Por ALDEMARO ROMERO
En Morella Muñoz residía el talento natural para el canto. En ese ámbito, el de una mujer harto espaciosa, habitaban los intrépidos cantos y los buenos cantores de todas las tierras y de todas las épocas; con ellos se codeaba Morella, con esa su facultad instintiva con la que navegaba, experto navegante, en las aguas crecidas del discurso vocal. Porque Morella no era solo cantante, Morella Muñoz era un músico certero, ecléctico y flexible, que brillaba como un sol en medio de los cantos de ordeño de nuestro llano y al lado de los estribillos de la negritud de nuestras costas marinas, igual que sobre los escenarios puntillosos y exigentes donde acontece el canto lírico, ya sea este el plateau de las lieder o el de los gorgoritos acrobáticos de la aventura operística. Ella había nacido así, con la maldición del talento a cuestas, y supo agigantar ese tesoro intrínseco en las mejores escuelas de Europa, de aquellas dedicadas a enseñar la maestría de la técnica vocal.
La presencia de Morella en cualesquiera de las aventuras musicales venezolanas era siempre una póliza de garantía, porque ella lucía igualmente impactante en su papel de eminente cantora de los sones del pueblo, así como encarnando los exigentes roles reservados a las divas más exultantes en el tiránico mundo de la ópera. Y Morella era también jazzista y como tal, émulo de Billy Holliday y Ella Fitzgerald, hablante de un idioma universal. Cantaba, junto con las tonadas de Duke Ellington y George Gershwin, las más hermosas y desgarradoras arias nacidas en Harlem y en Broadway; y en ese quehacer desplegaba su asombrosa habilidad para frasear un mensaje jazzístico tan legítimo, que a todos nos hacía sentir como si estuviéramos escuchando el atrevido discurso del “pájaro” Charlie Parker; eso era cuando Morella Muñoz, para sus programas de radio, acudía al subterfugio de cambiarse el nombre por el de Morella Kenton. Y Morella, que ya he llamado ecléctica, fue la estrella del famoso grupo vocal venezolano Contrapunto, integrado por excelentes cantantes; con su habilidad innata para el balance y la integración que son características de la música, brillaba como solista y cantaba como elemento de grupo cuando era necesario y oportuno.
Morella, pues, era una artista de ambos mundos. Esa, su facultad dúctil y a la vez protagónica me empujó, a lo largo de una fraternal amistad, a componer un catálogo de obras para el canto lírico dedicadas todas a ella. La primera fue la titulada Gesta de Faustino Parra (con letra del poema de Manuel Rodríguez Cárdenas); a esa le siguió el Oratorio a Bolívar, en su sección dedicada al dúo de Manuela y Bolívar; grabación que realizamos en Londres con la Orquesta Real Filarmónica; luego compuse para los versos de Andrés Eloy Blanco, mi cantata Canto a España; y completé ese repertorio “morelístico” con la musicalización de versos norteamericanos en mi poema sinfónico An American Collage. Todavía con etiqueta de post mortem, he completado un Gloria de seis stanzas, dedicado al Papa Juan Pablo II, que aún no se ha estrenado pero que no deja de hacerme soñar con el imposible regreso de quien fue la gran diva cantora del mundo musical venezolano.
*Texto tomado del programa de Morella Siempre Morella, en el Aula Magna de la UCV, el 30 de julio de 2005, organizado por la Fundación Morella Muñoz.
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