ADALBER SALAS HERNÁNDEZ, POR LISBETH SALAS

Por ADALBER SALAS HERNÁNDEZ

[ROBERT SCOTT / ÚLTIMAS ENTRADAS INSCRITAS EN EL DIARIO DE LA EXPEDICIÓN ANTÁRTICA]

Miércoles, 17 de enero de 1912 

T. de -22 grados al empezar. De noche -21 grados. El Polo. Sí, pero bajo circunstancias muy distintas de las que esperábamos. Hemos tenido un día horrible. Hay que sumar a nuestra decepción un viento de 4 o 5, con una temperatura de -22, y compañeros trabajando con manos y pies helados.

Salimos a las 7.30. Ninguno había dormido mucho luego de descubrir que los noruegos llegaron antes que nosotros. Seguimos el rastro de sus trineos durante un rato; por lo que podemos deducir, son solo dos hombres. Tres millas después, pasamos dos hitos pequeños. Entonces el clima se espesó y 58 las huellas empezaron a desviarse demasiado hacia el oeste, así que decidimos seguir derecho hacia el Polo, de acuerdo con nuestros cálculos.

Hemos estado bajando de nuevo, creo, pero parece que hay una pendiente más adelante; de resto, nada es muy distinto de la terrible monotonía de los últimos días. ¡Dios mío! Este es un lugar espantoso, y ya es bastante terrible que hayamos trabajado tanto para llegar y ahora no tengamos la recompensa de ser los primeros.

Bueno, aún hay algo que ganar y el viento puede ser nuestro amigo mañana —ahora tenemos que apresurarnos, aunque sea una lucha desesperada. Me pregunto si podremos hacerlo—.

Jueves, 18 de enero de 1912 

Acabamos de llegar a esta carpa, a dos millas de nuestro campamento y a media milla del Polo. En ella encontramos rastros de cinco noruegos. Ya hemos dado la espalda a nuestro objetivo. De nada valió este viaje del que tanto esperábamos. Lo que da el mar, también lo quita.

Ahora debemos enfrentar ochocientas millas de arrastrarnos hasta la costa.

Sábado, 17 de febrero de 1912 

Un día terrible. Evans se veía un poco mejor luego de un buen descanso y declaró, como solía, que se sentía bien. Se colocó en formación y avanzamos, pero media hora después no podía sostenerse en sus esquíes y tuvo que soltar el trineo. La superficie era ardua. La nieve reciente, suave, obstruía los pasos. El trineo gruñía. El cielo estaba tapado, sólido; la tierra era borrosa.

Nos detuvimos por una hora, aproximadamente, y Evans se incorporó, pero con mucha lentitud. Media hora después tuvo que desistir. Pidió a Bowers que le prestara un cordel, se ató con él y nos rogó que siguiéramos adelante. Continuamos, obligados a hacer fuerza para arrastrar el trineo, sudando pesadamente. Nos detuvimos tiempo después para almorzar y esperar a Evans. No había ninguna alarma al principio. Preparamos té y comimos.

Después del almuerzo, Evans aún no aparecía. Lo empezamos a buscar y lo avistamos todavía muy lejos. Entonces ya estábamos alarmados y los cuatro salimos a recogerlo.

Fui el primero en alcanzarlo. El pobre estaba de rodillas, la ropa desajustada, las manos descubiertas y comidas por el frío extremo. Tenía la mirada desencajada. Cuando le pregunté qué sucedía, respondió lentamente que no sabía. Pensaba haberse desmayado. Lo ayudamos a incorporarse, pero se hundió tres pasos después. Mostraba todas las señales de un colapso.

Murió silenciosamente en la carpa, a las 12.30 am.

Tras discutir los síntomas, pensamos que empezó a debilitarse poco antes de alcanzar el Polo y que esa cuesta abajo se aceleró primero por el shock de la congelación de sus dedos y luego por las caídas frecuentes. Wilson está seguro de que debe haberse lesionado el cerebro al caer.

Viernes, 16 de marzo o sábado 17 de 1912 

Les he perdido el rastro a las fechas, pero creo que la última es la correcta. Anteayer, durante el almuerzo, Titus Oates dijo que ya no podía seguir más. Propuso que lo dejáramos en su saco de dormir.

Nos negamos. Lo convencimos de seguir, al menos durante la tarde. A pesar de su estado deplorable, luchó. Conseguimos completar algunas millas. Al anochecer estaba peor.

Si este diario es encontrado, quiero que estos hechos queden registrados. Los últimos pensamientos de Oates estuvieron dedicados a su madre, pero inmediatamente antes dijo sentirse muy orgulloso al pensar que su regimiento estaría complacido con la manera valiente en que enfrentó su propia muerte. Damos testimonio de esta valentía.

Había aguantado un sufrimiento intenso durante semanas. Sin quejas. Y hasta podía hacer conversación. No abandonó la esperanza sino al final.

Durmió la penúltima noche entera, esperando no despertar. Pero se levantó en la mañana —ayer mismo—. Soplaba una tormenta. Dijo: «Solo voy a salir, puede que me tome un rato».

Se internó en la nieve y no lo hemos visto desde entonces.

Miércoles, 21 de marzo de 1912 

El lunes nos hallamos a cerca de once millas del depósito. Tuvimos que acampar todo el día de ayer a causa de una tormenta implacable. Sostenemos la tienda de campaña con remos que trajimos desde el barco. Ya no sirven para navegar: ahora son las columnas de nuestra única vivienda. Hoy, Wilson y Bowers irán al depósito a buscar combustible. Flaca esperanza.

Jueves, 22 de marzo de 1912 

La tormenta sigue con fuerza. Wilson y Bowers, incapaces de salir. Mañana es la última oportunidad. Nada de combustible y una o dos raciones. Debe acercarse el fin. He decidido que sea natural. Marcharemos hasta el depósito con o sin nuestro equipo y moriremos andando.

Tanto esfuerzo inútil por llegar hasta el Polo, hasta el centro de este mar congelado. Esto no es un continente; es un océano detenido. Caminamos hasta el fin del mundo para morir como náufragos.

Jueves, 29 de marzo de 1912 

Desde el 21 hemos tenido un vendaval venido del suroeste. Teníamos combustible para hacer dos tazas de té cada uno y comida para dos días el 20. Varias veces hemos estado listos para salir hasta el depósito, pero más allá de la puerta de la carpa todo es viento y nieve. No creo que podamos esperar que nada mejore. Nos mantendremos hasta el fin, pero nos estamos debilitando, claro, y ese fin no está lejos. Es una lástima, pero creo que no puedo escribir más.

R. Scott.

Última entrada.

Por Dios, búsquennos.


Adalber Salas Hernández nació en Caracas en 1987. Hizo su licenciatura en Letras en la UCAB y tiene un doctorado de New York University. Es autor de los libros de poesía Salvoconducto [XXXVI Premio de Poesía Arcipreste de Hita; Pre-Textos, 2015; traducido al alemán por Geraldine Gutiérrez-Wienken y Marcus Roloff como Aus dem Kopf durch die Nacht y publicado por Parasitenpresse en 2021]; La ciencia de las despedidas [Pre-Textos, 2018; traducido al inglés por Robin Myers como The Science of Departures, publicado por Kenning Editions en 2021 y finalista del National Translation Award in Poetry]; [a love supreme] [Letra Muerta, 2018] y Nuevas cartas náuticas [Pre-Textos, 2022; traducido al italiano por Alessio Brandolini como Nuove carte nautiche y publicado por Edizioni Fili d’Aquilone, 2023]. También autor de los volúmenes de ensayo Clarice Lispector: el lugar de la poesía [Ril Editores, 2019]; 23 shots [Dcir Ediciones, 2021]; Palabras sin dueño. Variaciones sobre la traducción literaria [Dirección de Literatura UNAM / Periódico de Poesía, 2019]; Isolario [Ediciones Aguadulce, 2019; Pre-Textos, 2023] y Retrato del traductor con cabeza de perro [Libros de la resistencia, 2023], entre otros. Adalber Salas Hernández ha destacado por su labor como traductor de autores como Marguerite Duras, Antonin Artaud, Charles Wright, Mário de Andrade, Hart Crane, Pascal Quignard, Mark Strand, Lorna Goodison, Louise Glück, Yusef Komunyakaa, Anne Boyer, Roger Robinson, Li-Young Lee, Nicholas Laughlin, Shara McCallum, Jamaica Kincaid, Safiya Sinclair, Kendel Hippolyte, Patrick Chamoiseau, Édouard Glissant y Frankétienne.


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