I
En la costa de cacao
el calor palpita en el oro del trópico
en la gruesa corteza de los siglos.
A las seis de la tarde
encontramos piedras de río
en el medio de la casa
escuchamos las huellas del peregrino
su silencio entre los pájaros.
El peregrino que recorre esta tierra
riega las semillas de cacao,
en cada esquina
recoge el perfume del atardecer.
Descubro la voz del peregrino
en el tejido ancestral.
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III
Todo nace en la hojarasca
bajo nubes que esparcen
hilos de agua
en el rostro del peregrino.
Esta tarde la niebla esconde
nuestro rito
el tesoro del viajero:
hay que secar cada semilla
buscar su espíritu.
Mezclo el cacao
en el único destello
de tu pasión.
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V
En la costa de sol
el amor es la luz
que toca cada semilla.
Pinta de azul profundo
el olor de la existencia,
las palmas entrelazadas,
su sombra entre tanto ardor.
Una vez más ablando la arcilla,
moldeo vasijas antiguas,
limpio la coraza de mis sentidos.
Esculpo las grietas de tus pies
en el calor del infinito.
La humedad
es el silencio perfecto.
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IX
En la Tierra de Gracia
cada hoja indica un camino:
esta es la selva donde soñó mi Padre,
la clara fiebre que lo acompañó
hasta el mar de los Elegidos.
Dibuja sobre mi espalda un mapa
para recordar los peligros,
el soplo sutil que arrasa
el frío de los huracanes.
A lo largo del mar
haré tu mismo recorrido.
Mi corazón es una brújula.