Papel Literario

Conversaciones memorables 16

por Avatar Papel Literario

Rafael Tomás Caldera

Una visita a Zubiri

Sería en el verano de 1970 cuando tuve ocasión de visitar a Xavier Zubiri en su piso, en Núñez de Balboa, Madrid. Era domingo y el maestro nos recibió a las once de la mañana. Digo ‘nos’ porque habían concertado la entrevista las hermanas Molina Anchorena, damas argentinas que, por la vida diplomática de su padre, habían podido frecuentar parte de la intelectualidad católica europea. Tenían, Josefina y Mercedes, deseos de conocer a Zubiri y, como me hallaba de paso por Madrid, me invitaron a acompañarlas.

De baja estatura y aspecto risueño, era a sus 72 años el pensador español más relevante. Ya había publicado Sobre la esencia, que tuvo un equívoco éxito en el mercado, pero de la cual se pudo decir que era la obra metafísica más importante escrita por un español tras las Disputaciones metafísicas (1597) de Francisco Suárez.

Se me ocurrió preguntarle entonces algo que suele plantearse a los jóvenes latinoamericanos. Maestro, ¿por qué la filosofía? Su respuesta me hizo pensar mucho porque en realidad dijo: No respondo esa pregunta. Acaso resultaba ocioso pedir una explicación de su tarea principal. El amor a la sabiduría no necesita justificarse ante la sociedad, aunque en el mundo hispano no sea frecuente el pensamiento especulativo. De hecho, un par de años antes, en un breve encuentro en los Estados Unidos con Joaquín Ruiz-Giménez y Gregorio Peces-Barba, pregunté por Zubiri y la respuesta fue que estaba… muy metafísico. Las de ellos eran andanzas políticas.

Nos contó luego que estudiaba en ese tiempo algunos autores del siglo XIV que, decía, de manera sorprendente intentaban dilucidar por dialéctica cuestiones de experiencia. La dialéctica les aparecía como el modo apropiado de hallar la verdad.

Mostró en la biblioteca su acogedor sillón, con un brazo giratorio donde descansaba un atril. Allí leía por horas. Sin duda hombre sedentario, cuando le asomé la posibilidad de que nos visitara en Caracas su respuesta, amable, fue también negativa: el problema no es la duración del vuelo, sino que seis meses antes ya estoy abordando el avión.

Para despedirnos, vino un momento su esposa Carmen Castro y, tras los saludos de rigor, dijimos adiós al maestro.


Rowena Hill

Quizás parezca extraño hablar de conversación cuando ninguna de las dos personas sentadas frente a frente, en una mesa de cafetín en la ciudad de Mysore, domina el idioma de la otra. El inglés de Mahadeva, sin embargo, es mejor que mi kannada y es suficiente con un poco de intuición para que nos entendamos. Él es un escritor dalit, de la categoría de los marginados que se considera sin casta, por estar debajo de todas las demás, que ha logrado estudiar y tener cierta aceptación social. Es autor de una novela, Kusumabale, asombrosamente original en el tema y en el lenguaje, y de otros cuentos. Se espera de él grandes cosas en el futuro.  Pero no escribe más.

Me explica que sus obras le llegan a la mente enteras, hasta en los detalles, y para captarlas tiene que estar en un estado de recogimiento, sin interrupciones o presiones de tiempo. Que luego necesita tranquilidad para desplegarlas, y que en su vida actual no existen las condiciones para tanta dedicación. Como dalit que ha logrado cierta fama, es una voz que se escucha, y la gente de su comunidad le exige que utilice su autoridad para promover la lucha por sus derechos, por la mejoría de la situación de miseria y humillación en que vive todavía la mayoría de ellos.

Así que ha renunciado a la carrera de escritor y ha fundado un partido que representará dalits y agricultores pobres en las próximas elecciones.  Me dice que sabe que ninguno de los candidatos del partido tiene esperanza de ser elegido, que lo que le importa es que se los escuche, que no se olvide su causa, que algo se contraponga a los intereses políticos de las mayorías.

Renuncia a un talento único por una causa perdida.  No sabía si llorar o aplaudir o las dos cosas juntas. He recordado a menudo sus palabras, frente a las causas perdidas que nos toca apoyar, aunque nos cueste, para que no se destruyan tan rápido nuestros valores.


Sandy Juhász

Un personaje bien conversado

—Este lugar parece de ficción

—De eso se trata, habitar la imaginación. Creo que es el sitio perfecto para nuestro encuentro. Hoy serás un personaje, el que tú quieras.

—Me divierte la idea. —Se sienta en el sofá sin perderse de nada—. El detalle del olivo iluminado de jazmín le da un toque especial a la atmósfera que inventaste. No soy la clase de hombre que peca con este tipo de sentimentalismo, pero estoy gratamente impresionado. Esto promete. ¿Con qué rompemos el hielo?

—Con un juego. Yo te hago preguntas y tú las respondes con lo primero que se te ocurra. Por ejemplo, ¿qué cualidad aprecias en un hombre?

—Que tenga los cojones de ser lo que es. Si decide ser un mal hombre, pero tiene el valor de transitar su propia oscuridad con decencia, se ganó mi respeto. La bondad es una virtud desafinada porque no se impone, se escoge y cuenta con demasiados impostores. Nunca imaginaste que los monstruos que atormentaron tu infancia iban a formar un partido político.

—Buena esa. ¿Cuál sería tu peor desgracia?

—Que mi destino sea tu papelera y no tenga el menor chance de existir. La existencia no se escribe en blanco y negro como se piensa. Odiseo goza de buena salud, a pesar de que sus primeros lectores no corrieron con la misma suerte.

—Y tú pretendes que yo sea Homero.

—Tampoco lo tomes así, te falta mucha pluma todavía. Pero soy ambicioso y quiero jugármelo todo en una historia que me saque de este blanco insufrible. Vivir una página que nadie olvide jamás. ¿Vas a preguntar algo que me sorprenda? —Se me escapa una carcajada.

—¿Tu color favorito?

—El silencio.

—Eso no es un color.

—¿Estás segura? Porque no hay silencio más negro que el mío.


Teresa Casique

Agonía

El verano de 1926 es trágico para Pasternak, Tsvietáieva y Rilke. Boris le había escrito a Rainer para agradecerle que leyera sus textos y, eufórico con el Poema del fin de Marina, le pide que le envíe unas líneas a ella. Quiere sorprenderla. Rilke obediente le manda sus Elegías y los Sonetos a Orfeo.

En este refinado ejecutante la poeta rusa concibe entonces a un quinto elemento: la encarnación de la poesía. Y vehemente le declara: “Boris te regaló a mí. Y habiéndote apenas recibido, quiero ser tu única propietaria” [14/6]; “¿Sabes por qué (…) te amo (…)? Porque Tú eres fuerza” [9/5]. Rainer Maria, desde el sanatorio suizo de Val-Mont, donde intenta conjurar una “desavenencia corporal”, afronta la provocación: “¿Eres tú esa fuerza de la naturaleza que está detrás del quinto elemento, excitándolo y apremiándolo?” [10/5].

Rilke le habla luego de su “discordia” con el cuerpo, “una desgracia” que lo empezó a debilitar en 1923. Y ella, profética, lo honra: “Orfeo, no puede morir nunca, ya que está muriendo ahora mismo (ieternamente!)” [12/5].

Pero Rilke sigue mal. Le pide que no deje de escribirle, aunque él no responda. Ella se enoja. Desde el centro curativo Hotel Hof-Ragaz, Rainer le confía: “Nunca conocí inmovilidad semejante…” [28/7]; “escribir una carta (…) es para mí un obstáculo infranqueable” [8/6].

―Rainer, quiero estar contigo. (…) dormir. (…) escuchar el sonido de tu corazón. Y… besarlo (…) / este invierno debemos encontrarnos ―desea ella [2-14/8].

―Sí, sí, y una vez más sí, Marina (…) pero en él se encuentran encerrados diez mil imprevisibles NO ―arguye él [19/8].

Movida por un subterráneo, ¿ciego?, sentimiento, Tsvietáieva insiste: “… Si en realidad quieres verme (…) debes actuar, es decir ‘Dentro de dos semanas estaré en tal lugar. ¿Vendrás?” [22/8].

No se encontrarán nunca. Rilke muere en diciembre.

¿Cuánto puede durar una agonía? ¿Un verano?

a O.G., in memoriam


Verónica Jaffé

Hace muchos, demasiados años que no recuerdo haber mantenido, o tan solo escuchado, una conversación memorable de verdad verdad. Una como las que se daban con tanta frecuencia en la Caracas de finales y principios de siglo. Una donde participaba, siempre brillante, Ana Teresa Torres. No es que recuerde exactamente los argumentos y las palabras, pero sí los tonos y las emociones. Leyendo La utopía destartalada de Torres, pequeña recopilación de varios ensayos sobre la “secuencia de vaciamiento” que ha sido el país en estos tiempos recientes, caigo en cuenta que aquellas conversaciones sí que tenían algo digno de ser recordado. Eran, al menos eso fue lo que entendí por fin con estos textos, “diálogos de la pérdida”, como se titula uno de ellos publicado originalmente en el 2000. Hoy me parece un diagnóstico inteligente, preciso y actual. Algunas citas que creo lo confirman:

“Hay una modalidad discursiva de la historia venezolana (…) los venezolanos nos narramos en una gramática enunciada de modo vindicativo y en tiempo anulatorio” (p. 57).

O también cuando Torres habla de “nuestra taimada costumbre de destruir, detener y erosionar lo que otros (… ) han construido o comenzado, a fin de que la historia no los reivindique como bueno (p. 62).

“Hay que poner orden en el imaginario”, cita Torres a Michelle Ascencio en el ensayo El país como tragedia moral”, del 2017.

Y sí, estos diez ensayos se leen no solo como un necesario y esclarecedor análisis de la historia reciente del país, también tantas y tantas conversaciones memorables, hoy silenciadas por diásporas, desencuentros y lejanías. Ana Teresa Torres era, es, y espero que siga siendo, una de las voces fundamentales en ellas. Para poder, como recomienda sabiamente, “perdonarnos a nosotros mismos, intentar sobreponernos a las heridas y maltratos y darnos la oportunidad de crecer de nuevo” (p.76).

Y para que todos podamos, como quería Hölderlin en su poema “Fiesta de la paz”, volver “a ser conversación”.