Por PANCHO CRESPO QUINTERO
Me permito unas generalidades. Antes de la ciudad propiamente dicha estuvieron el escondrijo, la caverna, el campamento, la aldea, el caserío; acercamientos entre humanos en los que paulatinamente se fueron extendiendo y complejizando las relaciones. De cualquier manera los humanos nos juntamos para ayudarnos a superar deficiencias, para resolver problemas, para acompañarnos y protegernos, esas son las primeras motivaciones, pero de ahí en adelante irán apareciendo nuevas y diversas necesidades y deseos: procrear, almacenar, divertirse, dominar, etc. En todo caso la ciudad es la propiciadora del ser social en su más amplia y compleja expresión, es lo propiamente humano creado por el hombre, o sea la antípoda de la naturaleza (¿será la ciudad la naturaleza del hombre?). La ciudad es el paraíso construido por los hombres, aunque en algunos casos se empecine en parecerse a un infierno, ella, por su cuenta, porque cobra vida propia.
Qué posibilita definir la ciudad. Primero que nada su asentamiento en un territorio, toda ciudad tiene unos límites territoriales (no límites como limitantes sino como fronteras, sin olvidar que las fronteras perfectamente pueden ser imaginarias), pero obviamente no es eso lo único. La ciudad es la concentración del poder y también la manifestación de este. Y el poder tiene dos expresiones básicas (a veces profundamente entremezcladas e interdependientes): lo humano y lo divino; en el caso que nos ocupa, lo civil y lo religioso. Estas dos dimensiones se manifiestan con mayor claridad en el tiempo de la conformación inicial de la ciudad, en su gestación; en lo referente al libro de la historiadora Tarcila Briceño, el período colonial en América Latina.
La profesora Briceño lo dice con toda claridad: “… La ciudad colonial, antes que una realidad urbana, comenzó por ser una realidad jurídica, y como tal su esencia residirá, más que en la urb (o en su espacio urbano) en el ejercicio del poder institucionalizado a través del Cabildo, el cual junto con la Iglesia tendrá en sus manos la organización del territorio y dará pautas para regir la vida de la comunidad”. Esto viene a ser entonces lo central en el libro De la Ciudad Hidalga a la Ciudad Criolla. Vida colonial en Trujillo de Nuestra Señora de la Paz (UPEL. Instituto Pedagógico de Caracas. Instituto de Investigaciones Históricas Mario Briceño Iragorry. Caracas. 2022). Una acuciosa investigación sobre el Cabildo asentado en el lugar (el Valle de los Mucas) de la última mudanza de la ciudad de Trujillo, los tres Conventos que en ese lugar hubo (San Francisco, Santo Domingo y Regina Angelorum), y el poder irradiado por estas dos instituciones en un territorio mucho más amplio que el límite físico de la ciudad (siete “manzanas” de largo por tres de ancho, según Planta de la Ciudad de Trujillo -1570-, correspondiente al Anexo F, pág. 238. Hay que señalar que los Anexos, ocho en total, uno de ellos de veintitrés páginas, no tienen ningún señalamiento en el cuerpo del libro, en tal sentido resultan casi innecesarios).
Tarcila Briceño en De la Ciudad Hidalga a la Ciudad Criolla… centra todo su esfuerzo como investigadora en una acuciosa pesquisa de la conformación del Cabildo colonial y los tres Conventos antes señalados, por supuesto basándose en las familias, los apellidos, el linaje de la “sangre azul”, “la aristocracia territorial” (la hidalguía) involucrados en estos dos centros de poder. Como bien lo señala la profesora Briceño, una copia de la ciudad aristócrata hispana, una copia tanto en la dinámica social como en la conformación física. Desafortunadamente la profusión de datos (no dudamos en valorar el enorme trabajo de recopilación que ha de haber exigido) por momentos tiende a confundir un tanto, hace que nos perdamos en ese historiar; su presentación —no dudamos que su realidad así lo fuera– se nos presenta un tanto laberíntica. La necesaria claridad al respecto pudiera haberse ayudado con algunos cuadros cronológicos y algunos árboles genealógicos, que se echan en falta.
Qué características le dieron en su momento estas familias hidalgas a la ciudad de Trujillo, en qué demarcaron o contribuyeron a la identidad de la posterior ciudad criolla. Me hago estas preguntas, para las que no encontré respuestas, porque la misma autora del libro dice que el trabajo del historiador (que es su caso) “se orienta hacia la reconstrucción del pasado en función del presente, para buscar respuestas a interrogantes sobre el comportamiento de su gente, ya sea en términos de una praxis política, económica, social, ética o de una mentalidad y sus representaciones” (p. 9). El resultado de esta acuciosa investigación es un texto que se queda en lo puramente descriptivo, con el agravante de que parece anunciar otros derroteros (según las palabras que he citado), es decir, no hay esas “respuestas” que, según la profesora Briceño, debe “buscar” el historiador. Probablemente los dos últimos capítulos, “La ciudad hidalga…” (pp.141-201) y “La ciudad se hace criolla” (pp.203-226), tengan una intención un tanto analítica, pero su carga pura y fríamente descriptiva está demasiado presente. Me gustaría pensar que el enorme esfuerzo de recopilación y la paciencia que evidentemente debe haber exigido esta investigación pretendía servir de motivación a lectores legos o iniciados para asumir la tarea de buscar, descubrir, armar significaciones en y del ánima de la ciudad.
Sin ninguna duda, lo anteriormente dicho es el reflejo de mis personales expectativas. Claro está, me gusta suponer que son también las expectativas de otros, máxime en los tiempos que corren donde el aceleramiento de los cambios hace indispensable un “cable a tierra” (el pasado es esa tierra) para tratar de que el presente no nos haga polvo, aunque como bien se nos ha dicho: de ahí venimos. La amplísima información que se nos ofrece en esta investigación da muestras claras de que, por lo menos en lo referido al período colonial, cuando se habla de la ciudad (Trujillo), se está hablando de unos límites territoriales que van mucho más allá “de la última casa del pueblo” (las comillas son mías). En tal sentido se genera la idea, por una parte, de que lo que hoy día es el estado Trujillo, es hechura de lo que ayer fue “la ciudad de Trujillo”, y por otra, de que es “la ciudad de Trujillo” el espacio generador de eso impreciso que, a falta de un mejor nombre, podríamos llamar trujillanidad. Llego a estas inquietudes más por la confusión que por el estímulo ya que, aunque en el libro se ha advertido que la ciudad llega hasta donde llegan los brazos de su Cabildo y sus Conventos, la enumeración de situaciones y la manera como se narran los hechos no dejan meridianamente clara esa realidad. Estoy convencido de que todo esto exigía alguna aclaración en el texto
Todo pareciera indicar que De la Ciudad Hidalga a la Ciudad Criolla… está concebido para iniciados en el tema; tanto el tema Trujillo como el tema Investigación Histórica. Esto no es ni una virtud ni una falencia, pero quizá sí un riesgo que se hubiese podido evitar haciendo algunas más claras advertencias al respecto, sobre todo para no confundir (o aburrir) a los legos. Por ejemplo (aparte de lo ya referido respecto a familias o apellidos), sin que necesariamente se caiga en lo escolar, considero que hubiese sido muy útil un glosario de términos, que siempre evita confusiones y al mismo tiempo ilustra. De la misma manera, hubiese resultado muy esclarecedor la incorporación de unos planos que mostraran la evolución temporal-territorial del poder del Cabildo y de los Conventos, estoy seguro hubiesen ayudado a entender la presencia-movilidad de la ciudad en un espacio que tiempo después sería el Estado. Por último, llama la atención que siendo tan interesante, particular y debatido (aunque aún no del todo) lo referente a la Fundación de Trujillo, los varios traslados o mudanzas de la ciudad (por lo que ha dado en llamársele la “Ciudad Portátil”), no se le haya dedicado el suficiente espacio y el suficiente sentido crítico al tema, sobre todo quedando tanta tela que cortar en él. En su descargo pudiéramos decir entonces que la profesora Briceño no cerró esa puerta… seguramente nunca fue su intención.
De la Ciudad Hidalga a la Ciudad Criolla. Vida colonial en Trujillo de Nuestra Señora de la Paz es un valioso aporte en la ordenación de la información respecto al Trujillo de la Colonia. Como ya lo hemos dicho, muestra una preocupada y especialmente amplia revisión de la bibliografía (documentos originales y estudios) referida directa o tangencialmente al Trujillo (enclave urbano y región) de entonces. En ello radica la principal virtud de este estudio.
Noticias Relacionadas
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional