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Calendario

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Por HOMERO ALSINA THEVENET

El día no tiene 24 horas, sino 23 horas, 56 minutos y 4,1 segundos, que es el tiempo preciso de una rotación completa de la Tierra sobre su eje. El año tiene exactamente 365 días, 6 horas, 13 minutos y 53 segundos, lo que corresponde a una órbita completa de la Tierra en derredor del sol. Tales cifras han complicado el cálculo de los calendarios, porque en el año solar no cabe una cantidad justa de días, y eso ha llevado a ajustes que han sido denominados año juliano, año gregoriano y varios otros. El tema se complica aún más con los ciclos de la luna, que tampoco corresponden con precisión a los meses del año, aunque se le aproximan.

En el mundo occidental se ha optado por años de 365 días. Con el excedente anual de seis horas y fracción se compone aproximadamente un día más cada cuatro años, y ése es el origen del año bisiesto, que inventa la fecha adicional de febrero 29 y la pone en práctica en aquellos años cuyas dos últimas cifras son divisibles por cuatro. A su vez, este cálculo excede ligeramente la necesidad matemática, lo que lleva a tachar un año bisiesto en cada siglo, con lo que 1900 no fue bisiesto, aunque 1896 lo era. También este cálculo deja una ligera diferencia, de la que se hace un ajuste cada cuatrocientos años: fue bisiesto el año 1600, no lo fueron 1700 ni 1800 ni 1900, será bisiesto el 2000. Y aun este cálculo dejará otra ligera diferencia, de la que se ocuparán futuras generaciones.

Aunque fechas y años son valores admitidos en el mundo occidental, debe recordarse que se trata de convenciones y no de valores absolutos. Parten del presumible momento en que nació Jesucristo, pero esa es una teoría que disgusta a pueblos de otras religiones. Los mahometanos prefieren contar los años desde la vida de Mahoma, con lo que entienden, por ejemplo, que 1982 era su año1403. La religión judaica propone, ambiciosamente, contar los años desde el presunto comienzo del mundo, y así 1982 era su año 5743. Otras diferencias parecidas afectan a la era bizantina, la era romana, la era japonesa, la era diocleciana. Un caso extremo y efímero fue el de China, que en 1911 se liberó de mandarines, se constituyó en República y resolvió hacer borrón y cuenta nueva. Empezó en cero con 1911 y cuando llegaron a 1949 los chinos creían estar viviendo en el año 38. Esa actitud separatista y divisionista fue corregida, paradójicamente, por la otra revolución de Mao Tse-tung, que volvió a plegarse a valores tradicionales y en 1949 ordenó vivir en 1949.

Dentro del llamado mundo occidental y cristiano han existido otras diferencias y otros ajustes, con el resultado de un acuerdo general en el presente. Pero fijar como fecha clave el nacimiento de Jesucristo es inevitablemente un equívoco. Ante todo, los siglos previos quedan rotulados confusamente, con la constancia a.C. (antes de Cristo), aunque es obvio que esa es una referencia posterior, que Sócrates no supo que había nacido en el año 470 a.C. y que Julio César ignoraba que se estaba muriendo en el año 44 a.C. Si un texto de historia dice hoy, por ejemplo, que la época de las pirámides en Egipto estuvo comprendida entre los años 2650 y 2190 a.C., hay que entender el dato como una traducción aproximada de documentos antiguos y no como una información fehaciente.

Incluso dentro del mundo cristiano persiste otro equívoco. El punto de partida para el calendario parece haber sido fijado por un monje escita, llamado Dionisio el Exiguo, y por el papa Juan I, que no estaba conforme con contar los años a partir de la antigua fundación de Roma (en el año 752 A.C, cifra también controvertida). Las labores de Dionisio culminaron con el dato de que en ese momento Juan 1, Dionisio y mucha otra gente estaba viviendo en el año 525 de la era cristiana, tras prolongados cálculos sobre la fecha presunta del nacimiento de Jesús. Algunos historiadores han apuntado que Dionisio se equivocó (para lo cual se basan en otros datos, especialmente la vida de Herodes) y que la fecha correcta habría sido cuatro años antes. Así la era cristiana fue inaugurada no sólo con error sino con visible atraso, cuando ya habían transcurrido más de cinco siglos de la misma era cristiana. Antes de Dionisio, miles de personas vivían en la era cristiana y no lo sabían, a la manera de aquel personaje que escribía en prosa sin saberlo. Fuera de Italia, otros países demoraron siglos en aceptar los cómputos de Dionisio. Quizás los creyeron erróneos, pero terminaron por acatarlos con el mismo espíritu práctico de Mao Tse-tung: para no discutir. Con error o sin error, la génesis de esos cálculos deja muy en claro que la fecha de nacimiento de Cristo es algo que no supo ni Cristo.


*Una enciclopedia de datos inútiles. Homero Alsina Thevenet. Ediciones de la Flor, Argentina, 1986.