Papel Literario

Conversaciones memorables 14

por Avatar Papel Literario

Whatsapp

Maye Primera

Mi padre siempre responde lo mismo cuando le pregunto por el chat de Whatsapp cómo está y dónde anda y con quién. Sólo varían las mayúsculas y los signos:

“Todo bien. En la clínica”.

“DIOS BENDIGA. Abrazos y besos. En la clínica. Saliendo del quirófano”.

“Dios bendiga. Todo bien en la Clínica. Feliz día. Ya operamos. Todo bien”.

“DIOS TE BENDIGA. Como estas? NOSOTROS EN LA CLINICA”.

Mi padre y sus socios médicos compraron la clínica a crédito en 1976 y él poco a poco fue adquiriendo acciones hasta tener el cien por ciento. Él pasa el día en su clínica haciendo lo que sea: dando una anestesia, cambiando un bombillo, tomando café en el puesto de enfermeras, hablando con los médicos en la administración, revisando los tanques de agua en la azotea. Ese lugar es su patrimonio, el patrimonio de la familia, de los que están en Venezuela y los que no estamos.

La vida de todos ha transcurrido en esas diez habitaciones y esos dos quirófanos. Excepto mi padre, todos los integrantes vivos y muertos de esta familia se han operado —el apéndice, las amígdalas, los cornetes, el tabique, la cesárea— o han sido hospitalizados en la clínica por alguna dolencia. Ahí murió mi madre de cáncer en los ochenta, ahí nacieron mi hermana y mi hermano pequeño en los noventa, los hijos de mi segunda madre, ahí me operaron un tendón del meñique izquierdo, ahí diagnosticaron de un tumor (benigno) al hermano mayor, ahí nació mi sobrina en julio de 2021. La sobrina, que es el nuevo centro de nuestro universo: suyas son las fotos, los videos, los emojis y los planes de reencuentros en las conversaciones familiares.

—Ay, quisiera tanto ir a conocerla —escribo en el chat y el hermano mayor se queda cinco, quince minutos typing

—…

—…

Hasta que responde.

—Cuando esté más grandecita.

Es una nueva forma de decir: mejor no vuelvas, todavía.

FIN.


Michelle Roche Rodríguez

Ana Teresa Torres: La nostalgia heroica como condena

—¿Qué mitos se mantienen en la psique del venezolano?

—Los mitos que actúan en la mentalidad social son formas del imaginario que tienen una vida transhistórica y no se modifican por los cambios políticos coyunturales. No quiero decir que sean eternos e inamovibles, pero sin duda requieren más tiempo que los cambios de gobierno. En síntesis, me refiero a cuatro mitos. El primero es la creencia en un líder mesiánico salvador y restaurador, que se convierta en el hombre providencial. Relacionado a este es el culto bolivariano y sus derivados como son la admiración por los militares como herederos de la gloria de Bolívar. El tercer mito es la creencia de que este país es por siempre inmensamente rico y que la resolución de los problemas pasa por repartir esa riqueza. Y, finalmente, la lectura de la historia como una permanente traición de las élites sobre el pueblo.

—¿Cómo se resuelve la obsesión nacional por el héroe?

No sé si se puede resolver, en todo caso se puede mitigar con un discurso civilista, institucional, que proponga que las sociedades necesitan transformaciones pero de las posibilidades civiles, ciudadanas y políticas en el sentido literal de la palabra, por la vía lenta.

—En relación con este eterno refundar la república, ¿cree que la Revolución Bolivariana borró la llamada IV República y creó un nuevo imaginario nacional?

No creo que haya borrado el pasado democrático; intenta hacerlo a través del lenguaje, manipulándolo. Si hubiera acabado con el pasado democrático del país, deberíamos concluir que no hay alternativa política al chavismo, pero sí la hay.

—¿Qué han hecho los intelectuales frente a la nostalgia del héroe y la vocación de los políticos del país de refundar eternamente la república?

—Hemos escrito mucho, no solamente libros y hemos tenido una presencia pública muy superior que la que pudimos tener en la década de los años ochenta o noventa. Cada uno ha expuesto su posición, sus ideas. De eso se trata. Pienso que ha habido una participación muy intensa.

*Entrevista con Ana Teresa Torres publicada en mi libro Álbum de familia: conversaciones sobre nuestra identidad cultural (Alfa, 2013).


Milagros Mata Gil

Una conversación que continúa: Ítaca

En agosto del 2020 estaba yo saliendo del COVID 19. Aislada por necesidad y elección, tenía mucho tiempo para esculcar en redes sociales como Facebook, donde, además, hacía frecuentes comentarios sobre el desarrollo de mi particular apestamiento y recibía apoyos y consejos.

Un día, a mediados de mes, encontré allí una crónica que me gustó mucho por lo evocadora, por el colorido casi cinematográfico, por el tono fresco y desenfadado y porque no conocía al autor, pese a que vi, una vez visitado su perfil, que teníamos muchas amistades en común. De inmediato le envié un mensaje pidiendo su contacto, ofreciendo mi número telefónico (un acto de total audacia, si se quiere, muy desacostumbrado en mí). Esa misma noche me llamó y comenzó así un tiempo de conversaciones cuyas consecuencias aún están en desarrollo. Ése fue Eziongeber Chino Álvarez y ése fue el nacimiento de nuestro proyecto, Editorial Ítaca, y de nuestra tarea de divulgar la creación literaria de los escritores de habla hispana, así como de apuntalar nuestra propia creación. Después de tres años, estas conversaciones no han cesado. Repito: la Literatura ha sido el gran núcleo de ellas y nos ha permitido pensar, inventar, invertir nuestro tiempo de vida, crear: ser demiurgos y, sobre todo, taumaturgos. Y, además, multiplicarnos en otros tiempos y espacios, con interlocutores que no hubiéramos imaginado. Las altas madrugadas y el café nos reúnen a pesar de la lejanía geográfica.

Nuestro territorio fue delimitado desde un principio: la Letra, la Escritura. Alumbrados por el faro de Alejandría, invocamos a Kavafis y bajo su égida navegamos sin temor a Cíclopes y Lestrigones. Conversando, aprendimos el oficio de ser editores, así como a usar los forochats. Convocamos a los escritores para que contaran de sus obras. Hablamos de gente como James Joyce, Ezra Pound o Dante Alighieri. Reflexionamos sobre la condición del escritor en su ámbito vital. Invitamos al público invisible a las lecturas de textos literarios. Y por ahí seguimos. Conversando. El tópico geográfico no nos limita: desde todo lugar donde alcance la línea telefónica, siempre estamos enrumbados hacia Ítaca.


Mireya Tabuas

Mudas

A Trini Tabuas, en 2007

Estos días de noviembre conversamos sin palabras. ¿Cómo te pido que me digas todo aquello que te faltó por decir, porque lo que me contaste nunca será suficiente? ¿Cómo te hablo sin saber si me escuchas en este pésimo intermedio entre estar viva y muerta? ¿Cómo nos comunicamos nosotras que toda la vida hablamos tanto, que somos como una misma persona con 45 años de diferencia? Te canto “Capullito, capullito, ya te estás volviendo rosa” para ver si reaccionas, bella durmiente, para ver si dejas de silenciarte en la cama de este palacio precario que te admite solo hasta que se consuma el seguro.

Tal como hacías conmigo, te invento cuentos de hadas, aunque nunca me quedarán como los tuyos. Eres ahora tú mi niña pequeña. Compenso la imposibilidad de diálogo haciéndote preguntas que sé que no tendrán respuesta, aunque solo aspiro lograr de ti una mueca, un movimiento de cabeza: ¿Te acuerdas de cuando me llevabas al cementerio del sur a visitar a José Gregorio?, ¿te acuerdas de las veces que entramos como polizones a velorios ajenos?, ¿te acuerdas de que me hiciste prometer que nunca lloraría tu muerte?, ¿te acuerdas…?

Me dicen las enfermeras que me vaya despidiendo de ti. Te juro que intento reconstruir en voz alta solo las partes bonitas de tu historia, para ayudarte a borrar todo eso tan terrible: tu infancia huérfana, las monjas malísimas que te daban carbón en lugar de regalos en diciembre, la guerra civil española que en tu juventud te robó un novio, aquel secreto que te guardaste hasta que te lo saqué. Sustituyo esos malos recuerdos hablándote de lo que fue para ti migrar a Venezuela: el amor de un hombre viejo, la maternidad tardía, los sábados en el balneario de Macuto, los domingos en la mañana en nuestro minúsculo apartamentico de Chacao esperando a mi papá. Tú y yo para todo siempre. Tú, yo y luego tus nietos, esos que nunca imaginaste que ibas a tener porque pensaste que, como tú, yo también me quedaría demasiado pronto sin madre.

Por eso, desde chiquitica me entrenaste para tu muerte. Pero tú, tan buena instructora, olvidaste un detalle. Nunca me preparaste para el paso previo, este injusto medio tiempo: la agonía. Este silencio en vida. Así que intento seguir hablándote hasta lo último, porque conversar fue un asunto que siempre supimos hacer muy bien, mamá. Incluso mudas.


Mori Ponsowy

Una de nosotras está en un lugar del mundo y, la otra, casi en las antípodas. Cuando aquí es de día, allá es de noche, y viceversa. Nos conocimos en la escuela apenas pasada la infancia: compartíamos el amor por la literatura, la política, la historia y, también, la curiosidad ante el mundo que empezaba a desplegarse ante nosotras. Sentadas en el patio, conversábamos en voz alta durante los recreos, pero el diálogo seguía durante las clases de matemáticas o geografía a través de papelitos escritos que nos pasábamos de un pupitre a otro.

¡El mundo ha cambiado tanto desde entonces! Nuestras vidas tomaron rumbos imprevistos, se hicieron más complejas y mucho más desafiantes de lo que imaginábamos. Sin embargo, a pesar de que ahora pueden pasar años durante los que no coincidimos en el patio de ningún recreo, nuestra conversación no cesa. Ya no son papelitos que van de un pupitre a otro: cuando la primera de nosotras emigró, seguimos el diálogo a través de cartas. Años después, fueron interminables emails que hoy hemos sustituído por mensajes de voz que cada una escucha por la noche, mientras toma vino. Escucharnos y después grabar nuestro fluir de la conciencia en el teléfono, casi como si escribiéramos una correspondencia secreta, es una pequeña fiesta.

Creo que no hay ningún amor que se compare a este que da una conversación mantenida a lo largo de los años. Cuando ella y yo hablamos no somos sólo las mujeres de ahora. No somos sólo la profesora universitaria y la escritora: somos las adolescentes que salían con novios a escondidas; las jovencitas que se casaron; las mujeres que se divorciaron y escribieron libros. Cada mensaje de voz, cada encuentro inesperado en algún lugar del mundo, es una fiesta de dos en la que conversan todas esas que fuimos, las que somos y, también, esas ancianas que tal vez seremos, hablándonos con voces temblorosas repletas de olvidos y de amor.


Néstor Mendoza

Un cassette dañado

Nos conocimos en una exposición artística que se desarrollaba en el Parque Recreacional Sur, en junio de 2007. Él estaba acompañado de algunos amigos valencianos. Yo iba solo, con una grabadora negra y un par de libros. Del Parque nos trasladamos a la urbanización El Trigal, a casa de una de sus acompañantes. Esa misma noche, Juan Calzadilla me obsequió un ejemplar de Diario sin sujeto, con anotaciones personales, tachaduras y borrones. Asomé mi grabadora prestada y lo entrevisté por una hora. Fueron preguntas hiladas con intermitencia, motivadas por lecturas previas y el infaltable recorrido del azar. La comodidad de los muebles y la calidez del entorno disiparon mi nerviosismo. Una Coca Cola servida por la anfitriona refrescó el instante. Después de esa jornada, regresé a la Universidad de Carabobo para tomar el transporte de las 8:00 pm. En casa reproduje la grabación. Contrastaba su dicción serena y el timbre irregular de mi voz. En mis archivos permanece la entrevista, parcialmente transcrita y aún inédita. Una travesura de mi pequeña sobrina, que en ese tiempo contaba con 4 añitos, deterioró el cassette. Por fortuna, ya había logrado pasar en limpio la mitad de la entrevista. La otra parte, irreparablemente, se perdió. En ella sorprende la exactitud oral de los argumentos, como si se tratase de un discurso limpiamente escrito y corregido. Copio un fragmento de su respuesta a la pregunta cinco: “… Hay un grupo de autores que no está conforme con lo que hace. Está siempre sometiendo a duda lo que no puede ser afirmado como sentado, sacralizado en la escritura. Se ve mucho en mi caso el interés en desarmar el texto, al mismo tiempo en que se está escribiendo. También de verlo como un proceso que va dando origen al poema en cuanto el proceso mismo se cumple a través de la operación del lenguaje. Entonces eso hace que el producto, el resultado, sea como muy reflexivo o que generándose ponga en duda o sacrifique el resultado al proceso”.