Los grupos e individualidades ganadas para la conspiración ya tenían, como producto de las incesantes acciones de comunistas y adecos principalmente, de intelectuales y trabajadores coordinados por la Junta Patriótica, un aliado armado. Civiles y militares se juntaron contra la dictadura. El 3 de enero del 58, El Nacional tituló: “Debelado el movimiento subversivo” para referirse al alzamiento del l9 de enero e insertó las palabras de Pérez Jiménez asegurando la rendición de la guarnición de Maracay y de un destacamento de Los Teques y “el restablecimiento total de la normalidad”. El movimiento se expresó, entonces, en huelgas, manifestaciones estudiantiles, sabotajes, manifiestos de intelectuales, de gremios profesionales y llamamientos de la Iglesia. Indetenible arremetida final. La represión que llegó al periódico, se llevó para la Seguridad Nacional a Miguel Otero Silva; y Oscar Guaramato –Chepino Gerbasi ya estaba en Ciudad Bolívar– fue a parar a La Modelo en donde se encontró con Arturo Uslar Pietri, Julio Diez y Augusto Márquez Cañizales. Del tren ejecutivo de El Nacional se llevaron preso a Alfredo Conde Jahn.
La edición del 4 de enero inserta en su primera página un extraño escrito condenando el levantamiento militar referido “que por su propia forma y la manera insensata como estuvo concebido, fue sofocado al día siguiente por las fuerzas leales al gobierno” y añade que fue “un alevoso y criminal atentado” para concluir condenando “por principios” y “por fe en los destinos de Venezuela”… “el exabrupto de los facciosos del día de Año Nuevo”. En una conversación con Miguel Otero Silva, obtuvimos explicación a esa nota. El propio Vallenilla Lanz se presentó con un piquete de soldados y policías de la Seguridad Nacional e hizo insertar ese escrito que había redactado de su puño y letra. No conforme con la garantía de publicación, ordenó que fuera en primera página.
En el departamento de archivo del periódico, don Mariano Picón Salas y el doctor Humberto Cuenca redactaron uno de los pronunciamientos libertarios más significativos de esos días, conocido como el “Manifiesto de los intelectuales” con postulados que juzgaron indispensables para “la serena convivencia nacional y la libertad democrática”. Los intelectuales reclamaron respeto a los derechos humanos, el restablecimiento de una vida moral digna, así como restablecer la armonía en la vida universitaria y respeto a los profesores y estudiantes; libertad de los detenidos políticos y el regreso de los exiliados; libertad de expresión y que “los poderes públicos sean expresión genuina de la voluntad popular”.
Ya no había agrupación política clandestina (AD y el PCV principalmente) o movimiento estudiantil, sindical, profesional, intelectual ajeno a la realidad opresora. Los periodistas fueron activos agentes contra la dictadura. Las salas de redacción de los periódicos se convirtieron en centros de contactos para la misión clandestina. La Redacción de El Nacional fue sitio para la conspiración ligada a la Junta Patriótica, pues Fabricio Ojeda, su presidente, era reportero allí y, a su trabajo clandestino intensificado a partir de 1957, se unían los de Eleazar Díaz Rangel, Arístides Bastidas, Francisco Guerrero Pulido, Julio Barroeta Lara, Oscar Guaramato y Simón Darío Mendoza, entre otros.
Cuando, derrocado, Marcos Pérez Jiménez huyó al exterior en la madrugada del 23 de enero, El Nacional registró en las páginas de su edición Nº 5174: “Derrocada la tiranía. Una junta militar asumió el poder. La preside el contralmirante Wolfgang Larrazábal”. Y luego su exhortación editorial para que “el sacrificio de la sangre derramada para conquistar la libertad sea sellado con un pacto de unificación hasta alcanzar el triunfo”.
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El Nacional, 37 años haciendo camino
Coordinación: Pablo Antillano
Edición Especial a cargo de la C.A. Editora El Nacional
Caracas, 1980
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