Por LUIS PEROZO CERVANTES
Por los pasillos de la globalización cibernética ha rodado una buena noticia, que pasa desapercibida ante el ego encendido de millones que aún se debaten sesudamente qué paleta de colores tendrá el branding de su Instagram o cuáles son los últimos anuncios secretos de la CIA que cambiarán el destino de todos los habitantes del planeta de forma automática.
Una novedad, de esas que no parece alumbrar a nadie, pero que, pensándolo mejor, se convierten en un suceso extraño, un acontecimiento del siglo:
Hace unos días, la novela Corrector de estilo volvió a salir al ruedo editorial, fue reeditada y está al alcance potencial de 7 millones de personas cada día. ¿Son 7 millones de ejemplares? No, pero sí son 7 millones de personas las que diariamente compran un artículo en Amazon, que es la red de distribución que ahora tiene esta novela también está en la Play Store de Google Book y disponible en impresión bajo demanda).
Es un gran suceso, pongámoslo en contexto:
Milton Quero Arévalo es una especie de “rara avis” del mundo de la escritura: es poeta, novelista y dramaturgo. Fue actor de telenovelas en la televisión nacional durante su juventud y los desajustes del destino lo hicieron venir a vivir a Maracaibo, ciudad donde ama y escribe. En Maracaibo, Milton, con el don demiúrgico de su nombre, se ha convertido en el “actor de carácter” más destacado de la contemporaneidad, ha puesto en escena dramas sensibles que transforman el sinsentido de lo que somos y, sobre todo, ha escrito una versión de la ciudad, que cobra vida en cada palabra.
Pues tanto entrenamiento actoral y suspicacia lectora, ya que también es licenciado en Letras, más su don innato, lo capacitaron para, cual extranjero, poder radiografiar una verdad que los mismos zulianos no son capaces de ver completamente: su novela Corrector de estilo es el delicado álbum de estampas morales y prototipos personales del machista, del maracucho, del irreflexible intelectual tropical, que agoniza en su propio miedo a la mediocridad y utiliza sus inseguridades para comprender el mundo.
¡Ey! Pero Milton no es sus personajes, cosa que hace más trascendente su hallazgo, observación y fijación. Como un buen actor logró darles alma a hombres muy diferentes a sí mismo, pero que cualquiera podría creer que son reflejo de su interioridad.
Entre los novelistas contemporáneos de Venezuela es difícil encontrar uno que se escape, como lo hace Milton Quero Arevalo en Corrector de estilo, de la tematología de la actualidad: todos, los que están aquí, los que se han ido al exilio voluntario, presentan sus novelas como testimonio de una época. Corrector de estilo es, si queremos usarla como testimonio de algo, la huella de un “modus operandi” masculino, que encontró en sus personajes la manera de universalizarse: Milton Quero hizo potable el carácter sociópata del maracucho y lo encapsuló en seres plurivalentes, que son capaces de enfrentarse al amor, a la familia, al trabajo y, finalmente, a la corrección de un libro inacabado, de la misma manera en que sostienen sus prejuicios mientras toman una cerveza helada.
Nectario, el personaje principal, logra reunir las características más completas de un gran personaje literario contemporáneo: posee contradicciones morales, como Raskólnikov, el protagonista de Crimen y castigo; comprende su entorno como un espacio de retroalimentación y finalmente se descubre víctima del ambiente espeso que lo rodea, como Leopold Bloom, el protagonista de Ulises, o Peter Kien, el comelibros protagonista de Auto de fe. También es sexualmente instintivo, como el Henry Miller de Trópico de Cáncer, o en otras facetas, sexualmente introspectivo, como José Cemí, el protagonista de Paradiso.
Todos estos atributos y muchos otros que se escapan, mezclados con el acento almático del maracucho, con la propensión delirante que tienen los que habitan bajo el sol de la Sultana del Lago de Maracaibo: elemento que hace de Nectario Medrano Rodríguez un espécimen único. No hay un personaje igual en la literatura venezolana, no hay una novela como esta, que parece recorrer los siglos XX y XXI sin distinción, que encuentra puntos de anclaje cultural en cualquier locación caribeña, que se impregna de la esencia fresca de los adioses genuinos: porque este parece, al final, un libro de despedidas.
Como toda buena historia, es un viaje a través de la psiquis evolutiva de un personaje: nuestro protagonista, al concluir la novela, no es el mismo que el narrador nos ha presentado desde un principio. Nosotros cambiamos con él: es absolutamente cinematográfico, aunque se salva del cliché rápidamente y nos impone un ritmo literario, no escénico, no fílmico. Hay cosas que solo pueden hacerse en la literatura: una historia de amor truncado por la realidad, que, de las cenizas de su fracaso, logra reconstruir al personaje y al mismo definir los contrastes de la sociedad.
Todo lo que está mal en la ciudad es resaltado por los habitantes ficticios que se narran en Corrector de estilo. La viciosa elocuencia que impone la conducta de hombres y mujeres en las páginas de la novela puede reconocerse caminando por las calles de Maracaibo, pero sin duda esto no hace falta, porque muchos lectores se han sentido entre esa muchedumbre solo leyendo este libro.
¡Puede desaparecer Maracaibo! Ya está contenida en este libro. Qué maravilloso es poder leer una novela tan buena como esta.
Pero añadí todo esto de contexto para decir que, en los predios de la generación de cristal; en los tiempos de la cancelación, los linchamientos morales, la “normalización” y el rechazo al bullying, una editorial zuliana llamada Sultana del Lago Editores, se atreve a poner en circulación una obra maestra que expone gloriosamente el machismo, que un monumento a la prepotencia masculina celebra el ego desgarrado de los intelectuales de provincia.
Y no es un error, porque este contraste conforma la verdadera potencialidad de nuestros discursos colectivos, y define la labor del creador literario: Milton Quero Arévalo ha creado un estuario imaginativo, auto-sustentado en la idiosincrasia de los personajes, que fortalece la dignidad del error y construye desde la particularidad de un dialecto (hasta de un idiolecto) una manera de entender el mundo.
Ya está suelto este pequeño monstruo del intelecto, la aldea global debe cuidarse, porque hará una hendidura en el plano y aburrido presente, mostrará una vez más que desde las periferias los hombres son capaces de crear oficios inútiles y trascendentales que corrompen las certezas de su tiempo.
Hay una buena noticia: ha vuelto Corrector de estilo de Milton Quero Arévalo.