Por FREDDY CASTILLO CASTELLANOS
“Sola,/insegura,/ apremiante palabra,/ casa sin atavíos.// Para ella desearía/ la fuerza/ de los árboles”. Ese breve poema de Una isla (1958) puede servirnos para situar en Rafael Cadenas la más temprana conexión con lo que habría de ser una constante suya: la limpidez de la escritura.
A partir de Intemperie y Memorial, editados el mismo año (1977), la poesía de Cadenas, tras un silencio editorial de una década, comienza a transitar un camino distinto. Fue, en verdad, la entrada del poeta a esa casa sin atavíos que había nombrado en Una isla. Atrás quedaba la torrencial elocuencia de Los cuadernos del destierro (1960), pero no la enseñanza de ese viaje; menos aún la aguda y lúcida introspección de sus Falsas maniobras (1966), ajena del todo a los egocéntricos alardes de cierta poesía que acostumbraba fatigar las imprentas como lo hace ahora con
las redes. Se trataba de un cambio, sí, pero también de una perseverancia ética. No hace mucho, en una entrevista, Cadenas dijo que su poesía había venido de la poesía misma, para dirigirse después hacia la contención.
Ana Nuño, en el magnífico prólogo que escribió para la primera antología de Rafael Cadenas publicada en España (Antología, Visor, 2000), afirma que en Los cuadernos del destierro “el poeta busca menos ‘declarar su nombradía’ que desbrozar un terreno previamente acotado por otras voces” y nos invita a leer ese legendario libro de Cadenas como “el minucioso, pormenorizado informe de un viajero que, antes de zarpar y emprender una larga travesía, hiciera un repaso a lo que hasta ese entonces han sido sus pertenencias. Los cuadernos es, desde este punto de vista, la puesta en práctica del designio eliotiano: set my lands in order”.
Siguiendo el hilo de Ana, podríamos decir que la voz poética de Cadenas fue también una “tierra ganada a las sequedades” (Memorial). Desde Intemperie, como lo revela en el poema con el que cierra el libro, el poeta busca que cada palabra “lleve lo que dice. / Que sea como el temblor que la sostiene”. Pienso que lo asomado en los versos de Una isla que cité al inicio de esta nota terminó haciéndose evidente en el aludido texto de Intemperie (Ars poética). La apremiante palabra sola e insegura encontró la fuerza de los árboles en su propio temblor (el temblor que la sostiene). Con razón dijo Pepe Bergamín que la poesía es el arte de temblar.
Afirmar que Rafael Cadenas es uno de los poetas vivos más importante de Venezuela es ya un lugar común. No por eso voy a dejar de repetirlo, máxime cuando importantes premios internacionales, además de confirmarla, extienden la validez de la frase hacia otros territorios. Así, puedo retocar el énfasis (contrario al espíritu del poeta, por cierto) y decir, con orgullo barquisimetano, que Cadenas es uno de los poetas vivos más
importantes de la lengua española.
A partir del 2009, con el Premio de Literatura en Lenguas Romances que otorga la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL, la principal cita editorial del mundo hispano), se dio inicio a esos merecidos reconocimientos, que el “Lorca”, en el 2015, y el “Reina Sofía” este año (2018), no han hecho más que ratificar. A ello debemos añadir los diversos estudios y artículos que un número cada vez mayor de críticos y lectores han dedicado a la obra del venezolano, en España, México y en otros países. De ese modo, ahora es posible escuchar de María Fernanda Palacios, nuestra mayor ensayista, estas palabras que comparto:
“Antes era más fácil escribir sobre Rafael Cadenas. Pocos sabían, fuera de Venezuela, quién era. Pocos conocían sus libros o lo habían escuchado. Corre aún la leyenda de que el poeta no habla. No es cierta. Aquí algunos querrían que esto fuera verdad, o que hablara menos, porque hoy a Cadenas se le lee y se le escucha incluso fuera de nuestras fronteras…” y lo que dice «hace contraste» (M. F. Palacios, Cuadernos Hispanoamericanos Nro. 780, junio de 2015).
Con la cita anterior no solo podemos subrayar lo dicho acerca del creciente y merecido interés que la obra de Cadenas suscita actualmente fuera de Venezuela, sino también el carácter libre y civil de esa voz que contrasta con la estridencia y la sumisión. Proviene de una conciencia limpia y de una honda indagación intelectual. No olvidemos que el poeta es también un hombre de pensamiento, como lo revelan, además de su poesía, sus ensayos, sus aforismos, sus dichos y sus anotaciones. Por cierto, su Obra entera (México, 2000 y España, 2007) sugiere una lectura de Cadenas en la que dialogan armoniosamente su poesía y su prosa, como si la segunda surgiese de la primera. O viceversa.
Nacido en Barquisimeto en 1930, Cadenas publicó sus primeros poemas cuando tenía apenas dieciséis años. Reunidos bajo el título Cantos iniciales (1946), esos textos son ahora una rareza. Aparte de no haber sido nunca reeditados, no suelen figurar dentro de la bibliografía conocida del autor. La apretada selección que leerán acá incluye un texto de ese libro casi secreto. Creemos que se trata de una pequeña joya juvenil.
En el último poema de la selección el autor nos dice que, “…concluido el viaje/ sentimos que en nosotros/ (…) / había nacido/ otro temple”. Ya en Memorial (1977), en un texto titulado En el jardín después de los estragos, el amanecer le había entregado a la ciudad del poeta ese “otro temple”. Para fortuna de sus lectores, con él, Cadenas ha seguido haciendo su luminosa poesía.
*El volumen incluye textos de José Pulido, Joaquín Marta Sosa, María Fernanda Palacios, Reinaldo Rodríguez Anzola, Enrique Viloria Vera, José María Cadenas, Alberto Hernández, Armando Rojas Guardia, Moraima Guanipa, Alfredo Chacón, Arturo Gutiérrez Plaza, Rubén Monasterios, Yolanda Pantin, Rafael Arráiz Lucca, Antonio López Ortega, Diego Arroyo Gil, Freddy Torrealba Z., Rosario Anzola, Mariano Nava Contreras, Eduardo Meier, Jacqueline Goldberg, Victoria De Stefano, Guillermo Sucre y Freddy Castillo Castellanos.
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