Por LEÓN SARCOS
La verdadera diferencia entre la política y el arte radica en que en la política se puede simular para ganar seguidores, mientras que, en el arte, el creador no está interesado en actuar para ser aceptado: todo está dentro de él y no le interesa para nada convocar o persuadir para que lo valoren. Los asuntos de la política nos atañen a todos, son temas de vida, tocan la cotidianidad y la sobrevivencia; los asuntos del arte son asuntos del alma, corresponden a la valoración estética y a las animaciones del espíritu.
El político necesita, tanto como del aire, del público para que lo elija y lo quiera. El artista puede prescindir de la gente; toda la aprobación de su obra es inmanente a su condición, a su sentir y a su cosmovisión. Por eso, en el arte la mayoría de quienes trabajan para gustar son folclóricos, temporales o efímeros. Las grandes obras generalmente en un principio no necesitan la aprobación del gran público.
En mi sentir, maestro Vargas, la mayor parte de los desacuerdos o de las irritaciones que le provocan Borges y Proust —si me lo permite, y le ruego disculpe el atrevimiento— nacen de sus impresiones políticas, de su cargada visión erótica y de cierto tufillo homofóbico que se le ha desatado en el invierno de su vida, que no declara para proteger sus ideas liberales, pero que se siente en el aliento de sus letras.
A Ud., maestro, le molesta que Borges no se interese en cambiar el mundo y que Proust escriba intensamente frivolidades de su pequeño mundo en plena guerra, que las bombas incendien París y miles y miles de muertos se vayan hacinando en los campos mientras él desde su cama por las noches —soportando los asfixiantes ataques de asma— continúe escribiendo inmutable su monumental obra, En busca del tiempo perdido.
Tengo entendido que el tema del escritor comprometido, al igual que el del arte comprometido con las revoluciones, los cambios o las reformas sociales, es un asunto cancelado hace bastante tiempo, pues no existe fuerza moral ni ética que obligue a un creador a comprometerse con una doctrina que no sea la de su arte, y el arte por antonomasia es libre, es subversivo y es amoral.
No se puede hacer desde la política un juicio sobre la escritura a quienes nunca tuvieron interés en esa ciencia. Ud., que ha compartido el arte de escribir con la praxis política, sabe que el político debe tener piel de lagarto y que debe aprender a pelear en el chiquero y en la solemnidad, y no todos los escritores tienen la condición humana que demanda tal dualidad. Ud. probó lo que es hacer política y salió derrotado cuando midió fuerzas con un opositor mediocre, Alberto Fujimori, sin mucha talla intelectual ni prestigio académico en el Perú de los noventa.
Debe saber entonces que, teniendo autoridad para enjuiciar los hechos políticos, sus opiniones tienen destacado peso porque sus análisis son ensayos impecables que ayudan a comprender mejor la realidad y a explicar tantos fenómenos extraños y novedosos, pero no son legados, como sí lo es la literatura que lo ha consagrado, como Ficciones a Borges y En busca del tiempo perdido a Proust. La política divide; las coincidencias en el arte casi son consensos.
Dejo constancia de que, desde que se declaró liberal, he sentido empatía con la visión política que muestra sobre la democracia y mantengo ciertas reservas con su ciego y desbocado espíritu liberal en materia económica, pero lo respeto sólidamente porque siento que en su condición liberal no hay dobleces, solo convicciones de un intelectual íntegro que se pretende útil a la causa de la libertad. Trato de ser ecuánime con las reservas intelectuales vivas que merecen ser consideradas valiosos activos humanos del gentilicio literario y artístico, en una fase de su vida en que, para beneficio de sus detractores, lamentablemente luce extraviado.
Por eso saludo declaraciones afortunadas como estas últimas: La democracia está muy de paso y el enconamiento político muy presente. El odio… es una limitante para establecer un sistema de convivencia que ayude al progreso. Pero siento y lamento que su engreimiento político vaya en progreso cuando se pretende juez de todo el acontecer político latinoamericano, pues en cada elección opina como si sintiera que la población de este continente solo esperara su juicio para acudir a las urnas a que se cumpla su santa voluntad.
Cuando se hace depositario de la última palabra del pueblo peruano, manifiesta un desprecio por la opinión de las mayorías. Cuando pide el voto para Keiko Fujimori, defenestrada en el pasado por Ud. como emblema de la ignorancia y la corrupción, ahora resulta que no vamos a elegir una persona sino un sistema. ¿Podría alguien explicarme cuál es la diferencia entre el sistema propuesto por la sra. Fujimori, si es que tiene alguno, y el propuesto por el sr Castillo? Entiendo que su intención era sana y noble cuando se pronunció por la señora Fujimori en Perú como el mal menor. Pero eso no lo autorizaba a hacer negociaciones con una aspirante en nombre del pueblo peruano.
Su manejo político comienza a crear cierta suspicacia entre sus lectores por la facilidad con la que le es otorgado el ingreso a la Academia de la Lengua Francesa y, por oposición, las muchas trabas que encontró, por solo mencionar a una, la excelente escritora en lengua francesa Marguerite Yourcenar, por el solo hecho de ser mujer. Hay quienes sienten que la política se presta a todo cuando se empieza a ejercer a la libre lejos de los celosos parámetros del servicio abnegado y escrupulosamente transparente y de los principios éticos y estéticos que deben moldear la conducta de todo hombre público.
Lamento profundamente, maestro, que después de lucirse de manera brillante desmontando la Civilización del espectáculo haya caído postrado a sus pies como un emblema sofisticado de tan deplorable fiesta. ¿Qué quiere decir la civilización del espectáculo?, se pregunta Ud., para inmediatamente responderse: La de un mundo donde el primer lugar en la tabla de valores vigente lo ocupa el entretenimiento, y donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal; este ideal de vida es perfectamente legítimo, sin duda… pero convertir esa natural propensión a pasarla bien en un valor supremo tiene consecuencias inesperadas: la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad y, en el campo de la información, que prolifere el periodismo irresponsable de la chismografía y el escándalo.
Esa misma civilización del espectáculo la ha puesto en escena Ud. con bombos y platillos cuando ha saltado de la sobriedad del mundo del arte y de las letras a ser fiel animador cultural de la expresión más decadente de la aristocracia europea, la española, y a pretenderse galán en el frivolísimo y afectado mundo de las socialites. Insoportable y patético mundo donde se anuncia la paella que ha de comer con su pareja los sábados, las lentejas de los martes y los huevos fritos que come el galán, bien singular a los 85, que penosamente se exhibe siempre de moda y muy aplaudido en los altos círculos sociales españoles, donde no se cansa de pregonar los éxitos literarios de su vida.
Siempre he defendido el respeto a la privacidad de los hombres públicos, pero esa misma vida privada deja de ser tal cuando es exhibida explícitamente como el hermoso compromiso con una mujer con quien ha convivido a lo largo de cincuenta años en una feliz relación que guarda como legado una digna descendencia.
Inolvidable, para los amantes de la literatura y el arte, fue el día en que Ud. recibía de la Academia sueca el Premio Nobel de literatura 2010. Brillante su discurso de aceptación, titulado Elogio de la lectura y la ficción, al que el diario El País de España dio una muy buena acogida, dedicándose a reseñar la parte emotiva: El nobel fue el primero que lloró, y ya en el folio décimo de su discurso, el auditorio le siguió… Lloró toda su familia, especialmente su esposa; lloraron sus hijos; lloró su compañero de pupitre, el también escritor José Oviedo; lloró su traductor al sueco, Peter Landelius; lloró por supuesto su agente editorial de toda la vida, Carmen Balcells; y lloró también parte del auditorio cuando, con voz entrecortada, recitó como un poema:
El Perú es Patricia, la prima de nariz respingada y carácter indomable… Ella hace todo y todo lo hace bien, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: Mario, lo único para lo que tú sirves es para escribir.
Es aquí donde no sientan bien los saltos de avestruz en un personaje comprometido con los valores del matrimonio y la familia, fiel expresión del ideario liberal que con tanta vehemencia ha defendido de por vida el político y aspirante a presidente del Perú. Un líder que persuade al mundo en un escenario majestuoso a sus 75 años de que a esa edad continúa enamorado del gran amor de su vida no puede saltar, como si fuera Picasso o Hemingway, en el ocaso de su vida, de los brazos de Patricia a los brazos de Isabel. En un artista son normales esos grandes saltos; a nadie le preocupan, porque el artista no necesita ser un paradigma a seguir. Mientras que el político, por infinidad de razones, está obligado a serlo.
Una conducta amoral de un escritor pasa desapercibida, pues el escritor no vive de seguidores, no pauta la orientación de las comunicaciones, de la buena educación desde la familia y el preescolar hasta la universitaria, no legisla, no traza lineamientos de políticas culturales y orienta todas las políticas públicas. En un político que se pretenda íntegro, cualquier salto inapropiado en el comportamiento personal en el contexto de una sociedad decente, guiada por los principios católicos del occidente cristiano, puede convertirse en un verdadero escándalo, más aún después de haberse dado golpes de pecho públicamente por su apego y lealtad al gran amor de su vida.
No se puede ejercer la política de día y vivir como un artista por las noches. Han sido incompatibles desde siempre la vida del político y la vida del artista, aun para quien haya escrito literatura inspirada en la política, pues se reproduce de nuevo El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, la popular novela de Robert Louis Stevenson, donde se manifiesta el trastorno psíquico de una misma persona con dos identidades. Y no es ese su caso, maestro. Prometeo, uno de los titanes, cuando lo iluminó con el fuego de la lectura, que tan bien destacó en su discurso de recepción del Nobel, lo dotó del talento, la voluntad, la imaginación y la memoria necesarios para ayudar al ser humano a salir de la oscuridad, a ser mejor y más feliz, y lo hizo, siento, no para burlarse de Zeus sino para enseñarle el camino del bien y de la luz.
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional