Por LEÓN SARCOS
A Colette Capriles
Peter Camenzind, en búsqueda de la belleza
El sol es nuevo cada día; es Heráclito quien habla. De él confieso: a todo hombre le es concedido conocerse a sí mismo y meditar sabiamente. No es posible descender dos veces al mismo río; porque… todo cambia; nada es…
Fluir constante y absoluto del espíritu que no se detiene ni en la muerte. Camino eterno que se extiende infinito como un divino adiós cuando se ha marchado asaz solemne la rojura del crepúsculo y Ud., desde donde está, escucha a mi lado el crepitar de la leña que celebra jubilosa las bondades del fuego.
A los pies de Rocky Mountain, de lejos, casi un murmullo, Simon y Garfunkel entonan acentuando la noche con un sonoro trinar de guitarra su bello himno: Hola, oscuridad, mi vieja amiga / vengo a hablar contigo otra vez / pues una visión se coló con suavidad / dejó su semilla mientras yo dormía / y la visión que fue plantada en mi cerebro / permanece aún / en los sonidos del silencio…
Y el mismo niño que cantaba como una sirena, ahora de joven recita: En un principio fue el mito. Así como el gran Dios que inspiraba las almas de los indios, griegos y germanos, anhelantes de expresión, vuelve también a inspirar diariamente el alma de cada niño… Hesse ha iniciado su viaje más íntimo, en busca del poema y del arte de escribir.
Entonces rompe una de las fuentes su espíritu primitivo: Yo no sabía cómo se llamaban los lagos, las montañas y los arroyos de mi tierra natal, pero contemplaba ya ensimismado la superficie de las aguas, de un color azul verdoso donde reverberaba a trechos un rayo tembloroso de sol… Las costumbres, los desfiladeros y los precipicios repetían respetuosos las alusiones a aquellos primeros tiempos de su nacimiento. Mostraban sus cicatrices, entreabrían sus grietas y hablaban y hablaban sin cesar de entonces, cuando la tierra trémula se movía convulsivamente y su superficie se contraía haciendo surgir cimas y cráteres…
¿Es el último glamoroso espíritu romántico del que habla Ball? ¿Es un panteísta que canta en el coro de los hijos de la naturaleza y los transforma en musicales poemas consagrados a la vida? ¿O es el místico que vuelca todos los rigores de su sentir a recitar el Cántico del hermano Sol, de San Francisco, y a peregrinar en busca de la fraternidad universal?
Peter Camenzind tiene un poco de todo lo anterior, y en nada contradice su inquieto y rebelde espíritu. Tiene el morral lleno de ideas, ilusiones y sueños. En mucho, es el hijo pródigo que se lanza a conocer mundo y a vivir ya graduado de joven. Cumple el ciclo al aprobar su tesis sin tutores en la universidad de la vida y quiere casarse con una mujer que es nueve años mayor que él. Tiene la misma edad de su madre cuando lo dio a luz y no sabe de qué va a vivir después de que contraiga matrimonio. Realmente le arrima mala fama razonada al título de poeta que busca con pasión, desde que su espíritu por puro impulso anunció su destino.
Se ha dicho que esta obra, para algunos críticos un relato, para otros una novela corta, es la autobiografía de un poeta; más aún, percibo, es el inicio de un mapa mental que ha trazado un poeta para desarrollar su poesía y todo su arte. Esta obra, que narra la historia de un joven que abandona su hogar engañado, pensando que en el mundo se encontrará a sí mismo y al final descubre que el verdadero mundo yace en su interior, pone de manifiesto el encanto musical de su prosa y su devoción romántica por la naturaleza, las desavenencias con su padre, el despertar del amor, su primer gran amigo, Richard, su debut como gran catador y consumado bebedor de vino, su inocente encuentro con la muerte y su incursión en los salones de arte.
Siento que Peter Camenzind conmovió, enamoró y desnudó mi alma, nutriéndola renovadamente hasta hacerme sentir muy joven de nuevo, ya en la fase final en que el destino me alcanza, pero no es, literariamente hablando, una gran novela. Es la más destacada de las escritas por Hesse en este primer tramo de su vida literaria. De las otras dice más —como novela por su estructura, argumento y composición— Gertrude, una truncada historia de amor de un músico y una diva del bel canto, que Bajo las Ruedas, recordatorio reiterado de un intento de suicidio, y Rosshalde, relato a mi parecer insustancial, en su condición de pintor, de algunas intimidades de su primera separación.
Pocas veces en las letras un escritor capturó con tanta originalidad y convicción las imágenes para exaltar las bellezas del medio ambiente, hacerlas suyas y regalarlas con tanta generosidad estética a los lectores. Porque lo importante no es que el lector crea lo que lee, sino que sienta que el autor cree lo que escribe.
Herman Hesse logra transmitir una química genuina de lo que siente y vive cuando se apropia de la descripción de un fenómeno natural. Hugo Ball ha comentado con mucho sentido que el alma del romántico es en sí misma una mujer, porque está poseída por la imagen de la noche de todos los comienzos. A través de ella habla el viento, cantan las aguas, dicen las montañas y los bosques y danzan las nubes. Su discurso y su apología son una bonita suma de gracia y belleza.
Así lo revela el panteísmo estético de este paisaje: El lenguaje de Dios suena fuerte en la majestuosidad de la naturaleza y quien lo haya escuchado en su niñez seguirá oyéndolo en toda su existencia, aunque quiera taparse los oídos… Cuando presiente de nuevo el inquieto viento del sur o escucha los crujidos del alud al desplomarse por su cauce, siente temblarle el corazón en el pecho y piensa en Dios y en la muerte.
En contadas ocasiones en la historia de las letras, un libro escrito a principios del siglo XX resumió con lenguaje ameno y fresco tantas felices vivencias que luego repetirán en conductas y canciones muchos jóvenes del mundo medio siglo después. Escasamente acontece que una obra resulte en un icono tan relevante de una etapa de nuestra vida juvenil sin importar el momento en que fue escrita. Ud., señor Hesse, encadenó a tantas generaciones y nos ayudó de jóvenes a descubrirnos tanto. Inusualmente, los pasajes de un libro se prestaron a ser compartidos con música de otro tiempo por venir y de forma tan armónica.
Lo invito, señor Hesse, a que evoquemos al lado de Cat Stevens, su voz y las notas de su guitarra, el melancólico momento en que Ud. abandona su casa y él lo reproduce en una canción: Y entonces le hice sentir —a su padre— mi propósito de seguir estudiando y buscar una tierra natal en el reino del espíritu, aunque sin exigir de él ningún apoyo. Ni siquiera respondió, pero durante un instante me miró fijamente con el dolor pintado en la mirada. Luego meneó la cabeza y se levantó de donde estaba sentado sin decir una sola palabra. Él también comprendía que yo había elegido ya mi propio destino y que nuestros caminos se alejaban conforme me iba adentrando en la vida. Pertrechado con su carácter, y vestido con unas ropas nuevas, emprendí mi primera salida a la vida.
El canto del poeta Stevens, muy joven, y los acordes de su guitarra, se dejan sentir con el ímpetu de los vientos del sur para entonar Father and Son:
Padre: No es tiempo de hacer cambios, / solo relájate, tómalo con calma (…) / Hijo: ¿cómo puedo intentar explicarlo? / cuando lo hago, me da la espalda. / Siempre ha sido la misma, la misma vieja historia. / Desde el momento en que pude hablar / se me ordenó escuchar / pero sé que hay un camino / y que tengo que irme. / Sé que tengo que irme.
Hay dos experiencias que sacuden y marcan para siempre nuestra alma juvenil: el instante en que nos enamoramos por vez primera y el momento en que conocemos a la muerte. Son dos acontecimientos que nos provocan dosis enormes de adrenalina y registros en la memoria que siempre recordaremos: el amor primero, referido en voz alta por la chica joven que va a desposarse, y en el caso del joven, en tono de tenor para que el mundo se entere de nuestra aproximación a la virgen. En cuanto a la muerte, cuando la conoces temprano te haces indiferente a sus afrentas. Pero si la rehuyes y la descubres de viejo, te asusta, te muerde, te arrincona.
Sobre el descubrimiento del amor sensual, nos dirá Hesse: A los diez y siete me enamoré de la hija de un abogado, llamada Rosi Girtanner. Era muy bella. Uno de mis profundos orgullos es haberme enamorado solo de mujeres hermosas… hablando del amor, confieso que he seguido siendo un adolescente a lo largo de toda mi vida. Para mí ha sido siempre el amor a las mujeres una limpia adoración, una llama levantada sobre el cenagal de mi ser o un gesto implorante elevado a la altura. Comenzando por mi madre y debido precisamente a ese confuso sentimiento latente en mi interior, he venerado a la mujer como si fuera una raza extraña y bella que nos otorgara el don de esa belleza a cambio de una muda contemplación, de una emoción elevada como la que nos produce la visión de las estrellas o de las cumbres, lejanas a nosotros, pero mucho más cerca de Dios.
Permítame, señor Hesse, que lo traslade a esa contemplación tan elevada de la mujer, de su estelar imagen, a un gran deseo postrero de un romántico enamorado que clama por su presencia en la hora final de su vida. Tributo de una voz andrógina, hija de Afrodita: Si tengo que morir / querré que estés allí / sé que tanto amor / me ayudará a descender / al más allá… A la hora del final / solo quiero tu mirar / con tu perfume alrededor / morir al lado de mi amor / me dormiré mirándote…
En el caso de la muerte, luego de oír su conmocionado encuentro con ella muy joven, encuentro que las mejores inolvidables imágenes para el recuerdo no están en las escenas del cine, como refieren algunos hombres de letras: están en paisajes escritos en la narrativa como este que sigue insuperable en mi sentir:
Volví a ver en el recuerdo, la muerte de mi madre; volví a ver sus facciones alteradas por el lento trabajo de la muerte y sus manos exánimes. Su rostro agrio, cansado, frío, transido en un aire de bondad, como si la muerte fuera una madre solícita que quisiera arrullarla en su regazo… En los últimos instantes, cuando toda vida se había apagado en aquellos ojos que estaban ya vidriosos, me incliné sobre ella y besé sus labios exangües por primera vez. El leve contacto sirvió para acentuar el horror de aquella hora y me senté al borde de la cama sintiendo que las lágrimas resbalaban, una tras otra, por mis mejillas y mi barbilla para caer ardientes sobre mis manos.
Ese momento convoca hacia mí el otro nacimiento de Lennon, cuando simultáneo con los acordes de su piano y un soporte ligero de batería sentidamente clama: ¡Mother… tú me tuviste a mí / pero yo nunca te tuve a ti…
Hesse guarda el sentimiento de la amistad con mucho celo en un santuario sagrado. El culto que profesa a sus amigos en todas sus novelas tiene además un matiz erótico que señala la doble polaridad en su alma de lo masculino y lo femenino. Como bien afirma Carandell: Hesse, ya en esta primera obra, subraya la bipolaridad sexual que reaparecerá en todas sus obras, hasta la última, su Juego de abalorios.
En todos mis recuerdos de entonces está presente la imagen de mi amigo Richard. Era hermoso y alegre de cuerpo y alma y la vida para él parecía no tener sombra ninguna. Conocía las pasiones y las locuras de la edad, pero todas parecían resbalar sin consecuencia por su exterior. Su andar, sus palabras y su ser entero eran flexibles, cordiales y amables. ¡Aún recuerdo su risa!… los últimos días de nuestra permanencia en Italia fueron melancólicos hasta para el propio Richard. ¡Arrogantes y gozosos apuramos hasta la última gota de belleza y placer!
Esta devoción por la amistad tiene una carga de inspiración importante en el espíritu místico de Francisco de Asís, a quien admira desde adolescente, y sobre quien escribe una biografía a los 24 años, antes de Peter Camenzind, cuya edición por Edhasa fue autorizada 110 años después por la iglesia con la llegada del Papa Francisco.
En Peter Camenzind, su misticismo se vuelve un cristianísimo mensaje de fraternidad universal. San Francisco lo estimulará en el esfuerzo de amar a todos los seres humanos sin discriminación de ningún tipo, y a hacer sus votos de franciscano tomando a su cargo, en la novela, el cuidado de un hemipléjico llamado Boppi, a quien llega amar y a cuidar hasta su fallecimiento.
Una de sus conclusiones en la novela será un nuevo reconocimiento al culto de esa amistad fraterna que siempre buscó desde niño, cuando decía en la escuela: un impulso arrebatador arrastraba todo mi ser: el deseo de tener un amigo. Por eso no extraña que nos diga, como un corolario de su recorrido juvenil:
Bebí largamente del cáliz de la juventud; sentí en silencio dulces desazones y dolores pasajeros por hermosas y distinguidas mujeres y apuré la dicha de una amistad honda que llenó todas mis horas. Esta es la eterna historia de mi juventud. Cuando pienso en ella, me parece que fue tan breve y dichosa como una noche de verano. Un poco de música, un poco de espíritu, un poco de amor y un poco de vanidad. Pero todo ello hermoso, rico y lleno de colorido como una fiesta eleusina.
Animada la despedida con la voz desgarradora de Joe Cocker, quien nos invita cantar junto a él a coro uno de sus himnos del alma, With a little help from my friends, que comienza así: ¿Qué harías si cantara fuera de tono? / ¿Te levantarías y me dejarías solo? / Préstame atención y te cantaré una canción / y trataré de no desafinar / Oh, me las arreglo con un poco de ayuda de mis amigos…
Siento que el poema que mejor despide temporalmente esta fase de su vida, señor Hesse, es Etapas. (Stufen).
Igual que toda flor se marchita y toda juventud / cede a la edad, / así también florece cada etapa de la vida, / a su tiempo florece cada sabiduría y cada virtud / y no puede durar eternamente. /
Dispuesto debe estar el corazón a cada llamada / de la vida para despedirse y comenzar de nuevo / para darse a otras ataduras, distintas y nuevas, / sin aflicción y con valentía. / Cada comienzo lleva en sí una magia / que nos protege y a vivir nos ayuda.
*La cuarta entrega (4/8) de la serie Carta a Hermann Hesse se publicará el próximo viernes 11 de diciembre de 2020.