Muchos escritores de diversos países preguntaban, ¿quién es ese de la barba blanca?, porque Carlos Barral se parece a Abraham Lincoln, mueve las manos como un adivino y carga alrededor del cuello dos cadenas que no son de oro.
Cuando tienen la certeza de que se trata del célebre Carlos Barral, se le acercan y repiten, invariablemente: ¿adónde le puedo enviar mi último libro?
Carlos Barral responde lo mismo a todos: “A mi habitación”. A veces puede pasar inadvertido: su apellido es muy famoso pero su figura no aparece demasiado en la prensa. Es novelista y poeta.
Sin embargo, Barral es el hombre-visión que determinó el fenómeno llamado boom latinoamericano, del cual surgieron escritores que hoy son casi mitos, unos narradores ante cuyos rostros pueden voltearse al unísono los pasajeros de un autobús, los obreros que abren una zanja, y los integrantes de una procesión religiosa si pasaran cerca de allí: Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar y Carlos Fuentes.
―Ese fenómeno, que fue un poco artificial (ese fenómeno del cual soy un tanto responsable) no puede repetirse ahora, y arrojó dos saldos: uno negativo y otro positivo. Ha producido efectos históricos positivos y negativos. Positivos porque despertó el interés del lector, y negativo porque provocó un colapso en los escritores posteriores: el llegar a la fama es más difícil para los narradores jóvenes que hace veinte años ―sostiene Barral.
Ha fundado la empresa Barral Editores, y dejó Seix Barral “por problemas con mis socios capitalistas”.
Barral piensa que “algo tiene que ocurrir” y lo espera: desea que haya una renovación en la literatura, algo que imparte, pero en ningún momento tiene esperanzas de que se repita el fenómeno del boom.
―Creo que eso fue una casualidad, y yo solo fui un elemento de ella. La revolución cubana dio una especie de impulso ideológico, una gran vitalidad a la literatura y los escritores del boom despertaron la curiosidad, incluso la de lectores de otras lenguas, que veían al autor latinoamericano como algo exótico ―explica Barral.
―Claro que era necesario que hubiera condiciones, como la existencia de cinco o seis grandes escritores inéditos, y que yo me interesara en ellos ―añade.
―¿Está de acuerdo con la existencia de un realismo mágico?
―Lo que ocurrió fue una definición artificiosa. Estos escritores del boom no tenían mayor relación entre sus creaciones, y el término fue una invención de la crítica y los profesores, pero yo creo que no, que lo común entre ellos es que fueron una ruptura ante la tradición, lo indigenista, el folklorismo latinoamericano. No eran los primeros que rompían con esto: estaban Borges y Carpentier. Sin embargo, sí creo que esa literatura interesa al público universal, aunque cada uno de ellos tira para su lado ―expresa Barral.
A su juicio el libro más exitoso del boom fue Cien años de soledad, pero también en su opinión “no es el más importante”.
―Vargas Llosa me parece el mejor de todos y La ciudad y los perros es el mejor logro del boom.
―¿Por qué no hubo un autor venezolano en el boom?
―Por cierto, la crítica venezolana no captó la situación y dos escritores que pudieron ser del boom, que estuvieron a punto de serlo, fueron Adriano González León y Salvador Garmendia. Se quedaron un poco al margen de todo porque la crítica venezolana no se llegó a hacer eco de esta cuestión ―acota.
Carlos Barral es poeta y en cuanto a no haber aprovechado su función de editor para promocionarse y lanzar a diestra y siniestra sus libros, explica que nunca haría eso. “Espero que mi poesía se imponga a la larga, que algún día me lean, pero no me aprovecharía de mi situación para lanzar lo que escribo”.
Dice que los editores prefieren seguir publicando libros de autores consagrados y pagar millones por derechos de autor. Es muy difícil que le hagan caso a un autor joven o que este logre imponer su obra.
“Si se publica una obra desconocida, el mecanismo de distribución la escupe”, explica.
También cree que la literatura sale perjudicada cuando muchos editores se dedican al bestseller. Hasta ahora, desde Seix Barral a Barral Editores, ha lanzado mil títulos al mundo, pero considera que el mercado del libro se ha roto. Piensa que la televisión y el cine crean una forma degradada de subsistencia cultural, para cierto tipo de espectador, que acaba creyendo que eso es la cultura, que el mundo es así.
“Pero la expresión verbal no es sustituible”, opina Barral, quien confiesa que es fundamentalmente poeta y prosista y luego editor.
―¿El Premio Nobel está reñido con los escritores de habla hispana?
―No… no lo creo, lo que pasa es que ese premio se basa en una especie de calendario de posibilidades. España y Latinoamérica tendrán que esperar diez años, por lo menos, para tener uno. A Borges no se lo darán jamás, porque allí hay alguien a quien no le gusta Borges ni lo que escribe. Creo que el próximo de habla hispana será Octavio Paz. Portugal no lo ha recibido, Brasil tampoco, ni Rumania y creo que necesitan un Nobel porque estas lenguas tienen buenos autores ―comenta.
Carlos Barral trae una ponencia para el Segundo Congreso de Escritores de Lengua Española, y es la única a la cual no se le ha sacado una copia ni se le podrá sacar, porque la trajo en la mente. La improvisará esta semana y se refiere al derecho de autor. Planteará que se unifique este derecho en todos los países del mundo, para que el autor pueda cobrar lo mismo en cualquier parte. También está de acuerdo en que se deben pagar derechos de autor por libros consultados en bibliotecas.
El poeta Carlos Barral necesita un cigarrillo y está a punto de irse. Los otros escritores lo observan como si preguntaran a gañote partido: “¿Dónde estábamos nosotros cuando andabas echándole el ojo a Latinoamérica?”.