Por LUIS MANUEL CUEVAS QUINTERO
“Una imagen mental del mundo que se levanta en el tiempo
jamás podrá proporcionar aquel sentimiento de seguridad
propio del edificio levantado en el espacio”
Martín Buber
La vida política de los partidos está atravesada por experiencias de espacios y lugares (1). En tal orden responden a escalas vividas de inconformidad con la situación política, de la necesidad de dar solución de continuidad a los problemas en el espacio concreto en donde se juega la existencia ciudadana y sus expectativas, de sentirse libres en el espacio que puede concebirse como una gran casa que habitamos. La acción política en estos términos se explica en la asociación de dos procesos: a) se desarrolla en un espacio que es disputado; b) produce un nuevo espacio, esto en términos de crear e inventar un proyecto nacional en un territorio y en los lugares, base concreta de lo que Stuart Elden llama política (2) y, en consecuencia, de la libertad que implica un estar ahí, una permanencia no sin sobresaltos en un territorio compartido que llamamos Estado y en concreto comunidad cuyo fundamento se encuentra en el derecho a habitar con todas las implicaciones del término (3).
Cartografías enfrentadas. Democracia y autoritarismo
Si miramos un mapa actual del estado político del mundo podemos ver un contrapunto entre democracias plenas y autoritarismos. En efecto, el Democracy Index 2020, In sickness and in health?, publicado por The Economist (4), nos proporciona un instrumento visual que impacta las posibles preguntas sobre la legibilidad de un mundo político y cosmopolítico nacional y supranacional cuyas tensiones nos hablan de modelos que espacializan y fragmentan el mundo, pero también muestran las fuerzas correctivas y de movimientos ciudadanos que reclaman derechos en los espacios públicos que hacen resistencia al poder unívoco de los autoritarismos. ¿Cómo leer en el espacio la historia de los partidos políticos? ¿Cómo leer la historia de un partido como Acción Democrática en la geografía de las diferencias y las identidades políticas de Venezuela y del mundo? ¿Cómo leerlo en las condiciones de historicidad y de geograficidad que lo sostienen y lo modifican a la vista de este mapamundi inquietante?
El mapa expresa la división desigual y claramente diferenciada de la vida política global en el contrapunto entre Full democracies y Authoritarian regimes. Si detenemos nuestra mirada en Venezuela, podemos observar que se encuentra clasificada entre los países con notables ausencias de libertades, es decir, autoritarios.
La interpelación espacial nos obliga a amplificar nuestra relación con la historia tradicionalmente asociada a la variable del tiempo. En tal orden de premisas, las dimensiones espacio temporales autorizan una pregunta de sentido en atención a una política concreta que se desarrolla en el espacio y que también lo produce. Cómo es posible que un país como Venezuela, considerado por muchos estudiosos una democracia estable en medio del mar de inestabilidades dolorosas y de la herida abierta de Iberoamérica, con partidos robustos que no cayeron en la “dictadura de partidos” como por ejemplo el PRI en México, una especie de dictadura perfecta y relativamente aceptada por todos según lo había calificado Vargas Llosa en los 90 en el célebre debate El siglo XX: la experiencia de la libertad, organizado por Octavio Paz, haya llegado a tal situación autoritaria y no necesariamente por vías violentas, sino por el camino electoral y, más adelante, sosteniéndose por medio de la instrumentalización del voto y métodos coactivos.
¿Cómo es posible que un país con una larga tradición democrática fraguada contra el autoritarismo y la dictadura aparezca hoy en el mapa de las geografías políticas del deterioro de la vida ciudadana, sus derechos y deberes? Junto a esta relación y en el plano de lo vivido, la situación de incertidumbre, de pulsión de muerte y de sensación de desorientación en el espacio y en el territorio envuelve el modelo autoritario que se ha implantado en Venezuela y que se creía superado en atención a un pasado ya lejano como era el de las dictaduras gomecista y el de la llamada década militar del triunvirato y Pérez Jiménez. Parece que la “parábola del temor a la seducción”, como llamó Alfredo Angulo al proceso de pérdida del control del poder civil sobre el militar y la indiferencia popular, abonó al ceder espacios, el campo para que se desmoronara el paradigma de “unas fuerzas armadas obedientes y no deliberantes” (5), y con ello, la vuelta del hombre fuerte de retórica persuasiva y delirante.
La incertidumbre propiciada por las crisis del tiempo/espacio político es percibida y abordada de formas diferentes. La experiencia del espacio y de los lugares remite a comprender diferencias que en el contrapunto de la nostalgia del pasado y la deriva actual habilitan un tercer lugar de observación y enunciación que autoriza a entender el problema político en la dimensión de una geografía de los partidos, de su construcción dentro de las luchas democráticas y su deslave o erosión en la emergencia de un modelo autoritario cuyo imaginario se asentó sobre las bases del historicismo bolivariano como apreciaría Luis Castro Leiva y en el horizonte del imaginario cubano Castro comunista de la revolución. La llamada revolución bolivariana pasó a ocupar según se observa en el lenguaje de sus actores y en sus discursos y relaciones de “mejor amigo” una posición ancilar cuando no de satélite. La paradoja del cambio y el progreso nuevamente convocado como solución a los problemas nacionales terminó subalternizada por la geopolítica castrista.
Las lecturas posibles sobre los partidos políticos y su lugar dentro de la democracia no son ni lineales ni tampoco evidentes. En un plano general, la historia moderna de América Latina está atravesada por una dialéctica entre democracia y autoritarismo. Existe un inmenso corpus de ensayos, libros y artículos que se han dedicado a su estudio. Todos, sin embargo, se encuentran en la pregunta por el sentido de la democracia, por el papel de sus actores situados en un territorio, sin ser muy claros en la cuestión espacial, esta atraviesa todos sus análisis.
La pregunta por la fortaleza o la debilidad democrática en los planos más concretos de las escalas espaciales, en su historia causal pero también en las contingencias, es clave. La política, sabemos, en su origen está ligada a la Polis y a los demos, luego a la República en sus sucesivas fases de transformación. Estas instancias producen y definen un territorio, es decir, un dominio espacial para el bien común y la convivencia cuyos lugares concretos están en la ciudad y en el campo, luego en los flujos e intercambios. Dispuestos en capas espaciales los lugares, los territorios y hasta el paisaje están vinculados a una atmósfera de la vida política y, con ello, a la historia de los partidos políticos.
Si revisamos los lugares de la memoria, sin duda alguna los archivos fotográficos y los testimonios muestran la espacialización política de Acción Democrática, en tal orden, podemos reducir ese archivo de lugares de la memoria a imágenes de los mítines y romerías, a la casa de Acción Democrática, la inauguración de Guri, la nacionalización del Petróleo y el despacho de Miraflores, el terrible día de los dos golpes de Estado del 1992. Esas imágenes organizan las fuentes de una geografía del partido, sostienen diversos momentos históricos del imaginario político de la democracia venezolana, interpelan y conducen a una comprensión diferente de su historia y de las narraciones que dicen y no dicen.
Habitar la casa. Metáfora y geosímbolos de la construcción democrática
Gran parte de la historia política venezolana está ligada a los partidos, esta historia conoce un giro democrático inscrito en el orden de una modernidad vinculada a razones de justicia y derechos, también de emociones cuya historia está aún por hacerse. De Acción democrática, no olvidemos, se decía que era el partido del pueblo y ese Pueblo tenía en la Casa del partido su lugar más concreto.
La casa se convierte en un centro que está en todas partes. Pero antes de la diseminación de casas políticas está la casa clandestina, la casa del exilio. Los actores políticos de la primera Acción Democrática no se pueden explicar sin este subespacio, espacio de emergencia representado por el lugar de la conspiración contra la dictadura, casa familiar de citas nocturnas o casas en el exilio en donde, como siempre ha sucedido en la historia aún no contada de Venezuela, se imaginó y pensó en la distancia el país. El Plan de Barraquilla de 1931, el exilio en San José de Costa Rica, New York, México es expresión de estas casas en donde se fue incubando el proyecto nacional.
Una vez Acción democrática pasó de ser clandestina y minoritaria a convertirse en partido de masas, no había población en Venezuela en donde no existiese una representación concreta del partido. La Casa era el lugar privilegiado de los intercambios y de la circulación de un tipo de cultura política. Los liderazgos fraguados en este espacio creaban las condiciones de reconocimiento y contacto de los líderes con sus militantes, la casa reproducía a la familia. La casa fue el geosímbolo político que dominó una buena parte de la historia de AD hasta que ya entrado en el poder el modelo autoritario de Chávez y disputándole lugares y territorios perdió poder sin que aún acertemos a explicar con propiedad el porqué del derrumbe.
La casa fue, entonces, el lugar, el epicentro de la construcción democrática. Configuró lo que en geografía de percepciones se llama Topofilia. La lección del pasado, el archivo de la casa invita a construir nuevamente. El pasado práctico, el espacio práctico, abren la condición reflexiva para un partido de 80 años que acompañó como sabemos la emergencia y consolidación de la democracia, también su decadencia y probablemente su renovación.
Pero la casa no es coto cerrado sino espacio abierto, un geosímbolo que pasó a regir la geografía política de Venezuela frente al encierro dictatorial o autoritario. En esa apertura relacional, la casa democrática remite espacialmente a una arqueología de la vida política cuyo centro es la Polis, la comunidad fundante, hoy esta Polis sería la ciudad moderna conectada con el mundo, la postmetrópolis imaginada por Edward Soja y, sin embargo, la peligrosa emergencia de regímenes autoritarios sobre las ruinas de los modelos democráticos invita a pensar un contradiscurso y una renovación fundada en los lugares que disputan de nuevo su pasaje a la sociedad abierta.
El territorio nacional y las redes globales siguen teniendo en el modelo democrático —pese a sus imperfecciones— la mejor opción frente al autoritarismo y la dictadura. Vivir en uno o en otro modelo implica retomar la metáfora de Zygmunt Bauman sobre el tema de la libertad cuya conciencia surge en el cuarto lleno de una casa, allí estar y respirar en medio del caos de la aglomeración de gente hace del lugar una atmósfera irrespirable, en tal sentido, una casa abierta es una casa ventilada que podría asociarse a los modelos democráticos y sus libertades públicas. El pasado y el espacio práctico remiten a una problemática de un ser democrático que ya no admite una abstracción, sino una confrontación con la situación que atraviesan los ciudadanos que son, como se sabe, pero a veces se olvida, el sujeto base de toda democracia, un sujeto que reclama justicia espacial.
Estas reflexiones son cruciales pues conectan espacio y cultura política. La metáfora de Casas muertas, una novela significativa escrita por Miguel Otero Silva contra el autoritarismo y las condiciones de opresión de la dictadura, se convierte en el espejo invertido de la Casa del partido que es un lugar de concentración y edificación de libertades. Ambas bifurcan los espejos en los que se mira la historia de Venezuela, pars destruens, pars construens. La imagen especular de la historia que pregunta al pasado y sus espacios nos habla de tensiones y resoluciones, de un esfuerzo que tuvo en las casas de AD su emergencia y su diseminación en dos grandes momentos: el de la clandestinidad adentro y afuera y el tiempo de la edificación y consolidación de un partido de masas con un geosímbolo familiar.
Producciones de espacio I. El mitin, la romería, la geografía electoral
Otras geografías producen y reproducen la historia de Acción democrática. Apenas podemos esbozarlas sin que por ello pierdan su solidez como lugares de la memoria, como materialización de un proyecto político y su ilusión del porvenir.
Sin duda alguna, el espacio político de las ideas de libertad en el siglo XX están regidas por la rebelión y la desobediencia; el mitin y la romería en un primer momento, en otro pliegue, está conexo por la geografía electoral y con el esfuerzo material de construir un país de cara a la modernidad en la que coexiste el mundo agrario, el mundo urbano y el minero con sus demandas.
El mitin del 13 de septiembre de 1941 ocupa un lugar muy importante en el imaginario político del siglo XX, rige una dimensión del espacio comunicativo de la política, es el corolario de un proceso que tiene su emergencia en la semana del estudiante de 1928, la sublevación cívico-militar del 7 de abril del mismo año, el trabajo intelectual de los exilios y, sobre todo, la manifestación de 1936 como bien lo ha hecho ver Manuel Caballero en Las crisis de la Venezuela actual. Allí se marca la vocación de poder y de ampliación de ese poder ya no en los límites de una autocracia sino en el ejercicio de las libertades públicas y el derecho al voto universal, es decir, de la ciudadanía.
El lugar es significativo, el Nuevo Circo había sido construido por el gomecismo en 1919 y configuraba en la estructura urbana de Caracas un espacio abierto al ocio de los citadinos. A la muerte de Gómez en marzo de 1936 agrupaciones de izquierda habían tomado el espacio para dar mítines. Pero no es hasta 1941 cuando una naciente Acción Democrática distanciada del comunismo subalterno convoque un mitin de enormes proporciones para iniciar la era de las reuniones de masas cuyo tiempo/espacio es coincidente con otros que se darán casi en toda Hispanoamérica. En Julio de 1947 se dará otro mitin también en El Nuevo Circo, las circunstancias han cambiado, Acción Democrática ya es un poder. En ese espacio de comunicación situada se explicarán públicamente los avances de la Nueva Constitución de Venezuela aprobada el 5 de julio que da carácter formal a la vocación democrática que los líderes del momento creían encarnar en la demanda social de participar de los negocios públicos del país.
Junto a la forma política del mitin se agregó la llamada gran romería blanca. Ella configuró un espacio de encuentro y de comunicación. Organizada como una gran fiesta, abierta a militantes y no militantes, en la romería se consolidaban los nexos comunicativos del partido, se producía un espacio social que enriquecía el imaginario de la democracia, esas romerías fueron el espacio y el nodo vernáculo de los flujos y puertos de las ideas y emociones de un partido que encarnaba en el pueblo. Los testimonios de esa especie de illo tempore renovador y catártico de la cultura democrática aún están por estudiarse.
Una geografía electoral de amplio Horizonte acompaña a la historia política de Acción Democrática. Muchos de los procesos históricos de la historia de Venezuela han tenido como motor la lucha por la elección y con ello quiénes eligen. No se puede explicar la llamada Revolución del 18 de Octubre de 1945 sin estos reclamos, sin embargo, la alianza con la Unión Militar Patriótica introdujo la negación dentro de la aspiración.
La contradicción iba a vivir su momento en la elección de 1947 en la que resultó ganador Rómulo Gallegos Freire, un notable escritor cuya obra dibujaba la situación de Venezuela y también un ciclo geográfico de las periferias nacionales y la ciudad. El mitin como forma de emoción política había logrado su propósito, enviar un mensaje democrático. La elección del 14 de diciembre de 1947 en efecto fue masiva, universal, directa y secreta, reflejaba el momento de las emociones políticas positivas que, de repente, en 10 meses, se derrumbó cuando la semilla de la negación democrática propinó un golpe de Estado en noviembre de 1948 que inauguraría la década militar (1948-1958). La dictadura —como sucede en los momentos actuales en Venezuela— distorsionó el valor de la elección y su proceso. El carácter instrumental de la elección se volvió contra la democracia; tras dos convocatorias a elecciones para legitimarse: elecciones del 30 de noviembre de 1952 ganadas por URD y desconocidas por la junta militar y, más tarde, el Plebiscito que el régimen de Marcos Pérez Jiménez realizó el 15 de diciembre de 1958 para garantizar su continuidad por cinco años más dejaron claro que la cuestión electoral no era el centro de la democracia sino algo más maleable, frágil, cuyo riesgo consistía en simular actos de elección. No obstante, con el derrocamiento de Pérez Jiménez, la vida democrática redefine en términos de confianza y a través de instituciones fuertes el tema del voto ya alejado de la tutela militar.
La vida política ligada a la posibilidad de elegir gobiernos de forma libre pasó a configurar la geografía del partido Acción Democrática en dos lapsos: el que va desde el 7 de diciembre de 1958, fecha de la elección de Rómulo Betancourt, a 1988, fecha de la segunda elección masiva de Carlo Andrés Pérez. El segundo periodo marca una alteración dentro del marco democrático signada por una ilusión de porvenir frustrada por el aterrizaje de la crisis, este periodo va desde la deposición de Pérez, las elecciones de Caldera y Chávez hasta llegar a la segunda elección de Nicolás Maduro el 20 de mayo de 2018, cuyo proceso mostró la involución de la revolución, convirtiendo la elección en simulación, en violencia de la voluntad soberana, un acto convocado por una Asamblea Nacional Constituyente que duplicaba el poder legislativo reduciendo la política a teatro. Se repite con ello la historia de la instrumentalización del proceso electoral mediante unas elecciones convocadas en las condiciones del autócrata. Se observa un debilitamiento de la fuerza del partido, pero no su derrota definitiva en la vida política nacional pues aún es fuerza política en la Asamblea Nacional legítima, cuestión que demostró en la elección de diputados del 6 de diciembre de 2015, redefiniendo, por ahora junto a emergentes actores políticos, el lugar de la resistencia democrática frente a las agresiones del régimen, entre ellas la del asalto al Capitolio del 5 de julio de 2017
Last but not least, la espacialización del voto diseminado en toda la geografía nacional e internalizado socialmente —esto incluyendo los dos gobiernos de Chávez—, muestran el papel de Acción Democrática y, con ella, la entrada de las masas en la historia de un modo diferente y tal vez permanente en tanto que opción de dirimir en democracia sus problemas, una forma diferente a como había acontecido la participación de estas, determinantes sí, pero poco durable en el tiempo. La lucha por el voto antecedió a la aspiración del candidato y a la activación del proceso de elección. El modelo democrático venezolano se inició por demandas sociales y políticas, una de ellas fue la de ampliar los actores de la elección al total del pueblo, la libertad surgía de la inconformidad moderna, de la aspiración a las libertades públicas como reiteraba continuamente Rómulo Betancourt.
Producciones de espacio II. El espacio socioeconómico. Construcciones
La producción de espacios en Venezuela conoce procesos de construcción, uno de los cuales, el geográfico, se juega en las dimensiones materiales de una concepción del desarrollo expresada en dos niveles: a) ciudad-campo; b) nación/sistema, mundo a los que respondió el partido Acción Democrática, sus intelectuales y ciudadanos. La ruptura de los actores políticos del Plan de Barraquilla entre 1931 y 1936 obedece a las lecturas encontradas que en el seno de una izquierda más o menos organizada en torno a Alianza Revolucionaria de Izquierda (ARDI) acontecían. Dos grupos se enfrentan, los extremistas dependientes de la Internacional Comunista y los liderazgos sociales que comenzaban a tocarse con las ideas liberales. Poco después vendrán la Organización de Venezolanos (ORVE), el Partido Democrático Nacional (PDN) hasta llegar a Acción Democrática. En la división política que surge contra la dictadura se observan tres grandes problemas de orden estructural de cara al espacio socioeconómico: el petróleo, la tierra y la urbanización. Mirado con la frialdad de un historiador, el espacio socioeconómico de Venezuela en el plano de lo imaginario estuvo caracterizado por representaciones y metáforas agrarias y petroleras. El lema mismo del partido resume este discurso y en parte el imaginario: Pan, Tierra, Trabajo.
La relación ciudad-campo remite al mundo agrario y a la naciente urbanización concentrada en las ciudades nodales. El mundo agrario y de las periferias naturales del país, la Venezuela profunda, fue narrado por varias poéticas del espacio, la de Gallegos, Mariano Picón Salas y Andrés Eloy Blanco, entre otros políticos que configurarían AD, escritores centrados en el problema de la tierra, el vínculo geográfico, el emergente espacio del petróleo y la reforma agraria a los que se sumarían Miguel Otero Silva o Ramón Díaz Sánchez, todos conectados a su vez con ese otro pliegue de la historia de América Latina que imagina, dibuja y denuncia lo que acontece en las geografías profundas.
Sus escrituras del país remiten al mundo de la ciudad y de la “aceleración urbana” que sufriría Venezuela al articularse en una nueva fase del mundo capitalista de posguerra. También a veces, en tono de nostalgia, describen el derrumbe del mundo agrario y la necesidad de darle una respuesta mediante la reforma. Pero hay un lado menos amable de la historia, el partido también fomentó invasiones en los predios periféricos de las ciudades y en el campo, sin embargo, su política de compensaciones o reparaciones a los propietarios debe revisarse pues una hipótesis puede quedar en el aire: las dos partes fueron beneficiadas, los propietarios con tierras ociosas o muy extensas ya no podían sostener sus predios y las masas necesitaban un lugar para vivir o para producir. El Estado cumplió con indemnizar y con otorgar títulos de propiedad y créditos. La ley de Reforma Agraria de 1960 dio forma legal a un nuevo ordenamiento del territorio cambiando la estructura de la tenencia de la tierra y la propia concepción de los flujos agrarios considerados no solo en términos de seguridad alimentaria y provecho de la gente del campo sino en conexión con los flujos del mercado, como se preveía en la Alianza para el Progreso.
Junto a esta concepción podemos vincular una visión del espacio socioeconómico más amplio. La hibridez rige el imaginario de la democracia venezolana, rige también la visión del espacio socioeconómico del partido Acción Democrática. La concepción macro diseñada por Betancourt al saber leer el contexto de articulación capitalista energética con el petróleo y en términos generales, la respuesta democrática a los planes de urbanización fueron un claro reflejo del giro en el espacio socioeconómico y de la sociedad venezolana que, en su conjunto, muestran una ampliación de miras de la concepción espacial del desarrollo.
Venezuela, política y petróleo, la gran obra de Rómulo Betancourt, publicada en 1956 en México, marcará la historia de Venezuela. Ella como un alfa y un omega muestra el diagnóstico y el porvenir en términos de un diseño y un designio. Los enunciados para la primera parte, Una República en Venta, y para la séptima parte, ¿Hacia dónde va Venezuela?, revelan la visión panorámica de la nueva construcción de la comunidad imaginada en torno a un ideal nacional que tenía en la geografía ya no un cuero seco o de espacios inconexos como apreciaba Mariano Picón Salas en sus dos grandes radiografías nacionales: Rumbo y problemática de Nuestra Historia y Comprensión de Venezuela (6), sino un país para ser integrado en una gran revolución alimentada del aprovechamiento de sus recursos. La metáfora de sembrar el petróleo que habían dibujado Alberto Adriani y Arturo Uslar Pietri en la década de los 30 tomaba forma en 1956. “Una Venezuela libre dentro de una América justa”, según decía Betancourt, fijaba las coordenadas de la democracia abierta en los marcos de las Sociedades abiertas según prescribía Karl Popper en The Open Society and Its Enemies, un texto de 1945 revisado luego en 1966.
La consolidación de este proceso de reconversión petrolera se verá reflejado en la urbanización acelerada que tomó forma más ordenada con la promulgación de la Ley del Instituto Nacional de la Vivienda (Inavi), con la creación de infraestructura de envergadura en la red de autopistas nacionales, la creación de la represa del Guri, la construcción del puente de Maracaibo, la construcción de embalses destinados al desarrollo agropecuario, entre otras obras. Junto a ellos es dominante la imagen de la nacionalización del petróleo que cerraba las aspiraciones de la década de los 30 y tal vez anterior con los llamados reventones.
El primero de enero de 1976 se nacionaliza la industria petrolera dentro de un espíritu de empresa básica y necesaria. El presidente Carlos Andrés Pérez se dirigió al lugar señalado como de inicio de la explotación petrolera a gran escala. Ante el pozo Zumaque número 1 ubicado en el campo Mene Grande, estado Zulia, se proclamó la nacionalización de los hidrocarburos, el estiércol del demonio, la caca del diablo que tanto había conflictuado el imaginario venezolano tomaba en ese espacio otro rumbo vinculado de forma más directa al interés nacional, pero sin ponerse de espaldas al capital como se suele sostener, pues el mercado continuó existiendo, así como los vínculos con su principal comprador, Estados Unidos.
Para la década de los 80 y 90 las malas administraciones comenzaron a debilitar el sueño petrolero y junto a la corrupción empezaron a minar las bases del Estado de Bienestar y la confianza ciudadana. El resultado fue la convocatoria de una Comisión Para la Reforma del Estado y el inicio de la apertura petrolera que se traduciría en una alianza con los sectores privados para ganar mercados e invertir en tecnología y otras operaciones propias de la explotación petrolera. La historia que se siguió en el siglo XXI ya es otra y requiere de más espacio para ser explicada.
Reconstruir en el espacio. La calle y la casa de nuevo
Germán Carrera Damas enunció seis problemas históricos de nuestra contemporaneidad, estos eran, a saber, las relaciones con el medio físico; el desarrollo económico; la instauración e implementación de una sociedad abierta; la institucionalización del Estado liberal; la cultura nacional autónoma y la integración nacional con el desarrollo de una conciencia de país. A estos seis problemas cabría agregar el de estar en el espacio, la Venezuela actual debe repensar el sentido de su historia del tiempo presente en relación con los otros tiempos que le asisten y le presionan, el pasado y el futuro; pero a las variables del tiempo, la geograficidad, la consciencia de habitar es fundamental. En el espacio se juega la vida política de todo un país que debe evitar a toda costa la soledad de las calles; la indiferencia al nuevo expolio de recursos bajo el signo del modelo Castro comunista y su geopolítica. Debe brindar una razón nueva para evitar la expulsión de los venezolanos o su encierro. Ante estos problemas los partidos políticos deben resignificar su historia y comprender que deben orientarse nuevamente en tiempo y espacio.
El arco que conecta los espacios aquí expuestos pone un contrapunto entre La lección del nuevo Circo en 1941 y el ataque a Miraflores en 1992 por parte de los enemigos de las libertades; ambos marcan los lugares de emergencia y naufragio de la democracia, pero frente a ellos en el entre del espacio posible, espacio material y fenoménico a la vez, vuelve la centralidad de la casa que es hogar y por tanto lugar de reparación de las fuerzas, de encuentro de los ciudadanos que saben que la República no se ha perdido para siempre, que los horizontes de expectativas se alimentan de las experiencias como querría señalar Koselleck, para quien la crisis es también toma de decisiones al interior de la Polis en caos.
La condición de historicidad del espacio público y privado, de la dimensión geográfica del espacio vivido y practicado, se muestra en el deterioro del paisaje urbano y rural, en la retirada de los políticos de la Polis. Ciberpolis, el mundo de twiterlandia resulta, pero no es eficaz en su duración. La cuestión espacial remite a una responsabilidad de los partidos y abre las puertas para una reinvención que sepa encontrar en su pasado práctico la clave de la acción política, de la movilización y del retorno a la casa que, insistimos con Josep María Esquirol, implica un calor de hogar y una familiaridad que se ha perdido en la relación política.
Un devenir incesante, arrollador, erosiona el espacio habitado por los ciudadanos. Estos lo expresan cada día en las nuevas formas de los soportes comunicativos, pero también en el espacio público en donde ruidos de protestas atomizadas y murmullos muestran los niveles de resistencia, disociación y el grito que aún no estalla en medio de una situación clara de opresión. Paradójicamente ese devenir se muestra como ruina, como destrucción acompañada por disputas y olvidos. La Pulsión de agresividad y destrucción domina las relaciones sociales, también una domesticación que el opio discursivo del castrismo ha impuesto en una lucha desigual. Aquí y en este momento se desarrolla la implantación de un poder fundado en el espacio, ante la pretensión de imponer un poder comunal claramente instrumental, la ciudad “comunal” se convierte en muralla ideológica, como ha hecho ver Pilar Guadilla (7), crea las condiciones de la exclusión de los que resisten el modelo de ortopedia social del castro comunismo.
Conviene recordar las palabras de Alberto Carnevali: “Actuaremos sin la menor vacilación. Sabedores de que el pueblo no tiene armas de guerra porque siempre confió ingenuamente de que las armas de los cuarteles eran para defenderlo y ahora están siendo utilizadas en su contra (…). El pueblo tiene que defender ahora mismo su libertad a cualquier precio y con los medios que tenga en sus manos” (8). Ellas, junto a las de Betancourt —en el umbral dramático de la inminente caída de la dictadura de Pérez Jiménez—, nos descubren el espacio de las emociones, un lugar en donde, como en una canción de U2, paradójicamente las calles no tienen nombre y, sin embargo, al perder las etiquetas “ideológicas” recuperan su condición y cualidad de libertad al menos durante el acontecimiento.
“Considero lógicamente que el Partido debe haberse manifestado activo en las acciones callejeras. Estas deben seguir, en una forma coordinada y metódica, en entendimiento y coordinación con las otras fuerzas políticas. Esas manifestaciones deben realizarse en torno al reclamo de garantías básicas: restablecimiento de las libertades públicas, entre ellas las de prensa y de asociación política y sindical; libertad de los presos políticos; retorno de los exiliados. Deben ser precedidas de carteles con la consigna: ESTA ES UNA MANIFESTACIÓN CÍVICA Y PACÍFICA. Deben ser manifestaciones pacíficas, y en ellas no creo que debe plantearse de una vez la salida de PJ, sino consignas de tipo como las que les indico. Es una forma de contrarrestar la ofensiva policial y de lograr que realmente sean masivas. [….] Considero difícil controlar a las masas exasperadas, pero los dirigentes son para dirigir. Debemos dar una impresionante capacidad para orientar al pueblo en estos momentos, no hacia la retaliación explosiva sino hacia el reclamo de las grandes aspiraciones colectivas. A las consignas políticas, añadan las reivindicaciones económicas, de acuerdo con las que consideren ustedes aspiraciones y reclamos más acuciantes en la actualidad” (9).
Ambos mensajes marcan momentos de diferencia en la acción política contra la dictadura, pero terminan mostrando lo esencial: toda democracia emerge de una situación política cuyo espacio es el público, la calle. Toda democracia en lucha contra un régimen autoritario produce la condición de posibilidad de volver a estar conscientes de la necesidad política de producir espacios para el bien común y el respeto de los individuos en los marcos de los derechos y los valores de la comunidad imaginada. No es tiempo de estridencias, ante la deriva intelectual caracterizada por lo que Hartog llama “presentismo”, es importante la acción pensada con toques de desobediencia civil que deben traducir las palabras al espacio que es, como señala Buber, una edificación más durable.
Notas
1 Yi Fu Tuan (1977), Space and Place: The Perspective of Experience. University of Minnesota Press, Minneapolis
2 Stuart Elden (2001), Mapping the Present: Heidegger, Foucault and the Project of a Spatial History, Continuum, London
3 Vid. Jean-Marc Besse (2013), Habiter, Un monde à mon image, Flammarion, Coll. Sens propre, Paris,
4 The Economist (2021), Democracy Index 2020 In sickness and in health? Disponible en: https://www.eiu.com/n/campaigns/democracy-index-2020/
5 Alfredo Angulo Rivas, (2001), “Civiles, militares y política en Venezuela”, Fermentum, No. 30, pp.115.142; cfr. José Rivas Leone (2012), “La experiencia populista y militarista en Venezuela”, WP No. 37, Institut de Ciències Polítiques i Socials. Disponible en: https://www.researchgate.net/publication/303445161_La_Experiencia_Populista_y_Miltarista_en_la_Venezuela_Contemporanea
6 Luis Manuel Cuevas Quintero (2001), “Mariano Picón Salas, diálogos, cultura, Historia”, Actual, vol. III Etapa, No. 46, Dirección General De Cultura Y Extensión, Universidad De Los Andes.
7 Pilar Guadilla (2021), “¿Fagocitando los espacios políticos con Ciudades Comunales ideológicamente amuralladas?”, Efecto Cocuyo, 4 de abril, 2021. Disponible en: https://efectococuyo.com/opinion/fagocitando-los-espacios-politicos-con-ciudades-comunales-ideologicamente-amuralladas/
8 Alberto Carnevali Rangel. Caracas, 24 de noviembre de 1952, Secretario General de Acción Democrática, en Ramón Rivas Aguilar (Comp.), (1989), Alberto Carnevali: Pasión de Libertad (Escritos). Mérida: Editorial Venezolana. Tomo II.
9 Carta de Rómulo Betancourt al Comité Ejecutivo Nacional de Acción Democrática, New York, 14 de enero de 1958(ARB: XXXV: 34).
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