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Por CAMILA PULGAR MACHADO

Regresar a Caracas después de dos años de ausencia ha sido más que la proeza de aterrizar en Maiquetía, encontrarme con un orden sentimental anclado para mí en este valle de lágrimas; y, sobre todo, valle de una geografía extraordinaria. Desde que estudio al país, y me siento a indagar en la historia y en las voces de Venezuela, he ido intuyendo la preminencia del orden natural sobre el civilizatorio a pesar de que el esquema (civilización / barbarie) podría desdeñarse ya. Pero si hay algo que posee la ciudad es una belleza física que se mete en mi discernimiento desde mis ventanales del este. Y así al abrir el libro de Pedro Cunill Grau, Venezuela opciones geográficas, me tropiezo con la gráfica de un mapamundi que muestra por qué “la situación geográfica de Venezuela es singularmente ventajosa y prometedora en su vocación universal y americana” (11). Creo que este ha sido el primer gran aprendizaje de mi regreso: la conmoción, a viva piel, del paisaje que —a pesar de la catástrofe política y de la destrucción institucional prolongada de todo aquello que hacía república—­­, persiste en mí con su luz intacta y cuya potestad consigue la veneración de nosotros sus peregrinos.

Es decir, este archivo al que me debo, pues Caracas sigue siendo la principal exterioridad de mi memoria, de mi aparato psíquico, y que cuando me voy, cuando no estoy, debo perseguir como a un fantasma, posee una naturalidad envolvente y prodigiosa. Es la luz de cada día, pero acá, en este punto “ventajoso” del globo.

Y sin embargo, la historia “civilizatoria” de Venezuela es el gran archivo, mi archiescritura que, por fortuna, gracias a la dignidad con que mis padres y ancestros respondieron a lo que un país exige como cosa pública, reconozco como una extensión profunda y cuyo valor espero tratar con la cortesía que merecen mis colegas, el venezolano que se queda y soporta, la familia que me espera, los vecinos que custodian la torre del edificio, la Universidad —y su pobladores— que si bien se estima destruida, guarda sus potencialidades. Parece que Carlos Raúl Villanueva almacenaba celosamente en espacios de su obra de arte moderno (la Ciudad Universitaria) algunas baldosas italianas que un día sus muros necesitarían. También me cuentan que se le veía en las tardes pasear por los pasillos de la Ciudad, bajo el entramado rítmico de sus techos de cemento, estudiando qué hacía falta, cómo seguía su ciudad.

Yo también soy de un mundo cultural para el cual lo público es más significativo que el orden de lo privado. Por eso tengo un país a pesar de la catástrofe.

Debo decir: aprendí en esta tragedia que soy una caraqueña de fe. Yo no sabía que era una persona de fe. Así, parte de mi rutina diaria, cuando estoy en el extranjero, donde ya vivo, consiste en revisar qué se dijo sobre la suerte política de Venezuela el día anterior. De tal manera, me he encontrado con voces inesperadas como la de un Roberto Marrero, recién salido de su prisión e indicando, con su táctica testimonial, el comienzo de la transición hacia una apertura que ya estamos afrontando y que se palpa, entre otros aspectos, en la imposibilidad de mantener el control de cambio y la exigencia del dólar en cada paso que damos para obtener, para resolver, para diligenciar la vida que sigue allí, renovándose gracias a esa irradiación lumínica orgánica a la “ventajosa situación planetaria” de Venezuela que, como enseña Cunill Grau, es una “territorialidad” “de máxima comunicación…”. Lo que “da especial significación a su proyección en la dimensión americana, impidiendo el aislamiento del país” (12). A pesar de los esfuerzos brutales por sostenernos encarcelados, a pesar de la destrucción palpable de nuestra ya difícil vida institucional, la fuerza geográfica estratégica de esta tierra habla a favor del puerto libre de nuestros “litorales” que son los únicos de toda Sur América “abiertos simultáneamente al mar Caribe y al océano Atlántico” (11).

Por otra parte, la labor que más me seduce frente a mi arruinado país es una que le escuché exponer lúcidamente y con resultados concretos a Marcel Granier, gracias a esa búsqueda diaria de la salida en el archivo interactivo que es YouTube. Granier decía respecto a la aplicación de RCTV: “No vamos a poder competir, pero vamos a poder complementarnos”. Esa Venezuela que ha comenzado su empedrada transición no tendrá cómo producir series para Netflix, por ejemplo, pero sí podemos ya articular un materialismo del pasado que nos conducirá a interrogar el futuro, reflexiva pero también creativamente, desde la memoria de lo que perdimos.

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