Es seguro que la crisis social que vivimos, y sus grandes retos cotidianos, están incidiendo de forma particular en la escritura de los jóvenes autores de estos momentos. De ahí que nazca una escritura experiencial que nos remite a nuestra propia cosmovisión de un mundo ambiguo y fragmentado. A partir de la experiencia, este aspecto de la escritura tan olvidado en una modernidad que nos inculcó con vehemencia que el autor era una cosa y su escritura era otra, creando la disociación máxima entre el ser y su obra, pienso que se pueden descifrar las nuevas propuestas de estos autores de hoy en día.
Digo esto porque en otras épocas la literatura y la vida iban de la mano. Un ejemplo, Hildegarda Von Bingen, esa escritora que tomó diez años en culminar un libro, Scivias, en el que fue reseñando sus visiones y el mundo medieval en el que vivió. En estos tiempos es posible volver a asociar la obra y la existencia. Lo encuentro posible al leer el poemario Íntimo, el espejo, de Graciela Yáñez Vicentini.
Este libro lleva el sello de lo actual. La autora conduce no a certezas metafísicas sino a un crisol de probabilidades arraigadas con firmeza en la precariedad del ser humano. En los momentos actuales se tiene que sobrevivir, no despojado del espíritu sino en plena conjunción con él y, además, en un mundo que es hostil, que delimita y restringe y que, por tanto, empuja a la disolución. También es un mundo que transforma al ser humano a cada momento en algo distinto a lo que era hace apenas una hora. Y lo hace a través de la “mirada del otro”, ese espejo que es foco de todo el poemario, un gran telón de fondo para plasmar la experiencia humana, no solo desde un yo que expone su visión sino desde ese mismo yo fragmentado en la multiplicidad de la mirada de los demás.
Diversidad de roles, diversidad de voces, intertextualidades, diálogo permanente con el otro, con la otra, todo el poemario es un constructo de variaciones imaginables sobre el ser y su paso por la vida. Hace el planteamiento de la ambigüedad como patrón a seguir. El mundo actual es el lugar de la ambigüedad. No de las definiciones.
En la primera parte del poemario, “Originarios”, están los poemas existenciales, los que enlazan la vida y la muerte. La muerte aquí se convierte en un derecho, algo azaroso, para nada importante, sino casual. Un “no lugar” añorado, “adonde la devolución no sea necesaria”.
La segunda parte, “Íntimos”, es un canto al encuentro amoroso: “Te amo, ¿me oyes?/ Yo te amo/No pierdas la fe en mí”. Hay una declaración de fe y, a la vez, la búsqueda de la independencia femenina, la necesidad de diferenciarse del amado, de apartarse del caos de los amores entreguistas: “¿Algún día seré yo igual a ti? No. No así. No sin fe/Nunca un fragmento”.
En la tercera parte, “Espejos”, aparece la “manía espéjica”, esa necesidad de “espejearse”: “como si no bastasen los ojos/sin el revés de la imagen”. Aquí expone la autora la necesidad constante de encontrarse en todas partes, de “ver-se” a cada momento como comprobación de que se sigue estando, se sigue siendo.
Egarim es el anagrama de Mirage, que significa en francés “espejismo”. Estas voces intervienen junto con Egarim Mirage y con Yáñez Vicentini quien cede así su protagonismo diluyéndolo en varias voces femeninas. Aquí es donde más expresiva se hace la idea del juego especular y de la ambigüedad como sino inevitable. En la ambigüedad, en la incertidumbre, se dialoga, se ven las heridas del juego de la vida y se asume una verdad que pueda reparar lo que se ha roto.
“He jugado tanto tiempo con espejos/he hecho sangrar mis dedos”. Es doloroso el proceso de reconocimiento interior y la aceptación de la fragmentación. Al final, la poeta ve ahora con tristeza las manos de Egarim sangrar. Al hacerlo, se acerca a ella, se tocan ambas y se cierra la escisión.
El poemario obliga a la reflexión. Se detiene uno en la lectura cada tanto para re-pensar en uno mismo y en sus propias imágenes especulares. Se detiene en el hecho existencial y en su amplio espectro: vida, muerte, amor, desamor, herida, y, también, en el caos del mundo que nos ha tocado vivir y que ha sido incapaz de permitir la continuidad, la calma del alma en reposo, ideal máximo del clasicismo para poder crear.
Publicado por Oscar Todtmann Editores en 2015, el poemario es la primera obra completa de la autora quien había publicado ya parte de ella con la editorial El Pez Soluble, en 2006.