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Cántico de Jajó

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Por PANCHO CRESPO QUINTERO

El pasado 23 de junio se cumplieron 30 años de lo que se conoció como el Encuentro de Jajó, una reunión de los escritores de Venezuela en esa población del estado Trujillo realizada con el objeto de conmemorar el IV centenario de la muerte de San Juan de la Cruz, patrono de los poetas y doctor de la Iglesia. Bien vale recordar lo que fue ese encuentro, y sobre todo lo que de él surgió.

Según lo señala la misma Ernestina Salcedo Pizani en Punto de Partida (El Verbo Iluminado. Fondo Editorial Orlando Araujo. 1995), fue ella la de la idea de celebrar un Encuentro Nacional de Escritores en Jajó, con motivo del IV Centenario de la muerte de San Juan de la Cruz (1542-1591). Propuso Jajó por ser para ese momento el lugar donde vivía Ana Enriqueta Terán (también trujillana, como Ernestina Salcedo), quien un año antes (1989) había recibido el Premio Nacional de Literatura. Además, igual serviría dicho encuentro para conmemorar el Cuatricentenario de la muerte de Fray Luis de León (1527-1591), como se sabe, también él importantísimo poeta (así como Juan de la Cruz, Luis de León sufriría persecución y cárcel por sus ideas y escritos; Juan, por los miembros de su misma Orden, los Carmelitas Descalzos; Luis, por la Santa Inquisición). Parece que un tanto azarosamente se escogió el 23 de junio, aunque además coincidiría que, si se extendían los festejos hasta la medianoche, como seguramente era el deseo y como efectivamente sucedió, se llegaría al 24, día de celebración de otro Juan, el Bautista, e inicio del Solsticio de Verano.

Siendo así, el Encuentro debía terminar entonces con una gran fogata, como es la costumbre en España (con réplicas similares en algunos lugares de Venezuela) para recibir al Solsticio de Verano, lo que, además, por el sentido místico que hay en la llama, completaba el homenaje a un poeta de las características de San Juan de la Cruz. En las festividades ígneas de la península ibérica en honor al Bautista, se acostumbra a saltar sobre las llamas como una acción purificadora. De cualquier manera, para la cristiandad toda, el fuego simboliza la inspiración y el Espíritu Santo, lo cual se relaciona estrechamente con San Juan de la Cruz, primero en su condición de poeta místico, y luego como doctor de la Iglesia, convertido así en luz espiritual, que ha de guiar a los fieles con erudición y fervor.

Los inicios de la fiesta

Todo esto comenzó a “cocinarse” una noche a finales de 1990, en la Casa Nacional del Escritor, en Caracas, sede de la Asociación de Escritores seccional Caracas; quedaba entonces poco más de medio año para los preparativos. En dicha organización intervendrían muy activamente tanto el Ateneo de Valera como el Instituto Universitario Tecnológico del Estado Trujillo (Iutet), a quien, en la persona de la profesora Adela Terán, correspondería la coordinación de los actos en Jajó. Por supuesto, también debían involucrarse las asociaciones de escritores de cada estado para servir como motivadores del evento en sus respectivos lugares. Además, la intención era sumar este Encuentro a las actividades programadas por la Comisión Nacional del IV Centenario, nombrada por el Consejo Nacional de la Cultura —Conac—, comisión que presidía Alicia Álamo Bartolomé, estudiosa de la obra de San Juan de la Cruz.

Adriano González León fue el escogido para decir las palabras centrales del Encuentro, entendemos que a proposición de Ana Enriqueta Terán y por intermediación de Ernestina Salcedo Pizani, amiga de Adriano desde la infancia, cuando estudiaron juntos en la Escuela Eloísa Fonseca de Valera. Las palabras fueron leídas en la Iglesia de Jajó al finalizar la Misa Solemne del domingo 23 de junio de 1991. Estas quedaron recogidas en la edición que aquí se muestra y que motiva el presente texto, una plaquette que lleva por título Cántico de Jajó.

Adriano González León y Juan de la Cruz

La misa de ese día se revistió de solemnidad, no solo al ser oficiada por el obispo de la Diócesis de Trujillo, para el momento monseñor Vicente Hernández Peña, sino por las sagradas voces del coro de los Carmelitas Descalzos y de la Antigua Observancia, que llevaron hasta el Renacimiento mismo aquella iglesia de Jajó. También es de asegurar que el espeso aire de paz y sosiego que siempre caracteriza al poblado no se había perturbado a pesar de la algarabía de la fiesta de los poetas.

Podemos decir que el Cántico de Jajó está conformado por dos grupos de elementos: las palabras de Adriano, divididas a su vez en dos partes, y cuatro poemas (canciones) de San Juan de la Cruz, acompañados por un grupo de grabados cada uno. Al terminar la misa y todavía con el incienso como neblina dentro de la Iglesia, desde el pulpito, como un viejo oficiante, Adriano leyó su cántico.

Una tierra obstinadamente solitaria, con dos o tres árboles próximos a desfallecer, polvo y arena para formar el dibujo de la lejanía… son las palabras iniciales con las que Adriano vuelve a su infancia para recordar una imagen en la pared del taller de un “hacedor de santos”, quien le dijo que eso era Duruelo, lugar donde San Juan había fundado un Convento de Carmelitas Descalzos. A partir de ese recuerdo, Adriano hace un humilde y admirado acercamiento a San Juan de la Cruz. Como bien diría Rafael Cadenas (Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística, ensayo ganador del concurso organizado por la Comisión del IV Centenario), lo que le importaba a San Juan era “comunicar lo que sabe sobre el camino que debe seguir el alma para llegar a lo incomunicable”; precisamente eso fue lo que Juan de la Cruz hizo con sus cantos poéticos.

La vía reflexiva por la que San Juan experimentó el acercamiento a Dios fue a través de la palabra en general, y de la palabra poética en particular. San Juan asume su camino a Dios como un aprendizaje con ardiente celo, como es el fervor religioso, que por demás le era absolutamente propio. De la misma manera, Adriano González León asume su acercamiento a la palabra poética, también como un aprendizaje, y también con ardoroso entusiasmo. Quizá Adriano fue un poco más allá, en el sentido de que ese aprendizaje no lo experimentó únicamente a través de la palabra misma, sino también y gracias a otras acciones donde la palabra era el conductor: el encuentro amistoso, lo celebratorio, el rescate y difusión de lo anecdótico y/o de la crónica, la producción o edición de objetos culturales como exposiciones y recitales, libros, revistas, cuadernillos, artículos de prensa, programas de televisión.

El Cantico de Jajó (me refiero al texto) bien podría ser para Adriano González León lo que para San Juan de la Cruz fue el Cántico Espiritual; y quizá aquel 23 de junio de 1991, Jajó también fue Fontiveros, lugar donde nació Fray Juan de la Cruz. La segunda parte del Cantico de Jajó es la Oración para que San Juan Perdone a los Poetas, un melodioso, luminoso y mundano poema de largos versos en los que Adriano pide el perdón para los poetas que, por el puro hecho de perseguir la vida, siempre anduvieron en los márgenes de esta, incluyéndose a sí mismo. Adriano, como él mismo diría, únicamente había pretendido honrar a Juan de Yepes, a Juan de la Cruz, al santico como lo llamaba Teresa de Jesús. Pretendía Adriano tan solo hablar de su “presencia milagrosa”, de lo iluminado e iluminador de su verbo, con lo que no había hecho sino humanizar lo divino.

Las hojas del Cántico de Jajó

Continúa la plaquette con una hoja que muestra los datos de la publicación (Ediciones Dolvia. Gráficas Monfort. Caracas, diciembre 1991. Tiraje limitado de 500 ejemplares numerados), y presenta al autor de los grabados que la adornan: Franciscus Zucchi, grabador italiano, nacido en Venecia en 1692, muerto en Roma en 1764, de quien hay un total de ocho grabados que muestran a San Juan de la Cruz en diferentes facetas de su entrega mística. Estos grabados acompañan cuatro poemas de San Juan (Un Pastorcico, Cántico Espiritual, Llama de Amor Viva y Noche Oscura), en realidad solo partes de los poemas, todos ellos con subtítulos que los nominan como canciones, en esa tradición renacentista del canto como la mayor expresión de alabanza a lo divino. La palabra poética, que es indefectiblemente palabra y música, es decir, canto: acentos, pausas, compases, métrica, cadencia, recogimiento, entonaciones que hacen de la poesía un “misterio del alma” (diría Adriano), o como lo llamaría el propio San Juan, “canciones en que canta el alma”.

No solo era una insistencia de Juan de la Cruz la de subtitular sus poemas como “Canto…”, sino que, además, en palabras de Gerardo Diego, tenía San Juan una “delicada y estremecida sensibilidad musical”. Cada una de las páginas que contienen los poemas de San Juan cierra al pie con una “explicación” de los grabados que están en las contra páginas; nos atrevemos a asumir que son una libre traducción de los textos presentes en cada uno de los grabados, los cuales están originalmente en latín.

Cierra la plaquette con parte de la partitura para coro del Cántico Espiritual. Aparecen los autores de la melodía y la armonización, desafortunadamente no conseguimos ninguna información respecto a ellos.

Cántico de Jajó es sin ninguna duda no solo un homenaje a San Juan de la Cruz, es también, con creces, como inspiración, creación y publicación, un homenaje a la sensibilidad y a la entrega poética. Esta publicación tiene además la impronta de la mano cuidadosa del propio Adriano González León (de quien supimos sus “manías” al respecto), lo cual la hace una edición lujosa en su parquedad y austeridad. En privado me comentó Rodolfo Izaguirre, “cuando Adriano leyó su célebre texto sobre el santo en la iglesia de Jajó, el poeta lo llamó a su lado y lo abrazó. Y ambos se miraron diciéndose un no sé qué que quedó allí balbuciendo”; eso se siente en esta plaquette.

Por sobradas razones, Santo, Poeta y Hombre fue San Juan de la Cruz. Santo, poeta y hombre eran para Adriano González las “tres condiciones para ganar la memoria”. Asumimos que, orando, es decir, con su Oración para que San Juan Perdone a los Poetas, Adriano hizo votos para también ser él un santo; poeta ya lo era… por sobradas razones.

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