Por NELSON RIVERA
Los foros realizados por la Academia de la Ingeniería y el Hábitat sobre las grandes obras públicas inconclusas o paralizadas en nuestro país muestran un panorama desolador: suman una cantidad desmedida de obras cuyo destino es incierto. ¿Podría ofrecer a nuestros lectores un panorama, aunque sea aproximado de cuántas obras paralizadas o inconclusas hay; de qué tipo; cuánto se invirtió en ellas?
La lista es larga, por lo que en el Foro reciente realizado por la ANIH, se hizo un esfuerzo por abordar las de mayor significación dado que suponen afectaciones a temas sensibles de servicios. En la ocasión el académico Páez Pumar hizo un resumen general, partiendo de los ferrocarriles que fueron la motivación inicial, de 38 obras de interés nacional, en las áreas de educación, salud, electricidad, agua, transporte, industria, petróleo y gas. De acuerdo con las estimaciones, las obras fueron contratadas a un costo de 122.610 MM USD y restan por ejecutar 67.873 MM USD.
¿Esto de iniciar una obra y abandonarla antes de su conclusión tiene un carácter coyuntural o es un signo histórico de la gestión pública venezolana?
No es nada nuevo ni único de Venezuela. En el caso venezolano, hay obras inconclusas a lo largo de la historia. En países cercanos como en Colombia, se ha trabajado en la implementación de políticas de Estado y legislación para intentar eficiencia y transparencia en el tema.
¿Cuáles son las razones de fondo que explican este panorama? ¿Por qué pasa de manera tan reiterada?
Es un tema muy complejo y abordarlo supone un tratamiento holístico del asunto. El dinero público pareciera no tener dolientes. Algunas razones que explican el fenómeno es la poca transparencia en el manejo del dinero público, ausencia o poca actuación de la contraloría social, falta de continuidad en las obras más allá del gobernante de turno, adopción de proyectos divorciados de las necesidades de la población y las perspectivas de desarrollo de la nación.
¿Esta dilapidación de recursos de toda índole que suponen estas obras paralizadas o inconclusas tiene dolientes activos? Si, los diferentes usuarios, por ejemplo los que padecen enfermedades y requieren tratamiento en centros de salud; los comités de usuarios, como los del transporte; algunos comunicadores sociales y medios de comunicación, que hacen seguimiento eventualmente a proyectos de interés. ¿Le importa a la mayoría de la sociedad?
Seguramente les afecta en mayor medida a los sectores más desfavorecidos, pues la mayoría de las obras están asociadas a mejoras en servicios como transporte, salud, educación entre otros. Sin embargo, el día a día y la sobrevivencia les agobia, por lo que pareciera pasar desapercibido. En algunos casos, las personas no están claras de quién es la responsabilidad, por lo que no atinan a quién orientar los reclamos. En otras ocasiones, el discurso político desvía la responsabilidad.
¿Hablan de ello los liderazgos de la sociedad? Si lo asumen, lo indican, pero no es fácil ante tanta información disponible en redes y otros medios; se diluyen los esfuerzos. ¿Por qué es una academia y no un gremio o un partido político el que asume la tarea de hablar de esta problemática?
La academia es un cuerpo asesor del Estado, así lo prevén las leyes. No deja de ser su tarea, indicar lo que no está bien y además proponer las formas de atenderlo. El que gremios o partidos políticos asuman la tarea creo que es complementario. Al final es el interés de todos los ciudadanos en igual medida.
¿Es muy difícil, en lo legal y administrativo, en lo institucional y técnico, concluir una obra en Venezuela?
Es engorroso efectivamente. Debía empezarse por identificar el estado de la obra, efectuar el diagnóstico, estimar costos de consecución y gestionar los recursos. Algunas de estas obras ni siquiera tienen proyecto. Es necesario generar cambios en la institucionalidad, el marco legal y crear las condiciones para hacer seguimiento y control de obras.
Cuando se viaja por Venezuela, es frecuente ver casas a medio hacer, galpones abandonados, instalaciones derruidas, letreros de negocios que ya no existen. Este paisaje de promesas incumplidas o de sueños truncados no es nuevo. ¿Acaso lo inconcluso es un rasgo profundo presente en la cultura venezolana?
Está asociado a ciertos períodos, en donde el descalabro en la economía ha propiciado el abandono. Lo vivimos con el colapso del Banco Construcción en los noventa, decenas de obras paralizadas, que intentaron luego gestionarse a través de FOGADE, algunas aún inconclusas, otras fueron orientadas a diferentes usos, por poner un ejemplo.
¿Nos conformamos con la promesa y ponemos el cumplimiento en un segundo plano?
Pareciera olvidarse los lapsos, algunas obras fueron ofrecidas para estar listas en 2012; hoy en 2022 aún no se terminan. Queda la esperanza en el imaginario colectivo.
¿Hay una parte de la sociedad que abandona, que no tiene la vocación del largo aliento?
Creo que se trata del desgaste de nadar permanentemente contra corriente. No es sencilla la situación de muchos.
¿Qué hacer con esa cantidad de obras inconclusas o paralizadas? ¿Tienen salvación? ¿Hay que culminarlas, derrumbarlas o dejarlas como recordatorio del fracaso?
Como bien se documentó en el Foro de la ANIH, algunas deben recuperarse, otras abandonarse y otro tanto iniciarse. Para ello está la propuesta de creación de las instancias y base legal, que permitan llevar un inventario y evaluar su situación y la pertinencia de darle continuidad o no.
¿Hay paisajes del fracaso? ¿Inciden en el ánimo de los ciudadanos?
Sin duda. Los llamados “elefantes blancos” nos recuerdan lo que pudo ser y no fue. Lo que pudo ser suponía mejoras en la calidad de vida; la estructura a medio hacer solo recuerda mala gestión e indolencia. La apariencia estética del entorno incide en el estado de ánimo. De eso seguramente los especialistas en salud mental tendrán mucho que decir.