Por JOSÉ NAPOLEÓN OROPEZA
A la memoria de la escritora Esdras Parra
Mi eterna e inolvidable amiga
Pasión y acontecer de las revistas de arte
En el proceso de formación y madurez de un creador, importa y resulta muy válida la confrontación de sus experiencias con las de otros creadores, como pudiera ser la lectura, los recitales, las conferencias. Todo ello contribuye y garantiza la evolución del creador en formación. Y en ese juego de búsquedas, de confrontaciones de espejos y la correspondencia entre un autor y otro, nace y se produce la obra de arte. En el caso de la literatura, las revistas han jugado, siempre, un rol muy especial: ellas nos permiten recibir y compartir informaciones, proporcionar y animar debates muy diversos. Nos ofrecen una viva cantera para la confrontación de ideas, de reflexiones e, igualmente, como sucede con las revistas consagradas a la literatura o a las artes visuales, como puntos de encuentro y difusión de nuevos hacedores del arte y de sus obras.
En Venezuela, nuestro amado país, a lo largo de muchísimas décadas, desde comienzos del siglo XX y hasta el presente, hemos contado con un valiosísimo inventario de revistas que se han constituido en auténticas ventanas de todo cuanto ha acontecido en materia de literatura y arte, dentro y fuera del país. Entre esos valiosísimos voceros, serán siempre, de grata e invalorable memoria: Cosmópolis, que tuvo su existencia entre los años 1894 y 1895 y que, en sus 12 números, bajo la tutela de los escritores Pedro Emilio Coll, Luis Manuel Urbaneja Achepohl y Pedro César Dominici, permitió el intercambio de textos escritos por nuestros escritores y de autores extranjeros y se constituyó en ventana para los insurgentes creadores modernistas.
El Cojo Ilustrado, quincenario artístico-literario, fundada y dirigida por José María Heredia Irigoyen, de memorable existencia, de grata recordación por el impecable diseño, material gráfico que acompañaba los textos literarios, filosóficos y políticos y debates literarios sobre el positivismo y el modernismo. Fue creada en 1892 y mantuvo su continuidad hasta el año 1915.
Tanto Cosmópolis como El Cojo Ilustrado parecieran abonar el terreno propicio para que surgieran —bajo la inspiración de la pulcritud y honestidad intelectual con la cual se concibieron y se editaron estas memorables revistas— otras revistas que, aun cuando fueron de corta existencia, dieron cabida a los nuevos valores literarios en nuestro país. Entre ellas se recuerdan con mucha devoción: La Alborada, de la cual se imprimieron ocho números. Fue fundada por Henrique Soublette y Julio Planchart y, luego, animada y secundada por Rómulo Gallegos, Salustio González Rincones y Horacio Rosales. Tuvo como escenario y telón de fondo el período de transición política entre Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez. Ambiguamente, en su nombre, la revista pareciera anunciar el velo de sombras que significaría para el país la asunción de Gómez a las altas esferas del poder político en nuestro país e instaurar una de las más tenebrosas de las dictaduras que hemos padecido.
El nudo de significados y alcances de todas las revistas surgidas en el país en las primeras tres décadas del siglo XX lo constituiría la revista Élite (1925-1930), que fue adquirida y dirigida por Juan de Guruceaga a partir del año 1926 y, luego, la dirigiría el escritor y publicista Carlos Eduardo Frías, fundador de la pionera y legendaria empresa de publicidad Ars, órgano a través del cual se dio cabida a los escritores jóvenes más talentosos en la Venezuela de ese entonces: que conformaron la Generación del 18, entre ellos Enrique Planchart, Andrés Eloy Blanco, Fernando Paz Castillo, José Antonio Ramos Sucre, Pedro Emilio Coll, Julio Rosales y Henrique Soublette. Igualmente, Jacinto Fombona Pachano, Joaquín Gabaldón Márquez, Felipe Massiani, Miguel Otero Silva, Ángel Miguel Queremel, Pío Tamayo, Guillermo Meneses, Carlos Augusto León, Arturo Uslar Pietri y Julián Padrón, quienes, de manera continua fomentaban diversas actividades de promoción y encuentros literarios, lo que les valió la consideración y aprecio de la colectividad y que se les considerase, en el futuro, como la Generación Élite.
En el año 1928 fue fundada la revista Válvula, la cual habría de constituirse en un vocero sumamente importante, a pesar de su corta vida. Sin embargo, abrió una ventana para la irrupción de las vanguardias literarias y se erigió en un valioso órgano impreso que despertó, entre los jóvenes que luchaban contra la dictadura de Juan Vicente Gómez, un interés marcado por la actividad literaria, reflexiva, sobre la lucha librada en las calles, en los liceos del país, y, fundamentalmente, en el Liceo Andrés Bello de Caracas, en el Instituto Pedagógico, en la Universidad Central de Venezuela y en el resto de las instituciones universitarias establecidas en nuestro país.
En el año 1936, tras la muerte del funesto Juan Vicente Gómez, se abrieron todas las esclusas de las ideas de libertad, de ensoñación creadora, de asunción de los postulados literarios vanguardistas. Se introdujeron en el espacio de la literatura venezolana nuevas compuertas de creación, incluidos los postulados de la estética surrealista esparcido en toda Europa, con Antonin Artaud, André Breton, Jean Arp y Louis Aragón a la cabeza. Los temas de la libertad, ensoñación creadora y visión surrealista de los hechos y las cosas tuvieron cabida en el grupo literario Viernes, establecido, en este mismo año por Luis Fernando Álvarez, Fernando Cabrices, Otto D’Sola, Vicente Gerbasi, José Ramón Heredia, Ramón Olivares, Ángel Miguel Queremel, Pablo Rojas Guardia, Oscar Rojas Jiménez y Pascual Venegas Filardo.
El Grupo Viernes, de luminosa presencia en la historia y evolución de nuestra literatura, además de promover la crítica y discusión de aspectos relacionados con la vida política y, sobre todo, con la creación literaria como ventana de libertad y ensueño, publicó 22 números de una revista excepcional llamada, igualmente, Viernes. Ella habría de constituirse en un vocero sumamente importante, imprescindible, para estudiar el proceso de evolución de la poesía y de la crítica en Venezuela.
Viernes pareció estar llamada a servir de puente entre dos mundos: aquel, ya vetusto, en el cual se cultivaba una literatura proclive a repetir esquemas de creación, inspirados en los postulados del criollismo y costumbrismo, y otro que, ahora, estimulaba la creación de una poesía y de una palabra sustentada en la ensoñación del universo real. Se abrieron las fronteras al conocimiento de las formas literarias creadas fuera de nuestras fronteras: se incorporan a nuestra poesía y a nuestra literatura en general las visiones de ensoñación, del surrealismo y de las nuevas visiones críticas a la hora de estudiar las creaciones literarias.
Por iniciativa privada, bajo los auspicios de la empresa Creole Petroleum Corporation, fue fundada por esta institución, en el año 1939, la revista El Farol, que editó 244 números hasta el año 1975. Esta revista, indudablemente, constituyó un órgano de vital importancia. Con bello diseño, ilustraciones y dibujos fabulosos, permitió contar con un espacio para la difusión de temas literarios, históricos y científicos surgidos en nuestro país. El Farol, indudablemente, por lo demás, fue pionera de un tema muy en boga en los tiempos contemporáneos: el servicio social a la comunidad por parte de una empresa. En algunos momentos fue duramente criticada por algunos sectores políticos, por considerarla “vocero al servicio del imperialismo”, aun cuando en sus páginas se dieron cabida a escritos de importantes y valiosísimos creadores como Alfredo Armas Alfonzo, Guillermo Meneses, (nuestro gran escritor, quien, años después, fundaría Cal), Rafael Pineda, Rafael Olivares Figueroa, Mariano Picón Salas, Reyna Rivas y Arturo Uslar Pietri, entre otros.
En el año 1938, nuestro gran ensayista Mariano Picón Salas, fundó la Revista Nacional de Cultura, de la cual dirigió sus primeros 16 números. Revista que estaría llamada a constituirse en el vocero de la intelectualidad venezolana de distintas generaciones de creadores. Allí se dieron cita, además, durante más de seis décadas, los más connotados escritores venezolanos, latinoamericanos y europeos. La revista reflejó en sus páginas todas las inquietudes y corrientes estéticas del arte y la literatura. Tuvo, además de colaboradores excepcionales, directores de la talla y valía de José Nucete Sardi, Juan Bautista Plaza, J. M. Siso Martínez, Luisa Elvira Zuloaga, L.A. López Méndez, Ramón Díaz Sánchez, Manuel Felipe Rugeles, Arturo Croce, Vicente Gerbasi, J.A. Escalona Escalona, J.E. Salcedo Bastardo, Rafael Ángel Insausti y Oscar Sambrano Urdaneta. Ellos, como directores, y los centenares de poetas, escritores, filósofos, dibujantes y pintores que, a lo largo de más de medio siglo, se dieron citas en sus páginas, hicieron de esta revista un verdadero milagro de creación desde Venezuela para el mundo entero, como, más adelante, a mediados de los años sesenta, lo lograríamos con la revista Imagen, fundada en el año 1967 por el valioso intelectual y diplomático Simón Alerto Consalvi, secundado por los reconocidos escritores Esdras Parra, Guillermo Sucre y Salvador Garmendia.
Entre los años 1948-1950, el grupo literario Contrapunto, integrado por Antonio Márquez Salas, Andrés Mariño Palacio, Héctor Mujica, Humberto Rivas Mijares, José Ramón Medina, Eddie Morales Crespo, Ernesto Mayz Vallenilla, Rafael Pineda y José Luis Salcedo Bastardo editó seis números de una revista titulada con el nombre que engalanaba al grupo, constituido como un espacio para la confrontación de ideas y de problemas que atañen al hombre de todas las épocas: la libertad de creación y de pensamiento. Pero, así mismo, las preocupaciones en torno a la idea de un arte de raíces nacionales, tanto en los temas como en la estructura y forma de sus propuestas, sin descartar la posible influencia o contacto con corrientes extranjeras en torno al arte y a la realidad social. Los integrantes del grupo se manifestaban como cultores de la idea de la libertad y democracia como norte de toda la existencia. Les preocupaba, sobremanera, la idea de la convivencia social, como gran acicate para lograr la estabilidad democrática del país.
Igual relevancia alcanzaría la revista Sardio, vocero del grupo literario del mismo nombre, que tuvo su vigencia durante los años 1958-1961, integrado por Rómulo Aranguibel, Adriano González León, Luis García Morales, Elisa Lerner, Salvador Garmendia, Ramón Palomares, Edmundo Aray y Rodolfo Izaguirre, conformado a los pocos meses de la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Al calor de la ebullición de ideas de democracia y libertad, el grupo tuvo una intensa y acalorada presencia en el escenario de discusión política que se fraguaba en el país.
Tras el triunfo de la Revolución Cubana, casi paralelamente, a la caída de la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, comenzaron a surgir en el seno del grupo dos marcadas tendencias y filosofía de acción: un sector que se inclinaba por brindar el apoyo irrestricto a toda la lucha que se libraba en Cuba y otro que se inclinaba a una actitud más bien moderada, frente a dicho gobierno y otro que defendía, de manera irrestricta, al gobierno democrático venezolano encabezado por Rómulo Betancourt. Con voluntad y férreo pulso, Betancourt, a lo largo de todo su gobierno, cumplido entre los años 1958-1963, hubo de enfrentar a los grupos de guerrilleros que se oponían, de manera férrea y violenta, a su gobierno tanto en las más importantes ciudades del país. En ellas operaban núcleos de guerrillas urbanas y en las montañas de varios estados de Venezuela, desde la clandestinidad, se instalaron diversos y numerosos frentes guerrilleros, que se planteaban derrocar al presidente, e instaurar en el país, un gobierno de corte marxista, inspirados como estaban estos personajes en la gesta que se llevaba a cabo en Cuba.
Luego, casi paralelamente al surgimiento del grupo Sardio, se formaría otro grupo, bajo el nombre de Tabla Redonda, e integrado por Jesús Sanoja Hernández, Manuel Caballero, Darío Lancini, Arnaldo Acosta Bello, Rafael Cadenas y Jesús Enrique Guédez, otra agrupación que emergió, sin descartar, individualmente, una postura hacia los sectores políticos en pugna en ese momento: los de clara postura ideológica, fundamentada en las ideas y postulados marxistas y quienes querían para nuestro país la instauración y permanencia de un sistema democrático, sustentado en la plena libertad y en el apoyo al ciudadano, a los desvalidos y tal vez, olvidados sectores marginales de nuestra población.
Pero en el seno de estos grupos, junto a la acalorada discusión política, se fomentaba, igualmente, con la misma fuerza, como cuestión de vida, los diálogos sobre temas de la literatura, de manera pública o privada. Sus miembros, todos connotados escritores, participaban de foros, en conferencias y debates sobre el arte y la literatura, celebradas, principalmente, en el seno de las Universidades y en los ateneos esparcidos por todo el territorio nacional. Cada uno de sus integrantes, escribía en soledad, un libro de poemas, un libro de cuentos, una novela que muchas veces, tendrían, como telón de fondo, las luchas libradas, cotidianamente, en el país.
Bajo un clima contestario y candente, se fueron gestando obras maestras de la narrativa venezolana como Las hogueras más altas (relatos) y País Portátil, novela de Adriano González León; Los pequeños seres, de Salvador Garmendia; Alacranes, de Rodolfo Izaguirre, y en poesía las magistrales obras Los cuadernos del destierro, de Rafael Cadenas, quizá su obra más emblemática, La mágica enfermedad, de Jesús Sanoja Hernández, textos que reflejan las distintas búsquedas formales en la narrativa y en la poesía venezolana de esa época histórica de tanta turbulencia en Venezuela.
A partir del año 1964, tras el fracaso de la lucha guerrillera en el país, arrancará un proceso de deslinde y de pacificación que pudiese decantarse —y quizá reflejarse— en el surgimiento de la revista Imagen, auspiciada por el Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (Inciba), una de las revistas literarias más importantes que han existido en nuestro país, fundada y dirigida, como decíamos antes, por el escritor Simón Alberto Consalvi, de grata recordación, muy apreciado en los medios intelectuales, pertenecientes a diversos sectores y agrupaciones políticas, quien, acompañado por la escritora Esdras Parra, logró, además, el concurso y colaboración de importantes figuras de la literatura latinoamericana, tales como Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Augusto Monterroso, Julio Ortega, entre otros. Imagen en esa época se erigió como una ventana abierta a las diversas tendencias de la literatura escrita en nuestra lengua. Abrió un espacio para la libre confrontación de ideas y, sobre todo, para exhibir, ante el mundo, una revista de gran calidad en su contenido y en su diseño, que atrajo a todos los intelectuales esparcidos por Latinoamérica, España, Francia, Inglaterra y otros países europeos, desde el año de su fundación en 1967, hasta 1979, los años de su primera época. Y en una segunda época que transcurrió desde el año 1984 hasta el año 2000, cuando, finalmente, dejó de circular.
Durante los años 1964-1984, nuestro país contó, entre sus más valiosas revistas, a Zona Franca, dirigida por el poeta y escritor Juan Liscano, uno de los hombres más polémicos, uno de los intelectuales más aguerridos que se enfrentó, con gran inteligencia y brillo, a quienes propugnaban acciones para derrocar al régimen democrático encabezado por Rómulo Betancourt. Estupendo ensayista y periodista. Profundo conocedor del folklore venezolano y latinoamericano, y uno de los hombres públicos más brillantes con que ha contado la palestra pública.
Pero, sin dejar a un lado su postura política como defensor, a ultranza, de las ideas democráticas, cuando fundó la revista Zona Franca, sin proponérselo de manera consciente, tal vez, logró agrupar en torno a la revista a personeros activos de los distintos grupos ideológicos que, a veces, se enfrentaban, de manera pública, a través de los diversos medios de comunicación. Juan Liscano, el director de Zona Franca, publicó en su revista y tuvo como colaboradores a intelectuales de todas las tendencias políticas. Sin que la dirección de la revista impusiera a sus colaboradores restricciones ideológicas en sus planteamientos, Liscano logró el concurso de unos de los más representativos escritores de nuestro país y de Latinoamérica y de Europa. Entre esos nombres contó la revista con la participación de José Vicente Abreu, Elisa Lerner, Argenis Rodríguez, Juan Sánchez Peláez, Alejandro Oliveros, Ignacio Silone, Octavio Paz, Nathalie Sarraute, Pierre de Place, José Marín, Georges Seferis, Alain Bousquet, Jorge Luis Borges y Francis Ponge.
Zona Franca fue la primera revista venezolana que publicó en sus páginas un registro de nombres y tendencias importantes en la literatura venezolana y universal. Presentó parte de la obra de grandes escritores, ya consagrados como creadores de nuevas tendencias vanguardistas. Pero, también, dio a conocer nuevos nombres, escritores y poetas muy jóvenes que apenas tenían escritos algunos poemas, algunos cuentos. La intuición periodística de Liscano proporcionaba luces para detectar la excelencia y talento de algún poeta joven, a quien —de una manera, quizá pedagógica— al publicar sus obras lo colocaría junto a escritos de un maestro de la literatura, a manera de una sutil confrontación de estilos. Quizá, en nuestro país, (siempre proclive a los enfrentamientos entre grupos literarios), la revista Zona Franca, con Liscano a la cabeza, marcó un hito histórico al dar cabida, sin ninguna distinción en sus espacios, con la sola exigencia de calidad formal, a escritores y poetas de todas las generaciones y de todos los espacios de la geografía universal.
Paralelamente, en Valencia, en nuestra amada ciudad y bajo el patrocinio de la Universidad de Carabobo, surgiría, bajo la orientación del poeta Alejandro Oliveros, una de las revistas más importantes que han existido en el país: la revista POESÍA, que, a partir de septiembre del año 1971 habría de constituirse en una sólida referencia de una labor de promoción, difusión y conocimiento de la actividad poética, sostenida, sin interrupciones. Nacía con el noble propósito de ofrecer a los poetas y amantes de la poesía, una revista de calidad realmente extraordinaria. Surgió —para orgullo de todos los valencianos, en esta hermosa ciudad de intensa tradición literaria— como puerta abierta al mundo de todos los poetas, de los investigadores e intelectuales amantes de la poesía.
La Revista Poesía: cauce y camino de los ríos encontrados
Poesía fue fundada por el poeta Alejandro Oliveros, acompañado en esta hermosa faena por Eugenio Montejo, Reynaldo Pérez, Teófilo Tortolero, J.M. Villarroel París, Rafael Humberto Ramos Giugni y Gabriel Desantis, quienes estuvieron presentes junto al director-fundador y en compañía de numeroso público que plenó el pasillo central del Rectorado de la Universidad de Carabobo, en horas de la mañana del día 31 de julio de 1971, animados por la idea de celebrar el nacimiento y presentación pública de la Revista Poesía.
El marco para presentar la revista no pudo ser más atractivo. Teniendo como ambiente natural, a los lados del pasillo, árboles frutales cargados de mangos y acompañados del trinar de los pájaros que parecían celebrar el nacimiento de aquella revista destinada a llenar un memorable espacio, un acontecimiento sin par en la historia de la promoción y conocimiento de la poesía. Una revista que estaría destinada a esparcir, en cada una de sus páginas, la luz, el albor y la música de poemas y ensayos de creadores de todo el orbe. Un foco de luz que, aunque nacido en Valencia, recorrería todos los rincones de la tierra al reflejar, en sus páginas, las creaciones de los poetas y ensayistas de buena parte de los países del orbe.
El acto de presentación de Poesía estuvo prestigiado con la presencia de las autoridades universitarias encabezadas por el doctor José Luis Bonnemaison, rector de la Universidad. Luego del discurso protocolar de inauguración del acto, a cargo del rector, tomó la palabra el director de la revista poeta Alejandro Oliveros. En su breve disertación agradeció el entusiasmo y apoyo brindado por las autoridades universitarias y el director de cultura, profesor Gabriel Desantis para que el proyecto de publicar, desde la Universidad de Carabobo, una revista de poesía y teoría poética, con salida bimestral, en la cual tuviesen acogida los textos escritos por poetas y ensayistas de toda Venezuela y países del extranjero, con el solo requisito previo de la calidad literaria de los trabajos presentados por sus autores ante la dirección de la revista.
Luego de la intervención del poeta Alejandro Oliveros y del saludo por parte de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo, a cargo de su director Gabriel De Santis, quien anunció, con palabras firmes y contundentes, el apoyo absoluto de la dependencia representada por él y de las autoridades universitarias presentes en el acto. Al finalizar la intervención el profesor De Santis, los asistentes al acto aplaudieron de pie, en medio de una alegre algarabía que presagiaba, desde ese momento, junto al trinar de los pájaros que, durante toda la mañana, estuvieron cantando, se distribuyeron ejemplares de la revista a los asistentes al acto de presentación.
En ese primer número, tal vez presagiando o reafirmando el poeta Alejandro Oliveros no solo su talento de poeta y ensayista, que lo distinguen como uno de los intelectuales más brillantes de nuestro país, escogió como colaboradores a los poetas Eugenio Montejo, Gabriel De Santis, Reynaldo Pérez, Teófilo Tortolero, Rafael Humberto Ramos Giugni y J. M. Villarroel Paris. El contenido de este primer número de la revista estuvo formado por un hermoso ensayo de René Daumal titulado Poesía negra Poesía blanca y otro escrito por Hilde Domin titulado ¿Para qué hoy la poesía lírica? Los ensayos se alternaban con poemas de Raúl Gustavo Aguirre, Herman Hesse, Reynaldo Pérez, Max Jacob y Rafael Humberto Ramos Giugni. Abría la revista un hermoso poema del afamado poeta argentino Raúl Gustavo Aguirre, director de la excelente Revista Poesía Buenos Aires.
Quizá en aquel mediodía del día 31 de julio de 1971 los asistentes al acto de presentación de la Revista Poesía, mientras se retiraban bajo un sol radiante y una brisa fuerte que movía las ramas de los árboles, presagiando lluvia, quizá nunca imaginaron que la repentina ventisca de una leve lluvia, de hojas y flores caídas de las matas de mango, no lograría empañar la belleza de aquel acto que finalizaba con una repentina lluvia. Una lluvia que creaba matices de luz y sombra en el piso empedrado de los jardines del rectorado de la UC. Los asistentes al acto empezaron a retirarse. Algunos se guarecían bajo un alero y continuaban hojeando la revista. Una anciana, sin levantarse del banco que ocupó durante el acto, recitaba en voz alta el poema del poeta Raúl Gustavo Aguirre. Otros, que jamás pensaron que habían asistido a la presentación de una revista que, con el paso del tiempo, sería como otro árbol sembrado en los patios de adoquines del rectorado de la UC, hojeaban la revista. Ninguna tempestad, ninguna borrasca conseguiría nunca arrancar aquellos árboles que continuaban imperturbables, agitando sus hojas. La gente que salía hacia la calle corría hacia la parada de autobuses. Otras personas, imitando a los árboles, pasaban y repasaban las hojas de la Revista Poesía, mientras esperaban que amainase la lluvia que, caía, menuda, casi imperceptible, mientras la anciana, una y otra vez, sentada en el banco que, originalmente ocupó durante todo el acto, continuaba leyendo el poema de Raúl Gustavo Aguirre:
Mis amigos, los que en otro tiempo venían,
se apasionaban por ese tema.
En la ciudad de traficantes eran
sus corazones el mayor tesoro.
Mis amigos de pronto dejaron de venir.
Los vi de lejos detrás de los cristales
de enormes edificios alfombrados.
Les hice señas desde el viento.
Les hice señas desde el sol,
desde la luna y los planetas,
señas de espadachín, de siux, de mono.
Les hice señas, pero no miraron.
Como si ese poema fuese el gran faro que iluminaría la pétrea y sólida existencia de la Revista Poesía, como gran faro que marcaría la presencia de diversas personas, poetas e intelectuales que, nucleados alrededor de la egregia figura del poeta Alejandro Oliveros quien, durante cinco años, se mantendría como director de la misma, fijando su rumbo, acentuando sus pasos y sus huellas. Pero, sobre todo, expandiéndose como los árboles, arriba, hacia el cielo y debajo de la tierra, avanzando, en sus raíces, como innumerables brazos que viajasen por toda la tierra. La orientación de la revista, impresa, desde el inicio por el poeta Oliveros, siempre estuvo encaminada a fortalecer sus horizontes, llamando a las puertas de las casas de posibles colaboradores. Pero, también, estableciendo canjes y contactos con otras revistas de todo el mundo.
Desde el arranque de la revista, el poeta Oliveros estableció diversos vínculos con diversos poetas y ensayistas venezolanos y extranjeros, así como también con los directores de otras revistas. Todo ello con el propósito de intercambiar poemas, ensayos, como también revistas y establecer, por la vía del intercambio permanente, una sólida y fluida comunicación con diversas personalidades de todo el planeta. Acaso sin imaginar que todo ese material —libros, revistas, documentos— años después conformarían un espacio de lectura y de creación y talleres de literatura, abierto a todo público.
A partir del número doble 10-11, la revista será dirigida por un comité de redacción conformado por Alejandro Oliveros y Eugenio Montejo. Luego de la publicación del número 65 de la revista, en virtud de que el poeta Alejandro se marcharía a Nueva York, becado por la Fundación John Simon Guggenheim, con el fin de emprender en esa ciudad una investigación sobre poesía inglesa y norteamericana contemporáneas, el poeta Reynaldo Pérez, funcionario universitario adscrito al Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la UC, asumió la dirección de la revista. Registró en la misma los nombres de los fundadores integrados por Alejandro Oliveros, Eugenio Montejo y su persona. Asimismo integró un nuevo comité de redacción conformado por los poetas Adhely Rivero, Carlos Ochoa y Luis Alberto Angulo. Pérez se mantendrá como director de la Revista Poesía hasta el número 129, cuando asumirá el poeta Adhely Rivero, quien —como se le ha reconocido de manera amplia— ejercería dicho cargo con verdadera maestría en su propósito de convertir a la revista en una referencia universal, que había comenzado a tener desde los días en que el poeta Alejandro Oliveros fundó y mantuvo la dirección de la revista, con el gran tino que le proporcionaban su oficio de poeta, de traductor del inglés y del francés y un agudo cronista de la literatura.
El poeta Adhely Rivero asumió la jefatura del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la UC, en el año 2000 y, además, pasó a detentar el cargo de director de la Revista Poesía, a partir del número 130. Carlos Osorio, igualmente funcionario de dicho Departamento, asumió la subdirección de la revista y Luis Alberto Angulo, ejercería las labores de jefe de redacción, acompañado por los poetas Enrique Mujica, Alberto Hernández, José Carlos de Nóbrega, Aly Pérez y Ramón Ordaz.
La gerencia llevada a cabo por el poeta Adhely Rivero al frente de la revista fue realmente extraordinaria y memorable. Abrió un abanico de posibilidades de realizar actividades de investigación y de extensión, llevadas a cabo por el Departamento de Literatura al cual estaba adscrita la revista. Pero igualmente imprimió a las actividades de la revista una novedosa programación de extensión a la comunidad, sin precedentes en la historia de las revistas que se habían venido publicando en el país.
En primer lugar, el poeta Rivero revisó las labores de canje que, hasta ese momento desde la gestión de su director-fundador, mantenía la revista. Mantuvo ese registro. Pero, al mismo tiempo no solo conservó el canje con la dirección de tales revistas, sino que incrementó su número y estableció comunicación directa con representantes máximos de Universidades nacionales y extranjeras. Asimismo, con los representantes de las más diversas instituciones culturales y personalidades de la literatura nacional y del mundo, tales como: Revista Nacional de Cultura. Director: Vicente Gerbasi, Venezuela. Eco. Director: Juan Gustavo Cobo Borda. Colombia. Creación & Critica. Director: Javier Sologuren. Courier du Centre d´Etudes Poetiques. Director: Fernand Verhesen. Plural. Director: Octavio Paz. México. Extramuros. Directo: Gabriel Rodríguez. Caracas. Golpes de dados. Director: Giovanni Quessep. Colombia. Diálogos. Director: Ramón Xirau. México. The Bilingual Review. Director: Gary D. Keller. EE.UU. The Seventies. Director: Robert Bly. EE.UU. Principia. Director: Orlando Pichardo. Venezuela. Panorámica Latinoamericana. Directora: Luz Estela García Ocampo. Bélgica. Palimpsesto. Director: Francisco José Cruz. España. Arquitrave. Director: Harold Alvarado Tenorio. Colombia. Prometeo. Director: Fernando Rendón. Colombia. Actual. Director: Víctor Bravo. Venezuela. Cuadernos Hispanoamericanos. Director: Blas Matamoros. España. Cadernos de Sarrubia. Director: Arnaldo Saraiva. Portugal. Luna de Locos. Director: Giovanni Gómez. Colombia.
Con un variado e inmenso universo de revistas archivadas y debidamente documentadas en los depósitos del Departamento, se abrió la Sala de Lectura de Revistas, abierta al público universitario y general, a los fines de ejecutar consultas e investigaciones, o de participar en talleres literarios, coordinados por el Departamento. Dicho espacio fue bautizado con el nombre de Teófilo Tortolero, el insigne poeta de las obras magistrales Demencia Precoz y su obra cumbre, El día perdurable y otros poemas.
En el año 2001, la dirección de la revista creó el Encuentro Internacional Poesía, diseñado por el poeta Rivero y patrocinado por la Universidad de Carabobo, con el fin de invitar a los poetas del mundo que habían colaborado con su trabajo literario para ser publicado en la revista de una manera gratuita, sin exigir pago alguno, a participar en diálogos, conferencias y foros sobre temas de teoría poética y tendencias contemporáneas del código poético. Entre los poetas que visitaron Valencia del centenar de poetas extranjeros se recuerdan, entre otros a Rodolfo Alonso, Ledo Ivo, Harold Alvarado Tenorio, José Emilio Pacheco, William Ospina, Fernando Rendón, Floriano Martins, David Cortes Cabán, Casimiro de Brito, Elicura Chihuailaf, Floridor Pérez, Sam Hamill, Esteban Moore, Natalia Toledo, Mario Specchio, Armindo Trevisan, Alí Al – Salad, Tarek Eltayet, Fátima Naoot, Sujata Bhatt, Jonás Burghardt, Tobías Burghardt, Fermín Higuera, Lorenzo Olivan.
Entre los poetas nacionales Ana Enriqueta Terán, Rafael Cadenas, Ramón Palomares, José Barroeta, Luis Alberto Crespo, Eugenio Montejo, Alejandro Oliveros, Reynaldo Pérez Só, Gustavo Pereira, Marisela Gonzalo Febres, Orlando Pichardo, Alfredo Chacón, Igor Barreto, Ramón Ordaz, Freddy Hernández Álvarez, Yolanda Pantín, Aly Pérez, Lázaro Álvarez, Rafael Arráiz Lucca, Carlos Ochoa, José Manuel Briceño Guerrero, entre otros.
Sin antecedentes en la historia del devenir de nuestras revistas, Poesía, entre muchísimos otros, logró —como colaboradores— el apoyo y concurso de los poetas y en algunos casos de los herederos de Carlos Drummond de Andrade, José Lezama Lima, Elizabeth Bishop, Martín Adan, Vicente Gerbasi, Ana Enriqueta Terán, Ledo Ivo, Juan Liscano, Elí Galindo, Teófilo Tortolero, Ramón Palomares y otros. Organizó homenajes a los poetas objetivistas. A la poesía japonesa. A la poesía angoleña. A la poesía canaria y a las poesías peruana, brasileña y mexicana.
Se rindieron diversos y variados reconocimientos a los poetas invitados en cada uno de los Festivales Internacionales de la Revista. Se les imponía la condecoración Alejo Zuloaga Egusquiza, en su única clase, otorgada —tras la previa solicitud formal de la Dirección de Cultura— por la Universidad de Carabobo. Se realizaron, igualmente, ruedas de prensa, foros y recitales en el anfiteatro de Bárbula, en el diario El Carabobeño; en diferentes espacios de las Facultades de la Universidad de Carabobo y se llevó la acción y la presencia del Encuentro Internacional de la Revista Poesía en espacios universitarios en las ciudades de Barquisimeto, San Carlos, Maracay, San Felipe y Puerto Cabello. Todo ello organizado y coordinado de manera ejemplar, brillante, por el poeta Adhely Rivero, el mayor de los gerentes que ha tenido la revista en toda su historia y uno de los poetas más importantes de nuestro país, quien en una decena de obras publicadas, entre ellas En sol de sed, 15 poemas y Los poemas del viejo, en las cuales, como lo veremos, posteriormente, delinea y perfila un universo único en el cual la palabra llana, pero acrisolada en el dibujo certero del tema del llano constituye un rotundo canto a la desolación. A la inmensidad de la única porción de tierra que se une con el cielo.
La Revista Poesía y el Departamento de Literatura, con el poeta Adhely Rivero como vivo impulsor de la propuesta, con la finalidad de rendir homenaje a los escritores nacionales, crearon la Semana de la Narrativa. La obra de numerosos narradores fue estudiada durante cada semana, diariamente, mientras se sostuvo dicho programa, a través de lecturas de parte del escritor homenajeado y de diversas conferencias sobre su obra, en los espacios culturales del diario El Carabobeño y de las distintas Facultades de la Universidad de Carabobo. Entre los cuentistas y novelistas estudiados y homenajeados se encuentran Orlando Chirinos, Victoria de Stefano, Freddy Hernández Álvarez, Carlos Noguera, José Napoleón Oropeza y Denzil Romero. Igualmente ocurrió con la obra de los poetas estudiados y homenajeados durante la Semana de la Poesía. Estas labores se cumplieron durante varios años de manera continua, mientras Adhely Rivero permaneció como jefe del Departamento de Literatura y director de la revista Poesía. En la Sala de Lectura y de Creación Teófilo Tortolero, todos los viernes de cada semana, tanto en los espacios del Departamento de Literatura, en Bárbula, como en las coordinaciones culturales de las Facultades se realizaron Los viernes culturales, diálogos, lecturas, conferencias o presentación de libros y revistas. Junto al poeta Adhely Rivero, además del personal que laboraba en el Departamento de Literatura, se mantuvo siempre como colaborador permanente en la coordinación de dichas actividades el profesor y poeta Vitauta Subaciu.
Adhely Rivero no solamente fue jefe de Arte y dirigió el Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo, director de la revista Poesía; coordinador del Encuentro Internacional de Poesía; fundador y director de la colección El Cuervo, Traducciones, director de las Ediciones Poesía; coordinador de la Colección El Primer Libro; fundador de la Sala de Lectura de Revistas Teófilo Tortolero y de las Ediciones Salustio, Fortuna crítica. Fundador del Festival nacional de jóvenes poetas y narradores, Universidad de Carabobo. Ganador del Premio Nacional de Afiches, con el afiche del Encuentro Internacional Poesía, con Diseño de Santiago Pool, e, igualmente, ganador del Premio Nacional del Libro con la publicación de El Cuervo, Traducciones.
La labor del poeta Adhely Rivero, como señalábamos anteriormente, contribuyó a enaltecer la labor de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo, convertida en aquellos años en una referencia paradigmática en todo el país y, a lo largo y ancho de las distintas regiones y países que, a través de la participación de poetas extranjeros en los eventos de extensión llevadas a cabo por el Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la UC, mantuvieron permanente comunicación con esa institución. Memorable labor llevada a cabo, de manera esplendorosa, de forma paralela, a la de su brillante oficio de poeta. Como lo intuiremos —cuando nos detengamos a interpretar su obra poética— el poeta Adhely Rivero convirtió al llano en un paisaje en el cual la gente que puebla sus poemas, junto a los ríos, los pájaros y el agua, se conjugan en un solo temblor. En un rayo de sol que incendia los confines de la tierra y funde el grano de una fruta, la gota de agua, en paraguas, en ventana abierta a un cielo en llamas, en lluvia que nunca, jamás, termina de caer.
*José Napoleón Oropeza es poeta, ensayista, narrador y compilador. Ha sido dos veces ganador del Concurso de Cuentos de El Nacional (1971 y 1992), Premio Bienal de Literatura José Rafael Pocaterra (1978), Premio de Novela Guillermo Meneses (1975), Premio de Narrativa Manuel Díaz Rodríguez (1983) y Premio Conac de Narrativa Manuel Vicente Romerogarcía (1997), entre otros.