamiento forzado encontró gente con una extraña inteligencia y manera de actuar, por fuera de los referentes de espacio y tiempo modernos. Al acecho y camaleónicos, se mueven con tácticas azarosas para hacerse invisibles y cohesionarse de manera imprevisible en situaciones de riesgo en las que se juegan la vida, con esa fuerza que los impulsa a trascender lo extraño para hacerlo otro y construir el nosotros, a celebrar las diferencias de clase, región o cultura. (Montero, 2002, 2010b, 2015; Hincapié, 2019)

El conocimiento situado y la celebración de la diversidad

Esta idea empieza a formarse en el sistema conceptual de Maritza desde los años 70, cuando en sus clases y encuentros comunitarios afirmaba que la base del cambio estaba en “la capacidad de reconocer la diversidad de los actores sociales intervinientes y de señalar la relación entre los fenómenos sociales y el contexto o situación en que se dan” (Montero, 2004b, párr. 24). Tal vez ella es una de las primeras influencias que recibe una de sus estudiantes destacadas, Marisela Montenegro, para animarse a estudiar la categoría de conocimiento situado con la que fundamenta en su tesis doctoral la propuesta de intervenciones situadas, totalmente acordes a las que la profesora impulsaba:

Haraway (1995) explica que, si bien el conocimiento orienta las relaciones entre distintas posiciones de sujeto, esas relaciones a su vez lo modifican y, en consecuencia, el conocimiento de quienes participan en una situación es un conocimiento contingente a cada una de las posiciones involucradas, lo cual trae como consecuencia que cada agente se debe responsabilizar por este conocimiento parcial […] “en contextos donde se definen relaciones de poder y posibilidades de alianzas (Montenegro, 2001, p. 5)” (Hincapié, 2019, p. 33)

Al inicio del siglo XXI, en el ámbito de las ciencias sociales y de la complejidad, esta es la ruta que invita recorrer el equipo de sabios que escribió el informe titulado Abrir las Ciencias Sociales (2006) y en otras publicaciones de dos de ellos, Immanuel Wallerstein (1997, 1999, 2004) y Prigogine (1994, 2006), dedicados a advertir el declive de las certidumbres, el necesario replanteamiento de las categorías fundantes de la revolución científica del siglo XV que continua dominando la ciencia en el siglo XX. Estos autores “invitan a reencantar el mundo y a relativizar la objetividad, así como lo hace Montero (2004a, 2004b, 2006a, 2006b, 2010a) en la psicología comunitaria cuando liga el conocimiento al contexto social y acepta que toda conceptualización tiene compromisos” (Hincapié, 2019, p. 171).

Al cierre, gratitud, afecto y admiración.

Quienes han trabajado con ella, discutido teorías, compartido seminarios, escrito textos y disfrutado su fino humor, saben de su rigor en la argumentación, minuciosidad en el tratamiento de fuentes y datos, capacidad de escucha y profundo respeto por el saber de las comunidades que acompaña y asesora. Quienes han sido guiados por ella, saben que, con su inteligencia, conocimiento, experiencia y sabiduría, ella juega en la perfecta tensión entre acompañar, corregir y dejar en libertad. Quienes son profesores de sus teorías, métodos y fundamentos saben de la gran obra que entrega al mundo. Quienes acompañan comunidades en el cambio de sus condiciones de vulnerabilidad, saben que en sus enseñanzas está la clave.


Notas

1 Profesora Titular Jubilada de la Universidad Pontificia Bolivariana, Doctora en Ciencias Sociales, Investigadora del Desplazamiento Forzado en Colombia y los Asentamientos Urbanos. Tesis doctoral Summa Cum Laude “Comunidades Transformadoras de Ciudad” dirigida por Maritza Montero.

2 Cabe anotar una crítica que le hacen seguidores de estos dos autores en la línea que llaman “radical o emancipadora”: ven en ella una postura muy prudente o ingenua, incluso algunos dicen que refugiada en la comodidad de su estatus económico. Debate que supo dar con altura durante décadas.


Referencias

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