Papel Literario

Bolívar: santo y seña del militarismo

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Por ALEJANDRO MARTÍNEZ UBIEDA

“Aquí no manda el que quiere, sino el que puede”

Simón Bolívar

En Bolívar y la gestación de la patria criolla José Rodríguez Iturbe hurga de manera inclemente en muchas de las nociones más asentadas que los venezolanos tenemos de nosotros mismos y de nuestra historia. También, y quizá es esto lo más relevante, en nuestro presente, vale decir, en las consecuencias presentes de ese pasado. Se adentra nuestro autor en terrenos minados, por irracionales y fanatizantes: la patria, el nacionalismo, el Libertador, y cuestiona la imagen de éste con respeto, pero sin recato.

La tesis central de Rodríguez Iturbe sostiene que, en el nacimiento de Venezuela como nación independiente, ante el camino de la construcción de un modelo cívico, representativo y plural —con las limitaciones de la época—, se tomó la vía de las armas como elemento preponderante en esa liberación independentista que realmente fue una guerra intestina. Esta idea no es nueva, varios autores han sostenido tesis similares, quizá con menor rigor. Y esa decisión de tomar el camino armado en oposición a vías más institucionales, políticas o negociadas, el autor la llama por su nombre: militarismo.

Lo que hace excepcional la obra de Rodríguez Iturbe es la minuciosa y detallada revisión que hace del período independentista, evento tras evento, carta tras carta y documento tras documento, para identificar la progresiva gestación de ese militarismo, que en su criterio es precedido por un mantuanismo inicial; así como las consecuencias de esa cultura militar pretoriana que él no duda en calificar como opuesta a la “intelligentsia” civilista, liderada por Roscio, que tuvo repetidos fracasos en su intento por que prevaleciera un desarrollo más cercano a los valores democráticos que el que finalmente ocurrió.

Así, Rodríguez Iturbe trata, entre muchos otros eventos, el decreto de guerra a muerte, la entrega de Miranda a las fuerzas españolas, el degüello de civiles españoles en La Guaira, la migración a oriente, el asesinato de los frailes del Caroní y el ajusticiamiento de Piar. Sobre el decreto de guerra a muerte, la mirada aprobada por el culto a Bolívar sobre este asunto es una mirada esquiva, incómoda. Se asume que un suceso tan sangriento, tan inmisericorde contra una población inerme, en muchos casos ajena al enfrentamiento, era inevitable, tan inevitable que el noble libertador se vio obligado a llevarlo a cabo. Pero para tener una idea ajustada del clima que generó el decreto, vale la pena repasar, porque no estará en el texto escolar, reacciones como la de Campo Elías, quien exclamó: “Yo los mataría a todos y me degollaría luego, para que no sobreviva nadie de esa maldita raza” (Rodríguez Iturbe, 2022), o la ocurrencia de Antonio Nicolás Briceño, quien profirió: “Para obtener derecho a una recompensa, o a un grado, bastará cierto número de cabezas de españoles, o de isleños canarios. El soldado que presente 20, será hecho abanderado, 30 valdrán el grado de teniente, 50 el de capitán…” (1). En fin, no es fácil concebir en la distancia la magnitud de una degollina que, al final, se produciría entre gentes con siglos de coexistencia pacífica y sin un real sentimiento nacional. El decreto de guerra a muerte ¿obedeció a una necesidad imperiosa del enfrentamiento?, ¿o fue una acción desesperada cuyas consecuencias aún gravitan sobre Venezuela?

El análisis de Rodríguez Iturbe, y esto es un valor fundamental de su obra, acompaña constantemente la consideración de los sucesos de la independencia con una mirada profunda de cuanto sucedía en España al momento. Así, va analizando los sucesos en la península ibérica e incorpora las consecuencias de éstos para la situación en la España Americana. De igual modo, en ocasiones coteja los caminos de Bolívar con los escogidos anteriormente por los Estados Unidos y recogidos en “The Federalist Papers”, que no por casualidad llevan ese nombre. En su criterio, el pecado original de la independencia se halla en el centralismo radical defendido a ultranza por Bolívar, que unificó el poder civil con el militar en su persona. Así, el poder civil quedó claramente atenuado ante lo militar, y estando ambos mandos en cabeza de Bolívar, quien en reiteradas ocasiones dejó constancia de su desdén por el rol de autoridad civil, la preeminencia de lo militar estaba garantizada. “… Mi oficio de soldado es incompatible con el de magistrado…”, dijo Bolívar en el Congreso de Cúcuta, en 1821, desechando dudas sobre su preferencia por las armas en oposición a las tareas propias de la construcción institucional tan necesaria en una república naciente. ¿Por qué Bolívar no asumió únicamente su vocación militar permitiendo que un gobierno con contrapesos se encargase de la presidencia, del ejecutivo?

Rodríguez Iturbe presenta una visión en la que vincula directamente este origen centralista militarista como un sino fatal en el devenir de nuestro país, lo que es particularmente relevante si tomamos en cuenta que Venezuela ha sido gobernada por regímenes militares o de inspiración militar en la casi totalidad de su historia. De las cívicas bolivarianas de López, la semana de la patria de Pérez Jiménez a los círculos bolivarianos, entre otros, el poder ejercido por militares ha respondido a un santo y seña, Bolívar.

Bolívar tuvo en su momento una gran oposición que el tiempo ha hecho difusa. No fueron pocos los que se opusieron, o aceptaron a regañadientes, el camino del Libertador. Señala el autor que “El antibolivarianismo surgió no solo contra la hermosa y grandiosa construcción ilusoria de la Gran Colombia, sino contra el peso de un personalismo que, si bien algunos justificaron para ganar la guerra, resultó inoperante e inadmisible para muchos otros cuando se trató ya de ganar institucionalmente la paz” (2).

Un elemento muy importante que resalta la obra es el de la conformación, a partir de la conducción militarista del proceso independentista y de acciones como el Decreto de Guerra a muerte, de las bases de un antiespañolismo contranatura, que con el paso del tiempo ha sido un apoyo para otro de los problemas de Venezuela, el indigenismo, es decir, la creencia maniquea según la cual los españoles fueron unos bárbaros asesinos y la población indígena la pobre víctima de sus desmanes. De esta visión derivan muchas consecuencias perniciosas, como las descritas hace un buen tiempo por Carlos Rangel, y algunas incluso sumamente ridículas, como las que encarnan hordas que ajustician estatuas de Cristóbal Colón.

Con notable valentía, José Rodríguez Iturbe nos presenta un análisis desmitificador, un análisis que nos lleva a preguntarnos por qué razón la figura de Bolívar gravita sobre nosotros permanentemente, como si quisiera recordarnos, en cada plaza de cada pueblo, en cada gran avenida, en universidades, en nuestra moneda, en el nombre de nuestra nación, que sobre nosotros hay un peso que nos define, una reverencia debida por default, una mirada que nos observa de una manera que, con cierta exageración, podría recordar la que hoy, desde tantos edificios, franelas y aeropuertos, nos aclara cualquier eventual duda sobre quien es nuestro líder ideal, nuestro hombre fuerte. Aún desde la muerte. Devolvamos la mirada.