Entre aplausos
El César, como buen César,
quiere para él todos los poderes.
El Senado se pone a sus pies,
le rinde pleitesía.
Al César le gusta dar largos discursos
y que se vean en la TV. Los senadores
asisten a escuchar sus discursos.
Todos los funcionarios y súbditos importantes
asisten. Importantes, pero fácilmente
desechables. Pues, como ya dijimos,
él César quiere todos los poderes.
Solo detienen su perorata
para reír sus chistes y estallar
en largos aplausos. Así transcurre
la vida del César, entre aplausos.
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Coro
El César habla solo,
habla para sí mismo
y a sí mismo se deleita
con el sonido de su voz.
El César habla solo,
no a los otros, salvo
para ordenar o humillar.
El César habla solo
pero necesita estar
rodeado de gente para hablar.
Los otros son convocados
estrictamente para cumplir
la función de coro, para corear
en el momento oportuno
las consignas del César.
Y ay del que desafine.
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Palabras, 2
Cada día destruye algo o alguien
con sus palabras.
Si bien le sirven para construir
su estatua y su epopeya,
también se sirve de ellas para destruir
lo que no calza con su estrechez.
Vive sin ley, pero si necesita alguna,
la encarga al Senado genuflexo.
Luego destruye esa nueva ley
(y otras que vengan)
con su propio discurso incontenible.
Las palabras son actos.
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Armas y más armas
El César de estos trópicos
es de mente calenturienta.
Ama la guerra, como todo Emperador.
Compra armas y más armas a Rusia,
las muestra en sus desfiles militares
y las guarda. ¿En espera de qué?
El César piensa mucho, tal vez demasiado,
y quiere que todos piensen como él.
Pensar distinto es un delito
penado por las leyes. El que lo comete
tiene que esconderse o escapar del país,
pues el César es el policía
que tocará a tu puerta,
tu Juez, tu Verdugo.