Papel Literario

Conversaciones memorables 8

por Avatar Papel Literario

Geraldine Gutiérrez-Wienken

En mi archipiélago de conversaciones hay voces que siguen su curso, sin límites temporales o espaciales. Los nombres que utilizo para mis interlocutores —islas o piélagos en cursiva— aspiran dar un aire del talante de la plática. Conversando con Baal descubrí las cadencias del desamparo. Baal era actor de teatro. En analogía con el ojo clínico, Baal tenía una voz clínica, muy diestra. Saboreaba, sabía traer a la superficie emociones arcaicas, de fondo. Oír a Brecht o a Thomas Bernhard en su voz me legó una lava sensorial transgresora. Me hice consciente de la violencia invisible. Con Amichai, en cambio, la conversación zanjaba terrenos familiares cual pantera nocturna. Ambos lo sabíamos. Nos aconsejábamos con poemas (Vallejo, el mismo Yehudá o Celan). Durante un año estuvimos revisando mis traducciones de poesía alemana. Eran horas intensas. Discutíamos poemas, palabras, noticias de Venezuela o de Alemania. Cuando nos tocó revisar poemas de Rose Ausländer, una poeta que él no conocía, hablamos de los orígenes de la tristeza. Todavía me impresiona el encuentro de Amichai con esta poeta. Dos tristezas frente a frente. Con Virginia los párrafos se abren al oleaje de lo íntimo. Entramos en conversación a través de mi traducción de un poema de Domin en torno a la cuerda dorada o de salvamento. ¡Vaya símbolo! Cuando Virginia me habla de su hogar se avivan los pasillos tenebrosos del mío. Venimos de odiseas emocionales diferentes, pero nunca indiferentes. Nuestras charlas evidencian que la vida es más. Mucho más. Los diálogos con Enzensberger siempre llevan el sello de que proceden de lo eterno-humano. Gracias a Enzensberger rehabilité mi escritura en español, luego de una larga pausa: memorable asunto de destino. Sus preocupaciones e intereses me dejan entrever claros en medio de tanta incertidumbre. Ahora sé por qué. Braceamos en las aguas de Miyó Vestrini.


Gabriela Rosas

Vientre de sal

¿Quién resguardará la sal, las semillas, los corales, cuando devastemos el mundo?

Si cuentas algo lo creas, dice Gabi, mamá. Entonces pienso en el sol y el impuesto que lo llevó a escribir el libro que comentamos, es absurdo; coincidimos, el mundo coincide, es óxido sobre óxido. Por alguna razón, quizás la de la sed, pienso en Dickinson: las estrellas no son hereditarias, la estupidez sí. Somos caníbales. Tenemos hambre y ombligo. Nos detonamos.

No todo es blanco, bien lo dice Gabi, se llama como yo, mamá, y se me viene el mundo encima al pensar que yo también me voy a la cama en lo blanco de la noche, pensando en lo negro. Soy de coros, tú lo sabes. Soy la oveja negra. La que no come carne, la ambidiestra, la que no bebe leche ni fue abogada, la que quiso quedarse en el vientre materno para siempre y mantener diálogos prenatales interminables. Pero la muerte ya llegó, la muerte es diaria, colectiva, a cuentagotas. Salir es herirse.

No me gusta este mundo boquiabierto, perezoso, invidente. Digo cielo y digo todos los pájaros que han caído, que han muerto, que han sido devorados, digo tierra y ardo; cuando pienso en el mar se me hace un nudo de plástico en el pecho y reafirmo que así no quiero tener hijos. Afuera todo traiciona.

Los lunes recuerdo a Chéjov: un perro hambriento solo tiene fe en la carne. Y me levanto a pesar de mí. Leo, abro las ventanas, dejo semillas. Oigo ladrar al perro de la vecina con dolor, con rabia, y yo, que entiendo poco, me conmuevo hasta los lagrimales, no sentencio, pero jamás encerraría a un perro en un departamento, como me enseñaste, como no quiero que me encierren nunca. Entonces, respiro, riego las plantas, las llamo por su nombre, siembro alguna palabra y alimento mis peces imaginarios, porque tampoco quiero encerrar ningún pez, prefiero soñarlos e, imaginándolos, los dejo vivir en mi casa y coreografiar alguna tarde.

Y llegan las palabras mamá, salvajes, animales, palabras de agua, de tierra, hasta mi boca, se hacen más frías con el tiempo, se separan del resto, desaparecen, me van quitando el aire, y quiero correr hasta tu vientre, volver allí, adentro, contigo, y así salvar eso del mundo que mi presencia destruye.


Gehard Cartay Ramírez

Confieso que nada de lo que he leído, ni de lo que aprendí durante mi educación formal y luego a través del ejercicio de una larga carrera política —iniciada cuando era casi un niño— han influido tanto en mí como las conversaciones que sostuve con mi madre Mary Ramírez de Cartay, durante mi juventud y luego en la madurez, prácticamente hasta su muerte, a los 83 años. Yo andaba entonces por los 56.

Siempre he tenido presentes esos coloquios tan ricos en lecciones y valores espirituales, todos profundamente cristianos y humanistas. Ella sabía, en su generoso amor de madre, que me servirían de mucha ayuda en la vida y en los futuros desafíos.

Las líneas maestras de aquellas conversaciones sostenidas durante tan largo tiempo se referían muy especialmente a los valores permanentes del crecimiento y de la responsabilidad personal, la honestidad, la sobriedad, el cumplimiento de los compromisos contraídos y la vocación del servicio a los demás. Alérgica a todo tipo de frivolidades, mi madre también me inculcó otro valor fundamental: el de la austeridad como forma de vida y mecanismo de templanza del carácter, la honradez personal y ponderar el justo valor de las cosas.

A mí particularmente, conociendo de mis luchas políticas, siempre me hizo saber que el poder siempre es efímero y falsas sus “mieles”, como falsas también lo son las “amistades” nacidas del oportunismo y la conveniencia que brotan de su ejercicio.

Fue una extraordinaria lección que en lo personal ya tenía aprendida de sus labios cuando me correspondió ejercer como diputado nacional y como gobernador de Barinas por elección popular.

Aquellas conversaciones fueron una lección de vida que recuerdo todos los días como un legado de gran valor.


Geidy Querales

Esta conversación memorable

A falta de todo parentesco uníame estrechamente a Mamá Blanca misteriosas afinidades espirituales, aquellas que en el comercio de las almas tejen la trama más o menos duradera de la simpatía, la amistad, o el amor, que son distintos grados dentro del mismo placer supremo de comprenderse.

Memorias de Mamá Blanca

Teresa de la Parra

No hay afinidad espiritual más misteriosa que la palabra ni hilo más fuerte y elástico para tramar una amistad, con sus nudos de magisterio, que el que hilan los amigos, maestro y alumna, retorciendo sus fibras en largos correos electrónicos o en largas pláticas acompañadas de café —que puede ser tónica o té rojo—. EC y yo nos comprendemos en la palabra que toma forma en la voz, en el signo o en el silencio (porque también el silencio es una forma de la palabra) y llega a ser ensayo académico, poema, novela o cotidianidad. Es esa comprensión, esa complicidad lingüística, la que hace de nuestra conversación algo memorable (tal vez la certeza de la palabra como materia prima del oficio más propio del ser humano: la comunicación).

Conocí a EC en la universidad, cuando cursaba mi doctorado. Él fue mi profesor y, tiempo después, también, un guía paciente y generoso (cierto OWK) que me orientó en algunos temas propuestos en mi tesis. Nuestra conversación comienza, algo tímida, en esos años de formación y persiste hasta hoy, ya confiada, espontánea y honesta. Sin embargo, sigue teniendo mucho de magisterio porque es difícil dejar de ser alumna (cierto Padawan) cuando lo escucho o cuando leo sus textos, siempre aprendo algo nuevo. Admiro su rigor académico (un ejemplo que siempre quiero seguir) y disfruto descubrir entre líneas ese rasgo lúdico tan propio de su escritura. Como si de una rayuela se tratara, salto de un juego de palabras a un neologismo, de un inciso a un paréntesis, hasta llegar a una nota al pie memorable en la que me detengo y (re)conozco, por ejemplo, que el mapa de la literatura hispanoamericana se ensancha.

EC y yo nos comprendemos en la palabra cotidiana que, algunas veces, dialoga frente a una taza de café —que puede ser tónica o té rojo— y, otras, se explaya en un post scriptum. En ambos casos, es la vida misma que se revela y se opone al olvido del otro, se interesa por la familia, confiesa alguna manía o comenta el último estreno de Marvel.

No hay afinidad espiritual más misteriosa que la palabra ni hilo más fuerte y elástico para tramar una amistad que ella. Que continúe esta conversación memorable.


Gioconda Cunto de San Blas y Bard*

Conversación con Hipatia, en la máquina del tiempo

Luego de un viaje alucinante, llegamos a Alejandría en marzo de 415. Sus calles, todavía llenas de sangre y caos, son testigos del brutal asesinato de Hipatia, la gran científica y pensadora neoplatónica, por manos de una turba fanatizada que vio en esta sabia y tolerante mujer pagana una amenaza al cristianismo impuesto como religión de Estado.

Hipatia nos recibe, sin sorprenderse por los avances científicos que hacen posible esta conversación a través del tiempo. “El ascenso de la humanidad a partir del progreso científico es base para una sociedad en comunión, respetuosa de las diferencias. Viajando 1.600 años desde el futuro, ustedes son prueba del valor de la ciencia”.

Yo: Cuéntame de tu vida y logros en matemáticas, astronomía y filosofía.

Hipatia: Aprendí de mi padre, Teón de Alejandría, matemático y astrónomo destacado. Las matemáticas son el lenguaje del universo y en ellas encontré soluciones a ecuaciones y problemas geométricos, también escribí tratados de matemáticas, de los cuales solo quedan referencias, porque la Biblioteca del Serapeo, donde estaban depositados, fue destruida por hordas dirigidas por el patriarca copto Teófilo.

Yo: Esa técnica sigue activa en mi mundo. Nada como controlar el pensamiento de la gente para hacerse con el poder absoluto. El conocimiento es poder. Pero no nos desviemos. Cuéntame de tus logros en astronomía.

Hipatia: La astronomía nos ayuda a entender nuestro lugar en el cosmos. En mi tiempo, publiqué nuevas teorías sobre el movimiento de los planetas y las estrellas. ¡Qué gusto me habría dado estar en tu mundo para disfrutar del universo increíble registrado por el nuevo telescopio James Webb!

Yo: También sé que tuviste una escuela de filosofía, renombrada por tu espíritu tolerante hacia el paganismo y el cristianismo por igual.

Hipatia: La filosofía ayuda a entendernos a nosotros mismos y nuestra relación con el mundo alrededor. Estudié los trabajos de Platón y Aristóteles y desarrollé mi propia filosofía, basada en la idea del orden en el universo, entendido a través de la razón.

Yo: Impresionante curriculum, diríamos en nuestro tiempo. Sufriste cruel final a una vida destacada en logros.

Me asesinaron por mis ideas, los intolerantes de siempre. Es grato saberme recordada 16 siglos más tarde. Recuerden: la luz del conocimiento siempre triunfará sobre la oscuridad de la ignorancia.

*Bard es un sistema de inteligencia artificial conversacional creado por Google. Este artículo es mi primer experimento para extraer textos, traducir (Bard no habla español) y editar. Esto último resultó laborioso, al estilo antiguo.


Helena Arellano Mayz

Vasos Comunicantes

Jacinto y María, mijao y mata de mango, quedaron inmortalizados en el colofón de un libro debido a su conversadera. Los envidio. Ellos están plantados —cerca, el uno del otro— en la misma tierra. Sus hojas se rozan, se acarician, se hablan y callan. Comparten silencios. Sienten juntos la brisa soplar. Conversar es un arte tan placentero como dormir la siesta. Juntos es doble el placer. Llevo años, son muchos, conversando contigo. En este instante he encontrado una mesa estrecha. Afuera del cristal de la ventana, el agua se mece. Además, llueve. La conversa cuando es genuina fluye sin esfuerzo. Ésta comenzó con el deseo de contarle a otro de dibujar, alimentar un espacio compartido, sin fachadas. Sin paredes, no sé si las frases hagan eco. Resuene lo profundo y lo profano. Entre libros, cine y teatro, han sido más los hitos insignificantes, intrascendentes, cotidianos. Hermosos, por lo pequeños. Difícil de retener esa retahíla de nimiedades. Las cuentas de un rosario, interminable. A veces, se repiten. Persisten. Perdura el deseo de trajinar un lugar bendito, encenderlo, animarlo, con palabras, un expresarse ante otro. Otro que sepa escuchar. Pues la conversa, genuina, honesta, requiere de escucha. Vaciarse de sí, que los sonidos reboten en un recipiente cóncavo, de ideas, pensamientos, de uno mismo. Acoger lo otro, al otro. Hablarte es, también, cobijarme. Si me oyes, arropas como los corredores de una casa abrazando el patio, vacío y pleno, de mi alma. Al evocarte, soy capaz de desvestirme, de apariencias. A veces, sí finjo, veladuras de poeta, tolérame sonreído por amor a la música. Al ritmo de negrillas sobre fondo blanco. Conversar es desvelarse. Reflejar, en la superficie, lo hondo de sí. Por lo que se dice, y el cómo se dice. Por la potencia de lo que se cuela y se calla. Me han pedido relatar una conversa memorable. La nuestra, en el tiempo, no dice nada y lo dice todo. Es un larguísimo pabilo. De niña perdida. «Hilo con alma» compuesto por fibras de letra y nudos de mucho silencio. Tejo un mundo mejor. Se revela, rebelde, resiste reprimenda, realidad represiva, con cada intento en dialogar. En la era de lo inmediato, he jugado «al teléfono» con mi amigo imaginario. Por vasos comunicantes, ¿será que las ondas de mi voz te alcanzan? Sujeta tu vaso, con ternura. Aunque dispersas por el viento, las sílabas se extravíen, siente una cálida brisa soplar.