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Belli: nuestro contemporáneo

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“La poesía de Carlos Germán Belli, como lo han indicado ya decenas de sus más conspicuos lectores, es una poesía que se instala en el devaneo epocal de la renuncia a la grandilocuencia, pero que no abandona la fina y descarnada ironía de hacernos patente que no habitamos, precisamente el mejor de los mundos posibles”

Por ISMAEL GAVILÁN

I Cuando Carlos Germán Belli (1927-2024) comienza a publicar sus primeros poemas en la década de 1950, el aura de la poesía vanguardista hispanoamericana forjada en los años 20 estaba en retroceso o al menos comenzaba a ser vista o entendida con una palabra que sin duda habría causado escozor: tradición.

Efectivamente, ya por agotamiento de los recursos verbales, la reiteración de fórmulas retóricas, el fracaso del afán de aunar poesía y vida en la estela de Marx y Rimbaud (tal como la matriz surrealista proponía) y la emergencia de un temple mucho más distante de las grandes algaradas históricas y la entrada en ese invierno llamado “guerra fría” —enfrentamiento sordo de dos imperialismos disputándose el control del orbe—, la poesía de vanguardia en nuestros lares pareciera que ya había entregado sus mejores frutos. Independiente de vástagos tardíos por aquí y por allá en la insistencia retórica de aquellos modos, buena parte de la poesía escrita en Hispanoamérica desde los años 50 empezó a mirar con desconfianza el gran discurso, a mirar con desconfianza la vocación redentorista de la poesía como también a percatarse de la deflación que el “yo” poético sufría al interior del poema. Este, como artefacto de lenguaje, hacía agua por todos lados: la expresión sobre el rigor, el relato onírico por sobre la limitada y necesaria circunscripción de lo real en tanto experiencia mentada. En fin, nada que ya Rodríguez Monegal, Lastra, Sucre o Yurkievich nos hayan indicado en sus agudas lecturas de aquel álgido momento.

II La poesía de Carlos Germán Belli, como lo han indicado ya decenas de sus más conspicuos lectores, es una poesía que se instala en el devaneo epocal de la renuncia a la grandilocuencia, pero que no abandona la fina y descarnada ironía de hacernos patente que no habitamos, precisamente el mejor de los mundos posibles. Y para ello, Belli recurre, como diría Gonzalo Rojas, a agudizar coherentemente su oído: por un lado la escucha, aprendizaje y admiración por la poesía del Siglo de Oro Español de los siglos XVI y XVII, activando y actualizando lo que de viva posee toda tradición: su exploración lingüística en el fraseo, el ritmo y la forma. Pero, por otro lado, la poesía de Belli abreva en la admiración, teñida de una cautelosa ironía que puede provocarnos la técnica como parte de nuestra vida. De ahí, quizás esos poemas que Belli reúne bajo el título “Oh Hada Cibernética” y que constituyen no sólo la búsqueda expresiva de una contingencia tecnológica en pañales aún durante los años 60 del siglo recién pasado, sino que permiten avizorar una disposición que desde la poesía puede haber con la precariedad humana, seducida por la fantasmagoría del progreso técnico para una supuesta humanidad mejor. No creo que en los mejores poemas de Belli el gesto “a la antigua” (sus famosas e impecables sextinas, por ejemplo) sea un escabullirse en una idea conservadora de mera reivindicación de lo tradicional. Para nada. Creo que en Belli, hay una manera de ver en la producción escrita, en el poema como artefacto, una réplica laboriosa de lo que la técnica puede reproducir ad infinitum como serialidad. El poema en la época de la reproductibilidad técnica. La paráfrasis a Benjamin es, creo yo, el desafío que Belli plantea a cualquier lector que desee abandonar la ingenuidad. No veo en el poeta peruano una condescendencia pueril y menos una actitud anticipatoria respecto de nuestra boba admiración a los productos de nuestra cultura tecnológica que nos inunda y absorbe. Todo lo contrario: perdida la convicción emancipadora de esa misma técnica que ha devenido cada vez más autónoma y con el riesgo que ello implica, la poesía de Belli puede sonar no como un aviso de lo que vendría, sino más bien, como una advertencia socarrona y por ende irónica, respecto de la posibilidad destructiva propiciada por esa misma técnica.

III Al final, todos nosotros en esta época de tecnologización planetaria somos como esos peruanitos del poema “Segregación n°1” en donde, desde las patas de la mesa, en un subsuelo atosigante, vemos hacia arriba, entre los desperdicios culturales que nos tiran desde esa cena infinita, no a jóvenes pulcros y bellos bailando y tomando champagne, sino a cyborgs que han materializado la rosa de Huidobro como un invento de realidad virtual, vacío y opaco.

El poeta Carlos Germán Belli es nuestro contemporáneo.

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