Apóyanos

Caricaturas frente al espejo

El Occidente de Charlie Hebdo ante la Universalización (3/3). Presentamos la tercera y última de tres entregas escritas por Horacio Biord Castillo sobre el miedo y la violencia ante el otro y su diferencia, a partir de los atentados terroristas contra el semanario satírico francés Charlie Hebdo en 2011 y 2015

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6.- Los dramas sociales de la actualidad

Los dramas sociales son procesos carentes de armonía (inarmónicos o armónicos). El antropólogo escocés Víctor W. Turner (1969), convertido al catolicismo y profesor emérito de la universidad de Cornell, en los Estados Unidos, formuló su concepto de “dramas sociales” como consistentes de cuatro fases: quiebre de un orden establecido, crisis como producto de la ruptura, desagravio y reintegración o vuelta al orden armónico o relativamente armónico. Estos elementos constitutivos resultan susceptibles de identificarse en diversidad de casos a lo largo de la historia y las civilizaciones humanas.

Pudiéramos estar frente a un drama social en el caso de los atentados de fundamentalistas islámicos al semanario humorístico Charlie Hebdo. El atentado vendría a constituir el quiebre y las consecuencias generadas serían la crisis. Obviamente queda el problema de identificar la causa o los orígenes del quiebre.

Precisamente, el proceso de secularización de las sociedades “occidentales” forma parte de esos orígenes o causas del quiebre. En sí mismo, dicho proceso pudiera ser analizado como un quiebre si se asume una perspectiva temporal más amplia. El quiebre, en este caso, vendría a ser una respuesta a las caricaturas. Estas, que pudieran, a su vez, interpretarse como el quiebre, lucen, sin embargo, como “normales” desde el punto de vista de los valores y prácticas de una sociedad secularizada y fundamentada, entre otros principios, en una ilimitada libertad de expresión.

De allí que el quiebre, siguiendo tal punto de vista, sea el atentado: la violencia física, sin que se considere la gravedad de la violencia simbólica, amparada en la libertad de expresión. La crisis, por su parte, sería el complejo juego de reacciones y contrarreacciones, respuestas y contrarrespuestas, al quiebre mismo, sean nuevos atentados, marchas y concentraciones condenando o apoyando las acciones de un determinado bando. Más grave aún, la crisis conlleva potenciales hostilidades futuras de impredecibles consecuencias. Como se trata de un proceso largo, no siempre resulta fácil identificar tales actos en el contínuum del tiempo.

La crisis se puede alargar y complejizar, así como trasladar más allá de las fronteras francesas. De hecho, creo que no se trata de un hecho aislado sino que forma parte de una serie de acontecimientos que han ido sacudiendo al mundo “occidental” desde hace varios años. En este análisis entra un elemento nada fácil de evaluar, que es el concepto de terrorismo. Su significado y alcance variará, como un deíctico, dependiendo de su uso contextual y discursivo. Al igual que el concepto de violencia, que por lo general se entiende solamente como la de tipo físico, excluyendo a la simbólica, hablar de terrorismo puede ser también muy relativo. Con ello, obviamente no se está justificando ningún tipo de violencia ni de terror (terrorismo), provenga de donde provenga. Es interesante estudiar el discurso de dos bandos enfrentados. En un contexto de extrema polarización, el discurso parecería que puede utilizarse, cambiando las referencias, por uno y otro bando en contra de su oponente, rival o enemigo (como sucede actualmente en Venezuela).

Queda, pues, como fase necesaria para alcanzar la reintegración el desagravio. A esta fase le debemos prestar especial atención (como haremos en la próxima sección) para dilucidar las posibilidades de alcanzar una convivencia y la paz, no una pax de carácter bélico sino una pax multicultural, por más utópica que pudiera parecer, habida cuenta de las herencias etnocéntricas y xenófobas del pasado recibidas sin considerar la fórmula jurídica del beneficio del inventario. Esa paz duradera y bien fundamentada constituiría, entonces, la reintegración o la emergencia de un orden social verdaderamente tolerante o, al menos, más tolerante.

Veo la crisis relacionada con el carácter no solo crecientemente laico del mundo “occidental” sino, sobre todo, con reiteradas irreverencias. Al asumir sus modos de vida como sustentados en el progreso y una ratio technica, por ende, se autoconcluye y se proponen como los más adecuados para la humanidad. Y pensar que el cristianismo sufrió de esa ceguera excluyente, destructiva e invisibilizadora.

Interpretar los sucesos relacionados con Charlie Hebdo desde la perspectiva de los dramas sociales puede ayudar a identificar otros dramas similares que quizá pudieran ser expresión de un drama mayor. Me refiero a cambios sustanciales en el orden mundial: un nuevo mundo global, no exactamente postglobal ni tampoco necesariamente universal, sino más bien un mundo que reacciona contra la modernidad tardía y la Globalización. Quizá, retomando la hipótesis de Samuel Ph. Huntington (1997), los conflictos que estamos observando se relacionen con diferencias culturales y civilizatorias, pero más que con estas en sí mismas con la manera como fueron construidos y forzados sus escenarios y contextos actuales. Es decir, habría que preguntarse hasta qué punto un determinado orden mundial y sus concomitantes visiones y ecointerpretaciones no alteraron y distorsionaron las diversidades, las alteridades y las “periferias” del mundo actual.

¿Será imposible llegar a una sociedad de la concordia que permita las diferencias culturales, lingüísticas, religiosas, fenotípicas, sexuales y de género, ideológicas, epistémicas y tantas otras que puedan ocurrir? ¿En qué medida será posible construir y reconstruir un orden mundial más proclive a la diversidad? En todo caso, se trata no solo de un imperativo ético y, si se quiere, también de carácter político-socioeconómico, sino –quizá fundamentalmente– ecológico. Baste recordar que la diversidad biológica (la megadiversidad) se relaciona con la diversidad sociocultural. Solo donde han continuado la variedad de conocimientos y formas de aprovechamiento (saberes y haceres), de formas de organización, cosmovisiones y códigos lingüísticos, se ha mantenido una mayor biodiversidad, necesaria para la continuidad de la biota y de los seres humanos como parte de ella. Homogeneidad y unificación han sido sinónimos de destrucción y reduccionismo a lo largo de la dilatada historia humana y lo siguen siendo en la actualidad, con graves consecuencias para el porvenir de la especie y de las civilizaciones y culturas del planeta.

Vivimos, pues, como humanidad, terribles y confusos “dramas sociales”. Su ignorancia o desatención solo generarán mayores tribulaciones en el futuro y profundizarán y aumentarán los miedos que Duby identificó en Europa con una diferencia de mil años.

7.- Reinserción y acercamiento: el valor del perdón

La última fase de un drama social es la reinserción, la restauración de la estructura y el orden social. En el caso que nos ocupa (es decir, la ruptura o quiebre causado por la ola de violencia que generó en Francia y otros países de Europa la publicación de unas caricaturas ofensivas al Islam en el semanario humorístico francés Charlie Hebdo), la reinserción sería la paz y la convivencia social, el respeto. No se trata, sin embargo, de un statu quo ante bellum, para expresarlo en términos de tratados internacionales posteriores a una guerra, sino de un reto más amplio y complejo. Dicho en otras palabras, lo que sería altamente loable y digno de alcanzarse en un mundo crecientemente globalizado es una ética multicultural que respete las diferencias, las minorías sean cuales fueren, las formas de ser, creer y pensar, las representaciones sociales del otro, sus idiomas y formas de expresión. En síntesis, se debe propender al respeto a la alteridad en todas sus consecuencias. Solo un mundo respetuoso de la sociodiversidad será realmente universal y no meramente global, en los términos que hemos venido discutiendo.

En las dos últimas décadas, hemos visto algunos gestos (no unánimemente reconocidos) de reconciliación por parte de instituciones y países que en el pasado actuaron de manera prepotente y poco respetuosa frente a otros grupos y colectivos. Por ejemplo, en el mundo cristiano, destacan los crecientes esfuerzos del ecumenismo entre las diversas denominaciones (que se remontan a principios del siglo XX); el diálogo interreligioso (con otras religiones, especialmente las llamadas abrahámicas); los numerosos gestos amistosos de san Juan XXIII hacia los no cristianos; la invitación al Concilio Vaticano II, con carácter de observadores, a miembros de distintas denominaciones, iglesias y religiones; las aclaratorias sobre el carácter deicida que se le aplicaba al pueblo judío; el ejemplo del hermano Roger de la comunidad ecuménica de Taizé; el acercamiento entre el papa Paulo VI y el patriarca ortodoxo Atenágoras II y la cancelación de la excomunión recíproca originada por el Cisma de Occidente en 1504; la ceremonia ecuménica de Asís en 1986, en la que ministros de diversas religiones y credos unieron sus oraciones; el perdón implorado en 1992 por el papa Juan Pablo II, en nombre de la Iglesia Católica, a los aborígenes americanos por las prácticas poco tolerantes y coercitivas que misioneros y sacerdotes católicos cometieron en los siglos iniciales de la evangelización de América (aunque no lo haya expresado de una manera tan tajante) (1); y la petición del mismo san Juan Pablo II a los judíos, en el Muro de los Lamentos, de perdonar las difíciles relaciones entre cristianos y judíos; y, finalmente, los acercamientos más recientes entre la Iglesia de Inglaterra (comunión anglicana) y la Iglesia de Roma (latina o romana).

Esos intentos de reconciliación entre grupos históricamente enfrentados nos pueden alumbrar el camino tan dilemático y difícil que nos aguarda, como humanidad occidental y universal. Hoy parecería que Occidente y el Islam son los principales grupos que deben encontrarse, pero no los únicos. En cada país y en cada continente, podemos hallar diversidad de sectores y grupos que requieren de un amoroso acercamiento, aunque los pasos para ello puedan parecer solo simbólicos y meros actos ingenuos de buena fe y mejor voluntad provenientes de reducidos grupos.

En el caso inaplazable de Occidente y el Islam, es necesario convocar a los sectores más moderados de ambos bloques y depositar en ellos la guía para el acercamiento. No podemos esperar, obviamente, que den los primeros pasos o inicien el diálogo quienes tienen posturas extremas o fundamentalistas, de uno u otro lado. Para los creyentes será, sin duda, una bendición del Altísimo, ver que esos sectores depongan sus actitudes excluyentes, pero esa meta la hemos de alcanzar de una manera poco épica, quizá. La hemos de construir cotidiana y sostenidamente quienes creemos en la paz y la concordia, en el respeto a la alteridad y la convivencia posible.

No sé si sueño o desvarío, aunque no me incomoda hacerlo, al imaginar peticiones de perdón, encuentros y vivencias, actos simbólicos de reconciliación, condonación o satisfacción de deudas morales, omisión de incomodidades, sacrificios en aras de la paz y el entendimiento. Muchos intelectuales, políticos y científicos han apoyado la devolución de piezas de valor histórico (o arqueológico y etnográfico) a los países de origen (Egipto, México, Perú…), tras saqueos de corte imperial o colonial. Igual sucede con antiguos lugares de culto confiscados o arrebatados, destruidos a veces. En algunos casos ya no será posible devolverlos, pero sí pedir perdón. En otros, en cambio, la devolución pudiera ser un buen comienzo para un entendimiento entre alteridades potencialmente conflictivas. ¿Cuántas sinagogas, iglesias y mezquitas e incluso reliquias les han sido arrebatadas a sus legítimos dueños o constructores a lo largo de los últimos dos milenios en el norte de África, en el cercano Oriente, en toda Europa y América? ¿Devolverlas no sería un hecho y no meras y bonitas palabras, una manifestación de buena voluntad? Cierto es que muchos de esos lugares de culto fueron construidos sobre sitios sagrados o sus ruinas, o incluso con los materiales de antiguos templos. ¿A quién, entonces, pertenecen? ¿Pudieran convertirse en sitios ecuménicos o, al menos, neutros de culto? Pero otros tantos edificios y sitios sagrados deberían devolverse a judíos, cristianos (aun entre ellos) y musulmanes. Y algunos ser compartidos por las tres grandes religiones monoteístas.

La Iglesia Católica, valga decir la institución más antigua y conservadora de Occidente, tras el Concilio Vaticano II, inició un creciente diálogo institucional e institucionalizado así como un acercamiento a las otras iglesias y denominaciones cristianas e, incluso, a otras religiones. Ese es un buen ejemplo de cómo avanzar, pero acelerando en lo posible los pasos en aras del común beneficio de la humanidad.

No se trata de asumir una posición “armagedónica” o apocalíptica, pero sí contribuir a la paz del mundo, a la superación del drama social, del gran drama social, que pudiera estar ocurriendo en nuestros días sin que tengamos plena conciencia de ello y como preludio de situaciones más complejas. Sería el regreso de la historia y no su fin, como postuló Francis Fukuyama (1992). Asistimos al enfrentamiento de modos de ser, pensar y creer y podemos afirmar la ausencia de una pax œconomica, como se previó en la utopía globalizada de corte neoliberal. Resulta necesaria la concreción de un compromiso multilateral que promueva activamente el entendimiento y combata las inequidades e injusticias sociales, el racismo y la discriminación. Un mundo multipolar y diverso, con una ética multicultural y sociodiversa, lejos de ser un paraíso apacible, podría constituir un escenario más cónsono con la multiforme diversidad del género humano, sus ideologías, representaciones, usos, costumbres, haceres y saberes.

8.- Palabras finales

Una colega, intelectual y científica occidental, de brillante inteligencia y atea declarada, además de connotada luchadora por la causa de las personas con capacidades especiales, me hizo el honor de comentar, privadamente, un artículo mío sobre sociodiversidad y tolerancia. Mi reflexión se dirigía a un plano más general, aunque obviamente se aplicaba a la convivencia entre musulmanes y otros grupos sociales en Europa. Los puntos de vista de mi colega, en cambio, podían resumirse en lo difícil que resulta para una mujer occidental como ella aceptar o respetar ciertas prácticas como el uso de la burka, o de vestimentas que cubran la totalidad del cuerpo, la sujeción de la mujer al marido, su reclusión o reducción a ámbitos domésticos y, especialmente, la práctica de la circuncisión femenina o extirpación del clítoris.

Obviamente no era nada fácil para mí responderle. Recordé a un antiguo profesor mío de lógica en la Universidad Católica Andrés Bello que gustaba repetir en sus clases aquello de que “más vale un burro negando que Aristóteles afirmando”. En realidad, mi amiga señalaba aspectos de difícil comprensión para alguien de mentalidad occidental y, sobre todo, supuestamente moderna. A mi mente vinieron otros recuerdos, como la práctica de reducción del pie por motivos estéticos en las mujeres chinas y el, me imagino, doloroso limado de dientes que acostumbran diversos grupos en África.

Toda sociedad cambia y, al hacerlo, modifica su cultura. En ese sentido, podemos decir que toda cultura “evoluciona” hacia otras configuraciones, se enriquece, se empobrece incluso, se transforma y adapta a nuevas situaciones y retos tecnoambientales y sociopolíticos. Recordemos, en el caso europeo, los cambios ocurridos, a lo largo de una línea temporal de cerca de mil años, desde las sociedades feudales hasta la sociedad industrial y, esto en pleno desarrollo, el advenimiento de una sociedad postmoderna y postindustrial.

Los cambios, empero, no deben ocurrir por imposición, supresión o enajenación. Han de ser preferiblemente el resultado de decisiones propias de un grupo social, sea por innovación o por apropiación, incluso por sincretismo. De esta manera resultan no solo menos traumáticos sino también más drásticos y sostenidos en el tiempo. Nuestras propias sociedades occidentales latinoamericanas han cambiado mucho durante el último siglo. Me refiero a prácticas económicas, a costumbres ligadas al duelo, al matrimonio, a los patrones de crianza, al respeto hacia opciones individuales (incluidas las referidas a la orientación sexual de las personas), a la disminución del machismo, la promoción de la mujer y de otros grupos subalternos e invisibilizados (como las minorías y los grupos minorizados), aspectos reproductivos y alimentarios. Han sido, para bien o para mal, cambios paulatinos y no forzados.

No creo sano imponer a una sociedad cambios desde afuera. Los cambios llegarán, principalmente, desde adentro, por inspiración o contraste de patrones externos. Europa y Occidente se han considerado a sí mismos como modelos de cultura y civilización. Los medios han sido el imperialismo, el colonialismo, la construcción de sujetos coloniales, la invención de sociedades y culturas, distintas formas de “altericidio” (genocidio, etnocidio, linguocidio, teocidio…). Este comportamiento, por supuesto, lo han exhibido varias sociedades imperiales a lo largo de la historia de la humanidad y en todas las regiones del planeta. Entre sus resultados están la desestructuración social (como algunos fenómenos relacionados con la inestabilidad política que ocurren actualmente en el África postcolonial), la violencia, las venganzas así como el desarraigo, la alienación y resentimientos que pueden durar generaciones.

Si nos vemos –diacrónica y sincrónicamente– a través del empañado cristal de las imposiciones y el despojo de la capacidad de una sociedad de decidir sobre sus propios recursos culturales, como tan acertadamente precisó el antropólogo mexicano Guillermo Bonfil Batalla (1987), podemos advertir, fácilmente quizá, la complejidad de la situación que vivimos en la coyuntura actual frente a dos procesos que parecerían similares. Me refiero a una Globalización potencialmente homogeneizadora y a una Universalización respetuosa de la diversidad.

Globalización, en ciertos contextos, es sinónimo de desarrollo convencional, dominación y un mundo falsamente multipolar que encierra tendencias excluyentes: un mundo plano gobernado por el interés de los poderosos. Universalización, en cambio, debe serlo de crecimiento limitado y sostenible en la medida que sea posible o ambientalmente menos perturbador, de participación en las decisiones o acceso a ellas, de responsabilidad social, de un mundo efectivamente multipolar, divergente y convergente: divergente en sus expresiones y convergente en el respeto a estas mediante una ética multicultural.

La ética multicultural a la que me refiero debe en verdad hacer universales, en todo sentido, los llamados derechos humanos universales. Sin proscribir las diferencias de infraestructura, estructura social y superestructura (como se diría en un análisis marxista), dicha ética debe garantizar una pax nova basada en la justicia social, la equidad y el diversidad más amplia. Se trata, obviamente, de un deber ser, de un postulado axiomático, de una meta axiológica universal y quizá postmoderna, en el sentido de que la modernidad preveía un escenario más homogéneo (el germen de la idea del fin de la historia).

Dentro de esa perspectiva, entiendo el drama social que podemos leer a partir de dos atentados: el irreverente atentado del semanario humorístico Charlie Hebdo contra el Islam y el atentado de sectores fundamentalistas del Islam contra Charlie Hebdo, el quiebre al que he aludido anteriormente. Es un drama social que amenaza con impedir esa pax nova basada en una ética multicultural y con aumentar escenarios en los que fenómenos radicales como el Estado islámico, el absurdo e inaceptable califato omnímodo, terminen por impedir el diálogo y la convivencia.

Ese escenario terrible está sembrado de barreras como la antigua Gran Muralla china, de muros del pasado y del presente, como el felizmente derribado de Berlín, como los absurdos pero actuales del Río Bravo y el que divide a palestinos e israelíes, como la desaparecida Cortina de Hierro, así como las duras e invisibles –aunque franqueables– fronteras que enfrentan las maras salvadoreñas y los hambrientos y desesperados subsaharianos que ansían vivir un “sueño”, sea en Norteamérica o en Europa. Emergen los espejismos de la sociedad industrial: felicidad en un lado, infelicidad en el otro.

Las caricaturas de Charlie Hebdo, frente al espejo, muestran una civilización prepotente que en su decadencia se burla de lo que más le hace falta para fortalecerse: valores y tradiciones, creencias y postulados ideológicos, no en el sentido de falsa conciencia sino de marcos teóricos, axiológicos y éticos. La burla desestima el potencial del fundamentalismo islámico y la rabia que generan el insulto, la reiterada negación y la consustancial subalternidad de grupos marcados, como cruel tatuaje, por el supuesto veneno de la alteridad.

¿El miedo al otro, como en el análisis de Duby, ha de seguir abonando otros miedos y generando violencia hacia quienes lo encarnan y luego retaliaciones de estos? Pensémoslo.

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Referencias

Bonfil Batalla, Guillermo. “La teoría del control cultural en el estudio de procesos étnicos”. En: Papeles de la Casa Chata. México: 1987, Nº 3: 23-43.

Duby, Georges. Año 1000, año 2000: la huella de nuestros miedos. Barcelona: Editorial Andrés Bello, 1995.

Fukuyama, Francis. El fin de la historia y el último hombre. Bogotá: Planeta, 1992.

Gerbi, Antonello. La naturaleza de las Indias nuevas. De Cristóbal Colón a Gonzalo Fernández de Oviedo. México: Fondo de Cultura Económica (Sección Obras de Historia), 1978.

—. La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica. 1750-1900. México: Fondo de Cultura Económica (Sección Obras de Historia). (2ª ed. En español, corr. y aument.), 1982 [1955].

Huntington, Samuel P. El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial. Barcelona: Paidós, 1997. 

http://sisbiv.bnv.gob.ve/cgi-bin/koha/opac-detail.pl?biblionumber=269092&query_desc=au%2Cwrdl%3A%20Huntington

O’Gorman, Edmundo. La invención de América. Investigación acerca de la estructura histórica del Nuevo Mundo y del sentido de su devenir. México: Fondo de Cultura Económica (Colección Tierra Firme). (2ª ed.), 1977 [1958].

Preiswerk, Roy y Dominique Perrot. Etnocentrismo e historia (América indígena, África y Asia en la visión distorsionada de la cultura occidental). México: Nueva Imagen (Serie Interétnica), 1979.

Said, Edward W. Orientalismo. Editorial Debolsillo, 2013 [1978].

Turner, Victor W. The Ritual Process: Structure and Anti-structure. Chicago: Aldine Publishing, 1969.

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Notas

(1) “Mensaje del santo padre Juan Pablo II a los indígenas del continente americano”. Santo Domingo, 12 de octubre de 1992. 

http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/messages/pont_messages/1992/documents/hf_jp-ii_mes_19921012_indigeni-america.html (consulta 21/02/2015).

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Reconocimientos

Una versión preliminar de este artículo fue publicado en partes en la página web Reporte Católico Laico (reportecatolicolaico.com). Agradezco profundamente a mi colega Dr. Enrique Obediente Sosa (Universidad de los Andes, Mérida, Venezuela) su atenta lectura, sugerencias y comentarios.

La versión íntegra de este trabajo fue publicada en Bacoa. Revista Interdisciplinaria en Ciencias y Artes (Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda. Coro, estado Falcón), Nº 10: 60-85, 2016 (edición digital).

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Horacio Biord Castillo es investigador del Laboratorio de Etnohistoria y Oralidad, Centro de Antropología “J. M. Cruxent”, Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas y profesor en la Universidad Católica Andrés Bello. Contacto y comentarios: [email protected]

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