Por HELENA ARELLANO MAYZ
La danza es escritura corporal. Manifestación de movimiento en el espacio. Expresión y cadencia. Ritmo, del griego antiguo rhuo, una forma «tomada» por un flujo: la energía al desnudo desplegada por los cuerpos. Esta muestra sugiere ese fluir en líneas dinámicas, en un ir y venir, sucesiones de instantes contorsionados, gestos de encuentros y desencuentros. En el espacio del papel quedan huellas −alusión a la agilidad− en trazos sinuosos que se superponen como fuerzas que se rozan, se juntan y se separan. Se enlazan y se entretejen, cual cuerpos en movimiento.
El papel como soporte en mi trabajo obedece a mi fascinación por su sencillez, fragilidad, calidez y nobleza. Por otra parte, el grabado como técnica alude a la huella, a la memoria.
Desde el trabajo presentado en el Salón Pirelli Devenir, elegí −a fin de representar al hombre en el nuevo milenio, tema para 1999− la idea del eterno retorno de Nietzsche.
Aquella propuesta combinaba la presentación bi-dimensional de una línea en movimiento como la fuerza-hilo subyacente de vida, junto a/dentro de, una retícula uniforme que aludía a mesura, a parámetros, a los límites de realidad percibidos por el hombre. No hubo figura, ni representación. La «forma» se presentaba a través del ritmo de la línea. La expresión y experiencia del devenir de la línea existía en tensión y yuxtaposición al marco de realidad ordenada de la retícula. La pulsión de la existencia del «ser» dentro de un marco ordenado de tiempo-espacio percibido por el «ser-humano».
Dice Nietzsche en el Nacimiento de la Tragedia cuando se refiere a la difícil relación, entre el drama y la música, entre lo apolíneo y lo dionisíaco, que se da en la tragedia; y la alianza fraternal necesaria entre las divinidades de Apolo y Dionisio como meta suprema de la tragedia y del arte en general:
«De igual modo que todas las figuras vivientes de la escena se simplifican ante nosotros en las líneas melódicas que se mueven independientemente, hasta alcanzar la claridad de la línea ondulada, así la combinación de esas líneas resuena para nosotros en el cambio armónico, que simpatiza de la manera más delicada con el suceso que se mueve: gracias a ese cambio las relaciones de las cosas se nos vuelven inmediatamente perceptibles, perceptibles de una manera sensible, no abstracta en absoluto, de igual forma que también gracias a ese cambio nos damos cuenta de que sólo en esas relaciones se revela con pureza la esencia de un carácter y de una línea melódica. Y mientras la música nos constriñe de ese modo a ver más, y de un modo más íntimo que de ordinario, y a desplegar ante nosotros como una delicada tela de araña el suceso de la escena, para nuestro ojo espiritualizado, que penetra con su mirada en lo íntimo, el mundo de la escena se ha ampliado de un modo infinito y asimismo se encuentra iluminado desde dentro.» (1).
Posteriormente, en la muestra Melodía a tres voces (2002), retomé la idea de una escritura musical, una línea expresiva dentro de un sistema ordenado, codificado, de lenguaje, como lo es una pentagrama. El trazo visible pretendía expresar la huella de la pulsión, de la energía, el sentir que late en la música. Roland Barthes en el catálogo de Yvon Lambert sobre obras de papel del artista Cy Twombly escribe:
«El trazo −todo trazo inscrito sobre un hoja− niega el cuerpo importante, el cuerpo carnoso, el cuerpo humoral […] habla del cuerpo tal cual araña, marca, roza. Por el trazo el arte se adelanta, su hogar ya no es el objeto del deseo, pero el sujeto de ese deseo: el trazo, tan suave, tan ligero y aunque incierto siempre nos reenvía a una fuerza, a una dirección; es un “energon”, un trabajo que nos da a leer su pulsión y su desgaste. El trazo es una acción visible.» (2).
La línea en aquel trabajo restituía al dibujo a su lugar primordial. Se trataba de una escritura ilegible, sugerente, cargada de deseo de comunicar emoción, de rescatar lo simple, lo primario; en contraste con el uso de la línea como elemento útil para dibujar lo observado, delimitar y comunicar una forma.
Japan Jazz (2015) retoma la noción de escritura musical incorporando en la muestra la improvisación, como en el jazz, en la elaboración de las planchas; e introduce la superposición de voces, de otras líneas impresas en papeles japoneses.
Llegamos así a esta muestra Danza (2019) en la que regresan las líneas pero esta vez ellas evocan el fluir del movimiento de cuerpos en el espacio. Cuerpos, contenedores geométricos, como la cuadrícula de tiempo-espacio de un devenir, o el pentagrama de una partitura musical. Presenta una alusión a bailarines, «masculinos y femeninos», en dos tonos que se superponen produciendo matices, gestos entrelazados, cruces de energías que se entrelazan con vivacidad en una danza. Según el coreógrafo Steve Paxton, «bailar en solitario, no existe». El bailarín baila con el piso, en este caso con el soporte, sobre el papel. Si añadimos otro bailarín tendremos un cuarteto: cada bailarín el uno con el otro, y cada uno con el piso. La danza es un fenómeno atmosférico. Bailamos con aquello que nos rodea, con la tierra, las luces, los sonidos, los movimientos. Cuando decimos «yo bailo» en realidad no soy yo quien baila, sino la relación que se teje entre los otros y yo. Somos nosotros quienes bailamos. Surge un dinamismo, instantes evanescentes, energías que se entrelazan. Líneas que se entretejen.
Quizás el tiempo vivido bajo la luz tamizada del invierno dio origen a estos naranjas y azules éclatants, a estallidos de color. En retrospectiva he encontrado que esta muestra presenta los colores de las llamas del fuego de quien se calienta frente a una chimenea. Las piezas son monotipos dibujados con el bagazo de la flor del chaguaramo sobre la cama de la prensa. Movimientos, improvisados ante la música, de la mano, el brazo, el cuerpo. Los papeles fueron impresos en dos tonos de azul, uno sobre otro, en dos tonos de naranja, y por último en sepia. Sobre esos tres fondos en papeles de algodón he compuesto una «danza» con trozos de papel japonés previamente impresos −a partir de planchas elaboradas en punta seca− en la misma declinación de colores. El collage, la composición, la «coreografía» de estos «cuerpos» en el espacio del papel fue aleatoria, cual bailarines en dúos, combinaciones o en cuerpos de baile. El resultado de cada pieza es una obra única dentro de un conjunto. El papel japonés a su vez produce transparencias. Se crean variadas lecturas de líneas en superposición. Matices en los gestos, en los roces y encuentros. Mi inclinación por la veladura de este tipo de papel se debe a mi interés por todo aquello «que yace detrás» y no se ve a simple vista. Por los tejidos invisibles. Como en las palabras de un buen escritor, lo que se dice sin decir, entre márgenes, en los blancos y las palabras apareadas en conexiones incongruentes que asoman sentido y coherencia. En este caso, en esta muestra, el sentido fue interpretar un «baile», plasmar la tensión de la energía del movimiento, en interrelación.
En estos días de febrero 2019 encontré en un ensayo dedicado a la danza, Où commence la danse?, ¿Dónde comienza la danza?, de Romain Bigé, la idea, según este autor, que el bailar está en su esencia ligado a lo político. Dice:
«Bailar permite el encuentro con los otros, más allá de las fronteras sociales. Es por esto que ha estado ligado a la seducción erótica, en los bailes, en las fiestas, o en las sucedáneas discotecas. Pero esta posibilidad de encuentro es también una posibilidad política: en el baile yo me puedo unir o relacionar a otros seres humanos, puedo formar nuevos «nosotros» constituidos por seres vivos y no-vivos, humanos y no-humanos, junto a los cuales devengo un co-sujeto de un mismo movimiento. […] Si me acerco bastante a una experiencia de bailarín o bailarina, creo que puedo hacer un micro-laboratorio político, donde me podría plantear preguntas que bien podrían hacer temblar la idea de lo que es vivir, sentir y moverse juntos. ¿Podríamos movernos juntos sin que hubiese uno/a que de las órdenes a otros? ¿Hasta dónde al moverme puedo dejarme afectar por aquellos que se mueven conmigo? ¿Seré capaz algún día de aceptar que la mayor parte de mis movimientos no son los míos? ¿Que mis movimientos son tomados prestados de otros seres humanos, intercambiados con ellos? ¿Qué la mayor parte del tiempo no soy sino un pasajero de movimientos que se hacen sin mí?» (3).
Bajo la luz de estas preguntas, en estos días, no puedo sino concluir pensando que ya una generación de jóvenes está «bailando» su momento, con decisión y soltura, sin miedo a un traspiés, con el país entero entre sus brazos y el mundo observándolos, aupándolos a girar. Han entrado en la «danza». Y, como a la hora de hacer una pirueta, hay que mantener el cuerpo centrado, alineado, plantarse en su eje, no desviar la mirada del punto focal…y girar. Hacia la libertad.
Bailar es expresión creativa y libre.
*La muestra DANZA inauguró el 10 de marzo 2019, «sin luz eléctrica». Un amplio conjunto de obras se presentó en los espacios de Becerra Guzmán Galería en el Centro de Arte Los Galpones, Caracas. El montaje estuvo a cargo del arquitecto y curador Alberto Asprino, junto a un grupo de estudiantes de la especialización en Museología de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UCV.
NOTAS
- Nietzsche, El Nacimiento de la tragedia, Alianza Editorial.
2. Du Trait à la ligne, Éditions du Centre Pompidou, Paris 1995.
3. On Danse?, Éditions Mucem, Éditions Lienart, 2019