El Helicoide está rodeado por barrios pertenecientes a las parroquias de San Agustín del Sur y San Pedro: Marín (1923), El Manguito (1924), La Ceiba (1926), El Mamón (1928), Hornos de Cal (1939), La Charneca (1958) y El Progreso (1960). Las tempranas fechas de fundación de estas comunidades indican que numerosas familias han estado asentadas en estos barrios desde hace al menos un siglo, durante el cual han ido bordeando El Helicoide de modo creciente. A su vez, las distintas ubicaciones de los barrios con respecto al edificio establecen diferencias de identidad territorial con el mismo. Al noreste de El Helicoide se encuentran los barrios más próximos, El Manguito, La Ceiba y El Mamón; más hacia el este, están La Charneca y San Agustín del Sur. Al oeste del edificio están los barrios ubicados al cruzar la Avenida Fuerzas Armadas, la cual constituye una separación física importante, por lo cual estas comunidades del oeste no sienten una pertenencia con la zona de El Helicoide y no circulan por allí, ni en vehículos, ni a pie.
Por su parte, los habitantes de la comunidad de El Progreso, al noroeste del edificio, sí se reconocen e identifican con El Helicoide […]. El edificio, sus caminos, espacios y vistas panorámicas aparecen como referencias y apreciaciones urbanas constantes en la percepción de los entrevistados. Sus testimonios dan cuenta de esa cercanía y están llenos de remembranzas de infancia y juventud de las personas que conocieron entrañablemente al edificio. Los sucesivos cambios sufridos por esta inmensa estructura han afectado pero también favorecido las relaciones de los habitantes con su entorno, configurando muchas de sus experiencias individuales y colectivas. Las diversas apropiaciones del lugar se entrelazan en un imaginario urbano en los cuales la comunidad de El Progreso se siente parte de El Helicoide, pues logró traspasar los límites de los terrenos de las montañas de El Mamón, ocupando los terrenos pertenecientes al edificio. […]
A pesar de que El Helicoide terminó siendo un lugar aislado y trunco, antes de su transformación en sede policial los habitantes de los barrios cercanos lo utilizaron en dinámicas imperceptibles, buscando cómo beneficiarse de este espacio para responder a sus necesidades individuales y colectivas. Los barrios en general no están incorporados urbanísticamente a la ciudad, mucho menos al comenzar las ocupaciones de terrenos. Sus pobladores se sienten excluidos del acceso a terrenos urbanizados y se ven en la necesidad de utilizar estrategias de urbanismo improvisado y no planificado para este fin. Así, las comunidades de San Agustín del Sur encontraron conexiones con la ciudad a través de calles y caminos que se hicieron con la construcción del edificio. Los habitantes de El Mamón, por ejemplo, pudieron bajar del barrio hasta la Avenida Fuerzas Armadas gracias a una larga escalera que fue construida a la par de El Helicoide en 1956.
Asimismo, esta comunidad enlazó con la vialidad urbana por una de las terrazas que se hicieron en los terrenos de El Helicoide para llevar cabillas y maderas a la construcción. “Ésta, y otras carreteras más arriba, eran en forma de helicoide, por piso,” dice José [uno de varios vecinos entrevistados para este ensayo], agregando: “Esta era una entrada a El Mamón, un camino que salía hacia San Agustín y por allí los camiones llegaban”. Los barrios de San Agustín del Sur no cuentan con una vialidad vehicular, por lo que este camino, que llamaban “la carretera”, facilitó la comunicación de sus habitantes con el resto del tejido urbano durante la construcción del edificio. “Por allí llegaba el camión de kerosén, pasaba la manguera y llenaban un tanque grandísimo que tenía el señor Amadeo, que era español, para venderle a las bodegas de San Agustín… porque la gente cocinaba con cocina de kerosén,” comenta José. Esta fue la ruta utilizada por la gente y los camiones que proporcionaron a las comunidades El Mamón y El Manguito con servicios y abastecieron a las bodegas con mercancías como Pepsi-Cola y otros productos populares.
A principios de los años 60, este camino en los terrenos pertenecientes a El Helicoide fue ocupado por un barrio incipiente que la comunidad llamó “Los Ranchitos de El Helicoide”. “La gente iba haciendo puros ranchitos, y por esta carretera le llegábamos a El Helicoide. Nosotros, los que vivíamos en El Mamón, decíamos: ¡vamos pa’ Los Ranchitos! Y nos veníamos pa’cá. Cuando vi que estaban tomando todo esto, yo decidí venirme pa’cá. Eso fue con los adecos, cuando Betancourt”, recuerda José. Después de varias décadas, el barrio se llamó, por irónica simbiósis, El Progreso. El acceso vehicular principal de esta comunidad se estableció con la construcción de la calle El Progreso: “Para abrir esa carretera de El Progreso, eso era una montaña”, comenta José. “Empezaron a zumbar barrenos, y eso eran explosiones y llegaban hasta abajo, eso era noche y día sacando camiones y camiones de tierra”. Si bien esta calle se hizo para acceder a El Helicoide por Las Acacias y la Avenida Victoria, es aún usada diariamente por los barrios vecinos, subsanando para ellos la ausencia de vialidad y transporte en sus territorios, así como la falta de conexión de estas comunidades con otras avenidas y las zonas céntricas de Caracas.
Los habitantes de los barrios aledaños también obtuvieron precariamente el abastecimiento de agua gracias al edificio abandonado: “Nosotros agarrábamos agua en un lugar en El Helicoide que le llamaban la loma. La gente decía ‘¡vamos a buscar agua al Helicoide que esa es agua de manantial!’. Porque debajo del edificio había agua de [un] manantial [que es] como una araña… todavía sale agua pero eso lo taparon, lo eliminaron”, comenta José. Por su parte, Jesús recuerda sus experiencias de niño en El Helicoide: “Anteriormente cuando yo era muy niño, con mi papá nos íbamos para allá a El Helicoide a bañarnos. Iban muchos muchachos de por aquí a bañarse porque aquí no había agua, se iba el agua y aprovechábamos”. Tras su parálisis, El Helicoide fungió de equipamiento colectivo para las comunidades, las cuales usaron sus espacios para la recreación y la provisión de servicios básicos. Estas actividades le dieron sentido a la convivencia de la gente del barrio con el edificio, incorporando sus espacios a una identidad territorial.
En otro momento, el edificio representó una fortaleza: su extraordinaria ingeniería, materialidad y calidad estructural, brindaron un sentimiento de gran seguridad a los habitantes vecinos cuando se refugiaron allí durante el terremoto sucedido en Caracas en 1967: “Toda la gente de El Mamón se vinieron para El Helicoide, porque cuando volvió a temblar El Helicoide no se movió para nada”, recuerda José. “Nos sentimos seguros porque esto es pura piedra. Yo vi las bases que eran del tamaño de esta casa, una batea de aluminio primero, después bastantes cabillas y después el cemento, el ingeniero me dijo que eso se hacía por el temblor”. Las familias de estos barrios durmieron en los espacios del edificio. José relata lo sucedido: “Agarramos unos camiones que estaban ahí en El Helicoide e hicimos una carpa. Comenzó a lloviznar y volvió a temblar. Dormí en el piso, pusimos unas colchonetas, la mayoría trajeron sus colchonetas de sus casas y dormimos ahí. Pasamos toda la noche, después no hubo más temblores y la gente se fueron para sus casas”.
A la postre estas relaciones positivas con El Helicoide se modificaron drásticamente. Este aspecto cambiante de la identidad vecinal con el edificio se vislumbra en el sentimiento de libertad expresado por Luis, otro de los entrevistados, quien recuerda haber corrido de niño por el edificio sin impedimentos, jugando por ese lugar que era parte de su vida: “Cuando nací El Helicoide ya estaba hecho y abandonado, y crecí viendo esa obra maestra, demasiado grande para tenerla en ese estado, sin ningún uso”. Hoy en día no puede entrar. El lugar apropiado por Luis y su gente, en aquella época, es ahora inaccesible.
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Iris Rosas Meza es fundadora y coordinadora del Centro Ciudades de la Gente, Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad Central de Venezuela.
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