Por ÁNGEL RAFAEL LOMBARDI BOSCÁN
Ciudad Ojeda es una ciudad/petróleo. Tomo la expresión del sociólogo de la Universidad del Zulia Luis González Oquendo. Fundada el 19 de enero de 1937 por el presidente Eleazar López Contreras y con el explícito apoyo de las compañías extranjeras. Su nacimiento y posterior desarrollo estarían bajo los estímulos de la extracción masiva del oro negro encontrado y sustraído en las profundidades de nuestro imponente Lago de Maracaibo. Lo impactante de esto es que la explotación petrolera cambió a la sociedad venezolana de los últimos cien años y delineó una realidad compleja socio-cultural.
85 años parecen ser muchos y en realidad no son tantos para la Historia y sus largas duraciones. Ciudad Ojeda no sólo es un centro urbano joven sino que a diferencia de la mayoría de las ciudades del país no tuvo su origen en los siglos hispánicos como Cumaná en 1521; Coro en 1527; Maracaibo en 1529; Barquisimeto en 1552 y Caracas en 1567, por señalar algunas de nuestras principales ciudades. Ciudad Ojeda fue la primera ciudad planificada de Venezuela y esto no es poca cosa porque representa un acto de la modernidad en el contexto de un país hundido en el atraso. El siglo XIX fue un siglo perdido. Y hay autores tan relevantes como Mariano Picón Salas que han sostenido que nuestro siglo XX se inició en el año 1936 con el fallecimiento del dictador Juan Vicente Gómez.
Así tenemos una Ciudad Ojeda como símbolo del progreso humano e industrial; una urbe que terminó siendo El Dorado al que tantas veces se refirió el sabio Andrés Bello en su Historia de Venezuela del año 1810. Esto del mito de El Dorado es muy relevante porque se conecta con otro concepto imaginario iniciático como lo fue el nombre: Tierra de Gracia; la idea de una Venezuela destinada a ser feliz y predestinada a la grandeza. Aspiración que pudo hacerse realidad en la Costa Oriental del Lago desde la década de los años cincuenta del siglo XX pasado hasta los primeros años del siglo XXI. Aunque como toda historia posee sus matices y claroscuros.
Hubo un asentamiento anterior llamado Lagunillas de Agua con sus palafitos que un devastador incendio hizo desaparecer en el año de 1939. Incluso hay una película estadounidense que se llama Maracaibo del año 1958, que bien pudo inspirarse en éste hecho. Estos incendios y desastres trágicos fueron muy recurrentes en toda la Costa Oriental del Lago. De hecho, hay registros de cuatro grandes incendios en Lagunillas: 1927, 1928, 1932 y el último de 1939 al que nos hemos referido. Los derrames petroleros eran continuos y creaban las condiciones para estos eventos calamitosos.
Arturo Uslar Pietri, uno de nuestros más importantes intelectuales en el siglo XX, se refirió a Lagunillas de la siguiente forma: “El enemigo de la Lagunillas de Agua era el fuego. El enemigo de la Lagunillas de tierra es el agua”. Avizorando otra de las amenazas y riesgos de la explotación petrolera como lo es el fenómeno de la subsidencia. El Muro de Contención, una espectacular obra de la ingeniería civil holandesa, fue construido a partir del año 1938 por la Compañía Anónima Constructora Raymond. Es un dique costanero de 47 kilómetros que protege a Bachaquero, Lagunillas, parte de Ciudad Ojeda, Tía Juana y Cabimas, poblaciones que hoy se encuentran por debajo del nivel del Lago de Maracaibo. No está demás señalar la importancia de garantizar el mantenimiento técnico adecuado para evitar futuras catástrofes que lamentar y revisar los antiguos planes de reubicación urbanos. El poeta italiano Giacomo Leopardi en su Dialogo de la Naturaleza y un islandés da clara cuenta de la indiferencia de la naturaleza al sufrimiento humano.
Ciudad Ojeda debe su nombre al explorador hispánico Alonso de Ojeda que en un viaje de reconocimiento por el Lago de Maracaibo en el año 1499 lo denominó en su momento Venezuela o Pequeña Venecia. De hecho, el nombre de Venezuela se le atribuye a Alonso de Ojeda dentro de los contornos de la Costa Oriental del Lago. Otro de los célebres acompañantes de Ojeda fue el italiano Américo Vespucio (1459-1512), que a diferencia de Cristóbal Colón, que murió creyendo haber llegado al Asia, éste sí estuvo claro y divulgó la existencia de un nuevo continente: América.
Venezuela y su historia es un crisol de aportes mestizos dentro de una dialéctica de amor/odio atrapados en relatos partidistas y jaulas ideológicas. No nos atrae éste tipo de historia maniquea de buenos y malos; de héroes y traidores: porque muy bien sabemos que son roles de intercambio tal como lo dejó establecido un genial cuento del escritor argentino Jorge Luis Borges llamado “Tema del traidor y del héroe” (1944).
Lo significativo aquí, en éste momento en que transcurre éste acto protocolar solemne, es el reconocimiento de todos los aportes que han permitido que la historia de Ciudad Ojeda en el transcurrir del tiempo haya sido un hecho fecundo y digno de celebrarlo hoy. Lo indígena de procedencia asiática iniciado en el lejano -10.000 A.C.; los tres siglos hispánicos que representan la gestación de la nacionalidad acaecida a partir del 5 de julio de 1811 con la Independencia; lo imprescindible africano; el mestizaje criollo y los aportes migratorios de las comunidades de venezolanos provenientes de otros estados de la nación junto a la numerosa colonia italiana, además de españoles, portugueses, chinos y árabes: conforman un todo compartido generoso que hizo de Ciudad Ojeda una ciudad cosmopolita y muy prospera. “Ser civilizados es reconocer la humanidad de los otros”, sostiene Tzvetan Todorov (1939-2017).
Es necesario recordar que Venezuela, antes de la explotación petrolera que se inició con el reventón del Zumaque I en 1914 y el Barroso II en 1922, fue un país rural despoblado y muy pobre prisionero de las revoluciones y sus caudillos. Salvo las reminiscencias heroicas acerca de las hazañas militares de Simón Bolívar, nuestras rutinas fueron anónimas y modestas alrededor de la economía del café y otros productos agrarios.
Nuestra relación con el petróleo se parece mucho a nuestra relación con los tres siglos hispánicos o coloniales desde la óptica de una historia ideológica cuyo epicentro es el nacionalismo. Lo opuesto a Bolívar es extraño y merece condena. Lo mismo nos sucede con el despojo de nuestra riqueza petrolera en manos de las compañías extranjeras. Y resulta que la historia real es más complicada y prevalecen los matices. El dictador Juan Vicente Gómez fue tirano y liberal como lo asume el historiador Manuel Caballero. Gómez pasa por ser uno de los padres de la nación moderna venezolana en el período 1908-1935 porque acabó con las guerras civiles y revoluciones que desolaron al país por más de cien años luego de la Independencia: creó el Ejército; unió al país a través de carreteras y el telégrafo, además de pagar la deuda externa. Para conseguir esa paz con el puño cerrado les entregó la riqueza petrolera recién descubierta a estadounidenses, ingleses, holandeses y franceses porque los venezolanos no teníamos las habilidades técnicas para la faena. Y ese tesoro maravilloso se encontró aquí en la Costa Oriental del Lago.
La generación del 28, con Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba, Andrés Eloy Blanco, Miguel Otero Silva, Juan Bautista Fuenmayor, entre otros, se opuso a las dictaduras y gobiernos entreguistas de nuestro petróleo desde Gómez hasta Marcos Pérez Jiménez. El libro Venezuela, Política y Petróleo de Rómulo Betancourt, publicado en México en el año 1956, es todo un hito. Hay que referirse a la Generación del 28 porque de ella surgieron los principales partidos políticos, como Acción Democrática; URD; Copei y el Partido Comunista, que hicieron posible el nacimiento de la democracia en Venezuela a partir del año 1958. Democracia que permitió la nacionalización del petróleo el 1 de enero de 1976 y la fundación de la OPEP en 1960 bajo el liderazgo de Juan Pablo Pérez Alfonso, uno de los venezolanos más preclaros que hemos tenido en el país y cuyas sugerencias y recomendaciones sobre el petróleo fueron desestimadas. Una de ellas, y quizás la más impactante, fue cuando argumentó que teníamos que ahorrar el petróleo para cubrirnos las espaldas en la época de las vacas flacas ya que había que preservar ese “patrimonio para las generaciones futuras”. En 1976 escribió en su libro Hundiéndonos en el excremento del diablo lo siguiente: “Venezuela marcha a la deriva. Nunca supimos bien hacia dónde queríamos o podíamos ir. Somos negligentes, inestables y contradictorios. Pero nunca habíamos sufrido una indigestión económica como la actual, y con la inundación de capital perdimos la cabeza. De este modo se multiplican al infinito los daños que nos hacemos, añadiéndose a los que dejamos nos causen otros aprovechadores». En su momento lo tildaron de loco, muy especialmente los venezolanos felices de la Venezuela mayamera del “tá barato, dame dos” y las visitas compulsivas a los parques en Disney World.
La explotación petrolera en Venezuela por el capital internacional le cambió la vida a millones de venezolanos desde una “cultura de la conquista” convenida. A unos trajo beneficios y a otros explotación. Muchos campos petroleros eran países dentro del propio país con sus jerarquías, privilegios para unos pocos y la mayoría del peonaje excluidos de los mismos. La novela Mene de Ramón Díaz Sánchez publicada en 1936 es emblemática e invito a su lectura. Lo mismo hay que hacer con el libro Desagravio del mal (2014), del escritor y sociólogo de la Universidad del Zulia Miguel Ángel Campos, para entender el impacto del petróleo en la sociedad venezolana a través de la exégesis penetrante y lúcida del pensamiento de Alberto Adriani, Mariano Picón Salas y Arturo Uslar Pietri.
Luego de la Segunda Guerra Mundial entre los años 1939 y 1945 el continente europeo quedó destruido y la inmigración posa sus ojos sobre el continente americano. Tres destinos iluminaban las esperanzas de una población desesperada por un presente sin futuro: Estados Unidos, Argentina y Venezuela. Y cuando decimos Venezuela nos estamos refiriendo a los campos petroleros del estado Zulia y de manera muy especial a los que se ubicaron en la Costa Oriental del Lago. Ciudad Ojeda a partir de 1945 acogió una importante comunidad de inmigrantes italianos y en menor medida de otras naciones bajo el imán del auge petrolero. Junto a los técnicos extranjeros y habitantes locales contribuyeron a su industrialización y desarrollo. Dice Omar Bracho, uno de los cronistas de Ciudad Ojeda: “Si hay algo que agradecer a muchos de estos inmigrantes, es el hecho de que colaboraron con el desarrollo de esta zona, su tenacidad, ganas de trabajar y, sobre todo, sus conocimientos, mezclados a su vez con un pueblo dispuesto a crecer y a explotar sus riquezas, conformaron a lo que hoy se conoce como Ciudad Ojeda, que es quizá una de las zonas más importantes del país, pues su población ha crecido vertiginosamente en los últimos 10 años y su potencial mineral es reconocido a nivel mundial”.
Otro cronista de Ciudad Ojeda, Francisco A. Chávez Yunez, ofrece otra semblanza promisoria de un pasado de oro: “Ciudad Ojeda toma auge moderno definitivo a partir de la década de los sesenta donde el negocio atractivo fue desplazando al viejo tarantín, restaurantes internacionales, confiterías, hoteles, supermercados, joyerías, librerías, talleres electromecánicos, discotecas, farmacias, sucursales bancarias, bares con mesitas y sillas en las aceras al estilo europeo, almacenes con llamativos apelativos publicitarios pestañando a base de gas neón y amplias vidrieras”.
Entre 1922 y 1982, fueron sesenta años de bonanza ininterrumpidos; incluso, algunos testigos la extienden hasta el año 2002. De la noche a la mañana, la cenicienta Venezuela se hizo rica y prepotente. La riqueza no provino como Max Weber estableció para los países de religión protestante de la Europa septentrional: debido al trabajo capitalista de forma laboriosa y tenaz; la austeridad en el ahorro y la disciplina social. Nos olvidamos de “Sembrar el petróleo” como propuso Arturo Uslar Pietri en el año 1936: optamos por la fantasía, la corrupción y el derroche viviendo una fiesta perpetua. Además, esto fue potenciado por la propaganda oficial que había alimentado el Mito Bolívar desde el año 1842 asumiendo al caraqueño mantuano como el gran héroe continental. De repente, todo tenía sentido dentro de la precaria cosmogonía de los venezolanos intrépidos y audaces para justificar la buena suerte y poner en remojo el lapidario “bochinche, bochinche” de Francisco de Miranda. Venezuela, la grande; Venezuela, la apoteósica; Venezuela, la saudita; Venezuela, la mayamera. Todas nuestras malas artes quedaron disimuladas: pocos se atrevieron en atentar contra la irresponsabilidad como modo de vida social.
Fue un inicio de modernidad no sólo muy costoso sino aparatoso también. Miguel Otero Silva en su novela Casas muertas (1955) ofrece toda ésta descolorida pintura de un mundo rural y palúdico que se desmorona por el abandono que hacen sus habitantes huyendo de la tristeza hacia unas tierras prometidas que ocuparan desordenadamente. La ciudad, las plácidas ciudades como vigilantes de las costas, nunca estuvieron preparadas para recibir ésta inmigración desesperada de gente pobre, analfabeta y desnutrida. Hoy, los millones de ranchos que destilan miseria son vestigios vivientes de ese cambio súbito en la vida nacional sin la previsión de sus gobernantes.
Venezuela hizo la Independencia para acabar con el colonialismo hispánico pero luego cayó en manos del colonialismo alemán, inglés y estadounidense que codiciaron materias primas como el café, la ganadería y el cacao. Más luego pusieron sus garras sobre el asfalto y petróleo. La mayoría de nuestros viles golpes de Estado; insurrecciones; guerras civiles; montoneras y violencia indómita estuvieron monitoreados por potencias extranjeras y sus empresas comerciales que se plegaban a uno u otro bando de acuerdo con sus objetivos de maximizar sus intereses en el país. No hace falta leer a Eduardo Galeano ni a Gabriel García Márquez para descubrir que esto fue así. Cipriano Castro fue derrocado por Gómez y los Trust del asfalto y petróleo. Y otro tanto pudo haber ocurrido con el derrocamiento de Rómulo Gallegos en el año 1948.
La Venezuela Saudita del primer gobierno del presidente Carlos Andrés Pérez (1974-1979) se hizo realidad en la Costa Oriental del Lago. La nacionalización del petróleo el 1 de enero de 1976 representó la irrupción de Pdvsa como una de las empresas estatales más eficaces y prestigiosas a nivel internacional. Ciudad Ojeda contó con el parque metalmecánico más grande de toda América Latina. Contratistas y empresas de servicio, las mejores del mundo, se instalaron en ella. Pdvsa reclutaba a los mejores estudiantes de ingeniería de las universidades públicas venezolanas como la UCV, LUZ, UC, UDO y ULA para ofrecerles entrenamiento y buenos contratos profesionales en la Costa Oriental del Lago.
No obstante, la otra cara de la moneda no tardaría en manifestarse y son hechos recientes atestiguados en carne propia. El declive de Ciudad Ojeda es la tragedia de un país que en menos de veinticinco años pasó a ser uno de los más ricos del mundo a uno de los más pobres del mundo con una dolorosa diáspora de más de seis millones de compatriotas que ha resquebrajado nuestro tejido social. Una regresión pavorosa que implica al día de hoy el gigantesco reto de detenerla desde la épica civil. Es un dictamen basado en la angustia de habernos rendido por la comodidad y la “ineptitud para construir en condiciones favorables” y garantizar la permanencia del bienestar social de nuestra población. Nos sacamos la lotería y dilapidamos la lotería. El rentismo petrolero terminó siendo un gran fracaso y hoy es un modelo agotado dado el alto nivel de desinversión de la industria petrolera nacional. El conflicto entre la Pdvsa meritocrática y el gobierno de Hugo Chávez en el año 2002 fue un punto de quiebre. “Venezuela fue un país monoproductor que tomó la decisión de destruir su principal fuente de riqueza (junto con el resto de su economía)”. Esto lo dice el experto petrolero Alfredo Toro Hardy.
Hay una novela inédita del escritor zuliano Norberto Olivar, El suave coro de los repudiados, que sintetiza el todo de la catástrofe mostrando nuestros lugares familiares y entrañables desdibujados por una metamorfosis del horror. “Nada de lo que podía pasar está pasando”, nos dice uno de sus protagonistas. En un modo filosófico, si hemos de creer a Hegel y su apabullante Filosofía de la Historia (1837), Venezuela es un país al que echaron de la Historia, bajo el entendido que hemos sido expulsados de la racionalidad moderna.
Hay mucho miedo esparcido y las carencias materiales y espirituales son evidentes. Dios nos luce ausente y como los asustados relatores de los Salmos bíblicos invocamos una salvación con desigual apego a la fe cristiana. El viento sucio de la historia nos atraviesa el alma nacional y nos preguntamos desde la angustia: ¿cómo hacer para detener el deterioro de ésta caída libre que nos estropea el presente y futuro?
Mi padre, el rector Ángel Lombardi, un joven sabio de 78 años, apela a una sola palabra como programa para enfrentar los duros retos del presente venezolano, esa palabra no es otra que la “CONFIANZA”. Confianza en Venezuela y los venezolanos para que utilicemos todas las vías legítimas y legales dentro de la actual institucionalidad disminuida para recuperar a plenitud la democracia y el Estado de derecho. Y que hagamos del poder un instrumento al servicio de los ciudadanos haciendo del bien común el centro de las acciones de la política junto a políticos dignos de tal tarea. En ésta misma sintonía se expresó en días recientes la Conferencia Episcopal de Venezuela. El patrimonio de un buen gobernante es su reputación y virtud. Ya lo dijeron en su momento Nicolás Maquiavelo y Baltazar Gracián.
Una vecina mía en Maracaibo que vivió veinte años en Ciudad Ojeda y que entrevisté para preparar este discurso me dijo que la felicidad más grande junto a su familia la tuvo como habitante de Ciudad Ojeda. Creo que de esto podemos sacar una gran conclusión en este 85 Aniversario: y no es otra que la de trabajar mancomunadamente en una sola dirección para volver a posicionar a Ciudad Ojeda como una ciudad atractiva y próspera con el aporte de todos.