Papel Literario

Cuando Graham Greene y García Márquez fueron agentes secretos

por Avatar Papel Literario

Por JUAN CARLO ZAPATA

El primero o el 2 de mayo de 1979 repicó el teléfono de Graham Greene. Estaba a punto de irse a la cama en su casa de Antibes. La voz que luego oyó le informó que tenía un mensaje de Omar Torrijos. Le dijo que lo vería a la mañana siguiente. La voz era la de un hombre joven que Graham Greene había visto varias veces con el general. Entonces se extendió en el caso de los dos banqueros ingleses secuestrados por la guerrilla de El Salvador, y de los temores de Torrijos de que hubieran sido asesinados pues se había perdido el contacto con los guerrilleros. El mensaje, más bien una orden de Torrijos para Graham Greene, era que hablara con la oficina central en Londres del Bank of London & Montreal, filial de Lloyds International, con sede principal en Nassau, e informara que los secuestradores habían renunciado a dos de las tres condiciones exigidas para liberar a los banqueros. Ya no exigían soltar a seis guerrilleros presos en El Salvador ni que se publicara un comunicado en la prensa nacional e internacional. Lo que exigían era dinero. El colaborador de Torrijos le advirtió que no debía revelar al banco la fuente de la información. Al principio hubo una confusión con el nombre de la entidad bancaria, pero Graham Greene despejó las dudas recurriendo al Whitaker’s Almanack. Por suerte, un sobrino suyo estaba emparentado con una familia de banqueros, “y siguiendo su consejo, me encontré hablando con un tal Mr. W. que se ocupaba del asunto del secuestro”.

Mr. W.

Todo este resumen lo podemos leer en Descubriendo al general, el libro que Graham Greene escribió sobre su amistad con Omar Torrijos, el dictador de Panamá.

En el otro lado del mundo, Omar Torrijos había llamado personalmente a García Márquez a su casa de México, y como contó en El olor de la guayaba, Torrijos le informó que los rehenes iban a ser ejecutados en 48 horas. Así que García Márquez en plan de operador político se puso en movimiento y al cabo de varias llamadas, los guerrilleros recibieron su mensaje.

—Yo me comprometía a lograr que las negociaciones del rescate se reanudaran de inmediato.

García Márquez también reveló en El olor de la guayaba que fueron los familiares quienes le solicitaron a Torrijos su intervención y que fue él quien llamó a Graham Greene en Antibes para “que hiciera el contacto con la parte inglesa”. Como vimos, Graham Greene le atribuyó el contacto al mensajero de Torrijos, pero puede caber que recibiera ambas llamadas. Tomemos nota. La vida es como se recuerda. Eran grandes novelistas.

Tanto García Márquez como Graham Greene llevaban tres y cuatro años siendo amigos de Torrijos. Tenían confianza con Torrijos. Lo visitaban en sus casas de Panamá. Viajaban con Torrijos. Se echaban tragos con Torrijos. A Graham Greene Torrijos le contaba sus sueños, los sueños en que moría y hablaba con su padre muerto. Con Torrijos, García Márquez entabló una amistad íntima, y dijo varias veces que era en realidad el líder político que más admiraba. El inglés y el colombiano se involucraron en la lucha por el Canal de Panamá. Y fueron invitados de Torrijos a la firma de los acuerdos que se llevó a cabo en Washington en agosto de 1977. Ambos vieron llorar a Torrijos. Y le escucharon decir que si no había acuerdo iba a volar el Canal.  Este fragmento nos ubica en el grado de confianza que Graham Greene y García Márquez tenían con Torrijos. Por ello, Torrijos los mete en esta operación de corte cinematográfico de los banqueros ingleses.

En Descubriendo al general, el relato es un trozo de realidad convertida en páginas de ficción. La parte inglesa estaba extrañada de que el escritor, anciano, autor de novelas, nacido en Londres, reconocido en el mundo entero, candidato al Nobel, estuviera enterado de los pormenores del secuestro.

—¿Cómo está enterado de todo esto? —lo interrogó el tal Mr. W, cuya identidad Greene no reveló. Hablaban por teléfono, de Antibes a Londres.

—Tengo una fuente en extremo fidedigna, pero no estoy autorizado a dar su nombre.

Greene reveló que fue una conversación “embarazosa y vacilante”, con pausas marcadas por un silencio “rebosante de justificada suspicacia”. Entraron más en confianza cuando le señaló:

—Verá, en el transcurso de los últimos tres años he pasado mucho tiempo en Centroamérica. Y he hecho muy buenas relaciones.

Y era cierto. Graham Greene había viajado por encargo de Torrijos a Belice, Guatemala, Nicaragua, El Salvador, a lo que se agregaba el conocimiento que poseía del Caribe, México y parte de Sudamérica, conocimiento muy bien plasmado en sus novelas. García Márquez admiraba esta parte de su colega. Y dijo alguna vez que gracias a la obra de Graham Greene aprendió a conocer más el calor del trópico.

Bueno, lo cierto es que el tal Mr. W. le preguntó a Graham Greene por qué creía que la guerrilla había suprimido dos de las tres condiciones. “Creo que tal vez no quieren matar a esos hombres”.

Esos hombres tenían nombre y apellido. García Márquez los reveló: Ian Massie y Michael Chaterton.

Luego de la conversación con Mr. W., Graham Greene le habló al contacto de Torrijos como le hubiera hablado un agente secreto.

—Misión cumplida.

El contacto llamó a México, y según Graham Greene, no recordaba cuándo se enteró de que quien estaba en el teléfono al otro lado del mundo era su amigo Gabriel García Márquez.

La negociación entre los guerrilleros y el banco duró cuatro meses, y ni Graham Greene ni yo tuvimos ninguna participación en ella, pues así lo habíamos establecido —contó García Márquez en el ya citado libro-entrevista con Plinio Apuleyo Mendoza, su compadre y amigo.

Eso sí, cada vez que se interrumpían las negociaciones, se ponían en contacto con García Márquez y este hacía el trabajo de activarlas nuevamente. García Márquez tenía esa posibilidad. Por su amistad con Fidel Castro y sus estancias en La Habana, había conocido a líderes y dirigentes de las guerrillas de Colombia, Nicaragua, El Salvador. Por sus relaciones con Torrijos, en Panamá había hecho lo mismo. En Panamá, el círculo de amigos era más amplio. Incluía a Carlos Andrés Pérez, Alfonso López Michelsen, Felipe González y Simón Alberto Consalvi, entre otros. Se reunían en la isla de Contadora, donde pasaban revista a lo que pasaba en Centroamérica, y de manera particular en Nicaragua y El Salvador. Así fue como Felipe González se convirtió en experto en Centroamérica.

García Márquez contó en El olor de la guayaba:

—Los banqueros fueron liberados, pero ni Graham Greene ni yo recibimos nunca ninguna señal de gratitud. Esto no me importaba, por supuesto, pero me sorprendió.

Por su parte, Graham Greene apuntó que “Por un tiempo alimenté la codiciosa esperanza de que recibiría, al menos, una caja de whisky de Lloyds International, como agradecimiento por el misterioso número de teléfono, pero esa esperanza acabó esfumándose”.

García Márquez le relató a Plinio Apuleyo Mendoza que “Graham Greene y yo habíamos hecho las cosas tan bien, que los ingleses debieron pensar que éramos cómplices de los guerrilleros”.

En entrevista con Jean Francoise Fogel en Le Point, y reproducida en El Diario de Caracas el 10 de enero de 1982, meses antes de la aparición de El olor de la guayaba y a meses de ganar el Premio Nobel, García Márquez habló por primera vez del caso. Aquí reveló detalles que corrigen o precisan la historia que él y Greene luego explicaron en Descubriendo al general y en El olor de la guayaba.

—Dos banqueros ingleses habían sido secuestrados por la guerrilla de El Salvador. Para la liberación de ambos, Ian Massie y Michael Chaterton, pedían 50 millones de dólares. De acuerdo al ultimátum de los secuestradores, los dos hombres habrían sido ejecutados si en un plazo de veinticuatro horas no era pagado el rescate. Mi viejo amigo, Omar Torrijos, me llamó entonces para pedirme que hiciera algo en favor de esos dos hombres. Transmití un mensaje a los guerrilleros a través de intermediarios. Les pedí que no ejecutaran a los rehenes y me comprometí, personalmente, a lograr que las conversaciones se reanudaran. Los guerrilleros me respondieron que aceptaban. Entonces llamé por teléfono al novelista inglés Graham Greene que estaba en Antibes. Fue él quien se puso en contacto con la parte inglesa. Las negociaciones duraron cuatro meses.

—¡Pero este es un episodio absolutamente inédito! —comentó, sorprendido, Fogel.

—Sí, nunca hablamos de eso. Pero es cierto que estuvimos metidos en las negociaciones durante cuatro meses. Recuerdo que mi recibo de teléfono llegó hasta los 6.000 dólares.  Al final, los banqueros fueron liberados. Sin embargo, jamás tuvieron una palabra de agradecimiento para nosotros. Y debo decir que esto me sorprendió mucho. He reflexionado sobre eso y no veo sino una explicación: los dos banqueros deben haber pensado que Greene y yo éramos cómplices de los guerrilleros.

Graham Greene pensó lo mismo tras sacarse de la cabeza la ilusión de las botellas de whisky. “Seguramente los directores creerían que yo había cobrado una comisión de la guerrilla sobre los cinco millones de dólares que creo pagaron por el rescate”, escribió.

Una precisión. No es cierto que García Márquez y Torrijos eran viejos amigos. Pero habían intimado tanto que parecía que fuera así. Era más viejo amigo de Carlos Andrés Pérez y López Michelsen. Pero con Torrijos bromeaba, y Torrijos le decía que a García Márquez le gustaban los dictadores. Y ante el pavor que García Márquez le tenía a los aviones, Torrijos encontraba las maneras de hacerlo sentir seguro cada vez que volaban juntos en avión o en helicóptero en Panamá. Pero por alguna razón que García Márquez consideraba inexplicable, la única vez que se negó a acompañarlo fue cuando Torrijos se mató. El mismo avión en el que siempre viajaban se había precipitado a tierra.

La de los banqueros no fue la única experiencia en la que ambos, García Márquez y Graham Greene, actuaron juntos. Hay otra. La del secuestro del embajador de Sudáfrica también por la guerrilla de El Salvador.

Tal vez por el antecedente anterior, en enero de 1980 recibió la llamada del encargado de Asuntos Exteriores en París de Sudáfrica, un tal Mr. Shearer, que, al principio, Greene, somnoliento, de nuevo a punto de acostarse, confundió con un productor de cine que había conocido. Entraron en los pormenores. Mr. Shearer le informó que no habían logrado ponerse en contacto con los guerrilleros a pesar de los meses transcurridos del secuestro.

—Creímos que usted podría ayudarnos.

“En aquel momento”, recordaría Greene, “parecía como si Antibes se hubiera convertido en una isla anclada en la costa de Centroamérica y estuviese implicada en todos los problemas allí existentes”.

Pensó en García Márquez. En el número de teléfono de México que ahora ya no tenía. “Lo destruí”. Pero le recomendó a Mr. Shearer que se pusiera en contacto con Mr. W., tal como en efecto ocurrió pues en media hora volvió a llamar, le facilitó el número de teléfono y le pidió un nuevo favor, y este no parece ser otro que una llamada a García Márquez. Así que el agente de Antibes se puso en movimiento tras el agente de México, con el que no hizo contacto sino con el paso de los días, y otra vez estaban en lo mismo. Hablando el mismo lenguaje de agentes especiales.

—¿Un embajador sudafricano?  Ese es un problema más peliagudo —le dijo García Márquez.

—Es cuestión de humanidad, no de política. Tengo entendido que se trata de un hombre enfermo y que su mujer se está muriendo de cáncer —respondió a Greene García Márquez.

La información de este cuadro Graham Greene la había obtenido de otra conversación sostenida con Mr. Shearer. Pero no era solo que la mujer estaba enferma de cáncer, sino que “estaba agonizando, el hijo es hippie y solo queda la hija. Pero se trata de una muchacha muy joven”. Esta situación ponía en el camino una dificultad adicional: ¿quién de la familia entraba a hablar con los guerrilleros?

García Márquez se volcó hacia sus contactos. Llamó y obtuvo confirmación de que el grupo que había secuestrado al embajador era el FPL. Greene transmitió el dato a Mr. Shearer y este lo hizo con Pretoria, y Pretoria con Washington, por lo que el papel de los dos escritores convertidos en agentes especiales llegó hasta ahí, hasta la diligencia que identificó al grupo con el que Washington estableció contacto, “y sería preferible”, le dijo Mr. Shearer a Graham Greene, que “no interviniera en ningún sentido”.

Y eso fue lo que ocurrió.


*Juan Carlos Zapata es periodista y escritor, persistente estudioso de la biografía de Gabriel García Márquez. Su más reciente libro publicado es Chávez a la hora y en la hora de su muerte.