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Crítica y mercado (algunas consideraciones aplican)

¿Puede impedir un crítico que una obra “mala” sea subastada?, ¿puede ayudar a que una obra “buena” sea comprada? Lo que los críticos consideran “nuevo” o “excepcional” no siempre es suficiente

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La crítica de arte y el mercado del arte representan dos ámbitos en cuestionamiento. Ambos escenarios cargan con gran parte de las culpas y omisiones que padece el campo artístico. Según dicen sus detractores, la crítica es permisiva o inexistente, en tanto que el mercado menosprecia la calidad y privilegia el éxito de venta.

La raíz de ese malestar con el mercado y con la crítica sigue siendo la misma: no todo el mundo está de acuerdo con que el dinero se inmiscuya en los asuntos del arte, porque se presume que esto corrompe su “espíritu” o “aura”. El éxito de mercado, añaden, es un síntoma insano del cual la crítica no debe ser cómplice.

Annie Le Brun, autora del libro Lo que no tiene precio. Belleza, fealdad y política (2018), afirma que “este nuevo pacto con las finanzas ha hecho que nuestro mundo interior esté completamente colonizado”. Desde su óptica, la acción combinada del mercado, la crítica y las instituciones “… ya no nos dejan mirar libremente, sino que el espectador acepta”. Y concluye: “Ya no es cuestión de belleza, hay que embrutecerse para aceptar lo que nos exponen” (1).

Pero, ¿es suficiente la crítica para modificar el flujo del mercado?, ¿puede funcionar el mercado sin la anuencia de la crítica?, ¿puede impedir un crítico que una obra “mala” sea subastada?, ¿puede ayudar un crítico a que una obra “buena” sea comprada? Lo que los críticos consideran “bueno”, “nuevo” o “excepcional” no siempre es suficiente para que alguien adquiera una obra. Del mismo modo, la crítica adversa tampoco basta para impedir una transacción en torno a tal o cual obra.

La valoración crítica no es como una “calificación de riesgo” frente a una inversión. Es solo un criterio argumentado pero perfectible que algunos prefieren desechar y otros siguen al pie de la letra. La mayor parte de las veces, el tiempo pasa y el argumento se disipa, para dar paso a nuevos parámetros de preferencia. Lo que tratamos de decir es que no es tan sencillo ni exacto afirmar que hay un complot entre los agentes del mercado y el “silencio” de la crítica. Lo que existe es un aparato complejo de producción y consumo del valor, cuyo filtro crítico no parece estar circunscrito a un gremio. Al respecto, Guillaume Cerutti, consejero delegado de Christie’s declaró en 2018: “Estamos en un ecosistema en el que todos nos retroalimentamos: museos, vendedores, artistas” (2).

Esto significa que la crítica de arte profesional, esa que ejerce un sujeto exclusivamente dedicado a dicha tarea, no es la única instancia, y, por tanto, no es la “última palabra” para legitimar o validar la producción artística. El mercado –sus agentes y sus mecanismos– tienen sus propios parámetros, siendo de especial relevancia el criterio de aquellos que adquieren las obras.

Ahora bien, el criterio se forma con información y conocimiento. Y ahí sí tiene un papel decisivo la actividad crítica como uno de los referentes (aunque no el único) a atender cuando se adquiere una obra. Por tanto, sería desmesurado culpar únicamente a la crítica por el comportamiento del mercado. Otras consideraciones aplican, entre ellas sería bueno saber si hay demanda suficiente para la oferta artística, si lo que se ofrece cumple las expectativas de los posibles interesados, si aquello que la crítica considera más relevante está suficientemente argumentado, etc. No hay que olvidar que el mercado no funciona filantrópicamente, sino que está sustentado en criterios de beneficio (material y simbólico) para todos los involucrados en una transacción artística.

¿Es esto deseable?, ¿se pueden revertir “positivamente” las tendencias del mercado?, ¿qué significa “positivamente”?, ¿“positivo” para quién o quiénes? Estas preguntas se ubican en el plano del “deber ser”, pero reclaman una ponderación reflexiva en la que –tal vez– la crítica tendría algo que decir, pero nunca de manera concluyente. En definitiva, “que te nombren el crítico de arte más influyente es como si te llamaran el apicultor más influyente” (3), declaró con ironía el crítico Robert Hughes en 1997. Consciente de los límites de la apreciación crítica también afirmó: “No es posible justificar el valor de un cuadro afirmando que se tiene hilo directo con Dios como hicieron Newman o Rothko” (4).

Hay un punto donde el mercado de arte y las producciones artísticas de las últimas décadas coinciden: el mercado se ha diversificado y el arte ya no obedece a una narrativa única. En pocas palabras: hay mercado para todo (no solo para lo que se considera “bueno”) y hay arte para todos los gustos (incluso para lo que se presume “malo”). Sin un canon estético por el que regirse, ¿cuál puede ser el papel del juicio crítico? Si nos atenemos a esta circunstancia, surge aquí un problema teórico con su respectiva consecuencia práctica. No existe una norma y, por tanto, se plantea la dificultad de cómo discernir entre lo pertinente y lo cuestionable.

Dos filmes recientes trazan un panorama descarnado del mercado del arte y del papel del crítico. Mi obra maestra (Gaston Duprat, Argentina, 2018) y Velvet Buzzaw (Dan Gilroy, EEUU, 2019) presentan la figura del crítico como agente de legitimación, capaz de fabricar y destruir carreras. Su aureola de severidad y estilizada elegancia despierta reverencias y aborrecimientos entre galerístas y artistas, según sean favorecidos o cuestinados por sus apreciaciones. Esto, claro está, es ficción cinematográfica, teñida por los estereotipos, creencias y opiniones que identifican el mundo del arte con una jungla habitada por depredadores insaciables.

Desde nuestro punto de vista, ni la crítica de arte ni el mercado del arte son los villanos (al menos no los únicos). Ambas instancias son parte de un campo autorregulado (no autónomo) que va desplazando sus ejes para garantizar su sobrevivencia. En resumidas cuentas, la crítica sigue siendo necesaria, pero no es para decidir qué se compra y qué no, sino para argumentar con criterio un punto de vista sobre lo que acontece en el arte y sus predios. Lo demás compete a cada agente del campo cultural, cada cual desde su rol.

Febrero de 2018

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Notas

Annie Le Brun: «El arte contemporáneo es un reciclaje de basura». Por Jacinta Cremades. El Cultural, 01-11-2018.

Guillaume Cerutti: «La globalización salvó al mercado de arte de la crisis»El País, 27 de octubre de 2018.

Robert Hughes, crítico de arte tan polémico como popular. Por Eva Sáiz. El País, 7 de agosto de 2012.

Robert Hughes: A toda crítica. Ensayos sobre arte y artistas. Por Eugenio Sánchez Bravo. Aula de Filosofía, 21 de julio de 2007.

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