Papel Literario

Carlos Rangel: «Un reloj marca la diferencia»

por El Nacional El Nacional

Los relojes clásicos tienen un diminuto anfiteatro mecánico aparentemente complicado, compuesto por ruedas, rueditas, trompos, rubíes, flejes, cuerdas y un movimiento vital, que en el caso de los relojes de muñeca o de pulsera, desgranan un tic tac inaudible: es el sonido que produce la circulación de la sangre del tiempo.

Carlos Rangel ha mirado su reloj de pulsera en evidente reproche a la impuntualidad; precisamente ayer, comentaban en los medios que el tiraje de su último libro El tercermundismo ya se ha agotado en apenas una semana de circulación. Esta obra ha recibido encontradas críticas en Venezuela y el exterior.

Rangel explica que él escribe casi todos los días, en algún instante, cuando le queda un poco de tiempo. “Escribir todos los días se hace difícil”, dice.

La idea de El tercermundismo le vino en 1972, cuando estuvo en Inglaterra, de visita en Salisbury.

Carlos Rangel comenta: “Allí vi un reloj mecánico del siglo XIV que todavía funciona; una máquina moderna construida más de cien años antes de la expansión colonial de Occidente en Asia y África”.

Esto hizo que reflexionara sobre la tesis de que el progreso de los países capitalistas avanzados se debe a su relación con los todavía atrasados. La frase “Tercer mundo” se ha vuelto un lugar común y los marxistas sostienen que la diferencia entre las naciones se debe exclusivamente (“o por lo menos esencialmente”) a la explotación de unos países por otros.

Carlos Rangel no está de acuerdo con estos planteamientos:

“La pobreza ―opina― es una condición memorial de la humanidad; la gran pobreza ha sido normal, la riqueza es lo insólito. Antes del capitalismo, ninguna sociedad histórica alcanzó una productividad de más de doscientos dólares por cabeza y por año”.

En su libro más importante, El conocimiento inútil, Jean Francois Revel citó a Carlos Rangel a quien consideraba como uno de los intelectuales más preparados y sólidos del mundo. Por su parte, Revel mantuvo la fama de ser el intelectual francés más influyente de todo el siglo veinte.

Jean Francois Revel escribió en el prólogo de El tercermundismo:

“Carlos Rangel aborda en este libro un tema desesperante. En efecto, la mayoría de los gobiernos que dominan hoy por hoy el planeta no tienen ningún interés en reducir las desigualdades entre naciones ricas y pobres, puesto que la explotación política e ideológica de esas desigualdades es más provechosa para ellos que su corrección.

Más todavía, su corrección causaría la desaparición de las formas de poder que reinan sobre la mayor parte del Tercer Mundo, de las cuales los políticos que saben manipularlas derivan una combinación insólita de omnipotencia e irresponsabilidad.

En los países ricos, la izquierda, despojada de su horizonte moral por la quiebra ya inocultable del comunismo, ha trasladado al tercermundismo su imaginación ideológica y su sed de culpabilidad, fuentes de su deseo de omnipotencia eterna. Pero esa imaginación y esa sed, lo mismo que hasta hace poco la ilusión comunista, no se originan en ninguna preocupación por curar, en la práctica, la pobreza en el mundo. El objetivo del tercermundismo es acusar y si fuere posible destruir las sociedades desarrolladas, no desarrollar las atrasadas”.

Breve entrevista

La entrevista con Rangel se realizaba en el primer sótano de Parque Central.

Allá arriba, no en el cielo: allá, en la calle, estaba concentrado en una esquina un núcleo humano que podría constituir una oscura muestra de la sociedad. Se remataban relojes digitales; un niño vendía (debajo de unos pollitos hechos con alambre y felpa) varias marcas de preservativos; un kiosquero miraba con gula el paso de las ninfas empleadas, desempleadas, subempleadas, estudiantes. El kiosquero jugaba torpemente con un relojito que se enciende y se apaga. El hombre no es más hábil porque tiene los brazos deformes.

Si alguien le preguntara, venciendo escrúpulos, por qué tiene los brazos y las manos así, el hombre respondería seguramente, casi con el orgullo de quien ha sobrevivido a una guerra: “La talidomida”.

―La pobreza no requiere explicación especial: Ha existido siempre ―insiste Rangel―. La civilización capitalista surge allí donde se desarrolla la libertad. A la vez, la sociedad libre es competitiva y por lo mismo angustiosa… se puede ganar pero también se puede perder. En el capitalismo las ventajas adquiridas se pueden transmitir a los hijos.

Carlos Rangel es un hombre con su camino definido: hay un capitalismo ideal factible, frente a un socialismo ideal irrealizable.

Habla sin perder el tono sobrio y reposado:

―Existe la desigualdad inevitable y no siempre es justa. Por eso cualquier ideología que ofrece teóricamente la igualdad tiene mucho atractivo, aunque experiencias repetidas demuestran que son promesas incumplidas. El hombre no puede volver atrás, a la tribu, habiendo conocido la libertad… aunque sea angustiante y no sepamos a veces qué hacer con ella.

Como quien aparta el comentario del resto de conversación, afirma: “La sociedad capitalista es lo mejor que el hombre ha logrado en su historia, aunque no sea algo perfecto”.

―¿Alguna vez creyó en el socialismo?

―Sí, cómo no… claro. El que no entiende el socialismo no puede escribir contra él. En sus planteamientos es una cosa hermosa, admirable, pero irrealizable, y se torna totalitarismo en la práctica.

―¿Cómo es el capitalismo venezolano?

―Es un capitalismo deformado y bloqueado en lo que debe ser su mecanismo. El tráfico de influencias, el poder económico concentrado y sobre todo, el poder excesivo del Estado, hacen que los empresarios de todas clases, para poder operar, requieran favores y concesiones públicas. Lo deforman… deforman al capitalismo venezolano.

―¿Cuál sería la medida importante para evitarlo?

―Descentralizar el poder, fragmentarlo.

La cultura

Rangel señala que la cultura es crucial. En su libro hace notar que la diferencia de desarrollo entre países se debe esencialmente a diferencias culturales.

―El imperialismo existe y la explotación; y los obstáculos de ricos a pobres: todo existe, pero la diferencia crucial es cultural… el cambio tiene que ser cultural.

Antes había hablado de un reloj inspirador. Notó que los países que tuvieron reloj mecánico en los primeros campanarios de iglesia se desarrollaron. “El reloj es un instrumento que modifica el comportamiento y crea la puntualidad”.

Recuerda que el reloj mecánico fue inventado por un chino, quien lo entregó al Emperador. Era un reloj de engranajes. El emperador lo escondió, lo tenía guardado creyendo que era un juguete.

“Los países que calificaron como blasfemia contra Dios medir el tiempo no se desarrollaron como aquellos que supieron la hora”, sostiene.

Los relojes a batería se han convertido en baratijas. Hace pocos años costaban mucho dinero y ahora han saturado el mercado, pero nadie llega puntualmente a ninguna parte. Eso hace pertinente la pregunta a Carlos Rangel sobre el reloj digital:

―Así como aquel primer reloj cambió la vida del hombre, el digital ¿lo hará a su vez?

Carlos Rangel, sin perder su compostura un instante, sin recostarse siquiera al sillón de su escritorio, responde:

―El digital es un instrumento horrible, que puede tener consecuencias muy graves, porque el digital no posee ni pasado ni futuro, solo tiene hora instantánea. (Mostrando su reloj). En este reloj con cuadrante, se ve simultáneamente lo que fue y lo que será el día. Se obtiene una noción bidimensional del tiempo muy importante: se ve el día entero.

El círculo del reloj con sus números, las agujas avanzando al paso del tiempo, revelan una forma concreta que define el día y lo materializa.

Rangel agrega: “Los niños que crecen conociendo el reloj digital, no entienden sino el instante y eso es muy grave…”.

Sostiene que el ayer, la historia, las fechas de existencia de Bolívar y Cristo, todo, se confunde en la mente de los seres que solo atrapan el instante digital. Un instante es apenas un numerito iluminado.

―La primera vez que vi ese reloj me repugnó ―agrega Rangel.

Se define como alguien a quien le inculcaron en el hogar el Super-ego, “esa exigencia con uno mismo” que cada día le obliga a mejorarse. Estudió literatura y se hizo periodista por accidente: al caer Pérez Jiménez lo nombraron subdirector de la revista Momento.

Ha rechazado las tentaciones de hacer una carrera política, dice en este instante que “como Uslar Pietri refirió, un jefe es alguien que necesita a los demás, y ese precio es demasiado caro”.

Tampoco le interesan los negocios, según dijo, aunque tiene amigos que ejercen “lo que es una respetable actividad”.

Escribirá un libro sobre la evolución del pensamiento izquierdista latinoamericano desde la revolución cubana. Ha comentado que hoy se está respetando bastante la divergencia.

―¿Odia usted a la gente de izquierda? ―le preguntamos.

―No… si tuviera capacidad para odiar odiaría a mucha gente. No odio a nadie.

Ahí fue cuando volvió a mirar el reloj, impasible, recogiendo la información de los segundos.

Como para saber por dónde iba ya la vida.

_____________________________________________________________________________

(Esta entrevista fue publicada originalmente el 3 de febrero de 1983).