Papel Literario

Carta a Hermann Hesse (1/8)

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Por LEÓN SARCOS

A Emeterio Gómez

La búsqueda del ser como un oficio del espíritu

El ser humano que más temprano se conoce a sí mismo, sin mediación de una religión, conjura su propia rebelión, ha dejado de ser un anónimo y habrá vencido el olvido. Dudo que otro escritor le haya dedicado más tiempo y desvelos a buscar su esencia que Ud., señor Hesse. Me atrevería a sugerir que todas las vidas que transita Marcel Proust —guardando las distancias temáticas y las valoraciones de sus obras— en busca del tiempo perdido fueron vividas a su manera por su espíritu en búsqueda de las posibilidades infinitas de su ser.

Ha hecho su madre, Marie Gundert, en su biografía, una tierna y feliz presentación de su deseado y amado vástago, que nos insinúa la devoción religiosa de sus padres: El lunes 2 de julio de 1877, tras un día difícil, Dios en su infinita bondad nos regaló a las seis y media de la tarde el hijo que tanto ansiábamos, nuestro Hermann, un niño grande, pesado, hermoso… que dirige sus ojos luminosos y azules hacia la luz… Gracias a Dios por toda su misericordia.

A los cinco años, según su diario, ese mismo Hermann le hará la primera sorprendente confesión a su padre. Cantaba una melodía de su invención e hizo una pausa para decirle: Mira, canto tan bonito como las sirenas y soy tan malo como ellas. Esa frase sería premonitoria sobre la dualidad permanente de su carácter y de casi toda su obra. Ella será el leitmotiv de la mayor parte de sus novelas: la dualidad entre el bien y el mal, la inocencia y la culpa, el orden y el caos, el hombre y la mujer, la razón y el espíritu, la acción y la contemplación. Dualidad que hará decir al poeta y dramaturgo alemán Alfred Henschke (Klabund): Para Hesse, hasta Dios es a la vez bueno y malo.

En sus primeras incursiones en el mundo de las letras, en un escrito colorido, sublime y virtuoso sobre la infancia —contenido en una de sus primeras publicaciones, de escasa difusión, pero muy exaltada por uno de sus biógrafos y gran amigo, Hugo Ball— titulado Escritos póstumos y poesía de Herman Lauscher, Ud. tendrá uno de los reconocimientos más genuinos hacia la mujer y la vocación narrativa natural de la condición materna como singular pionera del oficio temporal de Sherezade desde los albores de la humanidad:

He escuchado y leído escritores, narradores y comentaristas de fama mundial, y siempre los he encontrado torpes y aburridos cuando los he comparado con las narraciones de mi madre. ¡Oh, aquellas narraciones tan maravillosas, aquellas historias doradas del Niño Jesús en Belén, en el Templo, o en el camino de Emaús! En el retablo tan rico de la vida del niño no hay cuadro más dulce y santificado que el de la madre que narra un cuento, en cuyas rodillas se reclina una rubia cabeza con ojos llenos de profundo asombro. ¿De dónde obtienen las madres este arte… esta alma tan creadora…? ¡Todavía te veo, madre mía, con la hermosa cabeza, esbelta, flexible, paciente, con aquellos incomparables e inolvidables ojos pardos!

A los trece solo un alma rebelde y temeraria como la suya, en un desplante de enorme desafío al destino, sostendrá casi que con dulce soberbia: Seré poeta o no seré nada.  Entendía el título de poeta, tanto en alemán como en griego, no solo como el autor de poesía, sino también como el de creador general de literatura.

Hermann Hesse pertenece al grupo de los escritores autodidactas; al igual que Bernard Shaw, creía que su educación se había suspendido cuando llegó a la escuela: Lo importante y más valioso para la vida ya lo había aprendido antes de empezar la escuela. Mis sentidos eran despiertos, finos y aguzados; me podía fiar de ellos y obtener mucho disfrute… 

Su espíritu rebelde y su fuerte carácter pronto lo harán entrar en conflicto con sus padres, que intentan  afianzarlo en el camino religioso y obligarlo a entrar en el seminario del monasterio de Maulbronn, de donde escapará a los siete meses para iniciar la ruptura con la educación convencional e iniciar su propia formación, no sin muchos momentos traumáticos que pasarán por un intento de suicidio y hasta la práctica de un exorcismo que dejará cicatrices emocionales en la consolidación de su personalidad.

Dos desempeños laborales le serán vitales en su proceso de formación: en la pubertad, el empleo en la fábrica de relojes de torre Perrot en Calw, muy saludable para superar una de sus crisis espirituales, y el de la librería de Tubinga, desde 1895 y por más de cuatro años, hasta que cumple veintiuno. En el primero aprovechará la biblioteca de su abuelo y los buenos consejos de su padre para iniciar el estudio sistemático de grandes clásicos —Cervantes, Goethe, Dickens—, sus primeras incursiones en la poesía y el estudio de sí mismo, que durará hasta el final de sus días. En la librería estudia teología, filosofía y derecho. A estas alturas su fe religiosa había menguado, y el espacio del Dios cristiano había empezado a ser ocupado por fuertes convicciones de tipo moral y por un panteísmo poético inspirado en Novalis, Tieck y Schlegel, que de alguna manera pasará a ser su nueva religión.

Dice el escritor español J.M. Carandell: Este panteísmo, de carácter ético en su manifestación vital, adoptaba la forma de esteticismo en su manifestación creativa. Según este autor, para ese momento Ud. escribe a sus padres una revelación que causará horror a la pareja: El cristianismo significa mucho para mí, pero agrega: Desde hace tiempo creo que, en los artistas, la estética sustituye a la moral. Afirmación nada asombrosa en el mundo del arte, pero terriblemente desoladora para una pareja devota, fiel practicante y apologista de un delirante moralismo cristiano.

Percibo y siento, como simple lector, que quien tenga interés en aproximarse a su literatura y a su estudio debe considerar que Hermann Hesse es, en primer lugar, expresión de las huellas de una religión. En segundo lugar, que a este eximio escritor le tocó vivir uno de los momentos estelares de la Europa moderna, sino el más, y su inmediata hecatombe, con la llegada de la Primera Guerra Mundial, y, en tercer lugar, que debemos aceptar que Hermann Hesse fue un ser humano neurótico, díscolo y complicado, cuya personalidad, por la naturaleza y registros de su arte, resulta única y excepcional.

Cuando digo que Hesse es el producto de una religión, lo afirmo motivado por la huella indeleble que dejan en el ser humano, si es de buena condición, los primeros mandamientos religiosos asimilados de niño y grabados para siempre en el subconsciente. Especialmente si sus ascendientes por parte paterna y materna son misioneros predicadores del pietismo, el movimiento luterano fundado por Philipp Jakob Spenner en el siglo XVII, que daba más importancia a la experiencia religiosa personal y a la lectura de la Biblia que a la rutina del culto; una vertiente del luteranismo que hace demasiado énfasis en lo pecaminoso y la autointerpelación de la conciencia, en busca del hombre interior y una de cuyas ramas da jerarquía de santo a los abuelos.

Es cierto que esos mandamientos sagrados se van modificando éticamente con el correr de los años, cuando la vida, a través de la experiencia, nos ayuda a comprender cuál es el grado de elasticidad o complementariedad que encierra esa oscilación entre los dos extremos: lo auténticamente bueno y lo verdaderamente malo, la mayoría de las veces a un elevado costo psicológico y con una dolorosa castración emotiva y vivencial.

A Ud. le tocó vivir uno de los capítulos más felices, seguros, prósperos, de logros culturales y avances científicos, en Europa, entre 1890 y 1914, al que los franceses bautizaron como La Belle Époque. Postrimerías del XIX, apogeo del idealismo liberal.  Gran impulso del arte y la ciencia. Siglo pacífico, después del final, en 1815, de las guerras napoleónicas, que descalabraron a Europa, y de la breve contienda Franco-prusiana, que finalizó en 1871.

Esta fase de prosperidad europea permitirá que el progreso general sea más visible, rápido y variado. Pero también este período pondrá en evidencia su decadencia y se convertirá en uno de los más trágicos, sangrientos y devastadores de Europa a partir de 1914. Simultáneamente con la guerra aparecerán la rebelión y las ideologías de masas: el fascismo, el nacionalsocialismo, el comunismo, el anarquismo y sobre todo el nacionalismo, que, como un veneno, se volcará con ímpetu exacerbado y mortífero por todo el continente. El corolario de esta primera Gran Guerra, junto a la crisis del capitalismo en 1929, será la recomposición de las fuerzas hegemónicas del mundo y la redistribución del poder político, económico y social que dará paso al nacimiento del Estado de Bienestar.

Ud. vivirá, como toda su generación en ese tiempo, un sueño con las inquietudes adelantadas del malestar de la cultura que el ingenio creativo del hombre de letras sabe olfatear, y, por otro lado, la pesadilla de una guerra atroz que nadie esperaba y que nadie por lo tanto podía predecir en sus posibles efectos. Su condena de la guerra, acompañada para entonces de muy pocos seguidores, le costará la acusación de enemigo de la patria de parte de los nacionalistas alemanes y de los más renombrados intelectuales oficialistas, y muchos otros agravios a su obra y a su vida emocional.

A esos aires de paz y bienestar, la época de oro de la seguridad, según Stefan Zweig, pertenece su primera novela, Peter Camenzind (1904), que en lugar de silencio e indiferencia, como suele suceder con los noveles en el oficio, le deparó buen provecho económico y publicitario: más de 50 ediciones de 1904 hasta 1909. Según algunos críticos, esta obra corresponde a su período más puro, espontáneo y fecundo, pleno de romanticismo, donde convergen misticismo, panteísmo y exaltación de la libertad y la fraternidad cristiana.

Sobre Peter Camenzind ha dicho E.P Heras: Para comprender a Hesse hay que partir del hecho de que su romanticismo, que un crítico llamó agotador, no procede primeramente de una influencia literaria. Vive en Hesse un alma romántica de nacimiento, impregnada, como la de Uhland, de una dulce melancolía y de una armonía común con la naturaleza. Y en Camenzind, de acuerdo a mi percepción, encontraremos una de las definiciones de ser humano más estética y espiritualmente sentidas: Cada hombre es único, es un ensayo precioso de la naturaleza, un punto singular en el que se cruzan los fenómenos del mundo, solo una vez de aquel modo y nunca más.

La guerra, al igual que los terremotos, los tornados y los tsunamis, traerá desgracia, desolación y cambios abruptos e inesperados a las sociedades y a los individuos, pero también coyunturas y momentos luminosos únicos en la vida de los creadores. Aquí de nuevo, para mil novecientos dieciséis, a dos años de iniciada la primera gran guerra, la historia le depara a Ud. una tragedia venturosa, que le guiará al instante de luz que le permitirá escribir su mejor literatura: Demian, Siddhartha y El lobo estepario.

La muerte de su padre, Johannes Hesse, la grave enfermedad de su hijo menor, a lo que se agrega la internación de su primera esposa, María Bernoulli, en un sanatorio psiquiátrico, le provocan una crisis espiritual que amerita tratamiento psicoterapéutico durante setenta y dos sesiones de tres horas con el Dr. J.B. Lang, discípulo del eminente psicoanalista Carl Jung.

Aquí estará su caballería presente para hablarle mediante un intermediario, que le ayuda a identificar códigos herméticos que su espíritu y su mente se han negado a asimilar, bloqueados por una enorme carga religiosa y el trauma de la guerra. Esa caballería trae un lindo mensaje que llega mediante un papelito al autor en la novela protagonizada por un imaginario Sinclair Lewis, que dice así.

El pájaro rompe el cascarón. El huevo es el mundo. El que quiere nacer tiene que romper un mundo. El pájaro vuela hacia Dios. El dios se llama Abraxas. Y Abraxas para Hesse es el Dios que une lo divino y lo demoníaco, lo bueno y lo malo, la vida y la muerte. La consagración del espíritu en toda su plenitud con la integración infinita de todas las posibilidades del ser.

Sobre la personalidad de Hesse, muy pocos escritores exhiben en su literatura la neurosis que lo aqueja desde muy joven y que le provoca serias y cíclicas crisis espirituales que le causan extravíos y depresiones. Él las expone como parte de su temática y de la trama de sus novelas.

Un estudio crítico de su obra, de 1946, concluye: Escasos libros dejan transparentar tan claro el espíritu de su autor como los de Hesse. Constituyen un perpetuo ejercicio de introspección, en el que su alma se contempla a sí misma y se ofrece cual palpitante espectáculo a la humana ajena curiosidad. 

Si se me permite, con la anuencia de los especialistas y críticos, diré que su lectura desde muy joven me ha enseñado mucho a dar con mi esencia. Por ello me atrevo a insinuar, después de una relectura de todos sus títulos, que el grueso de su obra, especialmente la novelística, en mi particular clasificación de simple lector, forma parte del rango que juzgo entre la Gran literatura, buena y útil, en fase de revisión y discusión para llegar a ser un clásico.


*La segunda entrega (2/8) de la serie Carta a Hermann Hesse se publicará el próximo viernes 27 de noviembre de 2020.