Papel Literario

Cinco décadas del mago Eduardo Liendo

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Por OSCAR MARCANO

Como vecinos de Los Palos Grandes, el café vespertino con Eugenio Montejo era tan imperdible como recurrente. Cuando le refería de aquellas charlas que, sobre política y literatura sostuve con el autor de El mago de la cara de vidrio y le manifestaba mi admiración por ese tráfago de vida comprometida que lo había llevado a pasar seis años preso, a conocer el exilio bajo la modalidad de “conmutación de pena por extrañamiento del país”, y a reafirmarse como un convencido partidario de la democracia y la ciudadanía, Eugenio sonreía y agregaba un borde sugestivo desde su mirada de poeta: “Eduardo conoce San Petersburgo”.

Respetando el tono de final abierto de la sentencia de Eugenio, nunca pregunté por qué. Si por la grandeza y belleza de la ciudad imperial fundada por Pedro el Grande como puente entre Rusia y Europa, o por ser acaso el lugar del turning-point de Eduardo, tras descubrir, como en efecto debió haberlo hecho, los excesos de Lenin y su “checa” desde aquel fatídico 1917, cuando declaró que “para deshacernos de nuestros enemigos necesitamos nuestro propio terror socialista», y reivindicó que el poder se mantiene mediante “la violencia y la falta de conciencia”, sumado a la delicada observación de que “¡a menos que apliquemos el terror a los especuladores, una bala en la cabeza en el momento, no llegaremos a nada!”. Lo cierto es que siempre me quedó por confirmar si el exilio de Eduardo formó parte de su reflexivo camino de Damasco. La realidad es que, además de la imponente San Petersburgo, en su destierro también conoció ciudades como Zúrich, Praga y Moscú.

Recuerdo que, en esas conversas, cuando le preguntaba cómo o cuándo decidía emplear alguna de las técnicas narrativas con las que navegaba como experto, Eduardo respondía invariablemente: “Aún lo estoy averiguando”. Lo que de entrada subrayaba su innata humildad. Pero más allá de lo obvio, Eduardo estaba tan cautivado por la magia del proceso creativo, que vivía reflexionando al respecto. Por lo que terminaba dulcificando aquellas pláticas con sus cavilaciones en torno al arte de narrar. Por su sabiduría y sencillez, para él como para Butler, “la vida es como dar un concierto de violín mientras se aprende a tocar el instrumento”. Y aunque reiteraba que “afortunadamente no hay recetas en la literatura”, nos dejaba claro que, desde su honda perspectiva, la composición literaria era una mezcla de trabajo e imaginación alrededor de una idea dominante, con la insumisa intervención del azar.

Tal es el caso de su recato por los trastornos de la enajenación. Proceso que hurgó Marx en referencia al trabajo, el producto y la mercancía en una obra temprana, sus Manuscritos Económicos y Filosóficos de 1844, y que fue objeto de estudio de numerosos pensadores a escala global, Escuela de Frankfurt incluida. Ludovico Silva (La plusvalía ideológica) fue uno de los que localmente la escudriñaron. Pero fue Antonio Pasquali, con su Comunicación y Cultura de Masas de 1963, quien activaría el gusanillo que llevaría a Eduardo a acometer la novela que se convertiría en referente en la vida de varias generaciones de venezolanos, como lo es El mago de la cara de vidrio. Se hallaba preso en Tacarigua cuando la obra llegó a sus manos. Tras su lectura, hizo la liasson y se produjo el clic, delineando la secuencia, el enlace operativo entre el efecto alienante de los medios y el secular arrobamiento de Alonso Quijano por los libros de caballería.

Y es que las secuelas inducidas por los medios expresadas en la cultura de masas, desde la centralización del poder, la uniformidad de mensajes, el robo de la voluntad, etc., se convirtieron para Eduardo en desvelo, por ser del tipo de desproporción que aleja al hombre de sí mismo, de su ser, del misterio de su objeto, llevándolo en su descenso a consecuencias incalculables. No en balde dice Rafael Cadenas que “el hombre masa no tiene lenguaje: usa el que le imponen”. Al punto que comenzó a trabajar su ficción con la premisa de que la televisión era, en el siglo XX, el equivalente a los libros de caballería para el hidalgo que se convertiría en don Quijote. Y uno se interroga, décadas más tarde, luego del salto tecnológico, digital, para más señas, anunciado por Jean François Lyotard en los ochenta, qué le deparará a la humanidad este siglo XXI, tras las adicciones del móvil y la histeria de las redes sociales.

Desde El mago de la cara de vidrio, opúsculo inaugural en el cual ꟷcomo afirman muchos analistas de su obraꟷ se anticipa toda su obra posterior, Eduardo ha publicado otros doce libros, trabajos que tienen como característica común ese nivel de eficacia que las audiencias demandan cada vez con más expectativa subconsciente, tanto en la ficción como en la no ficción. Sus historias estremecen. Y en ellas se disfruta de todo el espectro metabólico de la narrativa: hamartía, hybris, metabolé, anagnórisis, pathos y catarsis, pudiendo aventurarnos a decir que, entre las tres líneas catárticas esenciales, la de la dicha, la del dolor y la de la sorpresa, a Eduardo le mueve particularmente la tercera. Pero es la saga del quijotizado Ceferino Rodríguez Quiñones y su fortaleza ética en El Mago quien se ha constituido, según el crítico Roberto Lovera de Sola, en uno de nuestros tres bestsellers desde los años setenta, junto a Piedra de mar de Francisco Massiani y Boves el urogallo, de Francisco Herrera Luque.

Para Eduardo, el cuestionamiento del poder, el desdoblamiento, así como la firme verosimilitud (incluso cuando emplea el elemento fantástico), así como el humor fino, son otras de las constantes de su trabajo. Siendo este último una extensión de los rasgos de la personalidad del autor en su sabia manera de aproximarse al mundo. De hecho, en la presentación de una de sus más recientes ediciones, la de Seix Barral, en la ya occisa Feria del Libro de Chacao, Eduardo dijo a la concurrencia: “El mago de la cara de vidrio es un librito afortunado: se ha vendido tanto que hasta me ayudó con la cuota inicial del pago de mi casa. Espero que lo sigan comprando para ahora al menos pagar el condominio”.

Eduardo Liendo es un narrador nato y su señorío, aunque haya trabajado con maestría el cuento, se haya paseado por el ensayo y coqueteado con la poesía, está en la novela. “Por su capacidad de transformación formal, su plasticidad y avidez para nutrirse de elementos característicos de los otros géneros”, como lo declarara en una entrevista a Adriana Rodríguez, editora del blog Leamos cuentos y crónicas (1).

Su vocación por la narración extensa, la trama compleja, las digresiones y los puntos de vista es concluyente, y eso se percibe desde la primera línea. En distintas ocasiones ha ratificado que, aunque toma prestado de sí mismo elementos que le sirven de soporte, no es la autoficción lo que le quita el sueño, aunque nos cautive con esa suerte de diálogo consigo mismo que destella permanentemente en sus obras. Suele explicar que vivir y experimentar a través de terceros, de algún modo garantiza que el tiempo que vive el autor esté representado en el escrito. Para él es el registro primordial, lo que queda, como muchas obras de ficción a lo largo de la historia.

El mago llega a sus primeros cincuenta años con un balance excepcional: más de veinte ediciones y el prodigio de estar en el imaginario de varias generaciones. Y aunque Venezuela fue maniatada, despojada y desviada al más abyecto de los caminos, quién quita que más temprano que tarde siga el ejemplo de Ceferino, como aquel siguiera alguna vez el del Quijote.


1 https://leamoscuentosycronicas.blogspot.com/2017/09/eduardo-liendo-confesiones.html

Mínimo recorrido

P.L.

El periplo vital de Eduardo Liendo es excepcional: durante su juventud participó activamente en la política, con un costo: permaneció en prisión entre 1962 y 1967. Luego de una etapa de estudios y viajes, en 1973 publicó su primera novela, El mago de la cara de vidrio, primer paso de una extensa trayectoria como novelista, cuentista, ensayista, profesor universitario y facilitador de talleres. A esa novela inicial —reeditada en innumerables ocasiones—, le siguieron Los topos (novela, 1975), Mascarada (novela, 1978), Los platos del diablo (novela, 1985), El cocodrilo rojo /Mascarada (cuentos, novela, 1987), Si yo fuera Pedro Infante (1989, novela), El diario del enano (1995, novela), El round del olvido (2002, novela), Las kuitas del hombre mosca (2005, novela), Contraespejismos (2007, fragmentos de novelas), El último fantasma (novela, 2008), En torno al oficio de escritor (2014, ensayo) y Contigo en la distancia (novela, 2014).