1a bifurcación. El mercado del arte
Durante los primeros años de la segunda década del siglo XXI, ha comenzado a asentarse una deliberación recurrente sobre los asombrosos caminos emprendidos por el creciente mercado del arte, ya no como una figura independiente que opera al alimón del posicionamiento tradicional del museo como legitimador oficial, sino más aún como una fuerte estrategia de intercambio económico, cuyo periplo se está consolidando a través de una oferta/demanda de cifras nunca vistas que cada vez más determinan lo estimable y lo despreciable, lo protagónico y lo transitivo, lo que es y lo que no es arte.
Año tras año, entre muchas otras alrededor del mundo, la feria ART BASEL en el Miami Beach Convention Center se levanta como uno de los puntos cardinales del arte contemporáneo, albergando más de 250 galerías de todo el orbe, en exposiciones que se extienden hacia solo-shows, conferencias, películas, apuestas curatoriales y editoriales, publicaciones y discusiones teóricas donde Estados Unidos, junto a países de Latinoamérica, Europa, África y Asia, asienta sus políticas e investigaciones con respecto al arte de nuestra contemporaneidad. No bastando con ello, a los miles de metros cuadrados de este evento se les suma una gran cantidad de ferias alternas que reunen un amplio número de propuestas en toda la ciudad.
¿Pero qué representa esta movilización cada vez más prolífica en torno al mercado como nodo central de los lineamientos de la creación? Ya en 2008 la sociólogo e historiadora de arte Sarah Thornton, publicará su libro Seven days in the Art World, una crónica profunda sobre esa inclinación particular que las propuestas artísticas han tenido desde los años ochenta hasta los inicios del siglo XXI, un campo donde efectivamente la compra, los números y los niveles de una demanda inagotable determinan una cartografía inédita para el desarrollo del arte actual; espacio febril donde la galería, la subasta, la feria, las bienales y los salones reescriben forasteros protocolos en torno a las relaciones tradicionales entre el artista, la obra, el museo y el espectador.
En medio de la dinámica, de las presiones, de los pulsos cambiantes de una historia tan pomposa como privativa, el artista se debate, confundido, agobiado por esta aventura del arte contemporáneo que se ve asediada bajo las contradicciones y exigencias del mercado, en las interrogantes de un pasado todavía sonoro y frente a los vaivenes de un futuro incierto, controlado a su vez por sistemas de producción, exhibición y permuta capaces de absorber y digerir en poco tiempo cualquier instante de confusión o lucidez. En este sentido el propio Luis Camnitzer en una entrevista publicada en Artishock en el año 2013, confiesa su necesidad de retirarse del mundo del arte. Considerado como uno de los conceptualistas latinoamericanos más aguerridos de nuestro tiempo, Camnitzer destaca por su asertiva insistencia en la desestabilización de los sistemas de poder, convirtiendo a la obra en la irradiación didáctica de un pensamiento crítico-liberador. Sin embargo, desde el año 2000 con la Bienal de Whitney y después con Documenta se vio atrapado por el mercado: “No hay ningún lugar limpio. Si quieres comunicarte necesitas un cierto poder. Cuanto más poder tienes generas una caja de resonancia más grande, más efectiva, y ahí es donde está el peligro: que en algún momento te puede gustar más la caja de resonancia que lo que quieres decir. Es ahí donde tengo que tener cuidado”.
2a bifurcación. El mercado y el arte
En conversaciones sostenidas con alumnos y colegas han surgido múltiples preguntas en torno a esas figuras de la pródiga demanda que rodean los linderos de la obra en la actualidad. Pues por más que se profundiza en consideraciones y análisis diversos, cuesta mucho entender cómo es posible que creadores recientes superen los montos y hasta el alcance de sus piezas en desplazamientos que se disparan con una velocidad exorbitante por sobre los costos de los ya casi olvidados grandes maestros del arte.
Nombres como Yayoi Kusama, Jeff Koons, Takashi Murakami e incluso el latinoamericano Félix González Torres, entre muchos otros, pertenecen a una generación cuyas trayectorias son dibujadas mediante amplios estudios de mercado, presentando carreras más cercana a los enérgicos vaivenes de una bolsa de valores que a las variables y problemáticas del desarrollo del arte en la contemporaneidad. A propósito de González Torres, vale la pena destacar un ejemplo.
Conocí la obra de este artista cuando comencé a trabajar en el Museo Alejandro Otero. A este lugar llegó una muestra bajo el nombre Sin Título, Caracas en el año 2000, la cual reunía una retrospectiva de un cuerpo de trabajo que comenzó a circular con mayor profundidad luego de su muerte a mediados de los años noventa. En aquel momento me impactó en sobremanera este creador –a quien Nicolas Bourriaud dedica un capítulo especial en su texto Estética relacional– por representar una apuesta particular de conexiones vinculantes, como esas impecables montañas de caramelos que el público podía retirar y desvanecer en sala, engullendo a la obra, participando de un proceso colectivo, de una poesía material en la que el artista convocaba los procesos de la vida y la muerte en la boca y el alma del visitante, equiparando incluso el peso de algunas de estas instalaciones con el peso de los cuerpos de sus afectos personales ya desaparecidos.
Bajo esta dinámica fueron también famosos sus bloques de copias Offset, donde frases, datos e imágenes de una gran fuerza poética se encontraban distribuidas para que el visitante se apropiara de ellas. En esta delicada trama, paisajes evanescentes esperaban la mano del espectador y la continuidad de un gesto que se vaciaba desde la sala del museo hasta el pulso inherente de la existencia. En la edición del año 2014 de ArtBasel en la ciudad de Miami, tuve la oportunidad de visitar el estand de la Andrea Rosen Gallery, quienes lo exhibían. Impulsada por el recuerdo de uno de los creadores que más me ha conmovido, me dirigí con entusiasmo a un bloque de copias que estaban en el centro del espacio, dispuesta a retirar una. Pero cuál no sería mi sorpresa cuando no solo la preocupación de los presentes sino también la mirada desesperada e inquisidora del encargado de la galería, casi convirtieron el gesto natural de aquella apropiación en un performance, mientras el joven le comentaba a mi acompañante que tenía comprometido el bloque completo a un coleccionista, por muchos miles de dólares.
En ese instante suspenso, estaba retratado el conflicto cardinal entre el mercado y el arte. A pesar de los aspavientos pude llevarme la copia concebida para tal fin, la cual por extrañas circunstancias perdí al final de mi viaje. Sin embargo no me pesó, en ese cruce del destino la pieza salió de mis manos y continuó su ronda de efímeras transiciones, tal y como lo esperaba el artista que la concibió.
3a bifurcación. El arte del mercado
Máscaras, artificios, revelaciones, trucos y certezas son algunas de las claves que transitan en veloz movimiento por entre las vertientes de ese campo activo que nuestra época abre para el intercambio económico a través del arte. Paradójicamente en un mundo con cada vez más dificultades económicas, políticas y sociales, las artes visuales parecen haber entretejido un mecanismo inédito donde la manifestación de lo intangible despunta como uno de los bienes más cotizados de los últimos tiempos.
En varias de sus intervenciones recientes, Luis Camnitzer destaca que en el siglo XXI el arte se ha consolidado con mucha rapidez con base en lo que él denomina una civilización gobernada por los neo-feudalismos. Con esta máxima se refiere a pequeños grupos de inversionistas que multiplican de forma asombrosa sus capitales y que han comenzado a guiar el destino del arte, personalizando estrategias donde incluso la colocación en comodato –dentro de los museos más importantes del mundo– de piezas compradas en las grandes ferias, garantiza el crecimiento historial de las mismas y su legitimación institucional.
A este modus operandi similar al desenvolvimiento monárquico del arte previo a la modernidad, le siguen cuestionamientos y situaciones paralelas que complican aún más la definición de una línea coherente dentro del estallido. En este sentido, recurrimos a la ya citada Sarah Thornton quien nos recuerda en su libro Siete días en el mundo del arte dos líneas pertinentes: la primera, los problemas que las grandes casas de subastas enfrentan ante la escasez de las obras de los grandes maestros y la necesidad, en consecuencia, de modelar nuevos artistas ejemplares. El segundo, los testimonios de creadores de trayectoria como Jhon Baldessari, quien asegura con ironía que en el futuro la humanidad se dará cuenta de que este furor se ha basado en la adquisición de una gran cantidad de papelitos, collages, piecitas y retazos que van a evaporarse con rapidez y que no sirven para nada.
No obstante, el arte está allí y a pesar del desafuero sigue consolidando sus caminos, logrando en la mayoría de los casos no perder el desempeño sensible que lo convierte en una entidad multiplicadora de sentido. Quizás la gran pregunta conveniente sería: ¿qué es lo que compra la gente, qué quieren, qué necesitan? Si proyectamos un vuelo raso sobre los artistas más buscados y las piezas más cotizadas nos encontraremos con un enclave crucial: fragmentos, retazos, archivos, pesquisas, testimonios personales, dudas… Allí, brota un arte que se pregunta por sí mismo y que carente de aseveraciones tan solo refleja desde sus estrategias particulares los dolorosos quiebres de un mundo que dejó de ser para todos, de sociedades que ante la posibilidad del progreso que impulsó los avatares del siglo XX, se ha encontrado con la compleja debacle de todo lo conocido. Tal vez perdidos, exilados dentro de nuestros contextos, conviviendo en un nudo hosco donde incluso se ha desvanecido la fe y la confianza del individuo en sus semejantes y en el afuera; estemos intentando reescribirnos a través de la conjunción de esos fragmentos hacia los que se inclina el arte actual: manifestación de estados críticos donde se debate la oscilación de una inquietud, poéticas de una fragilidad común en la que se reviven los extraviados lugares de la memoria, la identidad, la verdad y el vínculo.
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