Papel Literario

Carta a Hermann Hesse (4/8)

por Avatar Papel Literario

Por LEÓN SARCOS

Demian o los vacíos de la razón

Si la razón no fuera tan estricta, el espíritu no sería tan soberbio. Siento que una de las frases más bellas que se han escrito en sus novelas es una de las que recuerda Ud. de Demian: Hubo un momento en que llenaba todos mis pensamientos… Siempre es bueno tener conciencia de que dentro de nosotros hay alguien que lo sabe todo. 

Demian es hijo de la Guerra, forma suprema de la intolerancia y la insensatez de los humanos, abdicación del nosotros sin consentimiento. Cuando se presumía un mundo feliz, la guerra le estalló en el rostro a Hesse y a toda su generación, que ya olfateaba y sentía el malestar de la cultura y la decadencia de Europa, situación que Paul Valery dibuja de forma magistral:

Tiemblo con hastío —escribía en 1910— y la mayor inquietud puede mezclarse en mí con la certidumbre de su vanidad, de su simpleza, con el conocimiento de ser la víctima y el prisionero de lo que de mi vida resta… ¿Por qué me devoras, si he previsto tu mordedura? Mi idea más íntima es la de no poder ser quien soy.

Demian es en parte expresión del drama y de todos los desajustes intelectuales y espirituales, los encuentros y desencuentros, caídas y resurrecciones, que provoca esa guerra, una, sino la más irracional de todas las confrontaciones mundiales registradas hasta hoy, hecha a fuerza de “razones”: las sobrehumanas depresiones y los gritos de terror de los años de la guerra (1914-1918) encontraron en Hesse una indecible resonancia.

Stefan Zweig, uno de sus buenos amigos, con quien sostuvo correspondencia por más de tres décadas, describe con voz sublime las cicatrices de ese horror que puede ilustrar muchas tragedias a las que nos ha conducido la irracionalidad humana —entre ellas la nuestra, la venezolana—, muchas bajo la aquiescencia y el respaldo de intelectuales estrella de la buena razón y la lógica, la ciencia y la tecnología:

Desde el abismo del horror en que hoy medio ciegos avanzamos a tientas con el alma turbada y rota, sigo mirando aún hacia arriba en busca de las viejas constelaciones que brillaban sobre mi infancia y me consuelo con la confianza heredada, pensando que un día este recuerdo aparecerá como un mero intervalo en el ritmo eterno del incesante progreso humano.

Pero, esencialmente, Demian es la experiencia del rompimiento de Hesse con los convencionalismos de la razón, la pureza, la fraternidad, y su despegue espiritual en el momento más terriblemente agitado, confuso y lúcido de su vida: El pájaro rompe el cascarón. El huevo es el mundo. El que quiere nacer tiene que romper un mundo. El pájaro vuela hacia Dios. El dios se llama Abraxas. Ruptura y comienzo, muerte y resurrección de él como ser humano y de Europa como centro hegemónico de cultura y poder.

El instante en que aparecen sus antepasados, encarnados en dos eminentes psicólogos, J.B. Lang y Carl Jung —una avanzada de especialistas más cercanos al estudio del alma humana—, que vienen para ayudarlo a develar y a explicarse símbolos herméticos que no ha podido descifrar en solitario, y gracias a quienes consigue aclarar para escribir lo mejor de su literatura, cuya primera obra será Demian.

Acosado por los rigores estresantes de la guerra y una debacle económica, en 1916 —la muerte de su padre; la enfermedad de su hijo preferido, Martin; la crisis de la separación de su primera esposa y su internamiento en un sanatorio psiquiátrico—, va a experimentar una segunda crisis espiritual, que será atendida por el Dr. Lang, asistente de Carl Jung, y diagnosticada como neurosis compulsiva.

Las huellas de la infancia se pagan con dolor moral e inhibiciones emocionales y creativas; a veces los temperamentos muy fuertes simplemente las borran o las entierran para siempre sin que molesten a lo largo de la vida. Hesse llevaba desde su primera infancia, en palabras de Ball, un mundo de símbolos religiosos que, ocultos durante demasiado tiempo en un entorno receloso y frío, tenían que provocar sus efectos.

En su caso, Hesse asistirá a 72 sesiones psicoterapéuticas de más de tres horas cada una durante meses, para sacar a flote las sombras de una educación severamente moralista y religiosa. Los efectos de la autoridad paterna para someter y marcar pauta al hijo díscolo terminan por conducirlo muy joven a fuertes trastornos psicológicos que lo inducen a un intento de suicidio que narra de manera impecable en Bajo las ruedas.

De esta experiencia con Lang da cuenta Ud. en Curriculum: De una cosa me di cuenta; echarle la culpa al mundo entero de la locura y la rudeza era algo a lo que ningún hombre ni ningún Dios tiene derecho y yo menos que nadie… En cualquier momento se puede volver a ser inocente si se reconoce el propio sufrimiento y la propia culpa y si se termina de sufrir en lugar de buscar en otro la culpa del sufrimiento…

En un ensayo, titulado Hermann Hesse y la psicología de Carl Jung, un eminente psicólogo alemán, Gunter Bauman, asocia las crisis espirituales de Hesse debido a la educación del hogar de los primeros años con la formación similar impartida a Jung en la misma etapa: Ambos habían podido sucumbir en esa cámara de tortura anímica espiritual, pero fue característico que su voluntad de vivir y su impulso de afirmación fueron suficientemente grandes para convertir estos impulsos destructivos en una forja de genios, de modo que al final no se produjo el suicidio, sino una postura intelectual altamente productiva que podríamos denominar síndrome alemán de parroquia: la combinación de una extraordinaria inteligencia y la susceptibilidad moral con profundos sentimientos de culpa y de inferioridad.

Más aún dice Bauman: De ello, en ambos también, no solo surge el continuo impulso hacia un rendimiento extraordinario en la vida como compensación del trauma en la temprana niñez, sino también una marcada receptividad ante la teoría de liberación, concretamente la teoría del pecado original y la misericordia. Para Ud., la experiencia con Lang no pudo ser más rica y reconfortante espiritualmente; sus conclusiones luego de más de 200 horas de tratamiento psicoterapéutico constituyen la medula del argumento de Demian: Todas las sesiones ayudaban a rasgar mí piel, a romper cascaras de huevo, y después de cada una la cabeza se alzaba un poco más, algo más libre, hasta que un pájaro amarillo eclosionaba saliendo de la destruida cáscara del mundo. 

Un año después, en 1917, conocerá personalmente a Jung, con el que quedará gratamente impresionado, después de una larga conversación de más de cinco horas, y entre septiembre y noviembre de un apasionado solo trazo escribirá Demian, la cual aparecerá en 1919, un año después de finalizada la guerra, firmada bajo el seudónimo del protagonista, Emil Sinclair. De esta obra dice Ball:

Así surge uno de los libros más extraños y profundos de nuestra literatura, una elevada canción de un amigo que es iniciado en los misterios y lleva rasgos de la providencia en su enigmático rostro…  Demian es, en toda regla, una eclosión del poeta; una eclosión hacia sí mismo, hasta un enlazamiento primigenio. Y es la canción de la fuerza de la maternidad, la canción de las raíces del ser humano.

Siento que todas las fotografías de los resquicios secretos del alma de Hesse deben buscarse en su niñez, desde donde obsesivamente nacen casi todas sus novelas. Líricas todas, según la opinión de buena parte de la crítica, y Bildungsroman (término original en alemán), novelas de aprendizaje o de formación casi todas, porque describen la evolución humana desde la niñez a la adultez.

¿Qué ha hecho técnicamente Hesse en Demian? Simplemente repetir la estructura de las otras novelas. La infancia del niño criado en un hogar de clase media distinguida en los tiempos de preguerra, de hábitos celosamente religiosos. Cándido; atormentado por los conflictos de la adolescencia, siempre en busca de la amistad ideal; viviendo constantemente una profunda crisis de identidad, en búsqueda de la salvación. El fondo de esta narración, por complicada que luzca, podemos resumirlo en un símbolo: Abraxas. El símbolo que reúne el bien y el mal y los supera. No otra cosa que la síntesis siempre perseguida de amor y terror, deseo de lo bello y tentación: hombre y mujer.

Hermann Hesse se mueve en el plano de la realidad, aunque siempre soportado en el mito: el mito del hijo pródigo, de los cainitas, de Eva, de Abraxas. Organiza la novela de tal forma que cada sección tiene el nombre de cada uno de estos mitos extraídos del Antiguo y Nuevo Testamentos, por lo cual logra mantener un tono alto y sostenido sin que entre en conflicto con nuestro quehacer cotidiano.

Emil Sinclair, autor y protagonista de la obra, relata cómo cayó en manos de un niño truhan, Franz Kromer, mayor que él, quien lo obliga a robar unas monedas de la alcancía de su casa y lo somete a un chantaje por semanas enteras que le hará vivir verdaderos instantes de terror bajo la acechanza de un sentimiento de culpa, que a mi parecer es uno de los mejor descritos y expectantes en la historia de las letras. Nunca antes percibí el cruel efecto del complejo de culpa como en el primer capítulo de esta novela. Para mí es la huella más persistente y de más devastadores efectos neuróticos sobre una personalidad demasiado apegada en los inicios a los valores religiosos, que rápidamente, gracias a una precoz y aguda inteligencia, se percata de que solo son convenciones que los más fuertes saben manipular.

Demian —uno de los otros tantos yo de Hesse— será en términos modernos el héroe que aparece para sacudir a Kromer de los abusos y el chantaje a los que tiene sometido a Sinclair y permitir que este encuentre su propio camino sin culpa de vuelta a casa. Pero va más allá: superado el mal, este debe ser vivido, experimentado. No es posible entrar al paraíso sin antes pasar por el infierno. Se trata de que Sinclair no vuelva seguro a la casa paterna, optando por el bien, ni opte por el camino de la taberna y elija el mal y la disolución. La intención real de Demian es que no se decida por ninguno de los dos y conquiste un estadio superior dentro de sí mismo.

Demian es la incursión a lo más íntimo en nosotros los humanos, lo que aún no se ha tocado; es el hallazgo de la madre. Es decir, lo primario, lo que nos encadena, lo que a todos nos es común. Por otro lado, es el encuentro de la propia individualidad, el tránsito de cada uno en la vida a nuestro particular destino, que muy pocos llegan a conocer, por miedo o ignorancia. Demian puede ayudar y guiar a Sinclair, como Virgilio a Dante, pero solo hasta un límite.

La parte final realmente resulta conmovedora, cuando parten al frente: En una noche de primavera estaba yo de centinela delante de la granja que aquel día habíamos ocupado…en las nubes se veía una gran ciudad, de la que fluían millones de hombres que se desparramaban como enjambres por amplios paisajes. En medio de ellos marchaba una poderosa divinidad, sembrada de chispeantes estrellas el cabello y grande como una montaña. Su rostro era el de Eva. En ella entraron los grupos de hombres como en una caverna gigantesca y desaparecieron. 

La diosa se sentó en el suelo. En su frente resplandecía la señal, parecía sufrir el imperio de un sueño; cerró sus ojos y su rostro se contrajo en un gesto de dolor. De repente, lanzó un grito agudo y de su frente saltaron estrellas, muchas, miles de estrellas… Una de las estrellas venía con vibrantes cánticos hacia mí. Parecía buscarme… De pronto explotó con estruendo en millares de chispas, me elevó en los aires y me lanzó al suelo.

Me encontraron cerca del álamo, cubierto de tierra y con muchas heridas. Era de noche… Estaba ahora en una sala, en el suelo, y sabía que me encontraba ya en el lugar al que había sido llamado. Miré en derredor mío. Junto a mi colchón había otro, y sobre él yacía alguien que se inclinó para mirarme. Llevaba la señal en la frente. Era Max Demian… No pude hablar…

—Sinclair— murmuró.

Con los ojos le di a entender que le oía. Sonrió casi compasivo.

—¡Sinclair!  ¡Criatura! — dijo sonriendo.

Su boca estaba ahora muy cerca de la mía. Siguió hablando en voz baja.

—¿Te acuerdas de Franz Kromer?

Le hice un signo y pude también sonreír. 

Sinclair, pequeño, óyeme bien. He de partir. Quizá alguna vez vuelvas a necesitarme contra Kromer o contra otro cualquiera. Cuando entonces me llames no vendré ya tan toscamente en caballos o en tren. Tendrás que escuchar en ti mismo, y entonces advertirás que yo estoy dentro de ti. ¿Comprendes? Otra cosa aún. Eva me dijo que, si alguna vez te iba mal, te diera el beso que ella me dio al partir… Cierra los ojos, Sinclair. 

Obediente, cerré los ojos y sentí un leve beso en los labios, sobre los cuales tenía siempre un poco de sangre, que no quería disminuir. Luego me dormí. Por la mañana me despertaron para la cura. La cura me hizo daño. Todo lo que después me ha sucedido me ha hecho daño. Pero cuando alguna vez encuentro la llave y desciendo hacia mí mismo, allí donde en un oscuro espejo dormitan las imágenes del destino, me basta inclinarme sobre la negra superficie acerada para ver en él mi propia imagen, semejante ya en un todo a él, a él, mi amigo y mi guía.

Para algunos la muerte de Demian puede interpretarse como la muerte y la resurrección de Europa a partir de la primera guerra. Mi interpretación, quizá menos abstracta y quizá menos hermosamente trágica y pedagógica que el final de esta novela, sugiere que si Peter Camenzind es apertura a la poesía en el inicio del camino, contemplación, exploración, ilusión —el equivalente a la tesis de grado que presentamos en la universidad en los tiempos que corren, para poner a prueba la calidad de nuestro aprendizaje parcial del conocer sin experiencia, solidarios y fraternos—, Demian, por el contrario, viene a constituirse en la salida al gran mundo en busca de la experiencia. Es competencia y comunión consigo mismo. Es obstinación y forcejeo con todos los demonios de la razón y del espíritu, en un duro e incesante combate por sobrevivir en la humana jungla. Es también la partida a un largo y solitario viaje para descubrir la esencia del animus y el ánima que conviven en el alma de cada ser, más aún si esa salida va acompañada de un cataclismo que cambia los hábitos y la vida de todos. En Demian, Hermann Hesse se dedica a practicar la exaltación de la propia personalidad y a hacer del individuo un Dios que prescinde del entorno que le rodea: simplemente el hombre, sin vínculos sociales ni siquiera con la historia, que aspira a descubrirse a sí mismo.

Como lo dice Ud. mismo en el prólogo: Podemos entendernos los unos a los otros, pero interpretarnos es algo que solo puede hacer cada uno consigo mismo. Y eso solo es posible si no hay abismo entre pensamiento y acción, entre deseo y realización. Porque —de la misma manera que afirma Demian al unísono con Nietzsche— solo el pensamiento vivido tiene valor.


*La quinta entrega de la serie Carta a Hermann Hesse se publicará el viernes 15 de enero de 2021.