El romanticismo nace a fines del siglo XVIII pero tiene su gran repercusión, en el siglo XIX, en muchas áreas como la literatura, la música o la pintura. Fue sobre todo una reacción contra el racionalismo de la ilustración y el neoclasicismo. Significó una manera nueva de ver la naturaleza dando prioridad al sentimiento. Se daba primacía al genio creador del Universo. Por primera vez se vieron los Alpes como un lugar paradisiaco, ya que antes solo se miraba como un lugar para que los maleantes se escondieran. Se acentúa cierta nostalgia por los paraísos perdidos. Privaba el sentimiento sobre la razón y se crea el furor por conocer parajes exóticos. Esa nueva sensibilidad promueve que muchos científicos franceses, alemanes e ingleses impulsen expediciones a América, con el objeto de ilustrar y documentar esos extraños lugares.
Sin embargo, antes de realizarse este tipo de expediciones ya se había generado un comercio especulativo con las orquídeas (orchidaceae) similar al que ocurrió en Holanda, en el siglo XVII, con los tulipanes. La pasión por coleccionarlas generó una de las historias más increíbles que conozcamos. Lo subyugante de esta familia desató un interés inusitado en Inglaterra. Fue así que tener un invernadero con orquídeas se convirtió en un signo de estatus social. De tal manera, que Venezuela viviría la más terrible depredación de esta especie. En Inglaterra, el Sr. Frederick Sander, de St. Albans, era llamado “el rey de las orquídeas”. Así empezaron a enviar “recolectores” de esos bulbos a Venezuela.
Los métodos de cultivo eran totalmente desconocidos, por lo cual Inglaterra se convirtió, durante cincuenta años, en un verdadero cementerio de orquídeas, traídas desde Venezuela. Las crónicas hablan de montones de cargamentos. Los revendedores se sentían satisfechos cuando podían salvar unas 2.000 plantas y las vendían en una guinea oro, cada hoja (un equivalente actual a 270 euros cada una). De todas ellas las que más gustaban eran las cattleyas.
La historia del descubrimiento de esta nueva especie, en Inglaterra, es sorprendente. En 1818, llegó a la isla un cargamento de musgos y líquenes desde Brasil. Para fortalecer las paredes del cargamento y preservar la humedad, durante la travesía, colocaron unos bulbos carnosos desconocidos en Inglaterra. El Señor William Cattley salvó las plantas del basurero, extrañado por tan extraña fisonomía. Para su sorpresa, en 1821, surgió una flor extraordinaria, grande y morada. Esto generó la cacería más brutal sobre esta especie, que resumiremos en una carta del Sr. Sander a uno de los recolectores en Venezuela: … Adiós por hoy y quédese en buena salud. Si usted termina como ha empezado, no quedará en Venezuela una sola buena mata de orquídea que encontrar… De este tipo de historias está lleno el Nuevo Mundo.
Inicialmente, el sueco Carl von Linnèe (1707-1778) –el creador de la taxonomía–, había enviado a su discípulo Meter Loêflig a recolectar orquídeas, en 1754. Incluyó noventa y nueve en su catálogo de 1763. Loêflig murió en el Caroní en 1756, de una extraña fiebre, con apenas 27 años. Mirar estas especies desató la codicia entre los comerciantes ingleses.
Es muy probable que conociendo la barbarie que se estaba cometiendo en Venezuela y Brasil, el Barón Alexander Von Humboldt (Alemania, 1769-1859) decida viajar a estos lares, en 1799, en compañía del médico, naturalista y botánico Aimé Bonpland (Francia, 1773-1858). Ambos recorren buena parte de Venezuela. Bonpland recogería más de 60.000 plantas nuevas que llevaría al herbario de París. Eso motivó la llegada de muchos artistas viajeros, patrocinados por las cortes europeas –pero alentadas por Humboldt. Además dejaría un testimonio de datos del clima, orografía, recursos naturales, flora y fauna en un libro muy famoso llamado Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente.
Luego que el Barón de Humboldt visitara Venezuela, su experiencia motivó a que Inglaterra enviara al alemán Robert Schomburgk (1804-1865), como agrimensor y geógrafo, a documentar especies. Su estadía duró nueve años. Su hermano Ricardo, del jardín botánico de Berlín, se agregó a la expedición y descubrió numerosas especies en Venezuela, sobre todo orquídeas. Obviamente, lo hicieron con fines científicos.
Los primeros artistas viajeros, inicialmente, lo harían en Brasil. En Venezuela, el primer artista viajero fue el inglés Robert Ker Porter, en 1832. Luego vendría Ferdinand Bellerman (Alemania, 1814-1889), el más conocido e importante de estos artistas. Este recorre Venezuela, desde 1842 a 1845. Visitará Valencia, Puerto Cabello, Caracas, los Andes venezolanos y llegará hasta la cueva del Guácharo –a petición del propio Humboldt. También escribirá un diario donde relata los sucesos del periplo. A ellos les seguirán Sir Michael Seymour –quien lo hará en 1848. El danés Fritz Melbye (1826-1869) se va a la isla de Saint Thomas. Allí conoce a un joven Camille Pisarro (Saint Thomas, 1830 – París, 1903) y le da clases. Viene en 1850 a Venezuela. Y en 1852, regresa a Saint Thomas, y estimula a Camille Pisarro a recorrer Venezuela. Pisarro pasará veinte y un meses entre La Guaira y Caracas, en un período de su vida poco relatado en la importante trayectoria del maestro del impresionismo, y que solía recordar, posteriormente, en sus conversaciones con Emilio Boggio, en Francia. Melbye se quedará hasta 1858 y regresa a Dinamarca. Pisarro, exento de las exigencias académicas de los artistas europeos, tendrá mayor libertad en sus planteamientos y será quien mejor exprese la luz del trópico.
Entre 1868 y 1879, lo hará el alemán Anton Goering (1836-1905), quien visitará solamente Venezuela. Y Auguste Morisot lo hará en 1886, en una expedición promovida por el naturalista francés Jean Chanffanjon (1854-1913), donde querían hacer todo el recorrido del río Orinoco desde el Delta, llegando hasta su naciente. Cosa que no se logró, sino en el siglo XX, en una nueva expedición franco-venezolana. Morisot nos dejó unas acuarelas hermosas que –en sutiles transparencias y coloridos– revelan nuestra flora tropical. Muchos otros vinieron, pero solo cito a los más relevantes.
Humboldt reivindica la ciencia, la investigación y el arte con su iniciativa. Lo que nunca se terminó fue la voracidad por las orquídeas. Ahora se les suman las bromelias, en unas búsquedas por toda América. La codicia es insaciable.
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Imágenes
(1) Auguste Morisot. “Flores de acacia”, acuarela y grafito sobre papel; Ciudad Bolívar, 1886; colección Patricia Cisneros
(2) Camille Pisarro. “La Guaira”; óleo sobre tela; medidas: 35 x 53; 1856; colección Patricia Cisneros
(3) Ferdinand Bellermann. “Vista de Puerto Cabello”; colección desconocida
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