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Cuties: entre realidad, histeria y mensaje

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Por JUAN CARLOS RUBIO VIZCARRONDO

El estreno de Cuties o Las Guapis, como ha sido titulada al castellano, ha generado un furor en la opinión pública de magnitudes colosales. Ya en este punto, cualquier persona medianamente informada ha oído sobre el largometraje francés y no específicamente por sus cualidades artísticas, sino por el pánico moral que ha generado la temática de la película y, en específico, lo que la directora y guionista, Maïmouna Doucouré, decidió que era necesario para transmitir su mensaje.

Ahora bien, el asunto con los pánicos morales en cualquier sociedad es que la primera víctima de la indignación, incluso justificada como esta pueda estar, es la verdad. La verdad es algo que no podemos decidir comernos por pedazos, se asume completa por lo que es o no se asume en absoluto. En tal sentido, el caso de Cuties supone un grado de complejidad importante, por cuanto nos obliga aceptar el hecho de que varias cosas, incluso siendo disímiles, pueden ser verdad al mismo tiempo.

En primera instancia, y debe decirse con total claridad, el enfoque publicitario y comunicacional que tuvo Netflix sobre el largometraje no solo fue repugnante, también fue demostrativo o de ignorancia o de ceguera ideológica o, peor todavía, de ambas. La pieza promocional, a la fecha ya retirada, hipersexualiza a las actrices menores de edad Fathia Youssouf, Médina El Aidi-Azouni y Maïmouna Gueye, cometiendo irónicamente lo que la película busca criticar: darle un velo de normalidad a la sexualización de los niños. Adicionalmente, en cuanto a la síntesis de la trama, los curadores de contenido de Netflix describieron a Cuties como una suerte de obra sobre empoderamiento femenino, cuando en realidad dicha temática poco tiene que ver con el contenido en cuestión, pues, recordemos, no estamos hablando de mujeres acá, sino de niñas.

Ya con eso fuera de la mesa, debemos aproximarnos a Cuties sobre la base del fondo de la cuestión. Lo que es decir, viendo al largometraje como tal. Es importante saber que ni el criterio de la directora de la película, ni las escenas aisladas colocadas en redes, ni los agregadores de opinión son plataformas reales para llegar a la verdad. La obra, sea para bien o para mal, merece ser juzgada de forma independiente. Después de eso, puede examinarse la circunstancia fuera de ella.

Cuties, en resumidas cuentas, nos narra la historia de Amy, muchacha senegalesa de tradición musulmana de 11 años de edad, que pasa por una crisis de identidad cuando esta contrasta el fundamentalismo de su hogar con el hedonismo secular que ve en las calles y en las redes sociales. El encuentro entre estos dos mundos es el tema omnipresente en la enteridad de la obra y la causa raíz que lleva a Amy a cometer actos verdaderamente reprochables, desde robar e intentar prostituirse hasta publicar en redes una foto de su sexo. Todo esto va desenvolviéndose en un contexto donde Amy busca hacer nuevas amigas y quiere, en conjunto con ellas, ganar un concurso de baile.

Siguiendo la línea argumental de la obra, puede denotarse que Amy y sus compañeras no cuentan con las herramientas necesarias para de veras entender la información que proviene de su entorno y el Internet. Incluso cuando ellas creen que son geniales o “cool”, al espectador se le deja perfectamente claro que estas niñas tienen interpretaciones inverosímiles sobre la sexualidad que solo pueden provenir de la inocencia. Demostrativo de ello es el hecho de que estas son ciegas al elemento sexual en el baile que ellas buscan acometer para ser alabadas.

Algo que Cuties ilustra con gran precisión sobre la sociedad occidental contemporánea es lo tan fuera de control que está la normalización de la hipersexualidad en términos culturales. A los niños no se les está permitiendo ser niños porque absolutamente todo lo que los rodea grita “sexo”; sean las películas, la música popular o la misma ropa. En medio de eso, los adultos, ya desensibilizados por la sobreexposición, no ven o les cuesta ver cómo dicha hipersexualización gotea progresivamente sobre sus hijos.

La manera en que la directora del largometraje, Maïmouna Doucouré, busca expresar los referidos elementos es a través de una mezcla de simbolismo y una suerte de versión sui generis del Teatro de la Crueldad que planteó Antonin Artaud. Por una parte, por ejemplo, la obra nos muestra la yuxtaposición del vestido tradicional sobre el top y los shorts como elementos en competencia por el corazón de Amy. Por otra, la gestualidad, las actitudes y los movimientos de las actrices junto a los enfoques de la cámara son en extremo perturbadores y generan introspección. Estamos hablando acá de escenas en donde las actrices ejecutan poses y coreografías que ejemplifican, a manera de danza, las facetas más mecánicas del acto sexual  a su vez que los ángulos de la filmación acentúan sus traseros y entrepiernas.

Hay que admitir que el impacto que genera la segunda táctica de Doucouré puede interferir en la capacidad de la audiencia de matizar lo que la obra está ilustrando. No obstante, el largometraje como un todo coherente, para el criterio de este articulista, no contiene en su argumento apología alguna a inclinaciones aberrantes como vendría siendo la pedofilia. Prueba de ello es que en la duración de la película hay múltiples instancias en donde las niñas son rechazadas y la posibilidad de tener algún acercamiento sexual con ellas es denominada como repulsiva. Como ejemplos, tenemos varias escenas en que muchachos adolescentes, sea de forma presencial o vía videoconferencia, las rechazan abiertamente; una escena en donde Amy busca ofrecer su cuerpo para preservar un celular robado y el dueño del mismo expresa su asco ante el hecho y, también de mención, los gestos negativos en los miembros de la audiencia que las ven en el baile final.

De igual forma, el final de Cuties es realmente claro. Amy le da una epifanía en el medio del baile que le hace ver lo errada que estaba. Yéndose así del escenario inmediatamente, tras lo cual se reconecta con su madre, cambia de vestimenta y se va a jugar salto a la cuerda. Ese último acto, el de regresar al juego infantil, nos demuestra que la obra deposita la redención de Amy en el retorno a su inocencia.

Dicho lo anterior sobre la obra, algo que no se puede evitar diferenciar es que una cosa es la ficción y otra la realidad. Uno puede entender la dirección de Doucouré si uno se aísla en el largometraje y no piensa en más nada, por cuanto el mensaje que ella ha buscado transmitir es evidente si supera el impacto de cómo fueron grabadas las actrices involucradas. Sin embargo, ya en la vida real, el hecho es que Doucuoré, irónicamente, puede ser denunciada de hipersexualizar a actrices de 11 años, inclusive si la idea era criticar a dicha hipersexualización. De alguna forma u otra, no se nos puede olvidar que las actrices infantiles involucradas siguen siendo niñas más allá de la pantalla.

Tal situación puede dar pie a una discusión de carácter ético, no solo sobre lo que está sucediendo en nuestra sociedad, sino que también sobre cuáles son las limitaciones que cualquier director debería tener en cuanto a la instrumentalización de niños actores para lograr plasmar cierto concepto artístico.

A manera de conclusión,  debemos considerar que Cuties, por todo lo que ha acontecido en torno a ella, involucra un conjunto de elementos que contienen diversas verdades. Es cierto que el esquema promocional y la descripción de la trama por parte de Netflix fue una desgracia. Es falso que Cuties como obra busque ser una apología a la pedofilia y a los pederastas. Todo lo contrario, su mensaje es evidentemente uno de crítica a la sociedad hipersexualizada y la corrupción de la niñez. Es cierto que la directora de Cuties tomó decisiones de orden artístico que, en el mejor de los casos, son cuestionables y, en el peor de ellos, son condenables. Por último, no podemos negar que la conjunción de estos aspectos se ha traducido en una experiencia que ha superado lo cinematográfico y que nos ha puesto a pensar seriamente sobre lo que está pasando en nuestra cultura. Probablemente el medio no fue el mejor, pero Cuties nos puso la atención sobre algo que hemos dejado que se asiente cada vez más. Está en nuestras manos superar la justa indignación por los errores en una obra y empezar a dedicarnos en ser agentes de cambio en la vida real. La cultura solo cambiará si nosotros cambiamos primero.

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