Por JAIME REQUENA
I. Auge en democracia
El crear, organizar y consolidar instituciones consideradas como fundamentales para un Estado moderno fue una de las grandes tareas impuestas por los gobiernos democráticos en Venezuela. Educación, salud y fuentes de trabajo dignas, todo ello en el marco de un sistema de libertades fueron el gran quehacer de esas administraciones durante buena parte del siglo XX. En retrospectiva, esos quehaceres se hicieron bastante bien y, sin duda alguna, después de educación o salud el logro más trascendente de la democracia venezolana fue en ciencia y tecnología. En simples términos, mientras que en los alrededores del año 1950 el número de investigadores en el país podía ser estimado en unas decenas repartidos en tres o cuatro universidades concentradas en sus grandes ciudades, en los albores del siglo XXI varios miles de profesionales se encontraban haciendo ciencia con numerosos éxitos en atención a sus creaciones, descubrimientos o innovaciones en decenas de universidades dispersadas a lo largo y ancho del país.
II. LOCTI: del amor al odio de lo privado
Para el año 1998, el modelo político y económico que había servido al país durante la segunda mitad del siglo XX parecía estar agotándose y los venezolanos daban signos de frustración ante la pobreza y la desigualdad, problemas que persistían a pesar de importantes avances logrados por los gobiernos democráticos. Ese año el país llevó a la presidencia al militar Hugo Chávez Frías, quien logró ilusionar a la población con la esperanza de la refundación del país, necesitado —según él— de una nueva Carta Magna que garantizara la equidad y suprimiera la pobreza.
La Constitución venezolana del año 1999 introdujo, junto a mejoras en los derechos ciudadanos que reflejaron criterios de vanguardia, cuestionables modificaciones en temas relevantes como la estructura del Estado —un aumento desmesurado de la burocracia de orden constitucional— o la transformación del Congreso Nacional bicameral en Asamblea Nacional unicameral, asunto que no dejó de llevar un complejo trasfondo. En cuanto a las actividades de ciencia, técnica e innovación, ellas adquirieron rango constitucional, para lo cual se implantó un nuevo modelo organizacional —de naturaleza vertical— con una entidad ministerial a la cabeza que quedó normada mediante la Ley Orgánica de Ciencia, Tecnología e Innovación (LOCTI) del año 2001.
Una de las intenciones de esa ley fue deslastrar el sistema de un cientificismo que venía siendo privilegiado por el modelo horizontal imperante bajo la rectoría del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONICIT), así como propiciar la reconstrucción de las precarias relaciones existentes entre el sector privado —productor de bienes y servicios— y las instituciones que llevan a cabo labores de investigación, desarrollo e innovación en el país. Como motor de las nuevas relaciones que debían de surgir entre empresa y academia, LOCTI se apalancó en el tema del financiamiento de la investigación, generando un mecanismo de contribuciones obligatorias al sector productivo nacional que eufemísticamente fueron llamadas aportes. Profundos conflictos ideológicos dentro del alto gobierno y alguna viveza caribeña por parte de los sujetos objetos de LOCTI motivaron sucesivas revisiones de la ley con un progresivo sesgo punitivo, cada una peor que la anterior, en primera instancia hacia el sector privado de la economía que el alto gobierno pensaba no hacía sino timarlo, y secundariamente hacia un sector académico cada día más crítico y opuesto a la gestión oficial.
La nueva estructura sectorial mantuvo buena parte de las deficiencias del modelo CONICIT, y le agregó otras nuevas de su propia cosecha. Dentro del terrorífico catálogo de insensateces puestas en práctica por la revolución bolivariana socialista en ciencia y técnica se encuentran condenar al método científico y presentar sus logros —especialmente los locales— como extravagantes; apabullante ineficiencia administrativa con extrema politización y clientelismo e indolencia ante la fuga de talento o los problemas de la comunidad de investigadores.
III. INTEVEP: comienza el deslave
Dentro del contexto de un país convulsionado y al borde de la anomia por una huelga nacional que se desató en el año 2002, el gobierno nacional tomó un conjunto de medidas draconianas —fuera de cualquier contexto de legalidad— para retomar el control de las operaciones paralizadas de la estatal petrolera, procediendo a despedir en abril del 2003 unos 18.000 de sus empleados, entre los que se encontraban tres cuartos del total de la fuerza profesional de investigación y desarrollo de INTEVEP, filial de investigación tecnológica de Petróleos de Venezuela.
La crisis del INTEVEP en el mediano y largo plazo tuvo un profundo efecto sobre el país. Al poner de lado principios muy caros para investigadores y tecnólogos, como son la libertad de pensamiento y cátedra o la estabilidad en el trabajo y el reconocimiento a los méritos profesionales, el país terminó perdiendo una generación de expertos que no solo estaba concretando una política pública que privilegiaba la innovación en el estamento industrial, sino que también estaba creando una serie de nuevos productos de alto valor comercial, como catalizadores de alta eficiencia o nuevos combustibles como Orimulsion®.
IV. Misión Ciencia: Caballo de Troya
Las llamadas misiones fueron concebidas en el año 2003 como mecanismo para recapturar el favor popular y superar así la petición de revocatorio al mandato presidencial de Chávez. Ellas fueron diseñadas por los niveles más alto del protectorado cubano como un esquema proselitista dirigido a los estratos sociales más bajos y a aquellos sectores donde consideraban que el gobierno venezolano necesitaba consolidar o incrementar su aceptación. Las primeras misiones fueron salud (Barrio Adentro), alfabetización (Robinson) y alimentación (Mercal).
En febrero del año 2006 le llegó el turno a la ciencia con el supuesto objetivo de identificar el talento, incentivar la investigación e impedir la fuga de cerebros. Sin embargo, eso era solo una pantalla para esconder su verdadero objetivo que hoy sabemos no fue otro sino ideologizar al sector ciencia y tecnología; una atrocidad que fue revelada por Rigoberto Lanz —ideólogo de la Misión Ciencia— en una carta a Hugo Chávez publicada en su columna del diario El Nacional y a modo de testamento político.
Chávez comprometió a la Misión Ciencia a formar veinte mil nuevos doctores, o a darles entrenamiento de postgrado a 60.000 licenciados, todos destinados a profundizar el proyecto nacional bolivariano y a velar por la integración regional. Para conseguir sus fines se le asignó el doble de lo asignado al Ministerio correspondiente, cuyo presupuesto para el año 2005 seguía rondando el sempiterno 0,3% del PIB. A la postre la Misión Ciencia no llegó a hacer nada en favor de la ciencia en Venezuela o en el mundo.
V. La diáspora
A la fecha, uno de cada cinco compatriotas ha tenido que huir de Venezuela para poder liberarse del yugo de un sistema político y económico que ha arruinado al país. La dramática escasez de bienes elementales como alimentos, medicinas o energía, junto a inaceptables niveles de inseguridad, insalubridad e ilegalidad, han llevado a muchos a considerar como inviable la sociedad que los vio nacer y por ello se han visto forzados a marcharse a otros lares en busca de paz, trabajo y una buena educación para la familia. Millones de venezolanos —unos seis— han emigrado. En el caso de la comunidad de investigadores y tecnólogos, la pérdida de talento ha sido muy significativa —unos 3.000 investigadores o uno de cada tres de la comunidad— siendo ellos responsables de la producción de casi un tercio de todas las publicaciones científicas registradas para Venezuela, la cual es —mayoritariamente— hecha en las grandes universidades públicas nacionales, objeto particular de la animadversión de la nomenklatura bolivariana socialista.
Se debe resaltar que, aunque el conjunto de investigadores venezolanos migrantes constituye una pequeña parte del éxodo de población del país, su impacto en el devenir del país como nación ha sido muy alto dada la relevancia de ellos dentro del contexto de la sociedad del conocimiento. Por ejemplo, como consecuencia de la pérdida de los expertos del INTEVEP, la producción de la industria petrolera ha caído a niveles sin precedentes —un décimo de su mejor registro— mientras que en el caso del sistema eléctrico nacional, la pérdida de talento lo ha llevado a ser prácticamente disfuncional. La consiguiente crisis fiscal de descalabros como los reseñados ha conllevado que hoy en día las arcas públicas se encuentren vacías, lo que no permite la adquisición de suministros básicos, los cuales no pueden ser producidos por un sector privado que ha sido intencionalmente diezmado.
VI. A manera de epitafio
El desempeño del investigador venezolano en la segunda mitad del siglo XX no fue azaroso, sino fruto del pensar y accionar de individuos muy singulares que supieron entender el medio donde se desenvolvían e idearon sistemas de organización y trabajo que, aun adoptando métodos y roles foráneos, resultaron altamente efectivos. Es así como durante la segunda mitad del siglo XX, el país pudo construir un aparato de investigación científica y desarrollo tecnológico digno del primer mundo, el cual —incluso en medio de dificultades y carencias— llegó a ser considerado por los expertos como exitoso, por la excelencia de la formación y ethos de sus profesionales, la calidad de infraestructura y la pertinencia de sus productos. Tristemente, la mejor prueba de la excelencia del sistema de ciencia y tecnología gestado por la democracia venezolana, se halla en los triunfos que están acumulando los miles de compatriotas quienes, obligados a dejar a su país, ostentan hoy importantes puestos de trabajo en las naciones que les han dado albergue.
En su empeño por revolucionar a Venezuela, Hugo Chávez Frías desde la Presidencia de la República logró retrotraer el país a condiciones vividas en un pasado muy distante. Tamaño descalabro es el resultado de la aplicación de absurdas políticas cocinadas en el baturrillo ideológico del socialismo del siglo XXI, una concepción política ajena a los intereses tradicionales de la sociedad venezolana que conllevó cambios administrativos y operacionales inadecuados que terminaron por trastocar los modos de funcionamiento del país. Actualmente el sector ciencia y tecnología del país está deprimido y reducido a una mínima expresión, exhibiendo recursos y resultados comparables a los que tuvo hace 60 años o más.
El país hoy tiene menos justicia social que la que tuvo, mucha más pobreza que la que llegó a tener y mucha, pero muchísima más corrupción que lo que nadie pudo imaginar. El socialismo del siglo XXI no puede mostrar ningún éxito de su gestión; por el contrario, lo único que puede exhibir son los mismos problemas de siempre más otros nuevos nunca antes vistos, como el más grande despilfarro de recursos públicos en la historia de la humanidad. Aquellos males que la revolución bolivariana socialista prometió erradicar no solo siguen rampantes, sino que se padecen con mayor intensidad. La refundación de la Republica resultó en la sepultura del país, de su gente y de su ciencia.
Fuente: C:\Users\reque\Documents\Attach\95_2021_Destruccion_Ciencia.docx