Por ALÍ E. RONDÓN
Cuando los metafísicos hablan poco, pueden
alcanzar la verdad inmediata, una verdad que
se desgastaría por las pruebas. Entonces se puede
comparar a los metafísicos con los poetas, asociarlos
a los poetas que nos revelan en un verso una verdad
del hombre íntimo.
Gastón Bachelard
Eso de que “la Televisión seguirá viviendo mientras siga siendo objeto de nuestros discursos (Scolari, 2009: p. 205) es una verdad del tamaño de una catedral. Y es que no fue gracias a Internet, el celular, las redes sociales, la transmedia ni el ecosistema digital que viéramos al ruiseñor de las Américas, a don Pedro Vargas en un comercial de American Express al principio de los años setenta. Fue por ese aparato “culón” donde convergen audio e imágenes para informarnos, educarnos y perder el tiempo sin sentirnos culpables, que vimos al bolerista mexicano decir que jamás salía de casa sin esa tarjeta de crédito. Luego remataba el mensaje con su “Muy agradecido. Muy agradecido. Muy agradecido”. Solo que su voz, en realidad, era la de Cayito Aponte.
Entre la serie de motivos que podríamos aducir como responsables de estas líneas salta a la vista —además del comercial de TV— el registro de bajo —barítono potente, grato al oído y la vis cómica natural de Cayito Aponte. Es un actor dúctil. Accede a la popularidad mediática gracias a Radio Rochela y Cuéntame ese chiste, programas humorísticos de RCTV donde sus habilidades fonomímicas lo hacen estrella cómica nacional. En 1986 encarnó 76 a un hilarante Bártolo para el montaje de El barbero de Sevilla de Rossini encargada a Antonio Constante. Dos años antes le habíamos visto protagonizar Don Giovanni de Mozart con puesta en escena de José Ignacio Cabrujas. En 2006 llenó el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela cantando como Caifás en Jesucristo Superestrella de Tim Rice & Andrew Lloyd Webber dirigido por Michel Hausmann y en 2016 volvería a esa sala como el Gobernador en El hombre de la Mancha de Dale Wasserman bajo la égida de Djamil Jassir (23 de abril).
Leamos ahora la apreciación de un crítico de teatro sobre esta rara avis en la farándula venezolana:
“Lo más asombroso de todo esto es que Cayito es más natural que cultura… aunque sus estudios musicales sean precarios puede hacer un show de cabaret esta noche, o beber aguardiente como un cosaco despechado, ¡y al día siguiente cantar un rol operístico con razonable pulcritud! En tanto que la generalidad de los cantantes cuidan su voz cual si fuera un vaso de porcelana china, a Cayito le importa un cuerno el humo de los tabacos en torno a él, el sereno y la caña que deja correr por esa privilegiada garganta. Es lírico y fonomímico al mismo tiempo: artista sensible cuando tiene que serlo, pero parrandero y jodedor de buena estirpe el resto del tiempo” (Monasterios, 1986).
Cayito Aponte, damas y caballeros, se parece demasiado al Richard Burbage (Martin Clunes) que en Shakespeare enamorado (1998) grita en pleno jolgorio:
“El Maestro de las Artes nos desprecia por vagos, caldereros y vendedores de frivolidad. Pero sepan que fue mi padre, James Burbage, quien obtuvo de Su Majestad la primera licencia para crear una compañía teatral y extrajo de los poetas la mejor lite- 77 ratura de entonces. Su fama será la nuestra, señores. Hagámosle saber a todos lo valiosos que somos. Will Shakespeare tiene una pieza nueva. Yo tengo una sala de teatro. El Telón es todo suyo” (Rondón, 2003: p. 50).
Dichas en un prostíbulo con algarabía de fondo la noche que murió Marlowe podría pensarse que tales palabras son producto del alcohol. Pero no es así. Diría que van dirigidas especialmente a la caricatura del poder llamada Tilney (Simon Callow), a esa especie de Eudomar Santos del siglo XV envalentonado por una Ley de Contenidos para ejercer la censura en espectáculos públicos; ese fantoche que si viera la escena del burdel frente a Will (Joseph Fiennes), Henslow (Geoffrey Rush), Alleyn (Ben Affleck), Fennyman (Tom Wilkinson) y los demás, entendería muy poco o casi nada. Cada plano de lo puesto en escena allí a orillas del Támesis rebosa de logicidad, franqueza y realismo. El arte siempre excede en estatura, vigor y dimensiones a los pigmeos encargados de reducirla a cajita de fósforos (¿miopía o reflejo de incompetencia del funcionario empoderado?).
En dos platos, Cayito Aponte es descendiente directo de Richard Burbage. Como tal “siempre nos ha hecho saber lo valioso que es”. Ya sea con perfil de comediante, fonomímico, cantante lírico, actor, parrandero, bebedor, jodedor, o —¿quién lo diría?— doblando a un tenor de San Miguel Allende, México que le dio la espalda al bel canto por amor al cancionero popular latinoamericano, a la cultura apropiada (Bonfil, 1991: p. 171) y se convirtió en parte del imaginario colectivo.
Referencias:
-Bachelard, G. (1965). La poética del espacio. México: Fondo de Cultura Económica. Bonfil, G. (1991).
–Estudios sobre las culturas contemporáneas. México: Universidad de Colima. Monasterios, R. (1986).
-“Cayito en Barbero” en El Nacional. Caracas, 3 de mayo.
-Rondón, A. (2003). Shakespeare enamorado: Cine Foro. Caracas: Ediplus. Scolari, C. (2009).
–El fin de los medios masivos. Buenos Aires: La Crujía Ediciones.