Por LEÓN SARCOS
A Ángel Lombardi Lombardi
La magia de Hermann Hesse
La clave de vivir siendo joven consiste en deshacerse del protocolo de vida. Siento que es, en otras palabras, devolvernos a recoger un amor trunco o un amigo abandonado, revivir viejas o experimentar nuevas emociones en busca de nuestro destino, sin ceder un ápice a la culpa, al fastidio y a la decadencia. La juventud no es una etapa de la vida: es por esencia la vida. Porque simplemente es su corazón. De ahí que, al aferrarnos a ella de alguna manera, en términos físicos y emotivos, estamos alejando la muerte.
Cuando nos devolvemos aceptamos que el pasado siempre está presente y que el futuro es simplemente una sumatoria de presentes posibles que, como la fe, ciega, no podemos confirmar, solo recitarlo en versículos y apenas vislumbrarlo. No es solo Dios, son los dioses, los paganos y los de otras culturas también queridas y amadas de alma y de espíritu. No es creencia o ciencia. No es magia o conciencia objetiva. Es el chamán y el científico al unísono, porque los dos son representaciones de la inteligencia, los dos han dado resultado en su momento y lo seguirán dando aún después.
La rebelión de los 60 en los Estados Unidos afirmará muchas de las percepciones y los sentires expresados décadas atrás en la literatura de Hesse —la introspección y la búsqueda interior—, que muchos jóvenes del mundo, principalmente norteamericanos y japoneses, de distintas maneras harán suyos. Especialmente con Howl, el poema con el que Ginsberg y otros inician ese histórico movimiento, es imposible no pensar que está inspirado en la lectura de El Lobo Estepario.
Walter Benjamin, crítico alemán de reconocida agudeza de la década de los veinte y treinta del siglo pasado, ha dicho para explicar la empatía de Hesse con la juventud estadounidense de su tiempo: Yo creo que la secreta afinidad del autor de Demian y los norteamericanos consiste en ciertos terrenos comunes, tales como el amor a la naturaleza; la presencia del puritanismo protestante como sistema básico contra el que se revuelven los americanos en sus momentos más expresivos, y que constituye también el blanco de las críticas de Hesse; el culto a la independencia y a la libertad; las tendencias a las filosofías orientales; el vagabundismo; y la escasa consideración de los conceptos de clase para el conocimiento del hombre. Esa misma afinidad de la que habló Benjamin se proyectaría con inusitada fuerza décadas después en los 60.
El autor de La Novela Lírica, Ralph Freedman, dirá: Los jóvenes de entonces hallaron en Demian el lenguaje común: la rebelión peculiar contra la civilización industrial, el ansia de regreso a la naturaleza, el reconocimiento de los valores románticos. Thomas Mann recordará el impacto electrizante en los jóvenes de esta obra en el momento de su aparición.
Los estudiantes, en la década de los sesenta, lo pusieron de moda y los partidarios de la contracultura le dieron el espaldarazo como uno de los autores principales del movimiento. En el caso de la contracultura (afirma Theodore Roszak) …tenemos un movimiento que ha vuelto la espalda a la conciencia objetiva y que huye de ella como de la peste; en el momento de ese giro podemos ya empezar a ver todo un episodio de nuestra historia cultural, el momento en que la gran era de la ciencia y la tecnología que nació en la ilustración develó todos sus aspectos arbitrarios, a menudo absurdos y siempre dolorosamente desequilibrados.
Muchas vertientes de pensamiento confluyen en la llamada rebelión de los 60, expresada en el concepto citado anteriormente. Pues resulta interesante aclarar cuáles de esas manifestaciones coinciden con las motivaciones existenciales, las visiones y el tratamiento que da Hesse a su largo oficio de buscarse a sí mismo.
Al respecto, nos dice el mismo Roszak en su esclarecedor libro, El nacimiento de una contracultura: Concedo que esta alternativa viene vestida de modo extravagante y abigarrado, con prendas y colores de muchas y exóticas fuentes; la psicología profunda, restos nostálgicos de las ideologías de izquierda, religiones orientales, el Weltschmerz romántico, la teoría social anarquista, el dadaísmo, la sabiduría indio-americana y, supongo, la sabiduría permanente…
La generación Beat sentará las bases de ese nuevo movimiento cultural conocido como contracultura. Una generación decidida a combatir todo símbolo de autoridad y a lanzarse al terreno para mostrar su contrapoder. Será una, sino la más importante rebelión juvenil de la historia, motivada por deseos de marginación, de no integrarse en el sistema porque había que oponerse a las formas convencionales de pensar y de vivir de su país, así como a sus planteamientos políticos y a la conformación de una sociedad llena de puritanismo y prejuicios.
En esta ocasión, la rebelión no la encabezarán dirigentes de los desheredados, sino los hijos privilegiados de la clase media y de los trabajadores educados. Ellos se convertirán en la juventud depositaria de la sociedad alternativa. Esta surgirá en los círculos literarios emergentes de Nueva York, liderados por Jack Kerouac (1922-1969) con su novela On the Road (En el camino), publicada en 1957. Kerouac se convertirá en el guía espiritual de la llamada Beat Generation (Generación Golpeada), que junto a Allen Ginsberg, Norman Mailer, William Burroughs, Neal Cassady, Gregory Corso y Laurence Ferlinghetti pasarán a ser la última vanguardia que logrará influir en la motivación a la conciencia social, convencida de la utopía de cambiar el mundo a través del arte.
Kerouac relatará en su obra las percepciones y peripecias de cuatro viajes que realizó entre 1947 y 1949 por la Ruta 66 —la vieja carretera que atraviesa a EE UU de costa a costa a lo largo de 3.800 kilómetros— para conocer directamente su país, el sentir de su gente y vivir la aventura de lo imprevisto, de lo desconocido. Pero también para conocerse a sí mismo y hacer del viaje —según Ángela Vallvey— la metáfora emocionante, misteriosa y bohemia de la vida.
Ginsberg se decía seguidor del modelo de Kerouac, inspirado en la escritura automática de Breton: Mi intención era simplemente escribir… dejar ir a mi imaginación, abrir el secreto y trazar con garabatos las voces mágicas de un pensamiento real. Kerouac decía que había que escribir con excitación, a toda prisa, hasta sentir calambres, de acuerdo con las leyes del orgasmo.
Allen Ginsberg (1926-1997) sería, con su poema Howl, el portavoz de la guerra de generaciones. Howl se convertirá en el nacimiento poético de la Beat Generation, declaración de guerra de la vanguardia rebelde de 1950 y luego de las multitudes contestarías de los 60:
He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura / histéricas famélicas muertas de hambre / arrastrándose por las calles de negros al amanecer / buscando una dosis furiosa / cabezas de ángel abrazadas por la antigua conexión celestial / al dinamo estrellado de la maquinaria de la noche, / quienes pobres y andrajosos y con ojos vacíos y altos / se sentaban fumando en la sobrenatural oscuridad monumental de apartamentos de / agua fría flotando a través de las cimas de ciudades que contemplan el jazz…
Serán los miembros de esta vanguardia de poetas, escritores y artistas, reunidos en una singular fraternidad bohemia, los padres de un sector de la juventud norteamericana que llegará a crear toda una subcultura, un estilo de vida, un proyecto social novedoso: los Hippies. Según Hall Stuart:
Estos dos grupos —los Beat y los Hippies— compartirán el mismo sentido compulsivo de desafiliación, tanto de las costumbres y formas de vida de la clase media como de cualquier compromiso político directo… Ambos estaban atraídos por las variantes más místicas de la religión y el misticismo oriental; ambos preferían la contemplación a la acción; ambos otorgaban gran importancia a las artes expresivas; ambos estaban firmemente involucrados con las drogas; ambos adoptaron el hábito y el estilo de aquellos grandes arquetipos americanos, los vagabundos de las autopistas en la carretera abierta de la vida americana.
Son los activistas y participantes de estos dos movimientos quienes mayoritariamente enlazan con la literatura de Hermann Hesse, hacen de él un icono y de su mejor literatura —Demian, Siddhartha y El lobo estepario— referencia obligada. Son seguidores apasionados de su búsqueda interior, de su peregrinación por la vida en busca de su destino, de su amor por la naturaleza, de su concepción mística, poderosa y heteróclita del amor, de su renacer continuo, de su negación de toda doctrina, de toda religión, de todo sistema político y especialmente de la guerra.
Los cambios son de los seres humanos por cuenta propia y no los decide ni los organiza nadie por aquel mismo mandato que nos recuerda Friedrich von Hayek: la sociedad no es un sistema organizado por una mente o grupo de mentes; es simplemente un orden espontáneo en permanente progreso. En mi caso, siento que solo si el humano individualmente vuelve la vista hacia sí mismo y se transforma, puede ayudar a mejorar el mundo.
Hesse y su generación —de la cual él es el más activo sobreviviente como influencia política sin proponérselo— distan mucho de ser emparentados con otras vertientes ideológicas y otras facetas de la rebelión de los 60, como el caso del Mayo Francés, el cual la izquierda latinoamericana y mundial se han encargado de exaltar como lo máximo de ese episodio de la historia, falseando como siempre la realidad.
Es Roszak quien puntualiza: En Francia la influencia de la nueva izquierda sería determinante en la formación de un movimiento conformado por estudiantes parisinos —liderados por Daniel Cohn-Bendit— ansiosos de acción que se unieron a los obreros de las fábricas, convencidos de constituirse en una clase social que haría posible la revolución y el cambio de la sociedad.
Lo más resaltante de esa rebelión, donde tuvo su epicentro y se hicieron patentes los cambios, ocurrió en los Estados Unidos de Norteamérica, allí donde nació en 1776 la democracia liberal, viva, más exitosa y más representativa del mundo. Fue un momento en la historia, para decirlo con palabras del poeta y dramaturgo Friedrich Hebbel, en el que una generación de jóvenes tuvo al mismo tiempo la copa y el vino. Aludo al hecho de que el Estado liberal estaba preparado para asumir los cambios y los jóvenes tenían la disposición, las ideas y el aliento para hacerlos posibles.
Pero la generación Beat y los Hippies irían más allá de su ruptura con los valores establecidos y la negación de toda forma de autoritarismo. Su intuitiva fascinación por la magia y los rituales, el saber total y la experiencia psicodélica, los haría intentar resucitar el difunto chamanismo de un pasado lejano. Cuando lo hacían desafiaban no solo la tecnocracia, la fuente primera del dominio —en su ideario— y la sujeción humana a aquella, sino que también desmeritaban absolutamente la ciencia expresada en la conciencia objetiva; pretendían una conciencia superior sin límites, plena de visiones, estimulada por los narcóticos.
Sin duda la experiencia psicodélica será uno de los elementos más significativos de la negación de la sociedad controlada por el Pater Familias. Según Roszak, precisamente esa frenética búsqueda de esta panacea farmacológica —que nada tiene que ver ni con los hábitos ni con la literatura de Hesse— empujaría a muchos jóvenes a perder de vista los elementos más ardorosos de su rebelión y, además, amenazaría con destruir sus más prometedoras intuiciones.
El filósofo Martin Buber nos advertirá con respecto a la visión mágica del mundo: El que intente su retorno a ella terminará en la locura o en la simple literatura. Lo que necesitamos es un nuevo pansacramentalismo, que opere dentro de la tecnocracia y expanda los intersticios de esta, respondiendo a las frustradas ansias de los hombres.
Hermann Hesse era un convencido de la utilidad y la grandeza de la magia para hacer la vida más grata, más innovadora, más inesperada y misteriosa, menos tiranizada por la rutina y el tedio, especialmente en el enamoramiento, la amistad, la diversión, la fiesta, el júbilo, el placer, el gozo. Pretender que pueda sustituir o desplazar a la ciencia y a las nuevas tecnologías es otra cosa, más que una utopía, una tontería.
…donde surja la imaginación visionaria —apunta acertadamente Roszak— la magia, la vieja antagonista de la ciencia, se renueva, transfigurando nuestra realidad cotidiana en algo más grande, quizás más sobrecogedor, pero en verdad más venturoso de lo que pueda nacer de la menor racionalidad de la conciencia objetiva.
Es algo de lo que intenta Hesse, en las páginas finales de su autobiografía, al valerse de la magia para evadir la realidad, lo que hace que renovemos nuestra fe en ella. Tenía 72 años; justo cuando dos universidades me habían distinguido con la concesión del título de Doctor honorífico, fui llevado a los tribunales por seducir a una joven muchacha mediante la magia. En la cárcel pedí permiso para dedicarme a la pintura. Se me concedió. Los amigos me trajeron pinturas y útiles…
Feliz, como un niño, iba realizando mi juego de creación y pintaba un paisaje en la pared de mi celda. Ese paisaje contenía casi todo lo que me había producido alegría en mi vida, ríos y montañas, mares y nubes, campesinos en la cosecha y un montón de cosas bonitas que me causaban placer. Pero por el centro del cuadro avanzaba un tren muy pequeño. Se dirigía hacia una montaña y ya penetraba con su cabeza en ella como un gusano en la manzana; la locomotora ya estaba en parte dentro de un pequeño túnel de cuya redonda boca salía un penacho de humo…
Casi todos los días venían por mí; bajo vigilancia me llevaban a recintos extremadamente antipáticos, donde en medio de muchos papeles estaban sentadas personas antipáticas que me interrogaban, que no me querían creer, que me gritaban en la cara, que me trataban a veces como a un niño de tres años y a veces como un taimado delincuente…
Estaba yo ante ese cuadro en mi cárcel, cuando los guardias vinieron con sus aburridas citaciones y quisieron arrancarme de mi feliz trabajo. Entonces sentí un cansancio y algo así como asco hacia todo aquel jaleo y toda esa realidad brutal e insensible. Me pareció que llegó el momento de poner fin a aquel martirio…
Ese mundo no se podía soportar sin magia. Recordé la norma china, estuve durante un minuto reteniendo la respiración y me desprendí. Pedí amablemente a los guardias que tuvieran un instante de paciencia, porque iba a subirme al tren de mi cuadro y allí tenía que resolver algo. Se rieron como hacían siempre, pues creían que yo estaba mentalmente perturbado. Entonces me hice pequeño y entré en mi cuadro, subí al pequeño tren y avance en el por el pequeño túnel negro. Durante un rato se siguió viendo el penacho de humo salir del agujero redondo, después se disipó el humo, y con él se disipó todo el cuadro y yo con él. Los guardias quedaron atrás muy llenos de perplejidad.
*Con esta octava entrega (8/8) finaliza la serie Carta a Hermann Hesse, que se publicó los viernes 20 y 27 de noviembre de 2020; 4 y 11 de diciembre de 2020; 15, 22 y 29 de enero de 2021; y, por último, hoy 5 de febrero de 2021.
- Carta a Hermann Hesse (1/8)
- Carta a Hermann Hesse (2/8)
- Carta a Hermann Hesse (3/8)
- Carta a Hermann Hesse (4/8)
- Carta a Hermann Hesse (5/8)
- Carta a Hermann Hesse (6/8)
- Carta a Hermann Hesse (7/8)