Por MARÍA SOLEDAD HERNÁNDEZ BENCID
Su llegada a Caracas
El inicio de esta historia no dista de parecerse mucho a la de numerosos inmigrantes, de origen europeo, que a finales de la década de los 40 llegaron a este país con el anhelo de comenzar una nueva vida, tratando de huir de las heridas y el horror de la guerra.
A don Manuel Pérez Vila, catalán de nacimiento, oriundo de la ciudad de Gerona, España, el exilio le acecha desde muy joven. A los 14 años deja su ciudad y país natal, al lado de su familia, a causa del estallido de la guerra civil española y los compromisos adquiridos por su padre con los Republicanos. Francia será la primera parada familiar, allí culmina sus estudios de secundaria, para, posteriormente, obtener la Licenciatura en Filosofía y Letras en la Universidad de Burdeos y el título de Profesor en el Instituto Normal de Estudios Franceses de Toulouse.
A finales del año 1948, el joven Manuel, con escasos 26 años, ya se encuentra en Caracas. El ambiente de la ciudad capital es de total incertidumbre y tensión política; los rumores de rebelión militar están a la orden del día; y efectivamente, a los pocos meses de su llegada, el gobierno del presidente constitucional Rómulo Gallegos es depuesto por una Junta Militar de gobierno, producto de un golpe de Estado ocurrido el 24 de noviembre del mismo año.
Como todo comienzo, no resultó nada fácil y para don Manuel, como cariñosamente le llamaba, el reto estaba en abrirse camino en la tierra que lo había acogido, al lado de su esposa e hijas, con una maleta llena de libros, y muy escasos recursos económicos.
Sus títulos académicos y el dominio de la lengua francesa eran su mejor carta de presentación. Así comenzó su actividad docente como profesor de Francés, para luego involucrarse en actividades propias de su formación al lado de personalidades como don Pedro Grases y don Vicente Lecuna.
La Diosa Fortuna me abrió el camino al lado del Maestro
A inicios de los 80 recién culminando mi Licenciatura en la UCAB, una tarde del mes de octubre el Decano de la Facultad de Humanidades y Educación, el Padre, José del Rey Fajardo, SJ, me presentó al Profesor Manuel Pérez Vila. Estaba vinculado con la Universidad por el hecho de haber fundado y regentado la cátedra de Historia y Prensa en Venezuela, en la Escuela de Comunicación Social.
Por más de dos décadas se desempeñó como docente, dejando en los estudiantes el dulce sabor de la historia y la investigación periodística. Razones de salud y apremiantes compromisos laborales le obligan a dejar la cátedra y preparar un relevo temporal. Un concurso de credenciales me otorga la cátedra en cuestión y a partir de ese momento me incorporo como Asistente Académico del Profesor Titular, don Manuel Pérez Vila.
Luego de los trámites administrativos asumí, no con poco temor, la cátedra nocturna del primer año de Comunicación Social, la cual regento hasta el día de hoy. Acordamos un trabajo conjunto donde el Titular dictaría los contenidos correspondientes a Historia de la Prensa y yo los de Historia de Venezuela. Al finalizar el año académico me dijo que yo estaba preparada para asumir formalmente la cátedra y que el renunciaría.
Ese primer año de trabajo fue una experiencia inenarrable. Sin lugar a dudas, estaba frente a un ser humano muy particular. Su pasión por la investigación y en especial por la historia del país, me impresionó desde un comienzo. Gradualmente fui descubriendo en él una persona inteligente y vivaz, cercana y amable, paciente y sensible, generosa y desinteresada, con una afable sonrisa y una palabra de aliento en sus labios.
Riguroso, puntual y con una capacidad de trabajo difícil de describir. Sus hábitos de investigación, su forma de abordar los temas, de estructurar el material historiográfico, representaban un modelo excepcional para una joven ávida de experiencias que daba sus primeros pasos en el mundo académico.
Recuerdo con exactitud las primeras reuniones en la hermosa casona de la urbanización El Paraíso, sede de la Fundación John Boulton. Sus largos corredores y jardines matizaban con el olor característico del papel archivado. Una amplia e iluminada habitación le servía de oficina, con un escritorio finamente labrado, sillones de cuero perfectamente dispuestos y un sinnúmero de carpetas amarillas y marrones, fichas, cuadernos de notas, todo bien organizado y clasificado. El orden para él era una norma de vida. “De otra manera no se puede trabajar, no conozco otra forma” afirmaba.
En la Biblioteca y Archivos de la Fundación tuve la oportunidad de familiarizarme y ver por vez primera numerosos documentos que fueron completando poco a poco mi formación y que me permitieron aprender, del mejor maestro, los maravillosos secretos que encerraban esas hojas quebradizas y amarillentas de la prensa venezolana del siglo XIX.
Hablaba de los periódicos y documentos como si fuesen hijos, tesoros muy preciados que había que preservar para ampliar el patrimonio histórico de los que habíamos nacido en este país. Por cierto, se sentía como un venezolano más, ya que había tomado la decisión de nacionalizarse y dedicarse en cuerpo y alma al estudio de su historia. A menudo comentaba: “Hay que ser agradecido con el país que bien nos acoge y nos da la oportunidad de comenzar de nuevo”.
La Maestría en Historia de las Américas
Con entusiasmo impulsó la Maestría en Historia de las Américas en la UCAB. Estaba convencido de que la formación en un cuarto nivel era una herramienta indispensable para los egresados de cualquier área de estudio y muy especialmente de Historia. Dictaba la cátedra de Historiografía los días martes de 5 a 9 pm.
Inscribí formalmente la materia y a lo largo del semestre, pude descubrir y valorar, como estudiante, las virtudes personales y académicas de “Don Manuel”. Su habilidad a la hora de enseñar, el manejo y dominio de las fuentes primarias para la investigación histórica, la rigurosidad académica cuando se trataba de descifrar acertijos y enigmas que presenta la historia, la forma de seguir las pesquisas, de mostrarnos las diversas estrategias para armar el rompecabezas que toda investigación requiere, hicieron del curso una inversión invaluable y una experiencia académica única, para todos los que tuvimos el privilegio de ser sus discípulos.
Tenía una intuición y percepción particular para la Historia en general. Su interpretación a la hora de leer un manuscrito, analizar una caricatura, o trabajar cualquier fuente documental, era tan profunda y compleja, que sembraba la duda en los estudiantes hasta convertirnos en una especie de “abogados del diablo”, en el mejor sentido crítico.
Sus últimos años
Un trabajo de más de dos décadas, y un sinnúmero de investigaciones y publicaciones hablan por sí solas en relación a la obra realizada en la Fundación John Boulton.
Aunque no es el objetivo de este escrito, acercarme a su inmensa producción Bibliográfica, no puedo dejar de mencionar el Diccionario de Historia de Venezuela de Fundación Polar, presentado el año 1989.
Este ambicioso proyecto inicial, se materializa bajo la Dirección de don Manuel Pérez Vila. Una obra única en su estilo, contó con el empuje decidido y su ya mencionada tenacidad. Se entregó de lleno durante largas horas de trabajo a su realización, y a la redacción de más de 200 entradas para el Diccionario. Su oficina, en la sede de la Fundación Polar, en Los Cortijos, siempre estaba llena de gente que preguntaba, que entregaba trabajos, que revisaba manuscritos, en fin, había que coordinar con más de 300 investigadores la culminación de tan excelso sueño.
Atrás habían quedado las horas de estudio, las tertulias en la vieja casona de la Fundación, las visitas a la Hemeroteca Nacional, el tiempo se había agotado. Habían transcurrido 10 largos años de trabajo conjunto, de oportunidades regaladas por la Providencia, de aprendizaje sin límite, de amistad cercana y constructiva.
A 100 años de su natalicio, rindo homenaje a esa mano generosa y desprendida que me enseñó a caminar por el intrincado mundo de la investigación histórica. Hoy celebro con regocijo la oportunidad de poder colocar en la memoria de los venezolanos el recuerdo de mi mentor, de un insigne Maestro, de un extraordinario ser humano, que no “aró en el mar”; por el contrario, el hecho de que lo recordemos en su centenario, es una muestra palpable de que su obra permanece intacta y trasciende cada día más, muy a pesar de los tiempos aciagos que vivimos y que nos acechan a diario.
Gracias por tanto, y hasta pronto, don Manuel!